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sábado, 25 de octubre de 2014

Antes de mi abuela, dormíamos hasta las ocho.

LAS ABUELAS NO SIEMPRE SON BUENAS
              Por Gilberto García Mercado*
Jamás imaginé que esto terminara así. Todavía lo recuerdo. Claritico. Mi madre se ha levantado. Y ha abierto las ventanas de la casa. Menos la de mi cuarto. De alguna manera la luz se la ha arreglado para penetrar en él. Es un día veraniego, pero eso poco importa. Porque desde que trajeron a la abuela, es el caos. Nosotros éramos felices. Sin ella, claro. Éramos una familia modelo. Pero apenas llegamos aquí­—a esta ciudad del mal— la familia sucumbió. Pero a pesar de todo, conservábamos la calma.

En mi cuarto siempre anidaba el buen clima. No es que fuéramos ricos. Ni que viviéramos en la mayor opulencia. Pero uno es pobre, y como tal no debe vivir arrastrado. Hay que vivir en la pobreza, pero con dignidad. Fue así que para que antes de que trajeran a la abuela, toda la casa tenía acondicionadores de aire. Y no teníamos apuros económicos.

Antes de mi abuela, dormíamos hasta las ocho. Y los sábados y domingos íbamos a misa. Después, un poco más tarde, la familia se descomponía. Y cada quien tomaba un rumbo distinto.

Mi padre, quien gozaba de una pensión de la Empresa de Puertos, se iba a pescar con Teófilo Beltrán, amigos desde la infancia. Eran «dos gallos jugaos» como les llamaban sus amigos porque no revelaban sus secretos, para afrontar, sin dificultad, cualquier vicisitud de la vida. El deporte favorito, era subir de madrugada—todos los domingos—el Cerro de la Popa. Ambos hacían sus predicciones, para Año Nuevo. Y para finales de año las dos familias—la de mi padre y la de Teófilo Beltrán—apostaban sobre quién coronaría el alto del Cerro de la Popa.

Mi madre, siempre dedicada al hogar, aprovechaba, los domingos, para visitar a sus amigas. Y siempre hablaban de telenovelas. De moda. De cuál o tal actor, era el más, o la más guapa.
Yo me la daba de intelectual. Y ya me habían puesto un alias. Me decían «El Sabio», porque todos los temas—someramente pensaba yo—los dominaba: política, literatura, deportes, etc.

Mis dos hermanos, Patricio y Jonás se iban a jugar fútbol, mientras Dayana tomaba sus clases de guitarra, en la Academia de la Calle San Juan de Dios, en el centro de la ciudad. Dayana era una muchacha tierna. Y nosotros la queríamos, porque era la única hermana. Aunque a veces nos revelábamos contra ella, porque decía que los futbolistas de nuestra familia jamás alcanzarían la gloria. Que era la de jugar en el Real Cartagena. De mí, encerrado casi siempre en mi cuarto, decía que era un iluso. Y que me pondría viejo buscando ganarme un concurso de cuentos. Que fuéramos realistas. Y que pensaran como ella. Y no viviéramos de grandezas.

Dayana tenía ambiciones, pero sabía medir sus posibilidades. Quería ser cantante de baladas y componerlas ella misma.

Todavía recuerdo. Claritico.

A pesar de que mi madre no ha abierto la ventana, un rayo de luz— que entró no sé por dónde— acabó por espantarme el sueño. Entonces—de repente— nos hemos encontrado, todos, en la sala espaciosa de la casa.

No han dormido en un siglo. Uno se acuesta y duerme feliz, si no hay ruidos. Cuando la abuela no estaba, nos levantábamos a las ocho. Y nos poníamos—después de desayunar— a estudiar, porque íbamos a la Universidad por las tardes. Eso era al principio. Porque ahora hemos sucumbido ante la abuela. Y ella es un Fidel Castro. Y nosotros el país de Cuba, a quien ella gobierna.

Vino muerta de vejez: ochenta y siete años. Pero nos engañó a todos. Se ha sentado en esa poltrona—al principio— y no hubo poder alguno que la haya hecho parar de allí. Claro, nosotros no sabíamos. Ahora, hay que llevarla al baño, rodando la poltrona. Bañarla en la poltrona. Y sacarla en la poltrona.

Pero de noche todo cambia. La casa ha sido invadida por fantasmas. De pronto sentíamos que alguien corre por los corredores. Violentan y abren con gran estropicio las puertas y ventanas. Y nosotros—presurosos—prendemos las luces, pero la casa está más sola que nunca. Corremos, afanados, hacia el cuarto de la abuela. Y ella duerme, apacible, como un angelito. Así han aprendido a vivir. Sin pegar los ojos.

Dos meses, antes del desenlace, no pensé que esto terminara así. Durante los dos meses, la abuela mostró, una vitalidad asombrosa. Se levantó de la poltrona que la aprisionaba, y caminó ella sola al baño. Arrojó a un rincón de su cuarto el bastón obsoleto con el cual caminaba antes de llegar a la casa. Y recorrió los aposentos golpeando las puertas y ventanas.

No dejaba dormir a nadie.

—«Hay que llevarla al médico»—dijo mi madre—«Terminaremos locos, si no lo hacemos».

Entonces la abuela sonreía. Y se perdía de la casa. Cuando ya la habíamos olvidado, resurgía con su estropicio de puertas y ventanas. Y riéndose a carcajadas y muchas veces tarareando canciones, de un tra, la, la desconocido.

En la sala, todos nos hemos mirado a la cara. ¿Quién tiene la culpa de que tengan el rostro descompuesto y pálido—profundas ojeras por las noches de insomnio— y de que no seamos la familia de hacía poco?

Ahí están mis padres. Y nosotros, menos Dayana, quien no quiso correr la misma suerte y se marchó adonde una amiga, hasta que pasara la borrasca. Y la abuela, sonriendo —feliz—porque era el preludio de que de toda esta familia, sólo quedaran vivos, Dayana y yo.

Todavía recuerdo la escena. Todos mirándonos a la cara. Sin musitar una palabra. De pronto—con dolor en el alma—la abuela suelta la carcajada. Y, demente, ordena: «Suban todos a sus aposentos, carajo». Y suben todos, menos yo. La abuela agarra el bastón obsoleto de cualquier rincón de la casa, y me persigue por toda la vivienda, buscando golpearme con él. No sé por qué conmigo no funcionó su temperamento.

