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viernes, 5 de diciembre de 2014

—Y SI MI ABUELA NO SE HUBIERA MUERTO, VIVA ESTUVIERA.

LA BABILLA MONA
DE LA REPRESA 
DE LOS ALMANZAS
 Por Rodrigo José Hernández Buelvas*

Aquella mañana diáfana de hermoso sol fulgiendo cual naranja margariteña, por los lados de Canta Gallo, como de costumbre Juan Lorenzo había amanecido en Don Alonso, desgranando en una totuma, las mazorcas secas de maíz cariaco, en cantidades suficientes para que llenaran los buches los hambrientos pollos pelongos, que estaba criando— hijos de la ceniza gallina colimba y del grande gallo basto colorado—la mujer de Arturo Medrano. 
— Piúuu… Piuuú... Piuuú... 
Llamaba Juan Lorenzo mientras seguía desgranando, pasando con fuerza una mazorca encima de la otra y caminando cerca de la estaca donde amarrado se encontraba ladrando «Líber», su valiente perro canelo, que se daba gusto por las noches durmiendo sobre las apagadas cenizas del fogón. 
—Piuuú.. .piuuú. ..piuuú.... 
Continuaba Juan Lorenzo mirando para uno y otro lado, pasando por debajo del florecido ciruelo en el centro del patio, donde en una tabla sucia mantenían a «Pacheco», el hermoso loro real. 
El plumípedo al ver la fajina de su dueño, empezó a subir con cuidado agarrándose con el pico y las patas hacia la rama más alta. Una vez en la cúspide volteó hacia un lado el pescuezo y decidió sumarse a la algarabía: 
—Piuuu¨….Piuuuú.  Piuuu¨… 
Gritaba «Pacheco», estirando el gañote para ver hacia la huerta, cuya cerca de alambres púas se divisaba en la cola del patio. 
Los pelongos apenas escucharon al loro, comenzaron a salir de todas partes, apresurados, saltando y batiendo las alas a medio encañonar, como intentando alzar el vuelo. 
Así fueron llegando, de uno en uno, hasta donde Juan Lorenzo los aguardaba con la totuma rebosante de maíz cariaco, desgranado, mientras que el loro seguía con su cantaleta sin descansar. 
—Piuuu¨….Piuuuú.  Piuuu¨… 
Juan Lorenzo contó los siete desplumados, luego en voz alta agregó: 
—Serían once si el maldito lobo pollero no se hubiera comido a los cuatro pequeños. 
Al oírlo su mujer, que estaba en la cocina, respondió: 
—Y si mi abuela no se hubiera muerto, viva estuviera. 
El marido pasó por alto las ocurrencias de la mujer, hizo como si no la hubiera escuchado, y al comprobar que los pollos estaban completos, dejó de ventear el maíz arrojando un puñado a los pelongos, el loro en el ciruelo continuaba con la rechifla en el patio. 
Luego de culminada la faena el hombre se dirigió a la cocina, colocaba la totuma en la troja cuando un presentimiento lo hizo girar la cabeza hacia el mamón de María plantado en la cola del patio. Sorprendido divisó el enjambre de abejas. Un destello de luz  iluminó la mente del campesino. 
—Ya llegaron las abejas al mamón…Qué grande son…Como que quieren hacer «mosca» por aquí cerca y, no son «popoceras» ni «carga barros»...—agregó el hombre. 
Desde pequeño su abuelo José Isabel, le había inculcado el modo de cosechar la miel, instalando colmenas en grandes calabazos. 
Como una fugaz ilusión, recordó las enseñanzas de su abuelo: 
—Juancho, mijo, ten  presente que la mejor medicina para la anemia, úlcera en el estómago y la desnutrición en los muchachos, es la miel de abejas. 
Se la das en ayunas, mezclas en una taza la leche caliente con una cucharadita de miel. 
Sirve también para erradicar los sabañones perniciosos, para ello, debes mezclar una cucharada de miel con igual cantidad de glicerina, una clara de huevo criollo y un poco de harina de trigo, hasta formar una pasta blanda. 
Ya preparada la pasta, se lava la parte afectada con jabón y agua caliente, la que pueda soportar el enfermo, se seca bien con un paño limpio y luego se aplica el engrudo. 
Bastará una sola untada para acabar con el sabañón más avezado. 
Juan Lorenzo por tradición familiar, mantenía sus grandes calabazos para avispas criollas al alcance de la mano. 
Los colgaba en el alar del rancho, debajo de un viejo tamarindo, tupido de mierda de pajarito. 
Recordó el día que salió con tres calabazos vacíos hacia el arroyo La Ceja, y bajando el cauce, más allá de El Peñón, en una enmarañada bola de monte, en el hueco corpulento de un caracolí, se topó con una «mosca» y luego de ardua tarea y cuidado especial había conseguido llenar los calabazos con pedazos de panales. 
Ahora Juan Lorenzo, al contemplar el negro enjambre cual tupido racimo de brillantes uvas, le pica la curiosidad anhelando ver rebosantes de miel los calabazos, así que en un santiamén agarra del alar los tres bangaños, con sigilo y precaución, casi sin respirar y demostrar miedo alguno, pues sabía que el temor hace sudar al hombre, alborotando, en cambio, a las abejas volviéndolas agresivas. 
Cerca de la rama atestada de avispas, colgó los calabazos y se retiró con cautela hacia el rancho de la cocina, donde se encontraba Lola Zafra, su mujer, bajando la olla del café y colocando sobre los bindes el caldero para cocer la yuca del desayuno. 
Por entre las rendijas de la cerca despañotada, observaba en silencio los calabazos y el tupido montón de negras abejas. 
En un espabilar se percató que las avispas fueron rodeando los calabazos, a la vez que dejaban caer al suelo algo que el campesino creyó serían excrementos o desperdicios.  
Al poco rato las abejas habían desaparecido, no así el zumbido monótono, por lo que consideró que las avispas se habían metido en los calabazos. Con tapones de madera se acercó a los recipientes tapándolos uno a uno. Los dejó en la rama del mamón al percibir una brisita juguetona.
Al sentir en las abarcas algo pegajoso, cayó en la cuenta que los  supuestos excrementos o desperdicios en el suelo, eran los cuerpos sin abdomen de las abejas criollas regadas ahora en el piso arenoso. 
Le causó pesadumbre pero no dijo nada a su esposa, quien en esos momentos le ofrecía una humeante taza de tinto endulzado con panela. Sazonado con algunas gotas de anisado, que tomaba en las mañanas para mantener la voz clara y fortalecer la garganta. 
Luego de beber la infusión ensilló la burra prieta cachara, acomodó los barriles y apoyándose en el fuerte garabato de guayacán, se montó en las angarillas, cruzó las piernas sobre el pescuezo del animal y se dirigió a la represa de Los Almanza, a buscar el viaje de agua para trastear. 
En esta represa el pueblo de Don Alonso, iba a  buscar el agua. 
Y nadie se bañaba, no porque fuera prohibido, sino porque existía una vieja babilla mona y veterana, de la que decían «mordía hasta por debajo del agua». 
Muy brava era la vieja mona, se votaba a la orilla, cuando oía el, «Glu...glu...glu...», producto del agua al entrar en los barriles. 
Los arreadores tenían que llenar los barriles encima de los burros a totuma, con balde o lata, pues le temían a la vieja babilla mona cebada.
La mujer de Juan Alonso había bajado del fogón el caldero de la yuca y afortunadamente  se encontraba en la tienda de Goyo, comprando media tabla de panela para endulzar el café de leche; afortunadamente, pues la brisa fuerte que soplaba del Morrosquillo desenganchó uno de los calabazos de las avispas que se dispararon rabiosas contra «Limber», que por estar atado corría para todos lados gimiendo por los aguijonazos de las avispas africanas. 
Al ver el sofoco del perro, Juan Lorenzo se tiró de la burra y corrió hacia el cuarto, donde tenía la amolada rula en la cubierta, la desenfundó y salió a socorrer a «Limber». 
De un solo tajo cortó la cabuya que sujetaba al perro y regresó de prisa a guarecerse de las abejas. 
«Limber» salió dando alaridos para la cola del patio. 
Se revolcaba, se paraba, volvía a correr, se tiraba al suelo dando vueltas y las abejas arremolinadas, detrás. 
Al fin se paró con dirección al pozo, Juan Lorenzo divisó que el enjambre en remolino ascendía hacia las nubes, yéndose a gran velocidad por los lados de Sampués. 
Juan Lorenzo comprobó que no hubiera avispas revoloteando por los alrededores, salió del cuarto y  bajó la carga de agua de la burra prieta. Mientras vaciaba los barriles pensó: 
—Menos mal que no tropezaron a la burra en el callejón, si no, yo les hubiera echado un cuento. 
Ya había bajado el último barril de la tinajera, cuando su mujer entró al cuarto de regreso de la tienda de Goyo:
—Oh Juancho, anoche como llegaste tarde—argumentó indiferente y desprevenida la mujer—Se me olvidó decirte, que ayer a mediodía, en el momento de estar enterrando en el cementerio a Carmenza Nobles, las africanas que estaban retozando en una bóveda bajo el árbol de santa cruz, por la bulla de los acompa­ñantes, se embravecieron e hicieron correr a todo el mundo. 
¡Y si supieras que en tal desbarajuste se ensañaron hasta con el pobre inválido de Chelo Reyes, que imagínate, lo hicieron levantarse y salir corriendo detrás de la estampida con dirección al pueblo! 
Cayó desmayado en la plaza en frente de la iglesia. 
—¿Cómo va a ser eso?—exclamó extrañado Juan Lorenzo. 
—Entonces son avispas africanas las desgraciadas—continuó estupefacto el campesino— Ave María purísima... y yo que las mantengo encerrada en los calabazos; con razón asesinaron a las criollas, quitándoles el vientre...Pero ya verán las sinvergüenzas. 
—¿Y qué vas hacer, mijo?—dijo Lola a su esposo. 
—Ya sabrán las malditas dónde pisó cañahuate. 
Se dirigió con cuidado a la rama de mamón, desenganchó los calabazos y con los brazos extendidos, sin tambalearlos, caminó ligero hacia la represa de Los Almanza. 
Al llegar al lugar se dio cuenta que «Limber» se hallaba en la orilla, gimiendo de dolor, pero apenas vio a su amo sin salirse de la represa empezó a golpear el agua con el rabo. 
En el barranco arcilloso, Juan Lorenzo ató a cada calabazo un pedazo de piedra y los arrojó hacia el centro de la represa. 
Observó que iban borboteando burbujitas a medida que se hundían en la represa.
Al poco rato se dio cuenta que las aguas empezaban a agitarse, arremolinándose como si alguien estuviese pataleando. La lucha duró poco, pues al cabo rato emergió la Vieja babilla Mona Cebada y chapoteando iracunda salió a la orilla, se trepó con dificultad por el barranco resbaladizo y se lanzó a un espeso pajonal, seguida de cerca por el remolino agresivo de las avispas. 
Al darse cuenta de esto «Limber», que meneaba el rabo alegremente, salió en bola de fuego y corrió hacia Juan Lorenzo, quien caminando a pasos largos regresaba a la casa, traqueando un dedo de la mano derecha al pasarlo con fuerza sobre el pulgar: 
—Siuma...siuma...siuma, «Limber»….   
— Vean lo que son las cosas: sólo las africanas pudieron sacar a la Vieja Mona de su cebadero. Lo que no pudieron hacer los muchachos con sus caucheras, lo consiguieron las puñeteras africanas—comentó irónicamente el hombre.
  

