«Y hasta el sol de hoy, en Sincé
no se ha tenido más noticias del cartulo prieto»
En la espaciosa casa de Hipólito Meza, en el apacible pueblo de Sincé Bolívar, debajo de un frondoso ciruelo, que en la esquina del patio verdeaba de lo lindo, había un chiquero y dentro de él grande cochino mono capado, que engordaban con mucho celo y cuidado; en la otra esquina del fondo del patio, atado a un florecido mamón de mico. Acostumbraban dejar a un prieto pollino cartulo lucero, que era el encargado de acompañar a su amo Hipólito en la dura faena del campo.
Por aquellas cosas de la vida, parecería que la sagaz coincidencia quisiera que el noble bruto se fuese cada día más, decepcionando de su dueño, ya que siempre que el asno se estaba quedando dormido abrigado por las frondas umbrosas del mamón, escuchaba a la mujer de Hipólito:
—¿ Jocheee... ya le echaste el maíz al choncho?
—No señora.
—¿Bueno muchacho... y qué esperas? Ves, échaselo enseguida que el pobrecito tiene hambre, desde acá se le oyen sus lamentosos gruñidos incesantes.
—Está bien mamá...
Respondía el joven y de inmediato en una totuma iba desgranando las mazorcas de maíz que cogía del pañol y después de desgranarlas, arrojaba los granos en un bongo grande que estaba en la asquerosa pocilga pestilente, para que el guaro comiera.
Al día siguiente, en el momento de estarse revolcando el solípedo, oía a su propietario gritar:
—¡Rosaaaaa. Ya le echaste el suero dulce al capao?
—Siii…Hipo.
—Ahhh… yo creía...
Decía el marido mientras extendía la hamaca macorina sobre las puntas de las cañas de la cerca del patio, para que se asoleara y así se le salieran las pulgas que durante la noche no lo habían dejado dormir.
Al otro día, cuando el jumento se encontraba incómodamente, parado en tres patas, rascándose el maltratado lomo, con sus amonados dientes, escuchaba la estridente voz de doña Rosa:
—Jocheee.. échale las conchas y los rabos de yuca al cerdo, mijo.
—Sí mamá, enseguida voy.
Así se la pasaban todo el día y todos los días, para el marrano, variada comida en abundancia y a cada rato. Cuando no era el suero dulce, era el maíz en grano, cuando no las conchas o rabos, los desperdicios, las sobras, el costrú, cucayo negro mantecoso del día anterior, el enchumbado salvado, fresca agua limpia, y en fin, de todo, en cambio para el pobre chacarón, sólo, y eso no todas las veces, unos pocos cascarones resecos de maíz.
Ya el manso rucio poseía el organismo acostumbrado a pasarse el día de largo sin probar bocado en espera de la noche para estar en la huerta y poder, allá, engullir la yerba y beber el agua del arroyo.
Inclusive la comida trasnochada no le causaba ningún daño. Ahora sí que él comprendía el por qué decían algunos humanos: «Julanito tiene estómago de burro».
La envidia se estaba apoderando inmisericordemente de su conforme ser, empezaba a carcomerle las entrañas, ya que percibía que al mugriento gocholo tenían pechichón.
Por ello el prieto se repetía constantemente:
—Verdad que en esta vida unos nacen con estrellas y otros como yo nacemos estrellados.
No sé qué es lo que le han visto a este paquidermo asqueroso que sólo sirve para comer y cagar, además de pasársela en ese hediondo barrial. Es tan basto el desgraciado que deglute con qué gusto y avidez los excrementos que le arroja la abuela María T de su bacinilla. Desde acá le oigo las muelas al saborearse y lo veo pelarme sus amarillentos colmillos, como diciéndome:
—Eso es para que te espiques, so pobre cabrón de puta pobre.
En cambio a mí que los cargo a todos sin rechistar, que los llevo a donde quieren ir. Yo que les traigo el agua en barriles del pozo «El Trébol», la leche en cántaros desde Cocorote, la leña en tercios desde Montañita.
Los ñames espinos y criollos en jolones desde Juan Gordo, el guandú y ajonjolí en mazos desde Moralito Niza, las yucas y batatas en la mochila de majagua desde Rancho de la Cruz, las manos cuatrofilos y guineos manzanos desde Huele Tigre, las berenjenas y papayas en cajas desde Valencia, el arroz en puños desde El Roble, las auyamas y las candías desde Moralito Los Micos, y para que coman su acostumbrada mazamorra, les cargo los sacos de maíz viche, chorote y cariaco, desde La Loma de Cabildo, y para mí..., ni una gota de agua me brindan los desconsiderados, sólo Joche, cuando se le parte el alma al ver mis brillantes ojos vidriosos, del filo que estoy llevando, me proporciona unos cuantos cascarones resecos, que me tira a escondidas del papá.