Aquella noche no dormí en casa. Tengo que decir que a mí nunca me molestaron los estropicios de las puertas y ventanas. Tenía el sueño pesado. Y dormía como un lirón.

Hoy, hace un mes que encontraron a la abuela, a mis padres y hermanos, pendiendo, del techo de cada cuarto—ahorcados— hoy, no logro comprender, quién era aquella anciana. Pues que yo sepa nunca escuché decir a mis padres si ellos tenían la madre viva o no. La que destrozó la vida de Dayana y la mía, por la que hoy—pasado cinco años— odiamos la palabra abuela.

Y cuando una viejecita se nos acerca en alguna avenida de Cartagena y nos dice: «Joven, ¿me cruza la calle?». Entonces Dayana mira fijamente a la anciana. Y le dice: «Es que somos ciegos, abuela». La anciana extrañada los ve cruzar la acera. Y hace un comentario. Pero ya nosotros vamos lejos.
*Director de La Calvaria Literatura. Este texto figura en el libro de cuentos "La Otra Cara de Eva". Publicado por la Alcaldia de Cartagena en el 2000. Además Jorge Gastía Usta lo publicó en Solar de El periódico de Cartagena.




LA EXPEDICIÓN DE LAS MUELAS ALZADAS

MARÍA DE JESÚS,  LA OFICIANTE DE ARROZ DE CANGREJO  EN CARTAGENA…
       Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Preferían a las hembras por la acumulación de los huevecillos en sus ovarios, en el común de la vecindad los llamaban «huevas», quedaban con una pigmentación roja, dándole al arroz un toque «puntillista» con prominencias en las extremidades de los crustáceos. A las hembras las diferenciaban del macho por el ensanchamiento en la parte ventral del cuerpo. 
 Y eran tomadas para el sacrificio en honor al dios Penates, a esos Dioses de las Comidas, y por consiguiente participaban en la preparación del arroz de color terroso y sabores de mar, los machos, tal vez por el esplendor de sus pectorales y la abundante carne en sus pinzas, estaban allí desgarrando la grasa de las paredes de la lata que los contenía, las hembras, menos voluminosas, en razón de su dimorfismo, quedaban debajo esperando la ocasión para librarse del peso de los machos, ellas eran las más preferidas por la sazón impregnada al arroz, cuando ya estaba cocido, quedaba en su superficie una obra en «puntillismo» por los puntos rojizos de las gónadas brotadas de los ovarios, hacían contraste con los granos pulposos del arroz, absorbido por los humores de las hembras. 
 Pero además de los aportes de los crustáceos en aquella ofrenda ritual, congregando a la familia e invitados, estaba presente e inmerso en la sustanciación del arroz, el aura de la oficiante o cocinera que había ritualizado aquel acto bromatológico. 
 Se llamaba María de Jesús, quien parecía mantener comunión con cada uno de los alimentos participantes en la ritualización del sacrificio a los dioses penates, ella saborizaba, ponía el «punto» gustativo a las comidas, guardaba con cuidado la oración dedicada al carbón empleado en el brasero. 
 Acompañaba el arroz de cangrejo con tortas de cazabe  y cuando se comía en exceso, recomendaba tomar  agua de panela con limón. 
 Con el advenimiento del avance vertiginoso y deshumanizante de la ciencia, se abusó de las sustancias químicas, tales como los  germinicidas y animalicidas. En la entramada dirigida por el hombre, cayeron los cangrejos, casi  extinguidos de nuestras playas y terrenos cercanos. 
 Esporádicamente se oye el pregonero anunciando su venta de «arroz de cangrejo» por las calles del Centro de Cartagena, pero  aquello no pasa de ser ya algo fugaz como el grito de los   voceadores  de periódicos, siendo un poco optimistas, porque estos ya no vocean, están estáticos en sus puesto de ventas, enmudecidos por los altoparlantes anunciadores de abalorios traídos de China. 
 Ahora, cuando llega el mes de junio, añoramos la llamada «Marcha de los Cangrejos», salían en romería para brindar la simiente de sus esencias y abonar los dones de la naturaleza. Era una expedición de muelas alzadas, para  invitar al equilibrio del ecosistema.   
Ya sólo nos queda el sabor de los adioses y la búsqueda para endulzar el paladar por la amargura de no poder succionar los jugos de un cangrejo. Miramos El Portal de los Dulces y a lo lejos escuchamos gritar al pregonero: «!Arroz de Cangrejo¡», «!Arroz de Cangrejo¡», sin el colorete engañador del «café tinto» o la Coca Cola.    

sábado, 18 de octubre de 2014

ULTIMO ESTADIO DE LA INFANCIA DE JAIRO MERCADO

                        Por José Ramón Mercado



INFANCIA
Éramos muchos los hermanos
y hacíamos cosas diferentes…
Hugo era el mayor
y nos traía el pan amoroso y la alegría
-Tiene tiempo el hermano
que no vuelve-
Guido Manuel hacía caminos
y puentes aéreos
y garajes y acueductos
grandes como su locura
Y Marcos hacía camiones
con ruedas de boleros de ceiba
-así decíamos nosotros en la infancia-
y les ponía muellecitos
de zunchos que sonaban
como los camiones viejos
-La madre nos hablaba
siempre sobre el amor-
y los sábados diáfanos nos sentábamos
al quicio junto a la mañana
a esperar al padre que llegaba
en su caballo piafante
Meriluz hacía caballitos de dulce
y el patio se llenaba de aromas
y lavaba las camisas nuestras
y nos escondía las abarcas
Los pájaros picoteaban las ciruelas
Jairo Antonio aprendió a escribir en la tierra
con carbones de leña
-letra por letra-
el título de las películas
que llegaban al pueblo
y así aprendió a hilvanar sus sueños
Miriam Josefina jugaba a las muñecas
y las hacía orinar antes de acostarse
y Gloria Catalina iba a la escuela
de la niña Pacha
y los domingos iba a misa
y se sentaba en su banquita de lona
y siempre iba de la mano de la madre
y se dormía en sus brazos
Para ella la madre prefería
sacarse el bocado de comida de la boca
Yo hacía barriletes de colores
Sin colas ni perendengues
y rozaba el cielo con las alas
y tenía un caballito
de palo
que pastaba en mis sueños lejanos
-quién sabe por dónde ande ahora-
Y una pizarra y un lápiz de pizarrín
-que me dio la maestra
donde yo sólo dibujaba mi nombre-
y tenía una rueda de fleje y mi gancho
-que me llenaron de fama en la calle-
Yo corría más que el viento
Cuando niños hacíamos cosas mejores
Al nacer no éramos más que un recuerdo 
*Tomado de No sólo poemas, Bogotá
Ediciones Punto Rojo, Editorial Visión, 1970