jueves, 4 de diciembre de 2014

MANUEL ZAPATA OLIVELLA NO TIENE UN BUSTO EN CARTAGENA

«AQUEL HOMBRE DE ASOMADO AFRO Y CAMISA BLANCA DE CUELLO ANCESTRAL»
 Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Eran los años de 1952, cuando mi abuelo, me dijo:  «Ese hombre que va saltando los charcos dejados por la lluvia y la marea que se crece, es Manuel, el hijo de Ángel María, yo lo conocí en la calle de San Antonio del barrio de Getsemaní, su papá era un hombre que sabía mucho y vestía con un cotón, así como el que usa el señor Juan Gómez, son vestidos de pantalón y una especie de chaqueta que se abotona hasta el cuello, algunos usan botones de  oro», así me hablaba mi abuelo, cuando me mostró por primera vez a Manuel Zapata  Olivella. 
Cuando llegaba de Bogotá, después de quitarse el saco y volver a respirar el yodo de las aguas de mar grande, se dirigía a Chambacú, entraba por el antiguo Puente de Madera, ese que guardaba el eco de las botas del policía más respetado y temido por los rufianes de  Cartagena, el Sargento Aguirre, jefe guardián de la cárcel de Varones de  San Diego. 
Manuel atravesaba la calle con la alegría de la sonrisa de la fritanguera Gregoria, quien le obsequiaba la sazón de las asaduras, que ella sólo sabía preparar «en aquel barrio de sabores gastronómicos que se diluían en el Caño de Juan Angola». 
Manuel regalaba sonrisa amplia y abrazadora al tiempo  que extendía los brazos para protegerse de malos augurios, era un hombre confraternizado con muchos dioses del panteón Yoruba, que él sabía sincretizar para acogerse a la bondad de las tías y de la abuela Ángela Vásquez de Zapata. 
Pasaba por donde Candé, la del pescado y, volvía a aspirar con su ancha  nariz para no perderse el aroma del sábalo que se fritaba y era esperado por los bollos de  la señora Catón. 
Todo aquello lo aceptaba y  elogiaba como los grandes manjares de  los dioses Penates, lo que compartiría con sus primos Pitalúa Villa. 
Seguía entonces hacia la Loma del  Vidrio, donde miraba a la izquierda para brindarle el saludo al boxeador «Dinamita Pum», yerno de Juana Maza, casado con una de las que conformaban la dinastía de «Las Priscas», vendedoras de carbón en la plaza del mercado de Bazurto. 
Zapata admiraba a «Dinamita Pum» por haber tenido confrontaciones con boxeadores de peso pesado, entre ellos con «Kid Bogotá». 
Manuel tenía un poco de contrariedad con su conciencia, cuando «Dinamita Pum» se enfrentaba al «Tiburón de Marbella», ambos formados en la cercanía del Caño de Juan Angola y tejidos con las fibras del mismo mangle, dejaba a opción de los dioses que ganara el mejor, además, eran peleadores que se habían iniciado como profesionales en la lona del Coliseo de la Calle del Espíritu Santo de Getsemaní, lugar aquel donde Manuel vio  los primeros encuentros de boxeo. 
Al bajar la Loma del Vidrio, saludaba con mucha afabilidad a la maestra Carmen Pérez, mujer bondadosa e inmarcesible, creo que se le anticipó a Remedios «La Bella», en la ascensión al cielo, hasta allí llegaban las miradas de los chambaculeros para librarse de las malas apreciaciones. 
Continuaba el hombre de desordenado afro, saltando sobre las piedras para no enlodar su pantalón negro, adecuado para soportar las bajas temperaturas de Bogotá. 
Así que, una vez que ingresaba en la Calle del Mondongo, llamada eufemísticamente de «La Esperanza», por esas fiestas de casualidades, como así lo decía Manuel, mi abuelo quien siempre estaba sentado en la puerta cuando él pasaba a visitar sus parientes, observaba que el hombre se perdía entre la bruma de las voces del extremo de la calle, conocida como Rincón Guapo, una toponimia equivocada, porque, era un Rincón, donde se compilaban ríos de voces y aromas del sancocho de mondongo, el maní que se tostaba, las cocadas de panela que se doraban y, las postas de sábalo que palpitaban invitando a la degustación. 
Manuel doblaba a la derecha y se escondía en el Callejón del Esfuerzo, donde vivía su abuela Ángela Vásquez de Zapata, llegaba y abría todos los regalos que le habían otorgado, en su travesía por las calles de lo que vendría a ser «El Corral de Chambacú», en ese momento, para mí era el lugar más libertario de Cartagena, donde no existían inhibiciones para soltar la risa por las ocurrencias más inverosímiles del hombre del Caribe, Manuel lo sabía, como antropólogo y seguidor de las huellas dejadas en el imaginario de  los hombres que hacían parte de su vivencia diaria. 
Y como bien lo expresa William Mina Aragón*: «Él (Manuel) guardián de los ancestros». Él es aquel protector de la memoria ancestral y legendaria africana, que los Orichas y las Tablas de Ifá-fa eligieron para reproducir e inventar toda la sabiduría del hombre africano en su diáspora homérica  en búsqueda de su libertad afectiva». 
En aquel momento, en que vi a Manuel Zapata caminando las calles torcidas de Chambacú, me era imposible imaginarme la trascendencia de este hombre en la conformación del pensamiento libre, para entender y dar una explicación a la estructura  de nuestra etnia , y es por ésto, muy válida la razón que expone William Mina: 
«Zapata Olivella expresa, ayer y hoy, con su escritura ensayística, antropológica y literaria, la multiculturalidad del hombre del Globo, en su amalgama genética y cultural de la especie, porque ello no es sólo un imperativo, categórico, sino la obligación con los ancestros». 
Quizás uno de los textos, más  importantes, en lo referente, para saber de dónde vengo y hacia dónde voy, es «Levántate Mulato», donde hace un recorrido en la conformación de las diferentes etnias, que han participado en su formación de hombre negro. Con Manuel en Cartagena, se arrastra el dolor y se hace aún más vivo, cuando encontramos relatos de sus parientes «diasporizados» en el barrio de Chiquinquirá. Uno de ellos manifestó: 
«Ayer mi  sobrino salió al Centro de Cartagena, para visitar los diferentes monumentos del Camellón de los Mártires, del parque Centenario, del parque Apolo, en éste está la efigie de Benkos y la del cacique Carex. Se cansó de buscar y no encontró la de Manuel. Regresó triste». 
Manuel siempre mantuvo la idea de construir un inmenso parque en los terrenos de Chambacú, que fuera «El Parque de las Américas», donde encontráramos la efigie de Pedro Romero, Benkos Biohó, Jorge Artel, el Cacique Carex, «El Tuerto» López y todos aquellos que han contribuido a conformar nuestra identidad de hombre  cartagenero. 
Manuel Zapata Olivella, no tiene un busto en Cartagena. 
Bibliografía: 
*PhD. en  Sociología y Ciencias Políticas. Universidad Complutense de Madrid.

lunes, 1 de diciembre de 2014

La experiencia poética
de José Ramón Mercado

Por Adalberto Bolaño Sandoval*

El último poemario del poeta sucreño José Ramón Mercado, «Pájaro Amargo», no hace sino recordar, en parte, la epístola que Franz Kafka escribió a su progenitor Hermann. Desde su famosa «Carta al padre», escrita en noviembre de 1919, Kafka revelaba el comportamiento traumático y las huellas negativas que sobre él causó el trato de su antecesor. Ello da cuenta de que cada tanto los escritores cobran cuenta a sus progenitores. Su carta comenzaba: 
«Querido padre: 
Hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas, y en parte porque son demasiados los detalles que lo fundamentan, muchos más de los que podría expresar cuando hablo.
Sé que este intento de contestarte por escrito resultará muy incompleto» (1).
 
Confesión, trauma, reclamo, ira, angustia, todos a una, este texto se ha convertido en una leyenda literaria y testimonial, sin embargo, su albacea, Max Brod llegó a señalar que los abusos no eran tales. Esa contradicción ha revelado una especie de polémica pues no se sabe cómo registrar la Carta: si como testimonio o texto ficción. Brod la incluye entre sus textos literarios y no como correspondencia. 
Puede decirse que la poesía de José Ramón Mercado va en esa misma línea. El viejo debate acerca de si la literatura es autobiográfica o imaginativa cobra vida nuevamente. Pero es algo que también se puede cerrar aquí: se constituye en poesía de la experiencia vuelta arte, como se verá adelante. No obstante, esta hace énfasis en la microhistoria y en la privacidad, en un realismo (o neorrealismo), y con ello, a una nueva conceptualización de lo ficcional, en la cual la Historia pasa, le sucede y se encarna en los hombres. Ello conlleva que la literatura haga intervención social, recupere los contextos y el espacio de la sentimentalidad y la intimidad. 
Inclusive, varios de los poemas de «Pájaro Amargo» tienen títulos parecidos («Última carta de mi padre»). Y en realidad, esta ha sido una temática que ha marcado a su obra, tanto poética como narrativa.

