Los
libros: Un tesoro en reposo
SOBRE EL RIESGO Y LAS
VICISITUDES
DE ESCRIBIR SOBRE UN
HERMANO
(PARTE III)
Por José Ramón Mercado
Ladrones de libros
|
Jairo Mercado Romero (1914-2003) |
El acercamiento a los libros de
nuestra parte, lo recuerdo de una manera muy grata. En Ovejas, en la casa en
donde mamá se había criado, que era la casa de la niña María Francisca
Manjarrés de García, había una
biblioteca enorme guardada en arcones de madera, dado que sus hijos se habían
educado en Estados Unidos, en Europa, Bogotá, Barranquilla, Mompox, Sincelejo.
Entonces
un día cualquiera, nosotros empezamos a abrir esos baúles que estaban en la
contra recámara y comenzamos a darnos cuenta de estos libros que eran como un
tesoro en reposo.
La alegría nos mudó el semblante. Desde ese momento creo que
fuimos unos de los primeros ladrones de libros de la región. Nosotros empezamos
así a llevarnos algunas obras a casa como algo que también era nuestro.
Recuerdo
el Fausto de Goethe, de una edición
Príncipe que regalé a mi profesor de literatura de cuarto año de bachillerato,
el Napoleón de Talleyrand, edición traducida de 1889, el Bolívar de Manzini,
Platón, Homero, Eurípides, Jenofonte, María, La Vorágine.
Otros autores: Víctor
Hugo, Dostoievski, Balzac, Lamartine, Balmes, Erasmo, Bertrand, Poe, algunos
libros de escritores latinoamericanos también cayeron en nuestras manos, como
los de Rubén Darío, Huidobro, Borges, Neruda, Mistral, Luis Carlos López,
Artel, así como los tomos de los españoles Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Juan
Ramón Jiménez, Bécquer, Antonio Machado, García Lorca, Alberti.
En fin, fueron
muchos autores, fueron muchos libros que en realidad nos despertaron de una
enorme ignorancia, sin nombrar los filósofos que carcomieron las horas, el
tiempo y nuestras almas.
Nosotros no tuvimos tiempo de
leer a Julio Flórez ni a los románticos de última hora, porque en el Internado
los profesores les hicieron un mal ambiente, puesto que sus poesías, decían
ellos, eran intrascendentes, de una marcada decadencia, de una extemporaneidad
injustificable y de una descarada impropiedad, poesía de lunas empedernidas, de
cementerios lúgubres, enfermas de amor y de tisis incurables, de remedos de
Verlaine y Baudelaire criollos.
Otros
maestros de entonces
Así como la niña Pacha, en
nuestras vidas hubo otros maestros importantes. Esto ocurrió para ser fiel a la
memoria, cuando él estuvo en la Normal de Varones y yo en el Liceo Carmelo
Percy Vergara de Corozal.
Aún los recordamos: don Cristino García y don Óscar
Espinosa, rectores de uno y de otro plantel. José Elías Cury, José Lara Pérez,
Carlos Prada Bourdet, José Martínez Boom, Alcides Montero, Julio Espinosa,
Marcos Pérez, Gabriel Bustamante, Antonio Corrales, Alfonso Cabarcas, Luis
Bermúdez, Lorenzo Howard y tantos otros.
Todo ese racimo de seres humanos
maravillosos fueron constituyendo vías de ejemplo, prestigio de amor, y sólo
cuando ya egresamos como maestro y bachiller, fue cuando nosotros empezamos a
atar cabos. Fue entonces cuando dijimos: me gustaría ser maestro de escuela
como el profesor Cury, o como Bustamante, como Cabarcas o el profesor Pérez,
que siempre le daban mucho largo a los procesos formativos de los alumnos.
Ovejas
en nuestra memoria
En Ovejas empezó a crecer
también lo que nosotros en ese momento podríamos decir fue nuestro milagro. Porque
Ovejas no es un pueblo como Corozal o como Sincelejo o como Sampués o Sahagún.
Ovejas es un pueblo mediterráneo, pero una aldea en donde nosotros teníamos un
afecto cerrado de los parientes de mamá y estábamos muy cerca del villorio en
donde mamá había nacido: La Peña.
De un momento a otro nosotros íbamos a este
lugar con mucha frecuencia a jugar con los primos y parientes más cercanos.
Lo cual,
constituyó otro mito, en donde sucedieron otros mil episodios, apenas posible
de rescatar en la trama de alguna novela que nos propusimos escribir con Jairo,
después de un Proyecto esbozado en una carta de veintiocho páginas que le envié
a Shangai, fechada en Cartagena mayo 20 de 1990, en donde establecemos la
opción de escribir un cuarteto en vez de una sola novela enciclopedista como él
la deseaba y la planteaba, en donde recogeríamos, además, toda la saga, la
epopeya de la familia innumerable, pasando por algunos episodios de la guerra
civil, los 81 hijos del abuelo, la incursión de los tíos,
tías, primos, hermanos, sus incestos, el 9 de abril, la abuela de 117 años, el
primo que aprendió aviación por correspondencia, el derrumbamiento de la clase
social privilegiada de Corozal, la niña de bien que se va con el chofer de la
casa, la viuda cogida infraganti en su casa con el joven médico, la
aglomeración de pueblo frente a la puerta de la casa, y la intervención del padre
Caviedes, frente aquella infidelidad que conmovió las bases morales de aquella
sociedad.
Y por supuesto, todo aquello que subyace, en los últimos 50 años
hasta culminar la epopeya de estas cuatro novelas en las luchas estudiantiles,
en los predios de la universidad, y en las propias calles de Bogotá de los años
sesentas, hasta estos días.
Algo que realmente no resulta ni fácil ni abortado.
Sobre todo cuando se tiene la obligación de cumplir un horario como profesor de
ocho horas diarias, y sin que antes lo sorprenda la muerte, como en el caso de
Jairo, a quien hoy conmemoramos en su primer aniversario de muerto.
De otra suerte hay que saber
que Ovejas ha vivido del tabaco negro. Que se compraba y se exportaba casi que
directamente para los Estados Unidos, Panamá, Holanda, Alemania, España, a
través de personas que mantenían un conocimiento incipiente de la cultura, pero
que en cambio mantenían un prestigio fundado tanto en la palabra, como en la
prosperidad y la honradez, lo cual era un privilegio que se esgrimía por encima
de los títulos profesionales que hoy confieren las universidades.
Ovejas en la época en que
nosotros llegamos, que fue un poco antes del 9 de abril de 1948, tenía una
economía consolidada. En donde había un promedio de 6000 personas, mujeres y
hombres trabajando en las fábricas y fabriquines de tabaco.
En ese entonces una
mujer ganaba noventa pesos a la semana y el marido cien o ciento cuarenta
pesos. Los jóvenes estaban en el orden de los 16 o 22 pesos semanales, en las
labores de anillado, recorte y empaque de cigarros. La forma de subsistir no
era la ganadería como en otros pueblos, sino el tabaco negro en rama doblado
que se vendía en el interior y en el
exterior del país.