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lunes, 1 de diciembre de 2014

La experiencia poética
de José Ramón Mercado

Por Adalberto Bolaño Sandoval*

El último poemario del poeta sucreño José Ramón Mercado, «Pájaro Amargo», no hace sino recordar, en parte, la epístola que Franz Kafka escribió a su progenitor Hermann. Desde su famosa «Carta al padre», escrita en noviembre de 1919, Kafka revelaba el comportamiento traumático y las huellas negativas que sobre él causó el trato de su antecesor. Ello da cuenta de que cada tanto los escritores cobran cuenta a sus progenitores. Su carta comenzaba: 
«Querido padre: 
Hace poco tiempo me preguntaste por qué te tengo tanto miedo. Como siempre, no supe qué contestar, en parte por ese miedo que me provocas, y en parte porque son demasiados los detalles que lo fundamentan, muchos más de los que podría expresar cuando hablo.
Sé que este intento de contestarte por escrito resultará muy incompleto» (1).
 
Confesión, trauma, reclamo, ira, angustia, todos a una, este texto se ha convertido en una leyenda literaria y testimonial, sin embargo, su albacea, Max Brod llegó a señalar que los abusos no eran tales. Esa contradicción ha revelado una especie de polémica pues no se sabe cómo registrar la Carta: si como testimonio o texto ficción. Brod la incluye entre sus textos literarios y no como correspondencia. 
Puede decirse que la poesía de José Ramón Mercado va en esa misma línea. El viejo debate acerca de si la literatura es autobiográfica o imaginativa cobra vida nuevamente. Pero es algo que también se puede cerrar aquí: se constituye en poesía de la experiencia vuelta arte, como se verá adelante. No obstante, esta hace énfasis en la microhistoria y en la privacidad, en un realismo (o neorrealismo), y con ello, a una nueva conceptualización de lo ficcional, en la cual la Historia pasa, le sucede y se encarna en los hombres. Ello conlleva que la literatura haga intervención social, recupere los contextos y el espacio de la sentimentalidad y la intimidad. 
Inclusive, varios de los poemas de «Pájaro Amargo» tienen títulos parecidos («Última carta de mi padre»). Y en realidad, esta ha sido una temática que ha marcado a su obra, tanto poética como narrativa.

En su textos, Mercado (1937- ), como representante de la poesía del Caribe todo, hace gala de temas que sintetizan, expanden como un ejercicio que nos habla, también, del espacio, la soledad, la religión, la historia y el espacio, y, cómo no, sobre las relaciones familiares y filiales. En su penúltimo poemario, de 2009, «Tratado de Soledad», retoma el tema del padre, pero también se constituye en una especie de compendio en el que se cruzan sus preocupaciones iniciales: poesía del lugar, del espacio, de la familia, aunque además, una preocupación, social, cívica de alguna forma, política y ética, realmente en otra; en fin, una acepción que conlleva una interpretación política, es decir, un estética crítica.

Más tarde, en su último poemario, «Pájaro Amargo», el número 13 concreta un poemario completo sobre la temática del padre. Ya desde 1970 traza un largo camino, cuando publica su primer libro, «No solo poemas». Allí revela, entre el recuerdo filial y el ajuste de cuentas de la memoria:
 
Padre
viejo pastor de búfalos
y palomas
Te recuerdo
soñando las canciones
desatadas en amargas mieles [...]
Te recuerdo
tragándote todos los silencios
y la llave abierta de tu
indiferencia
cayéndonos
como un agua amarga
(«Mi padre era un agua muy amarga», pp.16-17).
 