En su textos, Mercado (1937- ), como representante de la poesía del Caribe todo, hace gala de temas que sintetizan, expanden como un ejercicio que nos habla, también, del espacio, la soledad, la religión, la historia y el espacio, y, cómo no, sobre las relaciones familiares y filiales. En su penúltimo poemario, de 2009, «Tratado de Soledad», retoma el tema del padre, pero también se constituye en una especie de compendio en el que se cruzan sus preocupaciones iniciales: poesía del lugar, del espacio, de la familia, aunque además, una preocupación, social, cívica de alguna forma, política y ética, realmente en otra; en fin, una acepción que conlleva una interpretación política, es decir, un estética crítica.

Más tarde, en su último poemario, «Pájaro Amargo», el número 13 concreta un poemario completo sobre la temática del padre. Ya desde 1970 traza un largo camino, cuando publica su primer libro, «No solo poemas». Allí revela, entre el recuerdo filial y el ajuste de cuentas de la memoria:
 
Padre
viejo pastor de búfalos
y palomas
Te recuerdo
soñando las canciones
desatadas en amargas mieles [...]
Te recuerdo
tragándote todos los silencios
y la llave abierta de tu
indiferencia
cayéndonos
como un agua amarga
(«Mi padre era un agua muy amarga», pp.16-17).
 
«Pájaro Amargo», su última producción poética, redefine su estética y la acerca aún a la poesía del linaje, un concepto muy aplicable a la poesía del Caribe, y aún más a poetas del Caribe colombiano, pues está íntegra, en parte, la obra de Héctor Rojas Herazo, y mucho, en Raúl Gómez Jattin, Gabriel Ferrer y Jorge García Usta. 
La poesía de José Ramón revela una región, o una revisión neorregional del paisaje mediatizándola a través de una geopoética, y con ella una estructura de sentimientos (Raymond Williams) y sentidos, conjugándose así una versión interpretativa del Caribe que, sin querer ser esencialista, se asume como una cosmovisión en la que se conjugan tres temáticas unidas indisolublemente: identidad, paisaje y memoria. Estas hablan de espacio, poder, escritura, historia. Los comienzos de la poesía de Mercado correspondían a una expresión de la época de los 70 y 80 y aún de los 90: una poesía de carácter social, pero que incluye elementos metaliterarios, de autorreflexividad y cultura popular: «No solo poemas» (1970), «El cielo que me tienes prometido» (1983), «Agua de alondra» (1991), «Retrato del guerrero» (1993), «Árbol de levas» (1996), «La noche del knock-out y otros nocauts» (1996). 
Más tarde su poesía se ubica en una concepción en el que se cruzan elementos de carácter geocultural, constituyéndose en una geopoética: «Agua del tiempo muerto» (1996), «La casa entre los árboles» (2006), «Los días de la ciudad» (2004) y «Agua erótica» (2005), perfilándose en una poesía urbana y apocalíptica, y, en algunos momentos, de mirada optimista. «Tratado de soledad» (2009) se plantea como un cambio cosmovisivo y temático en el que las preocupaciones éticas y denuncias de la violencia colombiana durante los últimos 20 años condensan una reflexión sobre la justicia y la memoria traumatizada. 
«Pájaro Amargo» (2013) representa un giro hermoso y filial, un giro en cuanto al concepto de poesía del linaje. De los 23 poemas seleccionados, tres no pertenecerían al género de la elegía paterna, pero no dudan en entrar en la poesía de la memoria. Un último texto híbrido, poema en prosa, prosa poética y ficcionalización, resume los otros 23: cartas al padre que trasuntan admiración y un ajuste de cuentas doloroso. Muchos de los textos habían aparecido en poemarios anteriores y más de la mitad fueron recogidos para esta edición. 
«Pájaro Amargo» hace parte de una poética de la memoria familiar. Mirados hacia atrás, a partir del padre, muchos de los poemas apelan a la ficcionalización de puntos de vista autobiográficos, haciendo Mercado de lo íntimo algo público, de lo privado una presencia de los otros, una «intimidad pública», y configurando una autobiografía oblicua, mediante vivencias recreadas, autoficción, con un valor biográfico que busca la resignificación para que, como parte de la memoria individual se inserte en la cultura y darle unidad y continuidad narrativa. Somos narración, somos relatos, estamos constituidos de tiempo. Tiempo y relato nos imbrican. Se trata de refigurar, recontar, reficcionalizar. Mercado recurre a la elegía para narrarnos un sentir, una antropología del sí mismo y del otro en nosotros. Traza una especie de, en palabras de Roland Barthes, «biografemas», una especie «de arte de la memoria, de la muerte, de memento mori», del que ya no es. 
Existen varias características en «Pájaro Amargo»: una carga afectiva y pasional en trance, de manera que el pasado se conjuga en el presente de la lectura, en el presente refigurado, tiempo de la verdad —estética—, de la memoria. Esta contención estética, esta poesía como arte mostrada mediante una alta carga de «puesta-en-obra de la verdad» (M. Heidegger) conviene en recordar en «amargas mieles» (p. 25) pero también la «mítica errancia» (p.33) del paso de un personaje que «tenía vocación de herrero de caballos / Luna arriba / Él era la raíz del mito la luz de la memoria» (p. 36).

Esta poesía de la mitificación guarda el equilibrio entre la rabia, el dolor y la pasión; se enmarca, entonces, en un proceso de solidez discursiva, macerada, cuyo sentido filial desaparece para ubicar al lector en un más allá artístico: no ya en una carta al padre kafkiano sino una poesía que universaliza el lamento, que retrata la memoria y evoca y busca no «derramar una lágrima frente al recuerdo» (p. 41).
*Tomado de Latitud
Revista dominical de    Elheraldo.com.co
          Barranquilla, diciembre 30 de 2014


sábado, 29 de noviembre de 2014

LOS CASOS MÁS SONADOS

BAJÁNDOLE  EL TONO
AL  RACISMO EN EL FÚTBOL...

Por Rafael E Yepes Blanquicett
 
Recientes publicaciones dan cuenta de cierto número de futbolistas que han sido víctimas de agresiones xenofóbicas dentro y fuera de las canchas, tanto por parte de integrantes de los equipos rivales como por aficionados en tribunas y calles. 

Uno de los casos más sonados fue el del delantero uruguayo, Luis «Mordelón» Suárez, quien en 2011, en un encuentro entre el Liverpool y el Manchester United, le gritó «negro» al lateral del Manchester, Patrice Evra, por lo menos siete veces durante el desarrollo del partido. 

La federación inglesa sancionó ejemplarmente al jugador del Liverpool con ocho fechas de suspensión y una multa de € 48.000 euros.  
La súper estrella colombiana, Faustino Asprilla, también ha sido víctima del racismo en numerosas ocasiones, a lo que él estoicamente siempre ha respondido «no me importa, ya estoy acostumbrado», bajándole el tono a dichas agresiones. 

En la lista también aparece el venezolano Emilio Rentería, recientemente insultado por la afición contraria que le gritaba «Negro, negro, negro» por haber celebrado su gol con un baile en un partido que se disputaba en Chile. 

Rentería, quien no podía contener las lágrimas, recibió el apoyo de sus compañeros y de su afición que lo vitoreaba mientras abandonaba la cancha.

