Translate

La Donación de nuestros Lectores nos motivan a seguir hacia adelante. ¡Gracias!

jueves, 4 de diciembre de 2014

MANUEL ZAPATA OLIVELLA NO TIENE UN BUSTO EN CARTAGENA

«AQUEL HOMBRE DE ASOMADO AFRO Y CAMISA BLANCA DE CUELLO ANCESTRAL»
 Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Eran los años de 1952, cuando mi abuelo, me dijo:  «Ese hombre que va saltando los charcos dejados por la lluvia y la marea que se crece, es Manuel, el hijo de Ángel María, yo lo conocí en la calle de San Antonio del barrio de Getsemaní, su papá era un hombre que sabía mucho y vestía con un cotón, así como el que usa el señor Juan Gómez, son vestidos de pantalón y una especie de chaqueta que se abotona hasta el cuello, algunos usan botones de  oro», así me hablaba mi abuelo, cuando me mostró por primera vez a Manuel Zapata  Olivella. 
Cuando llegaba de Bogotá, después de quitarse el saco y volver a respirar el yodo de las aguas de mar grande, se dirigía a Chambacú, entraba por el antiguo Puente de Madera, ese que guardaba el eco de las botas del policía más respetado y temido por los rufianes de  Cartagena, el Sargento Aguirre, jefe guardián de la cárcel de Varones de  San Diego. 
Manuel atravesaba la calle con la alegría de la sonrisa de la fritanguera Gregoria, quien le obsequiaba la sazón de las asaduras, que ella sólo sabía preparar «en aquel barrio de sabores gastronómicos que se diluían en el Caño de Juan Angola». 
Manuel regalaba sonrisa amplia y abrazadora al tiempo  que extendía los brazos para protegerse de malos augurios, era un hombre confraternizado con muchos dioses del panteón Yoruba, que él sabía sincretizar para acogerse a la bondad de las tías y de la abuela Ángela Vásquez de Zapata. 
Pasaba por donde Candé, la del pescado y, volvía a aspirar con su ancha  nariz para no perderse el aroma del sábalo que se fritaba y era esperado por los bollos de  la señora Catón. 
Todo aquello lo aceptaba y  elogiaba como los grandes manjares de  los dioses Penates, lo que compartiría con sus primos Pitalúa Villa. 
Seguía entonces hacia la Loma del  Vidrio, donde miraba a la izquierda para brindarle el saludo al boxeador «Dinamita Pum», yerno de Juana Maza, casado con una de las que conformaban la dinastía de «Las Priscas», vendedoras de carbón en la plaza del mercado de Bazurto. 
Zapata admiraba a «Dinamita Pum» por haber tenido confrontaciones con boxeadores de peso pesado, entre ellos con «Kid Bogotá». 
Manuel tenía un poco de contrariedad con su conciencia, cuando «Dinamita Pum» se enfrentaba al «Tiburón de Marbella», ambos formados en la cercanía del Caño de Juan Angola y tejidos con las fibras del mismo mangle, dejaba a opción de los dioses que ganara el mejor, además, eran peleadores que se habían iniciado como profesionales en la lona del Coliseo de la Calle del Espíritu Santo de Getsemaní, lugar aquel donde Manuel vio  los primeros encuentros de boxeo. 
Al bajar la Loma del Vidrio, saludaba con mucha afabilidad a la maestra Carmen Pérez, mujer bondadosa e inmarcesible, creo que se le anticipó a Remedios «La Bella», en la ascensión al cielo, hasta allí llegaban las miradas de los chambaculeros para librarse de las malas apreciaciones. 
Continuaba el hombre de desordenado afro, saltando sobre las piedras para no enlodar su pantalón negro, adecuado para soportar las bajas temperaturas de Bogotá. 
Así que, una vez que ingresaba en la Calle del Mondongo, llamada eufemísticamente de «La Esperanza», por esas fiestas de casualidades, como así lo decía Manuel, mi abuelo quien siempre estaba sentado en la puerta cuando él pasaba a visitar sus parientes, observaba que el hombre se perdía entre la bruma de las voces del extremo de la calle, conocida como Rincón Guapo, una toponimia equivocada, porque, era un Rincón, donde se compilaban ríos de voces y aromas del sancocho de mondongo, el maní que se tostaba, las cocadas de panela que se doraban y, las postas de sábalo que palpitaban invitando a la degustación. 
Manuel doblaba a la derecha y se escondía en el Callejón del Esfuerzo, donde vivía su abuela Ángela Vásquez de Zapata, llegaba y abría todos los regalos que le habían otorgado, en su travesía por las calles de lo que vendría a ser «El Corral de Chambacú», en ese momento, para mí era el lugar más libertario de Cartagena, donde no existían inhibiciones para soltar la risa por las ocurrencias más inverosímiles del hombre del Caribe, Manuel lo sabía, como antropólogo y seguidor de las huellas dejadas en el imaginario de  los hombres que hacían parte de su vivencia diaria. 
Y como bien lo expresa William Mina Aragón*: «Él (Manuel) guardián de los ancestros». Él es aquel protector de la memoria ancestral y legendaria africana, que los Orichas y las Tablas de Ifá-fa eligieron para reproducir e inventar toda la sabiduría del hombre africano en su diáspora homérica  en búsqueda de su libertad afectiva». 
En aquel momento, en que vi a Manuel Zapata caminando las calles torcidas de Chambacú, me era imposible imaginarme la trascendencia de este hombre en la conformación del pensamiento libre, para entender y dar una explicación a la estructura  de nuestra etnia , y es por ésto, muy válida la razón que expone William Mina: 
«Zapata Olivella expresa, ayer y hoy, con su escritura ensayística, antropológica y literaria, la multiculturalidad del hombre del Globo, en su amalgama genética y cultural de la especie, porque ello no es sólo un imperativo, categórico, sino la obligación con los ancestros». 
Quizás uno de los textos, más  importantes, en lo referente, para saber de dónde vengo y hacia dónde voy, es «Levántate Mulato», donde hace un recorrido en la conformación de las diferentes etnias, que han participado en su formación de hombre negro. Con Manuel en Cartagena, se arrastra el dolor y se hace aún más vivo, cuando encontramos relatos de sus parientes «diasporizados» en el barrio de Chiquinquirá. Uno de ellos manifestó: 
«Ayer mi  sobrino salió al Centro de Cartagena, para visitar los diferentes monumentos del Camellón de los Mártires, del parque Centenario, del parque Apolo, en éste está la efigie de Benkos y la del cacique Carex. Se cansó de buscar y no encontró la de Manuel. Regresó triste». 
Manuel siempre mantuvo la idea de construir un inmenso parque en los terrenos de Chambacú, que fuera «El Parque de las Américas», donde encontráramos la efigie de Pedro Romero, Benkos Biohó, Jorge Artel, el Cacique Carex, «El Tuerto» López y todos aquellos que han contribuido a conformar nuestra identidad de hombre  cartagenero. 
Manuel Zapata Olivella, no tiene un busto en Cartagena. 
Bibliografía: 
*PhD. en  Sociología y Ciencias Políticas. Universidad Complutense de Madrid.

No hay comentarios:

Seguidores

HAY QUE LEER....LA MEJOR PÁGINA...HAY QUE LEER...

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...