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sábado, 27 de septiembre de 2014

DE LA COTIDIANIDAD DE LOS PERSONAJES

EL CABO VALÍA  IGUAL QUE EL HACHA 
                     «Desde pequeño aprendí a decir mi nombre completo»
                                                    Arcelio Ulises  Blanco Martínez. (1923-2014)
Por Juan V. Gutiérrez Magallanes 
Desde niño Arcelio se preocupó por conocer los senderos recorridos por sus ancestros. Y así, de esta manera, llegar a los inicios que le correspondían a él.  
Llevaba en su imaginario las lecciones aprendidas en el regazo de su padre, Luis Felipe Blanco Castillo. 
Tejía los diferentes pasos para  presentarlos a sus descendientes, desde la Loma de Galilea, hasta los surcos de Palo Alto y San Onofre, como estandarte de la trashumancia por los países del mundo. 
Con infinita humildad, escribe la crónica de los amores de Luis Felipe y Simonita, describiendo la sabiduría de la madre de Simonita, y conjugar así los  escondidos secretos de la naturaleza, para bien de la salud de quienes a ella llegaban.  
Como fue el caso del padre de Ulises.  
La crónica no se detiene, escruta y  presenta a un hombre, que así como labraba la tierra, para cultivar la roza, culturizaba la mente a partir de las primeras lecciones recibidas en la escuela de bancos del pueblo de Palo Alto. Luis Felipe, fue un autodidacta, que a través del almanaque Bristol, descifraba ciertos misterios de la naturaleza para hacer  feliz al hombre en la sociedad. 
Arcelio nos muestra una serie de normas, fomentadas por sus mayores, que  dejaron improntas muy útiles para su formación, aquí es válido preguntar, ¿por qué como hombre? Porque fueron enseñanzas que le forjaron una ética en la vida. 
Cuando Arcelio, cita a todos sus ancestros, lo hace en forma bíblica, detalla los orígenes y la relación de los seres con la naturaleza, presentando el respeto y el aprecio entre la familia, trato proyectado a la comunidad, sin prejuicios de ninguna índole, como se muestra en la convivencia con «El Pueblo de los Indios». 
En los primeros pasos por la escuela, aprende de su maestro Reyes Castro Julio, primo de su padre Luis Felipe, la importancia de ser disciplinado, lo que le permite ser nombrado  «ayudante» del maestro, pues cuando llega a la escuela, su padre le enseña las básicas operaciones de las matemáticas.  
Era demasiado aplicado y voluntarioso para el trabajo, con la experiencia de su padre como subtesorero y administrador de hacienda de Palo Alto, se concretarán las premoniciones de lo que será como Contador y hombre de Ley. 
Caminó sobre las huellas de su padre, parecía recorrer los mismos hábitos por la lectura, y así fue, pues luego de estar observando, cómo éste reunía a muchos contertulios iletrados y les leía la prensa atrasada que llegaba a Palo Alto, él también lo haría  y así aprendió a leer en «voz alta y con entonación de discurso».  
Enfatiza la importancia del proverbio y de la fábula en el proceso de la enseñanza, muestra cómo sus padres tenían un mensaje para cada ocasión, esgrimiendo una moraleja que nos taladraría en el bien obrar de la vida. Luis Felipe podía recitar poemas de la cartilla, «Alegría de Leer» de Evangelista Quintana. 
«Estudia», del escritor Elías Calixto Pompa es una poesía que resalta el valor del estudio y su trascendencia en la vida, principio que Arcelio toma como dogma. 
Nunca desechó un aprendizaje, desde el más simple como la elaboración del «dulce de hicaco», hasta la forma de  fabricar «condones», logrando ser el único que lo hacía en Colombia. Eran situaciones que se daban sobre la marcha: aprender taquigrafía, para tomar luego los discursos de los abogados en las  audiencias del Tribunal de Justicia; el cálculo mercantil proyectándolo a ocupar el puesto de Administrador Fiduciario en el Banco de la República  de Cartagena.  