Recuerdo, siguió pensando el resentido garañón, que ese ocho de septiembre, día de la Virgen del Socorro, la luna radiante como un sol veraniego, en el silente patio, esa madrugada, se entretenía iluminando con melancolía a las endebles sombras de árboles y caballetes.
A esas horas de plenilunio, entraba Hipólito sobre mí con una carga de astillas secas de corazón de matarratón y en las ancas a horcajadas iba su sobrino, Manuel, quien había llegado la tarde anterior desde Charco Caballo para que lo confirmara el obispo, pues el sumo pontífice llegaría de Cartagena a la solemne misa concelebrada.
En esos momentos corría un hálito fresco marino proveniente del Golfo de Morrosquillo entremezclado con la tenue fragancia exquisita de la vegetación de Los Montes de María y con el vaho característico de los extensos gramales de Las Sabanas bolivarenses.
No había acabado aún, Hipólito, de bajar la leña de mis angarillas, cuando su ronca voz, en la calma reinante de esa madrugada de septiembre, resonó en el ambiente haciendo ecos en la vegetación de los patios de las casas del vecindario.
—Jocheee... ayuda a Mane a coger al lechón y tráiganmelo acá rápido.
De inmediato, Joche y su primo se dirigieron al chiquero, quitaron las trancas de la puerta y entraron llamándolo con un cariñito hipócrita:
—Chonchi..., Chonchi..., chonchi….
Pero como esta no era la costumbre, el puerco dando la impresión de presentir algo, iba reculando para alejarse de ellos. Entonces decidieron perseguirlo, pero él con agilidad porcina se les escabullía por entre las piernas. Al notar la tardanza de los muchachos se escuchó de nuevo la recia voz del amo:
—Arrincónenlo, cójanlo por las patas y arrástrenlo hasta acá ... y para que no despierte a la gente con sus chillíos, métanle un dedo en el culo.
Haciendo lo indicado por el amo, cogieron al chancho y lo condujeron hasta el centro del patio, cerca de un viejo tronco de tamarindo, que sobresalía del arenoso suelo y como que también hicieron lo otro, lo del dedo, ya que no chillaba el desgraciado, más bien se notaba feliz.
Cuando llegaron con el sucio jeta cilíndrica, el amo colocándole la cabeza sobre el fuerte tronco viejo que sobresalía en el centro del patio, le asestó con el cabo del hacha un fuerte golpe en la testa haciéndole lanzar un tremendo chillío de dolor; su escandalosa gritería produjo un alboroto en las desveladas gallinas y en los somnolientos pavos de los alrededores.
Los insoportables cacareos eran seguidos de cerca por los monótonos cantos de los gallos y a estos respondían los broncos graznidos guturales de los pavos, amén de los ladridos ensordecedores de los canes, hasta yo estuve a punto de sumarme con mis melodiosos rebuznos a la molestosa cantaleta, pero cuando lo iba a hacer, fui detenido por la infantil voz asustadiza de Mane quien gritó a su anciano pariente:
—¡Tío, le meto otra vez, al marrano el dedo en el jopo para que calle?—Que va, mijo, ahora esa no es la fórmula que hay que utilizar para callarlo, sino ésta...
Y arqueándose bien para coger impulso, le propinó un tremendo garrotazo en el plato de la frente, lo que hizo que el marrano diera su último grito de desespero, que se oyó durante un largo rato retumbando en las esquinas silentes del poblado. Su eco se fue apaciguando en las frondas de los árboles a medida que iba boqueando. Por fin lo vi atezar el jarrete y lo último que dejó de mover fue su retorcido rabo carente de cerdas en la punta que le quedó erecto como un afilado punzón.
—Ya estiró las patas. —Le oí decir a Joche.
—Ayúdenmelo a subir a la mesa.
Dijo, Hipólito, mientras lo alzaba con la derecha por una oreja y con la izquierda por la sangrante jeta espumosa.
Ahora, en la mesa, y degollado, prendieron unas palmas viejas y empezaron a chamusquearle el cuero encerdado para que deshollejara.
