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sábado, 4 de octubre de 2014

RÉQUIEM POR JAIRO MERCADO ROMERO

Los libros: Un tesoro en reposo
SOBRE EL RIESGO Y LAS VICISITUDES
DE ESCRIBIR SOBRE UN HERMANO
(PARTE III)
Por José Ramón Mercado
Ladrones  de libros 
Jairo Mercado Romero (1914-2003)
El acercamiento a los libros de nuestra parte, lo recuerdo de una manera muy grata. En Ovejas, en la casa en donde mamá se había criado, que era la casa de la niña María Francisca Manjarrés  de García, había una biblioteca enorme guardada en arcones de madera, dado que sus hijos se habían educado en Estados Unidos, en Europa, Bogotá, Barranquilla, Mompox, Sincelejo. 
Entonces un día cualquiera, nosotros empezamos a abrir esos baúles que estaban en la contra recámara y comenzamos a darnos cuenta de estos libros que eran como un tesoro en reposo. 
La alegría nos mudó el semblante. Desde ese momento creo que fuimos unos de los primeros ladrones de libros de la región. Nosotros empezamos así a llevarnos algunas obras a casa como algo que también era nuestro. 
Recuerdo el Fausto de Goethe, de una edición Príncipe que regalé a mi profesor de literatura de cuarto año de bachillerato, el Napoleón de Talleyrand, edición traducida de 1889, el Bolívar de Manzini, Platón, Homero, Eurípides, Jenofonte, María, La Vorágine. 
Otros autores: Víctor Hugo, Dostoievski, Balzac, Lamartine, Balmes, Erasmo, Bertrand, Poe, algunos libros de escritores latinoamericanos también cayeron en nuestras manos, como los de Rubén Darío, Huidobro, Borges, Neruda, Mistral, Luis Carlos López, Artel, así como los tomos de los españoles Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez, Bécquer, Antonio Machado, García Lorca, Alberti. 
En fin, fueron muchos autores, fueron muchos libros que en realidad nos despertaron de una enorme ignorancia, sin nombrar los filósofos que carcomieron las horas, el tiempo y nuestras almas. 
Nosotros no tuvimos tiempo de leer a Julio Flórez ni a los románticos de última hora, porque en el Internado los profesores les hicieron un mal ambiente, puesto que sus poesías, decían ellos, eran intrascendentes, de una marcada decadencia, de una extemporaneidad injustificable y de una descarada impropiedad, poesía de lunas empedernidas, de cementerios lúgubres, enfermas de amor y de tisis incurables, de remedos de Verlaine y Baudelaire criollos. 
Otros maestros de entonces 
Así como la niña Pacha, en nuestras vidas hubo otros maestros importantes. Esto ocurrió para ser fiel a la memoria, cuando él estuvo en la Normal de Varones y yo en el Liceo Carmelo Percy Vergara de Corozal. 
Aún los recordamos: don Cristino García y don Óscar Espinosa, rectores de uno y de otro plantel. José Elías Cury, José Lara Pérez, Carlos Prada Bourdet, José Martínez Boom, Alcides Montero, Julio Espinosa, Marcos Pérez, Gabriel Bustamante, Antonio Corrales, Alfonso Cabarcas, Luis Bermúdez, Lorenzo Howard y tantos otros. 
Todo ese racimo de seres humanos maravillosos fueron constituyendo vías de ejemplo, prestigio de amor, y sólo cuando ya egresamos como maestro y bachiller, fue cuando nosotros empezamos a atar cabos. Fue entonces cuando dijimos: me gustaría ser maestro de escuela como el profesor Cury, o como Bustamante, como Cabarcas o el profesor Pérez, que siempre le daban mucho largo a los procesos formativos de los alumnos. 
Ovejas en nuestra memoria 
En Ovejas empezó a crecer también lo que nosotros en ese momento podríamos decir fue nuestro milagro. Porque Ovejas no es un pueblo como Corozal o como Sincelejo o como Sampués o Sahagún. Ovejas es un pueblo mediterráneo, pero una aldea en donde nosotros teníamos un afecto cerrado de los parientes de mamá y estábamos muy cerca del villorio en donde mamá había nacido: La Peña. 
De un momento a otro nosotros íbamos a este lugar con mucha frecuencia a jugar con los primos y parientes más cercanos. 
Lo cual, constituyó otro mito, en donde sucedieron otros mil episodios, apenas posible de rescatar en la trama de alguna novela que nos propusimos escribir con Jairo, después de un Proyecto esbozado en una carta de veintiocho páginas que le envié a Shangai, fechada en Cartagena mayo 20 de 1990, en donde establecemos la opción de escribir un cuarteto en vez de una sola novela enciclopedista como él la deseaba y la planteaba, en donde recogeríamos, además, toda la saga, la epopeya de la familia innumerable, pasando por algunos episodios de la guerra civil, los 81 hijos del abuelo, la incursión de los tíos, tías, primos, hermanos, sus incestos, el 9 de abril, la abuela de 117 años, el primo que aprendió aviación por correspondencia, el derrumbamiento de la clase social privilegiada de Corozal, la niña de bien que se va con el chofer de la casa, la viuda cogida infraganti en su casa con el joven médico, la aglomeración de pueblo frente a la puerta de la casa, y la intervención del padre Caviedes, frente aquella infidelidad que conmovió las bases morales de aquella sociedad. 
Y por supuesto, todo aquello que subyace, en los últimos 50 años hasta culminar la epopeya de estas cuatro novelas en las luchas estudiantiles, en los predios de la universidad, y en las propias calles de Bogotá de los años sesentas, hasta estos días. 
Algo que realmente no resulta ni fácil ni abortado. Sobre todo cuando se tiene la obligación de cumplir un horario como profesor de ocho horas diarias, y sin que antes lo sorprenda la muerte, como en el caso de Jairo, a quien hoy conmemoramos en su primer aniversario de muerto. 
De otra suerte hay que saber que Ovejas ha vivido del tabaco negro. Que se compraba y se exportaba casi que directamente para los Estados Unidos, Panamá, Holanda, Alemania, España, a través de personas que mantenían un conocimiento incipiente de la cultura, pero que en cambio mantenían un prestigio fundado tanto en la palabra, como en la prosperidad y la honradez, lo cual era un privilegio que se esgrimía por encima de los títulos profesionales que hoy confieren las universidades. 
Ovejas en la época en que nosotros llegamos, que fue un poco antes del 9 de abril de 1948, tenía una economía consolidada. En donde había un promedio de 6000 personas, mujeres y hombres trabajando en las fábricas y fabriquines de tabaco. 
En ese entonces una mujer ganaba noventa pesos a la semana y el marido cien o ciento cuarenta pesos. Los jóvenes estaban en el orden de los 16 o 22 pesos semanales, en las labores de anillado, recorte y empaque de cigarros. La forma de subsistir no era la ganadería como en otros pueblos, sino el tabaco negro en rama doblado que se vendía en el interior y  en el exterior del país. 

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