«Pájaro Amargo», su última producción poética, redefine su estética y la acerca aún a la poesía del linaje, un concepto muy aplicable a la poesía del Caribe, y aún más a poetas del Caribe colombiano, pues está íntegra, en parte, la obra de Héctor Rojas Herazo, y mucho, en Raúl Gómez Jattin, Gabriel Ferrer y Jorge García Usta. 
La poesía de José Ramón revela una región, o una revisión neorregional del paisaje mediatizándola a través de una geopoética, y con ella una estructura de sentimientos (Raymond Williams) y sentidos, conjugándose así una versión interpretativa del Caribe que, sin querer ser esencialista, se asume como una cosmovisión en la que se conjugan tres temáticas unidas indisolublemente: identidad, paisaje y memoria. Estas hablan de espacio, poder, escritura, historia. Los comienzos de la poesía de Mercado correspondían a una expresión de la época de los 70 y 80 y aún de los 90: una poesía de carácter social, pero que incluye elementos metaliterarios, de autorreflexividad y cultura popular: «No solo poemas» (1970), «El cielo que me tienes prometido» (1983), «Agua de alondra» (1991), «Retrato del guerrero» (1993), «Árbol de levas» (1996), «La noche del knock-out y otros nocauts» (1996). 
Más tarde su poesía se ubica en una concepción en el que se cruzan elementos de carácter geocultural, constituyéndose en una geopoética: «Agua del tiempo muerto» (1996), «La casa entre los árboles» (2006), «Los días de la ciudad» (2004) y «Agua erótica» (2005), perfilándose en una poesía urbana y apocalíptica, y, en algunos momentos, de mirada optimista. «Tratado de soledad» (2009) se plantea como un cambio cosmovisivo y temático en el que las preocupaciones éticas y denuncias de la violencia colombiana durante los últimos 20 años condensan una reflexión sobre la justicia y la memoria traumatizada. 
«Pájaro Amargo» (2013) representa un giro hermoso y filial, un giro en cuanto al concepto de poesía del linaje. De los 23 poemas seleccionados, tres no pertenecerían al género de la elegía paterna, pero no dudan en entrar en la poesía de la memoria. Un último texto híbrido, poema en prosa, prosa poética y ficcionalización, resume los otros 23: cartas al padre que trasuntan admiración y un ajuste de cuentas doloroso. Muchos de los textos habían aparecido en poemarios anteriores y más de la mitad fueron recogidos para esta edición. 
«Pájaro Amargo» hace parte de una poética de la memoria familiar. Mirados hacia atrás, a partir del padre, muchos de los poemas apelan a la ficcionalización de puntos de vista autobiográficos, haciendo Mercado de lo íntimo algo público, de lo privado una presencia de los otros, una «intimidad pública», y configurando una autobiografía oblicua, mediante vivencias recreadas, autoficción, con un valor biográfico que busca la resignificación para que, como parte de la memoria individual se inserte en la cultura y darle unidad y continuidad narrativa. Somos narración, somos relatos, estamos constituidos de tiempo. Tiempo y relato nos imbrican. Se trata de refigurar, recontar, reficcionalizar. Mercado recurre a la elegía para narrarnos un sentir, una antropología del sí mismo y del otro en nosotros. Traza una especie de, en palabras de Roland Barthes, «biografemas», una especie «de arte de la memoria, de la muerte, de memento mori», del que ya no es. 
Existen varias características en «Pájaro Amargo»: una carga afectiva y pasional en trance, de manera que el pasado se conjuga en el presente de la lectura, en el presente refigurado, tiempo de la verdad —estética—, de la memoria. Esta contención estética, esta poesía como arte mostrada mediante una alta carga de «puesta-en-obra de la verdad» (M. Heidegger) conviene en recordar en «amargas mieles» (p. 25) pero también la «mítica errancia» (p.33) del paso de un personaje que «tenía vocación de herrero de caballos / Luna arriba / Él era la raíz del mito la luz de la memoria» (p. 36).

Esta poesía de la mitificación guarda el equilibrio entre la rabia, el dolor y la pasión; se enmarca, entonces, en un proceso de solidez discursiva, macerada, cuyo sentido filial desaparece para ubicar al lector en un más allá artístico: no ya en una carta al padre kafkiano sino una poesía que universaliza el lamento, que retrata la memoria y evoca y busca no «derramar una lágrima frente al recuerdo» (p. 41).
*Tomado de Latitud
Revista dominical de    Elheraldo.com.co
          Barranquilla, diciembre 30 de 2014


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