Otros han sido, el ecuatoriano Giovanni Espinoza, el camerunés Samuel Eto'o, los brasileños Ronaldinho y Roberto Carlos, y el ítalo-ghanés Mario Balotelli, víctimas todos de insultos racistas. 

Afortunadamente, desde el año 2004, estas manifestaciones racistas son sancionadas severamente por casi todas las ligas y federaciones del mundo, por lo que la mayoría de ellas ya no quedan en la impunidad. 

RÉQUIEM POR EDGAR GUTIÉRREZ SIERRA

UN ESCUDRIÑADOR DE LOS DOLORES OCULTOS
DE LA TRADICIÓN ORAL
Por Juan V Gutiérrez Magallanes
.
Edgar Gutiérrez Sierra, era un escudriñador de los dolores ocultos de la tradición oral, se introducía en la memoria de los que guardaban sus voces en el índice de la «Academia acartonada», él le daba vida a esa historia no contada por el temor a la verdad, iba desenterrando verdades que permanecían en el imaginario del pueblo. 
La última vez que lo vi fue en el Cavi del Castillo de San Felipe, exponía con diáfana claridad la importancia del 11 de Noviembre de 1811 y el porqué se debía declarar Día Festivo Nacional, además, daba razones justificadas sobre la consideración de las Fiestas del 11 de Noviembre como Patrimonio de la Nación, «pues estas manifestaciones de regocijo son auténticamente creación del pueblo cartagenero», manifestaba él. 
Amaba todas aquellas declaraciones que tuvieran alguna relación con el hacer histórico de  Cartagena, no se quedaba en el corral, trascendía a otros lares de Colombia y de América para confrontar hechos y mostrar lo grandioso de la Historia, como fundamento de la formación integral del hombre civilista. 
Él creo una plegaria, «LA MÁSCARA QUE HABITAMOS», la que utiliza como introducción en su libro: «Fiestas. Once de Noviembre en Cartagena de Indias».   
Plegaria: 
Cartagena de Indias, es una amenaza en sus días de fiesta,  nos exige imperiosamente, salir de esa laberíntica normalidad rutinaria, rompe la férrea cadena de la vida ordinaria. 
Exige dar un salto, asumir lo extraordinario, no para irse medrosamente— actitud genérica del conformista—y huir o meter la cabeza en la tierra igual al avestruz, o a los vencejos del Tuerto López, No. 
Es todo lo contrario, allí es cuando la ciudad nos acorrala, nos aguijonea, para enrostrarnos nuestro olvido, para estremecernos y hacer memoria de la heroica ciudad. 
¿Qué ha pasado? ¿Dónde se aposenta ese  glorioso, dios Momo del antaño  Carnaval y Fiestas de Noviembre? ¿Lo vamos a dejar en el lamentado recuerdo de lo perdido? «¿A qué no me conoces?». ¿A qué« si te conozco?». 
Deliciosa farsa simbólica. No nos reconocemos.  
Entonces es cuando debemos saltar, empatar esa memoria rota,  traspasar el otro reino. 
Entropía y otredad poética, vislumbrar el futuro en nuestro vivo pasado. Jugar en retro y hacia adelante. Soñar el mundo encantado. Metamorfosis vital. Vuelo y máscara. 
Somos y aunque no queramos un pueblo ritual. Invención de Cumbiamba, esperma, tambor y gaita. 
Dionisio nos empuja a la generosidad del delirio. La mortal trampa de la otrora ciudad de Baco, el saludable caos que nos aprisiona. 
¿A qué le huimos? ¿A qué le tememos? ¿Ha sido quizás ultrajado  el dios Momo de la ciudad? 
Hoy más que nunca la ciudad nos exhorta fervorosamente a que no le temamos, que no le temamos a nuestro civismo, al desorden imaginario y fraterno. 
Nos suplica  encarecidamente ser creativos, a con-fundir- arte y fiesta en una incontenible lúdica. 
Emprendamos un «Acto de magia social». Eres Mimesis y ritual. Disfruta tu Heredad».  
Edgar está en una dimensión donde se eterniza la verdad que él siempre buscó en la historia que nos mostraba. Descansa en paz, amigo. 
Cartagena de Indias, 28 de noviembre de 2014.

jueves, 27 de noviembre de 2014

RECONOCIMIENTO A JUAN V GUTIÉRREZ MAGALLANES

EN EL SOLEDAD ACOSTA DE SAMPER SE DESARROLLÓ UN «GEN ACADÉMICO» TRASMITIDO A TRAVÉS DE LOS AÑOS.
Por Juan V Gutiérrez Magallanes 
Eran los tiempos de los Ángeles Negros y las baladas que hacían experimentar la nostalgia por los boleros, ritmos que se bailaban a pasos lentos de aquellos instantes brindados por la vida. Extendíamos las palabras para hacerlas  más sonoras y guardábamos las fotos callejeras para eternizar los adioses. 
Eran los años setenta cuando llegué al colegio Soledad Acosta de Samper,  ubicado en la casa donde en tiempos coloniales, era obra pía para niñas arrepentidas que dejaron en la Calle de la Media Luna, el arrebol en los rostros de las que merodeaban e invitaban al juego de los amores prohibidos. Y como paradoja, se había convertido en un laberinto, en que se tejía una sobresaliente Academia. 
Allí, en ese  palpitar de colegio, la pedagogía de la autoestima era elemento  fundamental en la formación del educando, bajo la dirección de Doña Evita Herrera y el acompañamiento de un cuerpo de docentes comprometido en el proceso simbiótico de la enseñanza. 
Me atrevo a afirmar que ese antecedente, Liceo de Bachillerato anexo al Colegio Mayor de Bolívar-Universidad Femenina, en su estructura, desarrolló un «gen académico» trasmitido a través de los años en las diferentes fases por las que ha atravesado la Institución Educativa, no importando el contexto, porque la academia del Soledad Acosta de Samper se irradia en todo momento, no sólo a través de los estudiantes que transforman el pensamiento familiar, sino de la correcta y sabia disciplina que transmiten sus maestros. 
En el Soledad  Acosta de Samper, aprendí, que la inteligencia no tenía sexo, pero ella se convierte en un aditivo deslumbrante de belleza, cuando es mostrada por las mentes de las mujeres para asegurar una sociedad más justa y libertaria. 
Aprendí a aceptar el beso en la mejilla como símbolo de fraternidad y de respeto, también a ser flexible, después de pasar malos momentos por la intransigencia de una nota, que nada tenía que ver con la espiritualidad  y la nobleza del estudiante. Encontré compañeros que sabían endulzar y neutralizar las ácidas lecciones de cualquiera de los tantos días que tiene el año, ya fuera con la celebración de los cumpleaños de cualquiera de los hijos o cualquier otro aniversario, como los días del maestro y del estudiante. 
Cuando llegué al Soledad Acosta de Samper, venía del Liceo de Bolívar, donde las lecciones se enseñaban con mucha dureza y el estudiantado se tomaba el derecho de cambiar al maestro, cuando éste no resolvía las dudas planteadas en las clases. 
Mi cabello era negro y soportaba un pequeño afro, como asomo al promulgado reconocimiento de los Derechos Humanos, que hacía juego con las bocas anchas de los pantalones terlenka. 
Del Centro llegamos a Blas de Lezo, nos trajimos el Tótem del intelecto para protección de nuestros estudiantes, y allí con las voces y las manos de la Comunidad, aquel erial se convirtió en el vergel de la Academia y la lúdica. 
Allá llegó Aura Beatriz, una pedagoga con el pensamiento universal dela educación irradiada por los maestro de la Pedagógica de Tunja, hacía valer la integralidad de la recreación con las ciencias. 
La Institución Educativa nace en el año 1949, aún se sentían los estertores de la muerte del caudillo Jorge Eliécer Gaitán,  se palpaba la hegemonía del partido conservador  y los  inicios de la violencia, pero ésta tenía la contrapartida del nacimiento de uno de los soportes de la cultura bolivarense, como era el Liceo femenino, anexo al Colegio Mayor de Bolívar.  
Antes de llegar a Blas de Lezo, hizo todo un peregrinaje, como tratando de culturizar a esta noble Cartagena, se inició en la Calle de Santa Teresa, después caminó hacia la Calle de la Factoría, miró más cerca al mar y buscó la península de Bocagrande, después,  vive un tiempo en la Calle del Sargento Mayor y casi al final, llega al laberinto de la Calle de la Media Luna, de donde parte y se direcciona al suroccidente para brindar las luces de la Academia y la cultura que necesita esta Cartagena nuestra. 
En el Liceo Soledad Acosta de Samper, tuve la oportunidad de buscar la transversalidad de las Ciencias Naturales con respecto a las demás asignaturas o áreas del conocimiento, y comprendí que de nada valía resolver con soltura una ecuación, si ésta no se podía relacionar con la problemática de nuestro entorno o contextualizarla para hacerla más funcional. Aprendí a profundizar en el pensamiento de Sábato en sus reflexiones sobre el mundo, un hombre de ciencias que amó  la Literatura  y a la vez me recordaba a Lewis Carrol, el matemático de «Alicia en el País de las Maravillas». 
El Colegio Soledad Acosta de Samper, hizo parte de la conformación de mi familia, son tantos los recuerdos, uno de esos, son las notas de agradecimientos, donde se conjugan las manos del maestro y los estudiantes, como la que recibí en el 2001: 