viernes, 17 de octubre de 2014

522 AÑOS DE LA GRAN NOVELA AMERICANA

EN OCTUBRE DE 2014, UN NUEVO ENCUENTRO
Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Ya los caciques Carex y Canapote en estas tierras bordeantes del mar Caribe, habían escuchado de Rodrígo Triana: «¡Tierra!» «¡Tierra!». 
A través de generaciones premonitoriamente se conocía de hombres de otros mundos, y es así como se previó la llegada de Colón. 
En este 2014 se cumplen quinientos veintidós años de la llegada del gran Marinero genovés, lo que ha ocasionado gran audiencia en los descendientes de Carex y Canapote y la participación de los chornos y salta corrales de Benkos Biohó. 
En esta gran asamblea tienen cabida cartageneros de libre pensamiento, que puedan vislumbrar el engaño al que han sido sometidos con los siglos. 
Uno de los aspectos a tratar es la posición erecta que debe tomar la Aborigen, que está de hinojos al pie de Colón, en la estatua que se erige en la Plaza de la Aduana; el traslado de la estatua de don Pedro de Heredia, a un sitio alejado de esa Plaza, que en principio tuvo nombres alusivos a jueces y esclavos martillados por el desnarigado. 
Las proclamas de los descendientes tendrán poder de sentencias patriarcales y a la vez taladrante en el pensamiento de los cartageneros, para hacer un juicio racional de ese 12 de octubre de 1492, considerado como un vasallaje sobre los  residentes de Abya Yala, (nombre dado por los aborígenes Kunas al Continente antes de la llegada de Colón). 
Los cartageneros, después de este octubre de 2014, vislumbrarán con sabia razón el engaño de «los embaucadores», porque el señalamiento por los descendientes, en especial de Carex, servirá para mirarlos a los rostros, y a través de él, encontrar los lineamientos del «pensamiento perverso» de quienes llegan a los organismos encargados de marcar directrices en la organización de la ciudad. 
Ya no se volverán a inaugurar las obras que atropellan el Patrimonio de Cartagena, ni aceptar planes que jueguen con los dineros del pueblo. 
El 12 de octubre de 1492 Colón llegó por azar a América. Y encontró una naturaleza pródiga que lo dejó vislumbrado y un bio sistema que desde entonces el hombre ha desnaturalizado, por la ansiedad en la explotación de los minerales, en especial del oro, enfermando ríos y desertizando tierras.  

martes, 14 de octubre de 2014

«¿O será una «maldición» de las poderosas multinacionales farmacéuticas que la han utilizado siempre como rata de laboratorio para experimentar toda suerte de medicamentos no permitidos en sus países de origen?»   
ÁFRICA:¿CONTINENTE MALDITO?

                                                 Por Rafael E Yepes Blanquicett*
En los últimos años, varios virus y enfermedades mortales han tenido su origen en África, el continente menos desarrollado y más conflictivo de los últimos tiempos, de los cinco que conforman la geografía universal. 
Al virus del Sida, del dengue con sus dos variantes, fiebre de dengue y dengue hemorrágico, y del chikungunya de hoy, transmitidos por el temible mosquito aedes aegypti, se suma ahora el del Ébola, mortal enfermedad hemorrágica de la que hay actualmente una epidemia espantosa en tres países de África Occidental: Sierra Leona, Liberia y Nigeria, la cual tiene al mundo en suspenso.  
Esto, sin mencionar la fiebre amarilla que se desató en América entre los siglos XVI y XVII con la traída de los esclavos africanos para realizar los trabajos más pesados, ante los que sucumbió la mayoría de la población indígena de este continente.  Por otro lado, toda África, de norte a sur y de oriente a occidente, siempre ha estado signada por luchas fratricidas desde sus épocas más primitivas, pasando por la colonización europea, hasta llegar a la época cuando la mayoría de sus países se convirtieron en repúblicas libres e independientes, fruto de la descolonización que se dio en la primera mitad del siglo pasado. 
 A lo anterior, se suman las sangrientas devastaciones arqueológicas y mineras de los siglos XVIII, XIX y principios del XX, además de las luchas político-raciales actuales en África Central y Sur-oriental, impregnadas de un fanatismo religioso extremadamente preocupante que la tienen sumida en una terrible hambruna de connotaciones bíblicas.  
¿Será que la «Madre África» tendrá alguna «maldición» de sus divinidades orishas del panteón yoruba por haberse dejado colonizar por los europeos y haberles permitido a las «grandes empresas» arqueológico-mineras la profanación de sus recintos sagrados?
¿O será una «maldición» de las poderosas multinacionales farmacéuticas que la han utilizado siempre como rata de laboratorio para experimentar toda suerte de medicamentos no permitidos en sus países de origen? 
Cualquiera que sea la respuesta, África, en donde se cree que se originó el ser humano y que es la cuna de la civilización universal, no está atravesando por sus mejores momentos y, al parecer, no hay soluciones inmediatas a la vista para esta problemática que le ha impedido embarcarse plenamente en «el bus de la prosperidad económica y social» de la modernidad y la posmodernidad.  
*Docente y escritor. 

lunes, 13 de octubre de 2014

Sólo los que asumen riesgos tienen la posibilidad
de transformar la historia….
MALALA Y LA CONCRECIÓN DE UNA UTOPÍA
                                                                        Por Belinda Figueroa Cuadro*