Después de haber estudiado por correspondencia en  La Salle Extension University, por los años de 1952, organizó una sociedad  de asuntos contables, «Becerra y Blanco Martínez», quedando esta como «sociedad Blanco & Blanco», en el tercer piso del edificio del Banco Popular del Paseo de Bolívar en Barranquilla. 
Idea que fue de Eutorgio, hermano de Arcelio, de aquel lugar pasó al edificio de la Cámara de Comercio, donde irradió y logró mantener relaciones con los principales gestores del comercio de Barranquilla, lo que siempre pudo manejar con humildad de hombre sabio. Había aprendido de la escuela inglesa la importancia de la presentación personal en las relaciones  humanas y comerciales. Ahora, aquel muchachito  fecundado en la noble Galilea, cincelado en el estudio y el trabajo, consciente de lo aprendido, hablaba de tú a tú con los magnates de la industria colombiana, ya fuera Salmón Sales, Gerald Lesmes, Mr. Zeizel, Don Julio Mario Santo Domingo. 
Arcelio, por su condición de  hombre prudente y apegado a una ética, bebida de la mano dulce de su padre, Luis Felipe, era el asesor Argos, el hombre de cien ojos que hacía las veces de Augur, para vaticinar los caminos que debían seguir los asuntos relacionados con transacciones de orden comercial. A él llegaban  y hacía las veces de Palabrero, él ordenaba y arreglaba los entuertos. 
Se matriculó en la brújula, para direccionar los negocios de Don Mario Santo Domingo, lo que le permitió en ocasiones transformarse en un hombre de mentalidad ingeniosa, hasta llegar a combinar diferentes compuestos químicos y elaborar material de plástico para la producción de muñecas, peinillas y condones. En determinado momento sobrepasó a los ingenieros químicos que laboraban a su alrededor.  
Fue nombrado presidente del Comité Nacional de Plástico. 
Con la humildad de los sabios, trascendió los caminos de la francmasonería, donde son fundamentales los símbolos, con una semántica que hace necesario el razonamiento reposado para buscar la comprensión del hombre y su pensamiento, como masón de Grado 33. Caminó sobre el filo de la enseñanza, haciendo de los principios de Libertad, igualdad y fraternidad, la égida de sus acciones, sin olvidar su origen, para sublimar los valores de la familia. Su vida es meritoria de una Cátedra Axiológica, que se hace necesario implementar en la formación de las nuevas generaciones, de esa juventud, que fácilmente se amilana ante el trabajo y posee en su imaginario, la creencia de que las cosas se dan sin esfuerzo y  sin estudio. Quizás por eso hace hincapié en los poemas  que le declamaba su padre: «Estudia» y «Trabaja». Del primero podemos leer:   
«Es puerta de la luz un libro abierto/ entra por ella, niño y de seguro que para ti serán en lo futuro/ Dios más visible, su poder más cierto»  
Y del segundo: «Trabaja joven, sin cesar trabaja/ la frente honrada que en sudor se moja/ jamás ante otra frente se sonroja/ ni se rinde servil a quien la ultraja». 
El recorrido que realiza Arcelio Ulises, por la vida, está lleno de pergaminos, ya como Docente Emérito de la Universidad del Atlántico  o como Contador Benemérito de las Américas, razones  de reconocimiento a su dignidad Intelectual, aspectos que no lo envanecen ni lo convierten en un ser soberbio, sino en una persona con la humildad de los sabios, siempre con el afecto y el amor  de los que saben de él. Por esto, en él no tenía cabida el dicho: «Más vale el cabo que el hacha», porque él siempre fue un hacha para un buen cabo.  
Hay muchas razones de orgullo, cuando se desciende de un árbol de buena savia. Arcelio Ulises Blanco Martínez, un árbol de nobles genes esparcido entre sus descendientes.
 
                 

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