Para Juan:
Hoy, quiero agradecer a usted todo el esmero y esfuerzos dedicados no sólo a mi formación intelectual sino también a moldear mi espíritu como persona de bien, útil a mí misma, a mis padres y familiares, a mi patria y a la sociedad en general. Tenga la seguridad de que sus enseñanzas perdurarán en mi memoria porque personas como usted, hacen digna la labor que desempeñan y nos muestran que si hay ríos para atravesar, debemos construir el puente que nos hará posible llegar más lejos.
Afectuosamente:
Mariluz Barros; Yeimy Gari, Adriana Díaz; Lisbeth Morales; Paulet Gómez, Angélica Miranda; Adriana Redondo, Maty Martínez Mendoza; Katerine Pérez Salgado, y Delanys Guerrero.
2001, Jornada de la Tarde.
Llevo muchos recuerdos de mis compañeros del Soledad Acosta de Samper, si son recuerdos todos están en el corazón, porque recordar significa, volver al corazón. 
Ana Valdelamar, Anachen, Aurora, Mayito, Yadira, Ana Padilla, Mery, Consuelo, Edith, Alix, Celso López, Ismael, Hernando, Lucho, Crespo, Alcides, Celita, Bertha, Judith, Graciela, Jorge Díaz, Daniel, Rafael , Crespo, América,  Aura, Horte, Mary  Flor, Jorge Díaz, Alberto y muchos otros maestros que tuvimos la oportunidad de enseñar y aprender en aquella Escuela. Agradezco  a las Directivas, y en especial al rector, licenciado Luis Ramírez Castellón, a los profesores y estudiantes en general, a toda la comunidad, este reconocimiento,que recibo hoy,  de parte de ustedes. 

lunes, 24 de noviembre de 2014

EN LA CALVARIA: UN CUENTO COSTUMBRISTA

«Y hasta el sol de hoy, en Sincé 

no se ha tenido más noticias del cartulo prieto»

PARA MÍ, LOS CASCARONES
Por Rodrigo José Hernández Buelvas*

En la espaciosa casa de Hipólito Meza, en el apacible pueblo de Sincé Bolívar, debajo de un frondoso ciruelo, que en la esquina del patio verdeaba de lo lindo, había un chiquero y dentro de él grande cochino mono capado, que engordaban con mucho celo y cuidado; en la otra esquina del fondo del patio, atado a un florecido mamón de mico. Acostumbraban dejar a un prieto pollino cartulo lucero, que era el encargado de acompañar a su amo Hipólito en la dura faena del campo. 