Malala está de moda, sin ser una estrella salida de un reality de televisión, llámese «Factor X», «Yo me llamo», «American Idol» o «Next Top Model». Pero, ¿quién es esta niña que los noticieros y periódicos mencionan con profunda admiración? ¿Por qué siendo tan joven fue galardonada con el Premio Nobel de Paz? ¿Qué hizo ella para que sin ser una estrella mediática del cine o del deporte haya merecido tan importante galardón? 
Su nombre completo es Malala Yousafzai, nacida en Mingora, Pakistán, en el seno de una familia hindú, y que como cualquier chica del siglo XXI, tiene acceso a internet creando así un blog para la BBC de Londres, con el seudónimo de «Gul Makai».   
En dicho blog, denuncia las atrocidades sufridas por los Talibanes, fundamentalistas musulmanes que ocupaban militarmente su país, asesinando a niñas pakistaníes y destruyendo escuelas, prohibiendo el acceso a la educación.  
La creación de la página la convirtió en objetivo militar de los talibanes y un 9 de octubre de 2012, con sólo 15 años de edad, sus sueños y aspiraciones estuvieron a punto de perderse, pues una tarde, cuando volvía a su casa luego de realizar unos exámenes, el vehículo en el que viajaba con otras quince niñas fue asaltado por dos hombres armados que preguntaron quién era Malala y, tras identificarla, le dispararon sin piedad, sin tener en cuenta que era una adolescente indefensa.   
Para su fortuna, de su país y el mundo, logró sobrevivir al bárbaro atentado, cuyas secuelas aún hoy son visibles.   
Después de una lenta recuperación, Malala continuó su lucha por los derechos civiles de las niñas y las mujeres de su país, y hoy, con 17 años de edad, se ha convertido en un ícono internacional.  
Ese escenario en donde se mueve Malala nos deja muchas enseñanzas.  
1. Una adolescente puede opinar e involucrarse en las transformaciones de su sociedad, cambiando la historia de su país, pues ser joven no es sinónimo de falta de compromiso ni superficialidad.   
2. Las jóvenes tienen que cambiar la visión de sí mismas, que no sólo se preocupen por las dietas, la figura de su cuerpo, lo externo, moda y apariencia, en donde «Lo esencial es invisible a los ojos», como decía el personaje principal de «El Principito», de Saint-Exupéry, cuyo mensaje caló profundo en los jóvenes de mi generación.    
3. Las nuevas generaciones han perdido la capacidad de aceptar en el otro su diferencia. En las aulas de clases se violentan de tal manera que llegan incluso hasta las agresiones físicas y verbales, llamadas ahora «acoso escolar», «matoneo» o «bullying».   
Ese es el mundo que en Occidente les hemos creado a nuestros jóvenes. 
4. Los adultos debemos cambiar la visión maniqueista que tenemos de los jóvenes, comprometernos más en su educación y, sobre todo, enseñarles a creer en las utopías para que hagan como Malala, quien trascendió sus propias circunstancias y expectativas, transformándolas, recordando la célebre frase del filósofo José Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella, no me salvo yo».   
5. Y eso fue, precisamente, lo que hizo Malala, transformar sus circunstancias, salvándose ella y las posibilidades de miles de jóvenes de su país, para que su otro sueño de cuando sea adulta se cumpla: Llegar a ser la Primera Ministra de Pakistán porque, «la mejor forma de luchar contra el terrorismo y por la educación es a través de la política», dice Malala. 
En conclusión, de ella se escuchará hablar mucho con los años, cuando otras generaciones conozcan su historia, la de la jovencita que un día se atrevió a desafiar a un grupo terrorista, con el riesgo de ser asesinada por sus ideas, pues sólo los que asumen riesgos tienen la posibilidad de transformar la historia.  
Hoy por hoy, estamos ante un nuevo paradigma, un icono a imitar por nuestras jovencitas, de las cuales, ¿cuántas estarán dispuestas a transformar su circunstancia? ¿Cuántas verán en el estudio la posibilidad de cambiar el rostro del país, creyendo en las utopías? 
¿Cuántas, en fin, estarán dispuestas a correr el riesgo por sus ideales como lo hizo Malala?  
*Licenciada en Filosofía e Historia.



 

domingo, 12 de octubre de 2014

JAIRO MERCADO: UN ESCRITOR DE «VERDAD VERDAD»

SOBRE EL RIESGO Y LAS VICISITUDES DE ESCRIBIR SOBRE UN HERMANO
(Parte IV)
Por José Ramón Mercado 
Ha sido pues, un privilegio de la vida, haber tenido un hermano llamado Jairo Antonio Mercado. 
Ese Jairo Antonio Mercado Romero, que había nacido en una casa a la orilla de un camino. Por donde pasaba todo. La vida y los días. Todo lo realmente maravilloso. La vida diaria despierta de todos los días. Todo lo que tenía que suceder pasaba por allí, por ese camino, frente a La Estancia del padre. 
Los días descansados. Los campesinos sin urgencias que iban hacia sus huertas, los leñadores que regresaban tiznados por las tardes. Los cazadores que regresaban con algún venado al hombro. Las comadronas que habían traído en la madrugada algún otro muchachito al mundo. 
Los baquianos que iban con el ganado hacia la Ciénaga del San Jorge en las épocas de verano…Las gentes que iban para Colosó, Chalán, Ovejas, Los Palmitos, Corozal, Morroa, Honey, La Ceiba, Don Gabriel, Salitral y todos esos parajes desparramados en la geografía de la región y los recuerdos. De tantos recuerdos difuminados en los laberintos de la memoria. 
Esta sola enunciación es ya un paisaje amplio en donde no es posible volver ni siquiera en los recuerdos sin la presencia de Jairo Antonio. 
La sola casona de «La Estancia» donde él naciera un 16 de junio de 1940, es a no dudarlo un inmenso espacio poético que ocupó para él y para todos nosotros una zona preferible, un exacto referente que siempre estará gravitando en la memoria. 
Esa fue su única zona de equilibrio suyo y nuestro. Estoy seguro de ello. Ese fue su mundo maravilloso. La naturaleza desplegada a los pies. El lugar de la imaginación que engranara los procesos mentales de su vida y la nuestra por el resto de los días, en las salas de clases transfiguradas, en los pueblos imprevisibles, en las ciudades desalmadas, en las universidades imprescindibles, y en los lugares más indeterminados de la tierra y de su pensamiento concreto. 
Pues, por ahí en sus cuentos perfuman sus páginas las flores silvestres, se entrecruzan las mariposas multicolores, los árboles de esos lugares diversos que cubren aquellos cielos, y el canto de las aguas, la brisa fresca, las lluvias sosegadas, el olor de la tierra mojada, la resaca de la hierba en las mañanas, los animales tranquilos, y los caminos sosegados siempre caminantes que rodearon sus sueños y sus cuentos. Pues a Jairo Antonio lo gobernaron los sueños y los cuentos. 
No se puede decir lo contrario, ni siquiera después de su muerte. 
Lo demás, fueron los días difíciles del internado en la Normal de Varones de Corozal. Aquel claustro que era algo así como una cárcel sin ventanas, visto con los ojos de hoy, pero al fin y al cabo una casa que le prodigó lo mejor en aquel momento de su vida en la plena infancia, que le ayudó al desarrollo de la memoria, a la lectura de los libros, a conocer la otra dimensión de los hombres, de las ciudades, la literatura y los amigos de la adolescencia siempre entrañables. 
Luego vinieron días menos apacibles, que se columpiaron entre Sahagún, Bogotá, Shangai y otras ciudades de Europa y USA, y otros pueblos dispersos en la geografía y la memoria. Y definitivamente la Bogotá de los años sesentas, hasta la misma ciudad de hoy, como se dice, la Bogotá del catorce de mayo del 2003, en que concretó sus pasos de manera definitiva. Nos parece sin embargo, que él seguirá creciendo en el espíritu de sus lectores y de sus discípulos amados. 
Jairo Mercado Romero, en fin, es un escritor de verdad verdad como dijera Ernesto Volkening. Él es eso, un escritor de verdad verdad, que jamás descansará en sus pasos, porque de manera increíble es ahora cuando empieza a caminar por el mundo, cada día, cada segundo, en cada latido. 
Terminará incrustándose en los recuerdos, en lo inefable de las horas y en los avatares del tiempo que nunca muere. Pues como dijera San Agustín en sus Confesiones, «el tiempo es el alma misma, la inmaterial sustancia de su ser». Hasta el punto en que el mismo Jairo estará ahora repitiendo aquellas palabras de aquel otro maestro que trató de meter el mar en un hueco de la playa para significar lo imposible de lo posible. 
Jairo estará diciendo, entonces, «En ti es, oh alma mía, en donde mido los tiempos». 
Lo que hace devolverme a aquel poema de la infancia que apareció en 1970, publicado con su ayuda en la Bogotá de ese entonces, con el cual cierro este último estadio de su infancia y de nuestros sueños.

