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sábado, 25 de octubre de 2014

LA EXPEDICIÓN DE LAS MUELAS ALZADAS

MARÍA DE JESÚS,  LA OFICIANTE DE ARROZ DE CANGREJO  EN CARTAGENA…
       Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Preferían a las hembras por la acumulación de los huevecillos en sus ovarios, en el común de la vecindad los llamaban «huevas», quedaban con una pigmentación roja, dándole al arroz un toque «puntillista» con prominencias en las extremidades de los crustáceos. A las hembras las diferenciaban del macho por el ensanchamiento en la parte ventral del cuerpo. 
 Y eran tomadas para el sacrificio en honor al dios Penates, a esos Dioses de las Comidas, y por consiguiente participaban en la preparación del arroz de color terroso y sabores de mar, los machos, tal vez por el esplendor de sus pectorales y la abundante carne en sus pinzas, estaban allí desgarrando la grasa de las paredes de la lata que los contenía, las hembras, menos voluminosas, en razón de su dimorfismo, quedaban debajo esperando la ocasión para librarse del peso de los machos, ellas eran las más preferidas por la sazón impregnada al arroz, cuando ya estaba cocido, quedaba en su superficie una obra en «puntillismo» por los puntos rojizos de las gónadas brotadas de los ovarios, hacían contraste con los granos pulposos del arroz, absorbido por los humores de las hembras. 
 Pero además de los aportes de los crustáceos en aquella ofrenda ritual, congregando a la familia e invitados, estaba presente e inmerso en la sustanciación del arroz, el aura de la oficiante o cocinera que había ritualizado aquel acto bromatológico. 
 Se llamaba María de Jesús, quien parecía mantener comunión con cada uno de los alimentos participantes en la ritualización del sacrificio a los dioses penates, ella saborizaba, ponía el «punto» gustativo a las comidas, guardaba con cuidado la oración dedicada al carbón empleado en el brasero. 
 Acompañaba el arroz de cangrejo con tortas de cazabe  y cuando se comía en exceso, recomendaba tomar  agua de panela con limón. 
 Con el advenimiento del avance vertiginoso y deshumanizante de la ciencia, se abusó de las sustancias químicas, tales como los  germinicidas y animalicidas. En la entramada dirigida por el hombre, cayeron los cangrejos, casi  extinguidos de nuestras playas y terrenos cercanos. 
 Esporádicamente se oye el pregonero anunciando su venta de «arroz de cangrejo» por las calles del Centro de Cartagena, pero  aquello no pasa de ser ya algo fugaz como el grito de los   voceadores  de periódicos, siendo un poco optimistas, porque estos ya no vocean, están estáticos en sus puesto de ventas, enmudecidos por los altoparlantes anunciadores de abalorios traídos de China. 
 Ahora, cuando llega el mes de junio, añoramos la llamada «Marcha de los Cangrejos», salían en romería para brindar la simiente de sus esencias y abonar los dones de la naturaleza. Era una expedición de muelas alzadas, para  invitar al equilibrio del ecosistema.   
Ya sólo nos queda el sabor de los adioses y la búsqueda para endulzar el paladar por la amargura de no poder succionar los jugos de un cangrejo. Miramos El Portal de los Dulces y a lo lejos escuchamos gritar al pregonero: «!Arroz de Cangrejo¡», «!Arroz de Cangrejo¡», sin el colorete engañador del «café tinto» o la Coca Cola.    

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