Por aquellas cosas de la vida, parecería que la sagaz coincidencia quisiera que el noble bruto se fuese cada día más, decepcionando de su dueño, ya que siempre que el asno se estaba quedando dormido abrigado por las frondas umbrosas del mamón, escuchaba a la mujer de Hipólito: 
—¿ Jocheee... ya le echaste el maíz al choncho? 
—No señora. 
—¿Bueno muchacho... y qué esperas? Ves, échaselo enseguida que el pobrecito tiene hambre, desde acá se le oyen sus lamentosos gruñidos incesantes. 
—Está bien mamá... 
Respondía el joven y de inmediato en una totuma iba desgranando las mazorcas de maíz que cogía del pañol y después de desgranarlas, arrojaba los granos en un bongo grande que estaba en la asquerosa pocilga pestilente, para que el guaro comiera. 
Al día siguiente, en el momento de estarse revolcando el solípedo, oía a su propietario gritar: 
—¡Rosaaaaa. Ya le echaste el suero dulce al capao? 
—Siii…Hipo. 
—Ahhh… yo creía... 
Decía el marido mientras extendía la hamaca macorina sobre las puntas de las cañas de la cerca del patio, para que se asoleara y así se le salieran las pulgas que durante la noche no lo habían dejado dormir. 
Al otro día, cuando el jumento se encontraba incómodamente, parado en tres patas, rascándose el maltratado lomo, con sus amonados dientes, escuchaba la estridente voz de doña Rosa: 
—Jocheee.. échale las conchas y los rabos de yuca al cerdo, mijo. 
—Sí mamá, enseguida voy. 
Así se la pasaban todo el día y todos los días, para el marrano, variada comida en abundancia y a cada rato. Cuando no era el suero dulce, era el maíz en grano, cuando no las conchas o rabos, los desperdicios, las sobras, el costrú, cucayo negro mantecoso del día anterior, el enchumbado salvado, fresca agua limpia, y en fin, de todo, en cambio para el pobre chacarón, sólo, y eso no todas las veces, unos pocos cascarones resecos de maíz. 
Ya el manso rucio poseía el organismo acostumbrado a pasarse el día de largo sin probar bocado en espera de la noche para estar en la huerta y poder, allá, engullir la yerba y beber el agua del arroyo. 
Inclusive la comida trasnochada no le causaba ningún daño. Ahora sí que él comprendía el por qué decían algunos humanos: «Julanito tiene estómago de burro». 
La envidia se estaba apoderando inmisericordemente de su conforme ser, empezaba a carcomerle las entrañas, ya que percibía que al mugriento gocholo tenían pechichón. 
Por ello el prieto se repetía constantemente: 
—Verdad que en esta vida unos nacen con estrellas y otros como yo nacemos estrellados. 
No sé qué es lo que le han visto a este paquidermo asqueroso que sólo sirve para comer y cagar, además de pasársela en ese hediondo barrial. Es tan basto el desgraciado que deglute con qué gusto y avidez los excrementos que le arroja la abuela María T de su bacinilla. Desde acá le oigo las muelas al saborearse y lo veo pelarme sus amarillentos colmillos, como diciéndome: 
—Eso es para que te espiques, so pobre cabrón de puta pobre. 
En cambio a mí que los cargo a todos sin rechistar, que los llevo a donde quieren ir. Yo que les traigo el agua en barriles del pozo «El Trébol», la leche en cántaros desde Cocorote, la leña en tercios desde Montañita. 
Los ñames espinos y criollos en jolones desde Juan Gordo, el guandú y ajonjolí en mazos desde Moralito Niza, las yucas y batatas en la mochila de majagua desde Rancho de la Cruz, las manos cuatrofilos y guineos manzanos desde Huele Tigre, las berenjenas y papayas en cajas desde Valencia, el arroz en puños desde El Roble, las auyamas y las candías desde Moralito Los Micos, y para que coman su acostumbrada mazamorra, les cargo los sacos de maíz viche, chorote y cariaco, desde La Loma de Cabildo, y para mí..., ni una gota de agua me brindan los desconsiderados, sólo Joche, cuando se le parte el alma al ver mis brillantes ojos vidriosos, del filo que estoy llevando, me proporciona unos cuantos cascarones resecos, que me tira a escondidas del papá. 
Recuerdo, siguió pensando el resentido garañón, que ese ocho de septiembre, día de la Virgen del Socorro, la luna radiante como un sol veraniego, en el silente patio, esa madrugada, se entretenía iluminando con melancolía a las endebles sombras de árboles y caballetes. 
A esas horas de plenilunio, entraba Hipólito sobre mí con una carga de astillas secas de corazón de matarratón y en las ancas a horcajadas iba su sobrino, Manuel, quien había llegado la tarde anterior desde Charco Caballo para que lo confirmara el obispo, pues el sumo pontífice llegaría de Cartagena a la solemne misa concelebrada. 
En esos momentos corría un hálito fresco marino proveniente del Golfo de Morrosquillo entremezclado con la tenue fragancia exquisita de la vegetación de Los Montes de María y con el vaho característico de los extensos gramales de Las Sabanas bolivarenses. 
No había acabado aún, Hipólito, de bajar la leña de mis angarillas, cuando su ronca voz, en la calma reinante de esa madrugada de septiembre, resonó en el ambiente haciendo ecos en la vegetación de los patios de las casas del vecindario. 
—Jocheee... ayuda a Mane a coger al lechón y tráiganmelo acá rápido. 
De inmediato, Joche y su primo se dirigieron al chiquero, quitaron las trancas de la puerta y entraron llamándolo con un cariñito hipócrita: 
—Chonchi..., Chonchi..., chonchi…. 
Pero como esta no era la costumbre, el puerco dando la impresión de presentir algo, iba reculando para alejarse de ellos. Entonces decidieron perseguirlo, pero él con agilidad porcina se les escabullía por entre las piernas. Al notar la tardanza de los muchachos se escuchó de nuevo la recia voz del amo: 
