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lunes, 16 de mayo de 2022

#HistoriasdelCamino

«ESPÉRAME EN EL CAMINO DE SANTIAGO»


Por Gilberto García Mercado



Por la mañana los senderos que llevaban a la vieja escuela se volvían intransitables. El barro y el sedimento se adhería a los zapatos y muchas veces los muchachos tenían que despojarse de las botas. Un cielo denso y oscuro de septiembre parecía precipitarse sobre Los Geranios. No obstante, los cinco amigos seguían el sendero bajo los paraguas, salpicados de cuando en vez por algunas gotitas de lluvia que lograban sortear las fronteras resguardadas por las sombrillas. Natalia, bella y felina, con un cuerpo que reflejaba sus curvas un poco firmes y pronunciadas hacia una carrera en el modelaje, marchaba altiva y, sin mover siquiera un solo músculo de la cara, al frente. Tenía trece años y su cuerpo desplegaba los encantos de quien ya no era una niña. Alonso, el más pequeño del grupo, siempre iba a la retaguardia y, en los cinco años en que le tocó obedecer a Natalia durante aquellas travesías, fue haciendo un registro minucioso y detallado en la memoria de las mejores imágenes y escenas que había contemplado de la chica. Hasta el punto que hoy, ya vuelto hombre y, desde que perdiera el rumbo de la adolescente, se halla esperándola en algún Camino de Santiago.

—Si en verdad me quieres, espérame en el Camino de Santiago—había profetizado Natalia.

Y ahora falta un cuarto de hora para las doce de la noche. Si ella cumple la promesa de hace diez años, él tendrá dieciocho años y Natalia veintitrés. Durante el día, en esta parte de Francia, las calles no han dejado de trepidar con las plegarias y la algarabía de los peregrinos. Ellos enfrentan su fe, acaso ensimismados en oraciones y confidencias con el santo discípulo. Otros llevan sus creencias a la flagelación extrema, soportando fuetes y latigazos para ganarse el perdón del apóstol Santiago. Faltan cinco minutos para las doce y aún por esa Calle de Santiago no asoma la figura grácil y esbelta de Natalia.

—¿Así que estás enamorado de mí? —le dijo ella entre coqueta y sorprendida.

El camino no era un lodazal porque estábamos en agosto y las calles se derretían por el calor.

—Sí, desde siempre—manifestó Alonso, trémulo, y arrastrando las palabras—Vives en mi memoria y no sé cómo sacarte de ella.

—No lo hagas—se echó a reír un poco divertida Natalia—Espérame en el Camino de Santiago a la medianoche. Así sabré si en verdad me quieres.

En ese momento, Alonso no creyó en las palabras de Natalia. Quizás debía de ser una broma, no solo por la ocasión y las circunstancias de ser unos colegiales, sino porque aún en nuestras mentes ni siquiera conocíamos el bendito Camino de Santiago.

—Allí te esperaré—manifestó un poco eufórico Alonso—Aunque llueva, truene o relampaguee.

Desde entonces se la pasó contando las horas y los días, aferrándose a una esperanza incierta, pues Los Geranios era una población perdida en alguna parte del planeta, que, debido a su pobreza, sus habitantes a duras penas y alcanzaban a graduarse de bachiller. Hasta allí llegaba la búsqueda de un conocimiento que solo los preparaba para trabajar la tierra, cuyo destino era seguir la línea genealógica de sus ancestros. No se les estaba permitido conocer los Caminos de Santiago.

Natalia, luego de la declaración de amor de Alonso, estuvo mirándolo de arriba abajo, como si la silueta del chico no fuera real, sino una simple ilusión propiciada por el calor de agosto. Como pudo y, apartándose de la ilusión de Alonso, se aferró al muchacho y besándolo largamente en los labios, reiteró: «Búscame dentro de diez años en el camino a Santiago».

Los días entonces transcurrieron sin la silueta de la mujer, marchando por los viejos senderos que conducían a la vieja escuela. El grupo no fue el mismo, aunque un nuevo miembro se vinculara a él. La ausencia de Natalia se evidenciaba a cada momento, nadie hablaba y las sombrillas no amparaban a nadie en un octubre lluvioso. A Alonso lo vimos enflaquecer, se rodeó de un mutismo que asustaba, pues con la abrupta desaparición de Natalia de nuestras vidas, solo atinaba a murmurar, como loco: «La esperaré en el camino de Santiago. Juro que lo haré».

Si hay algo que satisfizo a Alonso, es que él haya roto la maldición que pesaba sobre Los Geranios. Se graduó con todos los honores y, fue el único, junto con Natalia, que no se quedó en el pueblo a continuar los oficios de sus ancestros. Al muchacho se le avizoró en la distancia una nueva perspectiva con una beca que ganó en Francia para estudiar licenciatura en Literatura Universal. No han sido en vano algunos sucesos que han estado presente en su vida desde la partida de Natalia de la población. De alguna u otra forma comienza a creer en el destino, no rechaza de plano, la frase de Natalia que le repercute en la memoria: «Búscame dentro de diez años en el camino a Santiago».

Ya son casi las doce de la noche y no hay ninguna pista sobre el paradero de la mujer. Ha vivido todos estos años anclado a su recuerdo. La peregrinación de los fieles ya no tiene el fervor ni la intensidad con que se iniciara la romería rumbo hacia el camino de Santiago. El frío, el hambre, y la noche se han confabulado para que la cita con el Apóstol Santiago poco a poco se vaya diluyendo y, por el contrario, se quede enredada en las fachadas de las casas una atmósfera triste y ambigua. Como si nadie viviera en el territorio francés. Y el único que esperara a una mujer fuera Alonso, el de Los Geranios, que pase lo que pase esperará a Natalia, hasta si es posible, en la otra vida. El reloj de una catedral cercana deja oír, el tang, tang, de los doce campanazos de la media noche.

 


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