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sábado, 20 de septiembre de 2014

LA INFANCIA DE JAIRO MERCADO

 SOBRE EL RIESGO Y LAS VICISITUDES
DE ESCRIBIR SOBRE UN HERMANO
 (PARTE II)

Por José Ramón Mercado
La primera escuela 
En un esfuerzo de síntesis, la infancia de Jairo está íntimamente vinculada en  Ovejas a la escuela pública, la Escuela Urbana de Varones. Pero lo único que recordábamos de esta escuela es que sólo nos enseñaron a poner nuestros nombres en el tablero y en la pizarra con el pizarrín de yeso. Que los maestros, además, en esa época eran auténticos maestros de la humildad a quienes se les pagaba cada seis meses o se les cancelaba el sueldo con alcohol de las rentas departamentales, que ellos vendían o consumían por recta obligación. 
En este estadio recordábamos a mamá como la habitante del pueblo, a papá en cambio, como la persona que veíamos, como un jinete extraño, pues nos visitaba cada fin de semana. 
Fue entonces nuestra madre quien se da cuenta de todo lo que sucedía en la escuela y quien nos releva de ella, matriculándonos en la escuelita de la ya mencionada niña Pacha, vadeando de ese modo un obstáculo concreto que no pudieron salvar una buena cantidad de muchachos en el pueblo, y que como es lógico quedaron a mitad de camino. 
¿Quién fue la niña Pacha? 
La niña Pacha parecía como de alabastro por fuera y de algodón por dentro. Ella no era de Ovejas propiamente. Era de San Jacinto, Bolívar, pero había venido al pueblo porque había visto alguna favorabilidad laboral en la docencia que en el mismo pueblo de ella no había logrado. 
Formalizó entonces una escuelita con Manola Falcón y María del Socorro González, que llamó el Sagrado Corazón de Jesús. La particularidad de este plantel es que a mi parecer ésta era una escuela de enseñanza personalizada, pero de una estructura portátil, porque ella nunca tuvo domicilio propio y cuando en un año le negaban el arriendo, ella cogía con sus alumnos, los tableros y los asientos y se llevaba sus pupitres para otra casa, ante lo cual nosotros hacíamos de aquello una fiesta. 
Nunca nos enseñaba a gritos, ni a empellones, ni con insultos personales sino con los hilamentos de la ternura y la sumativa de una creciente auto estima. 
Recuerdo que había entre nosotros un muchacho díscolo muy despierto, no malo ni perverso, avispado quizás, que se llamaba José Salomé Ortiz Padilla, y que cuando ella nos llevaba algún sábado de paseo en fila, por la orilla de la carretera, llegábamos a un pozo, y allí José Salomé cogiera y empezara a matar los grillos, comenzara a tirarles piedras a los pájaros, y a revolver el agua, la niña Pacha, entonces,  con una mansedumbre propia comenzaba a aprovechar aquella circunstancia para sentarnos en el suelo y darnos una cátedra de ternura hacia los animales, de afecto hacia las aguas, sobre la importancia de las colinas, sobre la fecundidad de las semillas, el verdor de los pastos, de la utilidad de las hierbas, de la importancia de todo el entorno. 
Entonces se puede decir que la vocación de Jairo nació de esos ejemplos práxicos de la niña Pacha, y la mía, por supuesto. Pues, de eso, hablamos muchísimas veces. De modo que, de este amor por ella habla una placa de piedra que colocamos en la casa donde vivió y murió en nuestro pueblo, allá en Ovejas, la maestrica del alma. 
La maestrica amorosa: clave de nuestra vocación de maestro 
La clave que nos hizo que nos decidiéramos a seguir la profesión de la docencia se la debemos a la ternura de una maestrita que se llamaba Francisca Fernández, a quien le decíamos la niña Pacha. 
Yo creo que hay que decir que fue un milagro que nosotros cayéramos en el colegio de ella, porque había que pagar cinco pesos mensuales y en la casa, la economía no era tan halagüeña como para abonar cinco pesos por cada uno de los ocho hermanos. 
Entonces puedo decir que por la caridad de la niña Pacha, cuando descubrió que yo no estaba en el colegio, en una visita que hizo a nuestra casa, fue entonces cuando le expresó a mamá que yo no podía quedarme bruto, mamá le explicó todo. Ella le dijo: 
«Mándalo, de todas maneras él es la ñapa». 
Así puedo decir que yo me eduqué de milagro, y que Jairo fue mi primer tutor, a quien encontré en un curso más avanzado, y como tal fue a él a quien la maestrita designó para enseñarme y recibirme las tablas aritméticas. 
Y fue sólo porque yo era mayor que él que resulté después en Barranquilla de la mano del hermano mayor, asistiendo a un colegio en quinto grado de preparatoria, mientras que él, en el pueblo no había podido avanzar, pues la escuelita no alcanzaba sino el cuarto grado escolar.   
Sólo que, cuando ganó la beca para estudiar en la Escuela Normal de Varones de Corozal, él pudo desarrollar su potencial académico y pedagógico que le impulsó desde entonces y más tarde a través de intensas jornadas de lecturas, a la condición indeclinable de escritor, que marcó desde allí su más profunda vocación unida a la de maestro universitario que ejerció incluso fuera del país, en Shangai y en otras ciudades de Europa, en calidad de conferenciante.

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