—Arrincónenlo, cójanlo por las patas y arrástrenlo hasta acá ... y para que no despierte a la gente con sus chillíos, métanle un dedo en el culo. 
Haciendo lo indicado por el amo, cogieron al chancho y lo condujeron hasta el centro del patio, cerca de un viejo tronco de tamarindo, que sobresalía del arenoso suelo y como que también hicieron lo otro, lo del dedo, ya que no chillaba el desgraciado, más bien se notaba feliz. 
Cuando llegaron con el sucio jeta cilíndrica, el amo colocándole la cabeza sobre el fuerte tronco viejo que sobresalía en el centro del patio, le asestó con el cabo del hacha un fuerte golpe en la testa haciéndole lanzar un tremendo chillío de dolor; su escandalosa gritería produjo un alboroto en las desveladas gallinas y en los somnolientos pavos de los alrededores. 
Los insoportables cacareos eran seguidos de cerca por los monótonos cantos de los gallos y a estos respondían los broncos graznidos guturales de los pavos, amén de los ladridos ensordecedores de los canes, hasta yo estuve a punto de sumarme con mis melodiosos rebuznos a la molestosa cantaleta, pero cuando lo iba a hacer, fui detenido por la infantil voz asustadiza de Mane quien gritó a su anciano pariente: 
—¡Tío, le meto otra vez, al marrano el dedo en el jopo para que calle?
—Que va, mijo, ahora esa no es la fórmula que hay que utilizar para callarlo, sino ésta... 
Y arqueándose bien para coger impulso, le propinó un tremendo garrotazo en el plato de la frente, lo que hizo que el marrano diera su último grito de desespero, que se oyó durante un largo rato retumbando en las esquinas silentes del poblado. Su eco se fue apaciguando en las frondas de los árboles a medida que iba boqueando. Por fin lo vi atezar el jarrete y lo último que dejó de mover fue su retorcido rabo carente de cerdas en la punta que le quedó erecto como un afilado punzón. 
—Ya estiró las patas. —Le oí decir a Joche. 
—Ayúdenmelo a subir a la mesa. 
Dijo, Hipólito, mientras lo alzaba con la derecha por una oreja y con la izquierda por la sangrante jeta espumosa. 
Ahora, en la mesa, y degollado, prendieron unas palmas viejas y empezaron a chamusquearle el cuero encerdado para que deshollejara. 
En el entorno, la que era fragante brisa, se tornó en insoportable fogaje desagradable hedentina a cerdas quemadas. El hedor a cuero chamuscado, a doña Rosa, la mujer del amo, quien se encontraba al pie del fogón, hirviendo un caldero de agua para lavar al lechón, le ocasionó un agudo dolor insoportable en debajo del vientre. Entonces gimiendo por el punzante dolor se llevó la diestra a la parte derecha abajo del vientre donde se le acababa de abultar una enorme bola, que la hizo exclamar: 
—Aaay carajo... yo sabía que el hedor a cacho quemado de la cáscara de huevo quemada, me alborotaba la apendicitis, pero hasta hoy sé que la hedentina a cerda chamuscada también la revuelve. Yo me voy a recostar un momento hasta que se me pase. Así que lávenlo bien, ráspenlo meticulosamente y después que lo hayan abierto, despresado, sacado los tocinos y entresijos, me llaman para fritarlos.
¡Qué festín se dieron! ¡Quién lo iba a creer!... Con razón lo mimaban tanto. 
Fue todo un acontecimiento ese día del Socorro, hasta el Señor Obispo y la comitiva de invitados especiales saborearon los tostados chicharrones, pues doña Rosa, envió un caldero lleno de ellos a la Casa Cural, chicharrones que dicho sea de paso olían deliciosos. 
En la mañana antes de la solemne misa concelebrada, hubo grandes recamarazos, vistosos voladores, estrepitosas canillas y juguetones buscapiés, invitando a la matinal liturgia. A las dos comenzaron por un lado los bautismos oficiados por los sacerdotes y por el otro lado las confirmaciones celebradas en el altar mayor por su excelencia. 
Desde donde me encontraba, debajo del longevo mamón de mico, se escuchaban nítidamente los llantos que emitían los párvulos al ir el cura colocándole la sal en los labios a cada uno al momento de recibir el primer juramento. 
Al caer la tarde el sol se ocultaba detrás de unos grandes cúmulos gríseos mientras en el ocaso el claror producía tachones solferinos y el suave viento refrescaba a la ordenada feligresía que en dos filas interminables llevaban en romería a la hermosa Patrona de Oblonga cabellera negra. 
Apenas hubo entrado la procesión, a eso de las nueve de la noche empezó la caseta. La orquesta Ocho de Diciembre de Corozal en la tarima del Club de Leones, dio inicio a su primera tanda con el porro «El Sinceano», porro que hizo estallar de júbilo a la concurrencia. 
Pasaron mis amos contentos su ocho de septiembre sin acordarse de mí, que sin probar bocado alguno me la pasé el día y la noche debajo del umbroso árbol. 
Al día siguiente, tanto ellos como yo, amanecimos trasnochados. Ellos por su bailoteo en la caseta y yo al no poder dormir con la debilidad que me ocasionaba el hambre insoportable. 
Serían las ocho de la de la mañana, cuando oí el grito de Doña Rosa:
—Jocheee… échale el maíz al burro. 
A pesar de tener la barriga pegada al espinazo por no haber probado bocado durante más de veinticuatro horas, al escuchar aquel mandato, el jumento paró las orejas, encrespó el lomo y sacando fuerzas de donde no le quedaban, de un tremendo barajustón y entre una retreta de pedos, partió la cabuya, y salió corcoveando diciendo: 
—... échale maíz al burro, si jode, yo me largo ahora mismo de esta casa. 
Y hasta el sol de hoy, en Sincé no se ha tenido más noticias del cartulo prieto. 
Algunos dicen haberlo visto salir disfrazado en el Festival del Burro, de San Antero Córdoba.