sábado, 11 de octubre de 2014

DEL NOBEL FRANCÉS Y OTRAS MEMORIAS

Patrick Modiano
EL ESCRITOR QUE NO CONCEDE ENTREVISTAS
Por Gilberto García Mercado
El hombre no suele dar entrevistas. Quizás para que los duendecillos internos que se quieren desbordar no perturben el alma del escritor. 
 «Hay que dominar los demonios internos», escuché decir a un intelectual. 
Y es que las cosas de la mente y el espíritu son indescifrables, misteriosas, es preferible fijarnos límites cuando nuestra sabiduría humana no puede explicar los derroteros de la mente. 
Cada cual tiene una manera muy particular de contemplar el mundo, de no rebasar las murallas porque se sabe que el permanecer de este lado nos da cierta estabilidad emocional.
O quizás que el individuo debe tomar cierta distancia de los reporteros y los medios como una disciplina que no altere el trabajo en que el escritor se halla inmerso.
Hay mucha tela para cortar, lo cierto fue que la Academia Sueca no pudo localizar a Patrick Modiano  para comunicarle la noticia, antes de anunciar al mundo que el autor de «Dora Bruder» y «En el café de la juventud perdida», había sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura 2014, dotado con ocho millones de coronas suecas, alrededor de un millón de euros, y que será entregado el próximo 10 de diciembre de manos del rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo de Suecia. 
El japonés Haruki Murakami, el keniano Ngugi wa Thiong'o, la argelina Assia Djebar, la bielorrusa Svetlana Alexijevich y los estadounidenses Joyce Carol Oates, Philip Roth y Don DeLillo, quienes estaban entre los favoritos para llevarse el premio de 2014 tendrán que seguir esperando pues el galardón fue para el escritor francés Patrick Modiano. 
La Academia Sueca le otorga el Nobel de Literatura por el «arte de la memoria con la que ha evocado el más inasible de los destinos humanos y descubierto el mundo de la vida de la ocupación». 
«Se trata de alguien que ha escrito muchos libros que se hacen eco mutuamente (...) que son acerca de la memoria, la identidad y la aspiración», dijo Peter Englund, secretario permanente de la academia. 
Sus tres primeras novelas (El lugar de la estrella, 1968; La ronda de noche, 1969 y Los bulevares periféricos, 1972) conforman una especie de trilogía de la ocupación nazi en Francia. 
Modiano nació el 30 de julio de 1945 en la localidad de Boulogne-Billancourt, un suburbio de París, hijo de un empresario y una actriz. Durante su paso por un liceo parisino tuvo como profesor de geometría a Raymond Queneau, un escritor que jugó un papel clave en su desarrollo. 
Con Patrick Modiano ya son 15 los escritores franceses galardonados con el Premio Nóbel de Literatura. 
El presidente francés, François Hollande,  felicitó a Patrick Modiano por haber sido galardonado con el Nobel de Literatura en 2014 y ha asegurado que Francia se siente «orgullosa» del reconocimiento a uno de sus «mayores escritores».  
«Las obras de Modiano suelen centrarse en temas como la memoria, el olvido, la identidad y la culpa. La ciudad de París suele estar muy presente e incluso puede ser considerada como participante creativa de sus obras», resalta la Academia Sueca en su nota biográfica sobre el escritor.  
Además, algunas de sus historias tienen una base autobiográfica o se construyen sobre acontecimientos que ocurrieron durante la ocupación alemana de Francia.   
En ocasiones, Modiano utiliza material para sus obras de entrevistas, artículos de periódico o sus propias notas acumuladas durante años.  
Sus novelas muestran afinidad unas con otras y en algunos casos los temas personales se repiten. También su localidad natal y su historia sirven en ocasiones como nexo entre sus historias.  
Es autor, además, de una obra de carácter documental, con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo, Dora Bruder (1997), que se centra en la historia real de una chica de quince años de París que se convierte en una de las víctimas del Holocausto.  
Su última novela publicada es Pour que tu ne te perdes pas dans le quartier (2014).  
Modiano también ha escrito libros infantiles y guiones de cine. En concreto, junto al director Louis Malle, realizó Lacombe Lucien (1974), que narra la ocupación nazi de Francia. 
El escritor francés ya había sido galardonado con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa (1972) y el Premio Goncourt (1978).  
Alice Munro fue el pasado año la escritora galardonada. 
Los anteriores ganadores del Premio Nobel de Literatura fueron Mo Yan (2012, China), Tomas Tranströmer (2011, Suecia), Mario Vargas Llosa (2010, Perú, España), Herta Müller (2009, Rumanía, Alemania), Jean-Marie Gustave Le Clézio (2008, Francia, Mauricio), y Doris Lessing (2007, Reino Unido).  
Patrick Modiano comienza a reinar de la mano del Nobel de Literatura de 2014, ¿veremos también muchas entrevistas en los medios? 

