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miércoles, 25 de mayo de 2016

Contra El “Corronchismo”

Filipichín, Aguajero y Pantallero: ¡“Corroncho”!
Por Álvaro Morales Águilar* 

Gabriel García Márquez
¿Escuchamos alguna vez en público o en privado a Manuel Zapata Olivella, a Gabriel García Márquez, a Héctor Rojas Herazo, a David Sánchez Juliao y a otros cultivados epígonos de la gran literatura colombocaribeña, reputarse o reclamarse “corronchos”?
Una mirada al Tomo I del Nuevo Diccionario de Americanismos, del Instituto Caro y Cuervo (1973), nos depara esta pertinente acepción del sustantivo de donde se deriva el ismo que origina el fenómeno que es el tema de esta reflexión: “corroncho…:Para las personas del interior de Colombia, habitante de la costa norte del país. Costa atl colg desp  Individuo ignorante, huraño y de modales toscos…”  Estamos ante un sonorísimo vocablo en el cual, fonéticamente hablando, la concurrencia del dígrafo rr remacha el sentido de lo áspero, de lo rústico, de la ordinariez, la vulgaridad y la chabacanería, que le ha proporcionado no solo a nuestra área andina un vocablo despectivo que es para ella una especie de rasgo identificatorio, junto con el de zoofilico, del hombre del Caribe colombiano. 
      
   Manuel Zapata Olivella         
Empecemos entonces, al respecto de lo que nos ocupa, develando una gran ironía: el término “corroncho” no ha sido producto de la opaca inventiva del habla andina, sino de la creatividad del mismo hombre del Caribe, porque a mi manera de ver este vocablo procede de la mal llamada “costa atlántica” (debe ser costa Caribe), en especial del área metropolitana de la hermosa Barranquilla, la ciudad de los brazos abiertos,  cuyo habitante citadino, pulido en el hablar, en la manera de vestir y de comportarse, se inventó esta fea palabra para discriminar e identificar los periecos de las áreas rurales, esto es, a quienes vivían en los alrededores de la urbe que, según ellos, no presentaban el nivel de refinamiento del barranquillero tradicional: filipichín, aguajero y pantallero,  portador de una peinilla, un espejito, (o que en su defecto se detenía frente a cualquier vitrina para inspeccionarse el peinado) y un trapito en los bolsillos para limpiarse los zapatos en las esquinas, buen bailarín y preocupado por la “buena pinta” y el buen hablado con la exclamación ¡oye! a toda hora y por delante de un diálogo cualquiera. 
Y a esta ironía hay que anudar otra más: fue precisamente un barranquillero, Edgar Palacio, que actuó en algunos programas de humor en la televisión colombiana, quien importó de Barranquilla ese término que su personaje empezó a utilizar (en el sentido de ignorante) en forma reiterativa en el recordado programa  “Dejémonos de Vainas” y en algunos de Sábados Felices, refiriendo chistes, en donde Álvaro Lemmon ha proseguido empleándolo con el mismo sentido, así como extensivamente lo usan otros personajes de la farándula y del común de las gentes, tanto en la Costa como en los Andes y en otros lugares del país, para referirse a los costeños y para denominarse estos entre sí en son de chanza o todavía en forma discrimnatoria, excluyente. 
         
David Sanchez Juliao, "El Flecha"     
Lo curioso del fenómeno es que muchos “costeños” se han apropiado de este vocablo despectivo como si fuera su ADN étnico y cultural, seguramente imitando los paisas, que han imaginado una inexistente “raza”  especial (una supuesta y mítica “raza paisa o antioqueña”) para distinguirse de los demás colombianos (“boyacos”, no boyacenses; “opitas”, no huilenses y los “corronchos”, o los costeños), como si fueran portadores de genes bíblicos de pueblo elegido y privilegiado. Y ha sido tal la interiorización, la autoflagelación y el auto convencimiento de que esta es nuestra marca distintiva que en algunas Ferias Internacionales del Libro muchos escritores, poetas y amigos radicados en Bogotá, hemos escuchado con cierta estupefacción e incomodidad grupos o “embajadores” de la cultura literaria de la región que la visitan, presentándose como “nosotros los corronchos hemos venido al lanzamiento de nuestra obra…” 
        
       Edgar Palacio, "Dejémonos de Vainas"
Total: Los “costeños” urbanos, invencioneros del término “corroncho” para denostar a los “costeños” rurales, ajenos a la cultura citadina (campesinos, montañeros, veredanos, pescadores, corraleros, peones, gente de los sectores populares en fin) hoy son macartizados, sin distinción alguna, como “corronchos” no solo en el altiplano cundiboyacense sino en toda Colombia, en el sentido de “ordinarios”, “vulgares”, “incultos”, “rústicos”, “malhablados”, “de malos modales”, “atarbanes”, “barbachanes”, y a veces con justa razón porque muchos de ellos, como me decía el escritor Manuel Zapata Olivella, “exageran la nota” al estar fuera de su placenta natural. 
Y pensar que en el exacto sentido de una de las acepciones del término como “ordinario” e “ignorante”, se puede hablar de un “cachaco corroncho”, de un “gringo corroncho”, o de un “cualquiera corroncho”, por ejemplo, si el comportamiento o la actitud de quien sea contraviene las pautas culturales de nuestra región, sin ningún distingo,  como en el caso de algunos visitantes del interior del país que al llegar de vacaciones a nuestra región da risa verlos usar en la playa pantalón de baño con zapatos tennis o de cuero, además de medias y hasta bata de baño. 
        
Alvaro Lemmon, Comediante               
Pese a todo y en razón de lo dicho, se me ocurre que es conveniente que algunos grupos letrados del Caribe colombiano consideren en serio la necesidad de remodelar el imaginario tradicional acerca de “ser costeño”, ya que este se ha alimentado tradicionalmente de una visión amasada con el falso convencimiento del hombre del Caribe, que la falta de buenos modales son defectos o fallas sospechosas de la varonía y la virilidad, que es señal de debilidad practicar un comportamiento caballeroso y respetuoso frente a los otros y más en relación con los mejores exponentes de nuestro haber cultural y con la mujer, eje del mundo, fuente de la vida, y ser imprescindible para echar a andar la carreta de la vida, pues porque así sea verdad que frente a las otras regiones colombianas somos diferentes, distintos a fondo, y hemos sido juzgados en forma equívoca y prejuiciosa por una gran mayoría de colombianos, muchas veces por culpa nuestra, por “exagerar la nota”, tampoco es mentira que en el crisol de nuestra cultura colombocaribeña es donde, a mucho honor y regocijo, se ha gastado la nombradía espiritual y estética de este país en el ámbito del mundo.
          *Tomado de Magazín Del Caribe. Año 10. No. 49 
            

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