Filipichín, Aguajero y Pantallero:
¡“Corroncho”!
Por Álvaro Morales Águilar*
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Gabriel García Márquez |
¿Escuchamos alguna vez en público o en privado a Manuel Zapata Olivella, a Gabriel García Márquez, a Héctor Rojas Herazo, a David Sánchez Juliao y a otros cultivados epígonos de la gran literatura colombocaribeña, reputarse o reclamarse “corronchos”?
Una mirada al Tomo I del Nuevo Diccionario de Americanismos, del
Instituto Caro y Cuervo (1973), nos depara esta pertinente acepción del
sustantivo de donde se deriva el ismo que origina el fenómeno que es el tema de
esta reflexión: “corroncho…:Para las personas del interior de Colombia,
habitante de la costa norte del país. Costa
atl colg desp Individuo ignorante,
huraño y de modales toscos…” Estamos
ante un sonorísimo vocablo en el cual, fonéticamente hablando, la concurrencia
del dígrafo rr remacha el sentido de lo áspero, de lo rústico, de la
ordinariez, la vulgaridad y la chabacanería, que le ha proporcionado no solo a
nuestra área andina un vocablo despectivo que es para ella una especie de rasgo
identificatorio, junto con el de zoofilico, del hombre del Caribe colombiano.
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Manuel Zapata Olivella |
Empecemos entonces, al respecto de lo que nos ocupa, develando una
gran ironía: el término “corroncho” no ha sido producto de la opaca inventiva
del habla andina, sino de la creatividad del mismo hombre del Caribe, porque a
mi manera de ver este vocablo procede de la mal llamada “costa atlántica” (debe
ser costa Caribe), en especial del área metropolitana de la hermosa
Barranquilla, la ciudad de los brazos abiertos,
cuyo habitante citadino, pulido en el hablar, en la manera de vestir y
de comportarse, se inventó esta fea palabra para discriminar e identificar los
periecos de las áreas rurales, esto es, a quienes vivían en los alrededores de
la urbe que, según ellos, no presentaban el nivel de refinamiento del barranquillero
tradicional: filipichín, aguajero y pantallero, portador de una peinilla, un espejito, (o que
en su defecto se detenía frente a cualquier vitrina para inspeccionarse el
peinado) y un trapito en los bolsillos para limpiarse los zapatos en las
esquinas, buen bailarín y preocupado por la “buena pinta” y el buen hablado con
la exclamación ¡oye! a toda hora y por delante de un diálogo cualquiera.
Y a esta ironía hay que anudar otra más: fue precisamente un
barranquillero, Edgar Palacio, que actuó en algunos programas de humor en la
televisión colombiana, quien importó de Barranquilla ese término que su
personaje empezó a utilizar (en el sentido de ignorante) en forma reiterativa en
el recordado programa “Dejémonos de
Vainas” y en algunos de Sábados Felices, refiriendo chistes, en donde Álvaro
Lemmon ha proseguido empleándolo con el mismo sentido, así como extensivamente
lo usan otros personajes de la farándula y del común de las gentes, tanto en la
Costa como en los Andes y en otros lugares del país, para referirse a los
costeños y para denominarse estos entre sí en son de chanza o todavía en forma
discrimnatoria, excluyente.
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David Sanchez Juliao, "El Flecha" |
Lo curioso del fenómeno es que muchos “costeños” se han apropiado
de este vocablo despectivo como si fuera su ADN étnico y cultural, seguramente
imitando los paisas, que han imaginado una inexistente “raza” especial (una supuesta y mítica “raza paisa o
antioqueña”) para distinguirse de los demás colombianos (“boyacos”, no
boyacenses; “opitas”, no huilenses y los “corronchos”, o los costeños), como si
fueran portadores de genes bíblicos de pueblo elegido y privilegiado. Y ha sido
tal la interiorización, la autoflagelación y el auto convencimiento de que esta
es nuestra marca distintiva que en algunas Ferias Internacionales del Libro
muchos escritores, poetas y amigos radicados en Bogotá, hemos escuchado con
cierta estupefacción e incomodidad grupos o “embajadores” de la cultura
literaria de la región que la visitan, presentándose como “nosotros los
corronchos hemos venido al lanzamiento de nuestra obra…”
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Edgar Palacio, "Dejémonos de Vainas" |
Total: Los “costeños” urbanos, invencioneros del término
“corroncho” para denostar a los “costeños” rurales, ajenos a la cultura
citadina (campesinos, montañeros, veredanos, pescadores, corraleros, peones,
gente de los sectores populares en fin) hoy son macartizados, sin distinción
alguna, como “corronchos” no solo en el altiplano cundiboyacense sino en toda
Colombia, en el sentido de “ordinarios”, “vulgares”, “incultos”, “rústicos”,
“malhablados”, “de malos modales”, “atarbanes”, “barbachanes”, y a veces con
justa razón porque muchos de ellos, como me decía el escritor Manuel Zapata
Olivella, “exageran la nota” al estar fuera de su placenta natural.
Y pensar que en el exacto sentido de una de las acepciones del
término como “ordinario” e “ignorante”, se puede hablar de un “cachaco
corroncho”, de un “gringo corroncho”, o de un “cualquiera corroncho”, por
ejemplo, si el comportamiento o la actitud de quien sea contraviene las pautas
culturales de nuestra región, sin ningún distingo, como en el caso de algunos visitantes del
interior del país que al llegar de vacaciones a nuestra región da risa verlos
usar en la playa pantalón de baño con zapatos tennis o de cuero, además de
medias y hasta bata de baño.
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Alvaro Lemmon, Comediante |
Pese a todo y en razón de lo dicho, se me ocurre que es
conveniente que algunos grupos letrados del Caribe colombiano consideren en
serio la necesidad de remodelar el imaginario tradicional acerca de “ser
costeño”, ya que este se ha alimentado tradicionalmente de una visión amasada
con el falso convencimiento del hombre del Caribe, que la falta de buenos
modales son defectos o fallas sospechosas de la varonía y la virilidad, que es
señal de debilidad practicar un comportamiento caballeroso y respetuoso frente
a los otros y más en relación con los mejores exponentes de nuestro haber
cultural y con la mujer, eje del mundo, fuente de la vida, y ser imprescindible
para echar a andar la carreta de la vida, pues porque así sea verdad que frente
a las otras regiones colombianas somos diferentes, distintos a fondo, y hemos
sido juzgados en forma equívoca y prejuiciosa por una gran mayoría de
colombianos, muchas veces por culpa nuestra, por “exagerar la nota”, tampoco es
mentira que en el crisol de nuestra cultura colombocaribeña es donde, a mucho
honor y regocijo, se ha gastado la nombradía espiritual y estética de este país
en el ámbito del mundo.
*Tomado de Magazín Del Caribe. Año 10. No. 49
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