*RODRIGO JOSÉ HERNÁNDEZ BUELVAS 
Nacido en COROZAL BOLIVAR (hoy Sucre) COLOMBIA. Licenciado en Matemáticas y Física Promoción 1968, UNIATLANTICO. Especialista en Docencia Universitaria, 1995, UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS. Profesor Instituto Nacional Simón Araujo Sincelejo. Profesor Inem José Eusebio Caro de Cúcuta. Profesor Universidad Francisco de Paula Santander y Universidad Libre de Cúcuta. Profesor Universidad de Sucre y CECAR Sincelejo. Jefe Distrito Educativo No. 1 Sucre. Supervisor de Educación Departamental de Sucre. Secretario de Educación del Departamento de Sucre (E) Escritor Costumbrista: obras publicadas «ANTOLOGIA POETICA», 1989. «BRIZNAS SABANERAS», 1992. «UN POCO DE MI PUEBLO EN ESPINELA», 1993. «CONSTRUYENDO DÉCIMA»,1994. «ALGO DE MI TERRUÑO» y «CONTRUYENDO SONETOS»,1995. Compositor costumbrista, con más de 200 temas registrados en SAYCO.





sábado, 22 de noviembre de 2014

  ÁLVARO TRIVIÑO, EL MAESTRO
«DESCOMPONEDOR DE ACERTIJOS Y COMPILADOR DE VOCES»

Por Juan V Guitérrez Magallanes

Hablaba con el escritor Joce Daniels, y éste me decía: «Álvaro es un Centauro, por su gran capacidad intelectual», entonces, deduje, que hacía referencia a ese ser mítico de Quirón, Centauro, que fue maestro de Aquiles, a quien enseñó las mil maneras de burlar a la muerte y aceptar la debilidad de las cosas a través de su talón. 
Álvaro Triviño, un maestro que conoce la fusión mítica que porta en su estructura genética, quizás por eso, muchas veces quienes nos centrábamos en parámetros esquemáticos de una lógica rígida y cuadrática, teníamos dificultades para entenderlo. 
Había que conocer la razón mítica de seres como Álvaro, quienes se han formado en la compilación de las musas, y pueden mostrarnos el hacer de Calíope para transitar en la poesía épica, o dejarse tocar por Clío y mostrarnos lo brillante de la historia, o acompañarse de  Erato, y darnos lo dulce de la poesía amorosa y ligera, o señalarnos a Euterpe, para recrearnos en la música, o sumirnos en su papel de dios Momo y entrarnos en el mundo de Melpómene, y hacer de la vida un teatro donde es válida la tragedia, o embelesarnos con la lírica y la elocuencia de Polimnia, y volver a que experimentemos el mundo en que siempre se ha recreado, el de Talía, para ahogarnos en la risa por la sátira y la burla de sus acciones, o hacernos mirar la bondad del movimiento y la danza, cuando se hace eco de Terpsícore, para al final mostrarse, no como el esclavo maestro, sino como el  científico semántico que posee los secretos de Urania. 
Así como Ramón Gómez de la Serna, en el tránsito de la literatura, metaforiza con las cosas para hacer «Gollerías» que saturan de risa a los lectores, Álvaro  vive la metáfora para realizar «Gollerías»  propias del Dios de la burla y la risa. 
Álvaro es un ser de tiempos primarios, fruto de la fusión de las divinidades del Sueño y la Noche, con una misión de la burla y la sátira para rescatar la condición de esclavo, experimentada por el maestro. Álvaro es también hijo del satírico Sócrates, que se atreve a mofarse de los dioses, para reírse luego de la lid que llevamos perdida, como es la toma de la cicuta. 
Álvaro posee los méritos de «descomponedor de acertijos y compilador de voces», que plasma en sus textos. 
Son tantas las condiciones de Álvaro, como conocedor de la lengua y la facilidad para burlarse de la vida, que me atrevo a asegurar, que éstos, fueron aspectos de  admiración,  en la mentalidad adusta y sanguínea del sajón, ya que se torna mítico, y en su condición de costeño, juega con la alegría, por el cetro de bufón, que esconde como conocedor de la Antropología, pero usa la fusión de dioses como Dionisos o Dionisio y Momo, para enloquecer de risa a la vida. Con Álvaro comprendemos que se puede conjugar la ciencia con la risa y aceptar que la vida es el carnaval de Celia.

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