ELSA ERA ESCLAVA DE SUS DÍAS.

La Promiscua del Puerto
 Martha Lucía Lugo Villadiego*

Elsa era esclava de sus días. Vivía a la vuelta del estanco, en un cuartico de paredes carcomidas, sin retratos, ni calendarios; sin altares, ni efigies sacrosantas. Su posesión era una cama, un gato y un armario repleto de entrañables desengaños. Vendía hierbas y sahumerios para aliviar el reumatismo, la migraña, el mal de amores, despechos y quebrantos. 
Atendía bajo la sombra del caucho de un lote vecino donde cada mañana improvisaba su cambuche, lo llenaba de plantas aromáticas y de coloridos frasquitos de cristal, uno para cada mal. Los ofrecía a una creciente clientela satisfecha que daba fe de la eficacia de su don. 
Por las tardes sin embargo, se extraviaba por las sendas peligrosas de sus apetencias más profanas. Se alejaba con su galán de turno a saciar su procacidad y su impudicia y matar el aciago letargo de los días, esa rutina insoportable de los oficios repetidos, de sus clientes perpetuos, de Jacinto y sus achaques crónicos; para olvidarse de su entorno precario e impasible, para huir de la eterna y agónica pasividad del caserío, del hastío de su interminable medio día, de sus casuchas de palma, del mar dormido y de la estática playa de espejismos calcinada por el sol en la canícula. 
Por fortuna estaba el muelle, surcado siempre por una bandada de gaviotas y custodiado por cuatro pelícanos asiduos, por donde llegaban a tierra firme la mayoría de sus conquistas. 
De los camarotes de los viejos barcos, salían a la luz  unos magníficos ejemplares que los capitanes recogían en los puertos lejanos, para alardear de sus travesías por los confines del mundo o para enterarse de algunos estratégicos asuntos y como atraídos por su poderoso magnetismo, iban a parar inevitablemente a su cambuche. 
Elsa se adueñaba de ellos; aunque nunca se dejaba acompañar del mismo personaje por más de una semana, a menos claro, que poseyera una contundente habilidad creativa. No hacía selecciones depuradas, los escogía por instinto, por azar, por el color de su solapa o por el esplendor de sus lomos al sol. 
Evitaba distinciones de nacionalidad, edad o raza, no le importaba su afiliación política o religiosa, sólo le interesaban sus entrañas. Se dejaba conquistar por las primeras palabras, por los sensuales susurros y a la vera de cualquier camino solitario, bajo las sombras de las palmeras, al borde de los desolados maderos del muelle, tras el almendro del malecón o al vaivén de la hamaca abandonada en la troja del traspatio, se entregaba a los frenesíes contenidos en aquellos admirables viajeros del mundo. 
Embelesada de pasión y complacida por cada faena victoriosa, volvía de sus andanzas a su colorido laboratorio de ilusiones, donde al cerrar la página de su más reciente devaneo, se diagnosticaba la nostalgia. 
Se prescribía un calmante que la curaba del rescoldo funesto y testarudo del despecho, pero que además contenía un antídoto contra el olvido: Consistía en comer almendras durante nueve días; el primer día debía comenzar con seis, el segundo día con siete y así sucesivamente hasta llegar a quince, en el noveno día. 
El sagrado novenario a sus idilios extintos le permitía perpetuar en su memoria sus poéticas figuras, revivir sus fogosas peripecias, evocar sus ardorosas lenguas viperinas y absorber el portentoso esplendor de su prosapia. 
Aunque no los olvidaba y guardaba los vestigios en su armario de reliquias sempiternas, andaba siempre sola, sin dueño, por los parques, por las calles, por el muelle y por la playa, absorta en sus gloriosas conquistas, a la espera de un nuevo espécimen que infiltrar en su aposento, para absorber su esencia y escuchar de sus silencios, los alaridos del mundo. 
Pero por mucho que buscaba y encontraba, no lograba desprenderse de esa sensación de sujeción, de repetirse sin alcanzar la plenitud. Se sentía inmersa en un círculo vicioso de emancipaciones inconclusas, incapaz de traspasar los límites de su propia enajenación, le exasperaba su incapacidad de evolucionar, de transfigurarse y trascender. 
Ni una sobredosis de nueces tostadas, ni la mágica caléndula, ni ninguna pócima milagrosa lograba aliviarla de esa inquietud opresiva de permanente cautiverio. 
Todo cambió la tarde que murió Jacinto. Vino a buscarla el inspector de policía acompañado de la jauría de su parentela enardecida. La condujeron a empellones al juzgado y sin mediar palabra la acusaron de asesina porque encontraron al lado del difunto, una taza medio vacía de su inocua infusión de ortiga. 
Le gritaron «¡bruja!» «¡puta!»; la encarcelaron, desmantelaron su cuarto, destrozaron sus plantas, rompieron sus frasquitos de colores y sacaron de los armarios el tesoro que más valía: la colección de libros de sus héroes con los que se perdía cada tarde bajo la sombra de los cocoteros, a vislumbrar la truculencia de otros mundos. 
En una apoteósica conflagración ardieron sus maestros de la vida: Tolstoi, Cervantes, Kafka, Borges, Dostoievski, Sábato, Amado, Flaubert, Eco, Proust, Espinosa y García Márquez…Pombo, Silva. 
Seis meses han pasado y aún no conoce a su defensor público. Lejos de sus plantas y sahumerios, de su gato y de sus libros, no ha tenido tiempo de llorar. 
Entre susurros repite de memoria algunos párrafos perdidos y a veces incluso, los escribe en la pared. Al verla, una guardiana generosa le ha regalado un lápiz y un trozo de papel donde ha plasmado, comprimido en tres cuartillas, su historia personal y su más reciente motivo de agonía. 
Le ha inventado a su relato un destino más digno del que ella pudo haber tenido, lo llamó La Promiscua del Puerto y lo firmó, lo elevó a la altura de sus ojos y lo leyó a sus inspiradores  ilustres. 
Al terminar, una ráfaga de viento le arrebató el papiro. Bajo el cielo azul de enero lo vio volar a sotavento, elevarse sobre el patio desolado y traspasar la altísima alambrada de la barda hasta perderse en la salitrosa atmósfera del puerto. Elsa sonrió. Sintió por primera vez en su vida, tras los insondables muros de piedra, el sublime esplendor de la libertad.
*Martha Lucía Lugo Villadiego. Arquitecta y cuentista de Lorica, autora del Libro de cuentos Las Sinuosidades (2010). La Promiscua del Puerto, cuento tomado de Magazín del Caribe, agosto de 2014.
 