En el entorno, la que era fragante brisa, se tornó en insoportable fogaje desagradable hedentina a cerdas quemadas. El hedor a cuero chamuscado, a doña Rosa, la mujer del amo, quien se encontraba al pie del fogón, hirviendo un caldero de agua para lavar al lechón, le ocasionó un agudo dolor insoportable en debajo del vientre. Entonces gimiendo por el punzante dolor se llevó la diestra a la parte derecha abajo del vientre donde se le acababa de abultar una enorme bola, que la hizo exclamar:
—Aaay carajo... yo sabía que el hedor a cacho quemado de la cáscara de huevo quemada, me alborotaba la apendicitis, pero hasta hoy sé que la hedentina a cerda chamuscada también la revuelve. Yo me voy a recostar un momento hasta que se me pase. Así que lávenlo bien, ráspenlo meticulosamente y después que lo hayan abierto, despresado, sacado los tocinos y entresijos, me llaman para fritarlos.¡Qué festín se dieron! ¡Quién lo iba a creer!... Con razón lo mimaban tanto.
Fue todo un acontecimiento ese día del Socorro, hasta el Señor Obispo y la comitiva de invitados especiales saborearon los tostados chicharrones, pues doña Rosa, envió un caldero lleno de ellos a la Casa Cural, chicharrones que dicho sea de paso olían deliciosos.
En la mañana antes de la solemne misa concelebrada, hubo grandes recamarazos, vistosos voladores, estrepitosas canillas y juguetones buscapiés, invitando a la matinal liturgia. A las dos comenzaron por un lado los bautismos oficiados por los sacerdotes y por el otro lado las confirmaciones celebradas en el altar mayor por su excelencia.
Desde donde me encontraba, debajo del longevo mamón de mico, se escuchaban nítidamente los llantos que emitían los párvulos al ir el cura colocándole la sal en los labios a cada uno al momento de recibir el primer juramento.
Al caer la tarde el sol se ocultaba detrás de unos grandes cúmulos gríseos mientras en el ocaso el claror producía tachones solferinos y el suave viento refrescaba a la ordenada feligresía que en dos filas interminables llevaban en romería a la hermosa Patrona de Oblonga cabellera negra.
Apenas hubo entrado la procesión, a eso de las nueve de la noche empezó la caseta. La orquesta Ocho de Diciembre de Corozal en la tarima del Club de Leones, dio inicio a su primera tanda con el porro «El Sinceano», porro que hizo estallar de júbilo a la concurrencia.
Pasaron mis amos contentos su ocho de septiembre sin acordarse de mí, que sin probar bocado alguno me la pasé el día y la noche debajo del umbroso árbol.
Serían las ocho de la de la mañana, cuando oí el grito de Doña Rosa:—Jocheee… échale el maíz al burro.
A pesar de tener la barriga pegada al espinazo por no haber probado bocado durante más de veinticuatro horas, al escuchar aquel mandato, el jumento paró las orejas, encrespó el lomo y sacando fuerzas de donde no le quedaban, de un tremendo barajustón y entre una retreta de pedos, partió la cabuya, y salió corcoveando diciendo:
—... échale maíz al burro, si jode, yo me largo ahora mismo de esta casa.
Y hasta el sol de hoy, en Sincé no se ha tenido más noticias del cartulo prieto.
Algunos dicen haberlo visto salir disfrazado en el Festival del Burro, de San Antero Córdoba.
*RODRIGO JOSÉ HERNÁNDEZ BUELVAS
Nacido en COROZAL BOLIVAR (hoy Sucre) COLOMBIA. Licenciado en Matemáticas y Física Promoción 1968, UNIATLANTICO. Especialista en Docencia Universitaria, 1995, UNIVERSIDAD SANTO TOMÁS. Profesor Instituto Nacional Simón Araujo Sincelejo. Profesor Inem José Eusebio Caro de Cúcuta. Profesor Universidad Francisco de Paula Santander y Universidad Libre de Cúcuta. Profesor Universidad de Sucre y CECAR Sincelejo. Jefe Distrito Educativo No. 1 Sucre. Supervisor de Educación Departamental de Sucre. Secretario de Educación del Departamento de Sucre (E) Escritor Costumbrista: obras publicadas «ANTOLOGIA POETICA», 1989. «BRIZNAS SABANERAS», 1992. «UN POCO DE MI PUEBLO EN ESPINELA», 1993. «CONSTRUYENDO DÉCIMA»,1994. «ALGO DE MI TERRUÑO» y «CONTRUYENDO SONETOS»,1995. Compositor costumbrista, con más de 200 temas registrados en SAYCO.
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