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martes, 8 de diciembre de 2020

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal


Por Gilberto García Mercado

 

Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árboles frondosos a ambos lados de la vía. En lo alto los pájaros cantaban en concierto. Y se podía escuchar la letanía de las aves recibiendo a la primavera. Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Si uno pasaba de día, sentía la bulla de los pájaros. Era como si en aquellos momentos—cuando con la libreta en la mano derecha, pasábamos por allí—estuviéramos profanando el lugar. Pero lo que sí daba miedo, era la sensación de que alguien seguía nuestros pasos. Mirábamos hacia atrás y, no veíamos nada. Sólo el viento parecía habitar la tierra de los pájaros.

Yo evocaría—muchos años después—a Bello Horizonte atropellado por el progreso. Sentiría la nostalgia de quienes se alejan de su tierra, para nunca más regresar. Volvería, con la fuerza de los recuerdos, a asistir al colegio de mi infancia. Y, entusiasmado, con la música del Binomio de Oro y una cerveza, a recordar viejos tiempos. Ahí estaba yo en el cine del recuerdo.

Cuando estudiaba por las tardes, ya de regreso, desechaba el camino de los pájaros. Si recorría el lugar a la una, cuando iba para el colegio, era porque iba atrasado. Entonces el sendero era un atajo que me permitía estar en la escuela, en el menor tiempo posible. Nunca marchaba por el camino al anochecer...

Eran dos kilómetros, los que había que recorrer. En verano sólo se temía a las vacas hurañas, que, aprovechando la frondosidad de los árboles, merodeaban por el lugar. También las avispas, cuando los caballos derrumbaban por casualidad los panales, eran las enemigas de quienes se adentraban por aquel atajo que hoy ocupa un lugar especial en mis recuerdos.

A veces las parejas de enamorados, se internaban por entre aquellos cinco kilómetros de vegetación. Y desafiaban al viento fantasma que se entretenía moviendo las hojas de caña de azúcar, como si se tratase de una especie de Goliat invisible. 

En vísperas del ingreso al bachillerato—en el único colegio de secundaría que existía en Bello Horizonte—un grupo de alumnos, de los más osados, decidimos explorar el lugar.

Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta.

La casona era antigua. Sus puertas permanecían cerradas con pesados y herméticos candados. El sucio y la telaraña afeaban el entorno. Y el abandono y la negligencia estaban retratados por todas partes. Al principio, sentíamos la mirada sobre la espalda. Queríamos violentar la puerta y, descubrir al dueño de aquella mirada. Pero el viento con su ulular entre las cañas de azúcar, nos detenía. Para finales de año—en los exámenes— decidimos conocer al dueño de aquella misteriosa mirada. 

Violentamos la puerta, abrimos la ventana para que entrara la luz. Y vimos el esqueleto en el suelo con visibles muestras de sufrimiento y agonía, (comprobaríamos más tarde que fue inválido y sordomudo y, que había tratado infructuosamente de abrir la pesada y hermética puerta sin conseguirlo). 

¿Qué había pasado allí? ¿Qué pasiones y borrascas se suscitaron en aquella casa?

Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta…  
Imagen de wagrati_photo en Pixabay 



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