 
 
 
 

jueves, 9 de octubre de 2014

LAS VAINAS DEL CUARTO PODER







¿SERÁ QUE EN CARTAGENA HAY CONDE Y NO MARQUÉS?
Por Juan V Gutiérrez Magallanes  

Jocé  G Daniels, El Marqués de la Taruya
Las voces del río Grande de la Magdalena, fueron escuchadas por los siete perros y las catorce babillas que conviven en el patio del que siempre fue considerado como «El Marqués de la Taruya». El mensajero alado de la madrugada, que participaba de las tertulias, organizadas por «El Mohán» de la Ciénaga, había leído la noticia aparecida en El Universal de Cartagena de Indias, el martes 7 de octubre: «El Conde de la Taruya». Todos los allegados al que siempre habían considerado como «El Marqués», quedaron perplejos por la degradación en el escalafón de la nobleza. Ahora, el hombre caminante sobre las improntas que deja el río en su paso por los sembrados de Talaigua, ¡ ya no era «El Marqués» sino «El Conde»! 
De Cartagena de Indias, había desaparecido el único «Marqués» vivo que merodeaba por los diferentes senderos de la ciudad olvidada, esa que no hace parte del catálogo ofrecido a los turistas. Pero no importaba, buscaría la forma de hablar con los seguidores de las Valquirias, para que utilizaran sus buenas razones con Odín y así poder subsanar el lapsus, cometido con «El Marqués». 
También los dioses romanos, habían dado sus orientaciones, para recurrir a los Teutones y así se le reconocía el marquesado al hombre de nívea cabellera, con la salvedad que ahora le correspondía el título de «Margravio», equivalente al marquesado. 
Las plañideras del río Yuma, volvieron a las riberas para evocar los espíritus de los Chimilas y a través de lamentaciones y ruegos, lograr que los espíritus reciban en bien, la escala de nobleza establecida por el único gobernador y mariscal de campo, Juan, con «marca» verdadera en los Espíritus del Manglar, quien aspira llegar a «Duque», sin pasar por «Barón». 
Nada de «Margravio», ¡que siga siendo «El Marqués de la Taruya»!, aquí en Roma, he intervenido en el «Sinodo», para que a través de buenas razones y relaciones con España, se le incluya entre los 1.371 marqueses que hay en la nación. 
Con la noticia anterior, las aguas del río Yuma, han vuelto a su cauce y el llanto del bocachico grande no ha impedido las comunicaciones del Bajo Magdalena. 
Una Piragua, tranquila surca las aguas con mensajes de José Benito.

domingo, 5 de octubre de 2014

¿LA CHAMPETA EN RETROCESO?

Un engendro espantoso y auténtico bodrio...

Por Rafael E Yepes Blanquicett


Cuando se creía que la «champeta criolla» iba evolucionando bien, en proceso de convertirse en un moderno y auténtico ritmo musical del caribe colombiano, nacido en Cartagena, mas no folclórico, como intentan hacerlo creer erróneamente algunos de sus propulsores, hace su aparición en el escenario local un engendro espantoso, un auténtico bodrio que, aparte de tener un ritmo pegajoso, gracias al sustrato musical africano proveniente del zoukus zaireano, no tiene nada más. 
Es un ente vacío, sin contenido alguno, cuya letra es un estribillo maliciosamente morboso que se repite y se repite hasta el cansancio: «Pencúa, ganzúa, pencúa, ganzúa, por arriba, por abajo, por el medio», y pare de contar.  
Al parecer, sus productores solo pensaron en cómo «sacarle el jugo» a la morbosidad de la gente, en detrimento de la calidad artística de un ritmo que tiene alrededor de treinta años de haber sido «parido» por la «champeta africana», su «madre biológica», en los estratos más vulnerables de esta ciudad, a donde llegó procedente del África subsahariana en los discos de acetato de la época conocidos como «Long Plays», o de larga duración, que llegaban de contrabando por cantidades al muelle local, siendo llevados por los trabajadores del Puerto a sus barriadas populares y comercializados entre los propietarios de los «picós» que, para los años ochenta, ya empezaban a convertirse en esas gigantescas máquinas productoras de ruido que hoy conocemos.  
¿Qué pensarán los artistas, productores y promotores de la situación actual de la champeta? ¿Se estarán haciendo «los de la vista gorda», guardando un silencio cómplice para no comprometerse con nadie? 
Si quienes tienen la responsabilidad de sacar adelante a la champeta, asegurando su calidad artístico-musical en procura de obtener un producto muy bien elaborado, no hacen nada al respecto, el futuro de la champeta criolla, otrora promisorio, estará en veremos, pues sus límites se quedarán en la pobreza extrema que circunda los barrios marginales de nuestra querida y adolorida «Ciudad de los Zapatos Viejos».

sábado, 4 de octubre de 2014

RÉQUIEM POR JAIRO MERCADO ROMERO

Los libros: Un tesoro en reposo
SOBRE EL RIESGO Y LAS VICISITUDES
DE ESCRIBIR SOBRE UN HERMANO
(PARTE III)
Por José Ramón Mercado
Ladrones  de libros 
Jairo Mercado Romero (1914-2003)
El acercamiento a los libros de nuestra parte, lo recuerdo de una manera muy grata. En Ovejas, en la casa en donde mamá se había criado, que era la casa de la niña María Francisca Manjarrés  de García, había una biblioteca enorme guardada en arcones de madera, dado que sus hijos se habían educado en Estados Unidos, en Europa, Bogotá, Barranquilla, Mompox, Sincelejo. 
Entonces un día cualquiera, nosotros empezamos a abrir esos baúles que estaban en la contra recámara y comenzamos a darnos cuenta de estos libros que eran como un tesoro en reposo. 
La alegría nos mudó el semblante. Desde ese momento creo que fuimos unos de los primeros ladrones de libros de la región. Nosotros empezamos así a llevarnos algunas obras a casa como algo que también era nuestro. 
Recuerdo el Fausto de Goethe, de una edición Príncipe que regalé a mi profesor de literatura de cuarto año de bachillerato, el Napoleón de Talleyrand, edición traducida de 1889, el Bolívar de Manzini, Platón, Homero, Eurípides, Jenofonte, María, La Vorágine. 
Otros autores: Víctor Hugo, Dostoievski, Balzac, Lamartine, Balmes, Erasmo, Bertrand, Poe, algunos libros de escritores latinoamericanos también cayeron en nuestras manos, como los de Rubén Darío, Huidobro, Borges, Neruda, Mistral, Luis Carlos López, Artel, así como los tomos de los españoles Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Bécquer, Antonio Machado, García Lorca, Alberti. 
En fin, fueron muchos autores, fueron muchos libros que en realidad nos despertaron de una enorme ignorancia, sin nombrar los filósofos que carcomieron las horas, el tiempo y nuestras almas. 
Nosotros no tuvimos tiempo de leer a Julio Flórez ni a los románticos de última hora, porque en el Internado los profesores les hicieron un mal ambiente, puesto que sus poesías, decían ellos, eran intrascendentes, de una marcada decadencia, de una extemporaneidad injustificable y de una descarada impropiedad, poesía de lunas empedernidas, de cementerios lúgubres, enfermas de amor y de tisis incurables, de remedos de Verlaine y Baudelaire criollos. 
Otros maestros de entonces 
Así como la niña Pacha, en nuestras vidas hubo otros maestros importantes. Esto ocurrió para ser fiel a la memoria, cuando él estuvo en la Normal de Varones y yo en el Liceo Carmelo Percy Vergara de Corozal. 
Aún los recordamos: don Cristino García y don Óscar Espinosa, rectores de uno y de otro plantel. José Elías Cury, José Lara Pérez, Carlos Prada Bourdet, José Martínez Boom, Alcides Montero, Julio Espinosa, Marcos Pérez, Gabriel Bustamante, Antonio Corrales, Alfonso Cabarcas, Luis Bermúdez, Lorenzo Howard y tantos otros. 
Todo ese racimo de seres humanos maravillosos fueron constituyendo vías de ejemplo, prestigio de amor, y sólo cuando ya egresamos como maestro y bachiller, fue cuando nosotros empezamos a atar cabos. Fue entonces cuando dijimos: me gustaría ser maestro de escuela como el profesor Cury, o como Bustamante, como Cabarcas o el profesor Pérez, que siempre le daban mucho largo a los procesos formativos de los alumnos. 
Ovejas en nuestra memoria 
En Ovejas empezó a crecer también lo que nosotros en ese momento podríamos decir fue nuestro milagro. Porque Ovejas no es un pueblo como Corozal o como Sincelejo o como Sampués o Sahagún. Ovejas es un pueblo mediterráneo, pero una aldea en donde nosotros teníamos un afecto cerrado de los parientes de mamá y estábamos muy cerca del villorio en donde mamá había nacido: La Peña. 
De un momento a otro nosotros íbamos a este lugar con mucha frecuencia a jugar con los primos y parientes más cercanos. 
Lo cual, constituyó otro mito, en donde sucedieron otros mil episodios, apenas posible de rescatar en la trama de alguna novela que nos propusimos escribir con Jairo, después de un Proyecto esbozado en una carta de veintiocho páginas que le envié a Shangai, fechada en Cartagena mayo 20 de 1990, en donde establecemos la opción de escribir un cuarteto en vez de una sola novela enciclopedista como él la deseaba y la planteaba, en donde recogeríamos, además, toda la saga, la epopeya de la familia innumerable, pasando por algunos episodios de la guerra civil, los 81 hijos del abuelo, la incursión de los tíos, tías, primos, hermanos, sus incestos, el 9 de abril, la abuela de 117 años, el primo que aprendió aviación por correspondencia, el derrumbamiento de la clase social privilegiada de Corozal, la niña de bien que se va con el chofer de la casa, la viuda cogida infraganti en su casa con el joven médico, la aglomeración de pueblo frente a la puerta de la casa, y la intervención del padre Caviedes, frente aquella infidelidad que conmovió las bases morales de aquella sociedad. 
Y por supuesto, todo aquello que subyace, en los últimos 50 años hasta culminar la epopeya de estas cuatro novelas en las luchas estudiantiles, en los predios de la universidad, y en las propias calles de Bogotá de los años sesentas, hasta estos días. 
Algo que realmente no resulta ni fácil ni abortado. Sobre todo cuando se tiene la obligación de cumplir un horario como profesor de ocho horas diarias, y sin que antes lo sorprenda la muerte, como en el caso de Jairo, a quien hoy conmemoramos en su primer aniversario de muerto. 
De otra suerte hay que saber que Ovejas ha vivido del tabaco negro. Que se compraba y se exportaba casi que directamente para los Estados Unidos, Panamá, Holanda, Alemania, España, a través de personas que mantenían un conocimiento incipiente de la cultura, pero que en cambio mantenían un prestigio fundado tanto en la palabra, como en la prosperidad y la honradez, lo cual era un privilegio que se esgrimía por encima de los títulos profesionales que hoy confieren las universidades. 
Ovejas en la época en que nosotros llegamos, que fue un poco antes del 9 de abril de 1948, tenía una economía consolidada. En donde había un promedio de 6000 personas, mujeres y hombres trabajando en las fábricas y fabriquines de tabaco. 
En ese entonces una mujer ganaba noventa pesos a la semana y el marido cien o ciento cuarenta pesos. Los jóvenes estaban en el orden de los 16 o 22 pesos semanales, en las labores de anillado, recorte y empaque de cigarros. La forma de subsistir no era la ganadería como en otros pueblos, sino el tabaco negro en rama doblado que se vendía en el interior y  en el exterior del país. 

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