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viernes, 17 de abril de 2020

Narrativa Del Siglo XX

LA BELLA JACKIE

Por Gilberto García Mercado* 

Hay noticias trágicas que producen náuseas. Como la del obrero—la semana pasada—que se electrocutó y quedó guindando, achicharrado, del cable del fluido eléctrico. Noticias de que el perrito más querido de la Nación—el del Presidente—había adquirido el mal de rabia, y ya en plena ceremonia, produjo, conmoción, entre los ministros. Pero afortunadamente no hubo mordidos.  
Las noticias van, pero una vez que hacen su recorrido, debido a su importancia o no, regresan, añejas, dispuestas a dormirse en los empolvados archivos de los periódicos pobres—a veces resucitan—los que apenas salen al ruedo, son opacados por los grandes diarios del país, desaparecen.  
El que el perro del Presidente contrajera el mal de rabia, presenta dos puntos de vista: El que la Primera Dama y su séquito de Palacio no hayan administrado autoridad entre los que ella manda, y hayan perpetuado la negligencia de no vacunar un perro que bañan con champús de oro y petróleo, pero no lo vacunan.  
Segundo: el Presidente sí está haciendo las cosas bien y no le queda tiempo para jugar con sus cachorros. De las mordidas que se libró el Señor Presidente. 
Entre discurso y discurso van camufladas las noticias. Por eso, cuando escuché el Noticiero de la Noche, en la televisión, dije: «Esa es Jackie». Había sido identificada como una NN. Había identificado, yo, la primera noticia. Y así se van originando las noticias como una cadena infinita que finalizaría con la exterminación del mundo. Pero qué va. La nada, vacío que dejaría el mundo en el espacio, seguiría siendo noticia, por toda la eternidad. 

En el discurso del Presidente—esta mañana—quedó todo en claro: Habría amnistía para los guerrilleros que se acogieran al proceso de paz. Otra noticia, importante, para el país.  
Eso de escribir noticias judiciales, sin que lo asciendan de cargo, porque yo estudié periodismo cultural, aburre demasiado.  
A mí me gustaría trabajar en lo mío: Hacerle grandes reportajes y crónicas a los escritores del país. Y escribir cuentos y novelas. Pero el caso Jackie, la NN aparecida muerta, en el noticiero de la televisión, me hizo pensar en algo: Yo era hasta el momento, lo que Jackie: Un reportero judicial. Pero yo no me metía en problemas. A ella le dieron un premio de periodismo, porque denunció a unos narcos. Y creo que el premio le costó la vida. 
Jackie, la bella Jackie. Hay quienes auguraron un buen destino para ella. Alguien dijo: «Ni que me maten, le haría daño a ese angelito». La bella Jackie. Por lo visto nadie la ha reconocido. O sino ya el teléfono hubiera sonado. Y el jefe de redacción ya me hubiera dicho: «Estamos de luto, George. Pero escribe la noticia». Un periodista tiene que ser un sabueso. Así que me levanté como un resorte. Agarré mi camisa, mi grabadora, mi cuaderno de apuntes. Y salí. Como era octubre, las avenidas estaban desoladas. Pero en algunas había algunos trancones ocasionados por la lluvia. 

En una ciudad como la capital, yo conduzco el medio de transporte más eficaz para los trancones: La moto. En un instante llegué al lugar del crimen. Como no habían cerrado edición, calculé que tendría como dos horas para escribir la crónica. Sería una chiva, porque nadie la habría reconocido. Triste noticia trágica. ¿Cómo reconocerla si su rostro estaba desfigurado por algún ácido de batería de carro? Sólo la faldita amarilla que nadie le conoció, y la blusita, juvenil era ella—con figuras de los picapiedras—la identificaba.  
Se había puesto su vestido más juvenil después que me dejó en el apartamento. «Chau, chau, querido. Nos vemos en el periódico», dijo. Abrí la ventana y la vi bajar por los escalones del segundo piso. Moví la cabeza hacia donde yo la despedí con un beso. Y mi corazón palpitó acelerado. Qué extraño iba a una cita con la muerte. 

Jackie era apasionada. Me enseñó los pormenores del sexo. Cuando el director me presentó a los demás periodistas diciendo: «Este será su nuevo compañero», Jackie fue la única que sonrió. Los demás, con aire de haber conquistado el mundo, apenas si dirigieron sus ojos hacia el muchacho de cara pecosa y bajo de estatura. Oí a alguien que dijo: «Tiene pinta, pero de...».  
Por encargo del director, Jackie me mostró el periódico. Se llamaba «El Diario» y a su subdirector lo había visto cierta vez agarrado de la mano con Jackie.  
Era la periodista estrella. Dominaba todos los campos del periodismo. El subdirector debía de tenerle miedo, pues ella nunca había aceptado sentarse a una mesa a coordinar el periódico. Odiaba aquellos puestos de privilegio. Lo suyo estaba en lo que hacía: Disfrazarse, hacerse pasar a veces hasta de expendedor y consumidor de drogas, sólo para darle duro por la cabeza a los demás periódicos de la nación.  
Yo no la amaba. La admiraba por sus crónicas en las que describía con una tranquilidad pasmosa los casos judiciales de la ciudad y el país con un lenguaje policíaco que hacía que el lector no quedara contento, si no leía, de un tirón, todo el relato.  
Pero cuando la vi ahí tirada, con la cara destrozada. Y con su boquita de mujer de Oriente, sentí, otra vez, odio por ella. 
«Tonta», murmuré. 
Quité la sábana que cubría el resto de su cuerpo. Y le vi los pechos intactos. Sus piernas bronceadas en la playa, con algún amante nuevo. Tomé los datos, fotografías. Al día siguiente «El Diario» sería el único periódico que traería en primera página la noticia de la muerte de Jackie. Mientras los demás periódicos la describían como una NN, yo relataba con nombres propios—y ya soltando mi periodismo cultural—los pormenores del asesinato de Jackie. 
Hubo de pasar el relato por las manos del subdirector, quien respiró aliviado, y por las manos del jefe de redacción encargado, para aprobar su publicación.  
«El Diario» se vendió.  
        
Gilberto Garcia Mercado, Editor        
El director, quien nunca me paró bolas, me llamó a su flamante oficina. Y estuvimos conversando como una hora. De ahí salí triste y compungido. El director me había dicho: «Se queda si ocupa el puesto de Jackie». Le dije que lo mío no eran los hechos de sangre. Pero el director era un hombre inflexible y obstinado. Por cinco minutos sostuve mi cabeza entre las manos. Y me acordé de las últimas noticias que recordaba mi mente de periodista: El hombre electrocutado, guindando, achicharrado, de un cable del fluido eléctrico. Y el mal de rabia del perro del Presidente. Pasado los cinco minutos, me encontré en la calle con un frío artificial por la muerte de Jackie, con la grabadora dentro del bolsillo, y pidiéndole a Dios que me dejara trabajar como un periodista cultural...
Imagen de Engin Akyurt en Pixabay Imagen de Anastasia Gepp en Pixabay Imagen de Free-Photos en Pixabay  (De arriba abajo en su orden)
*Director de La Calvaria Literatura. Este texto fue ganador del Concurso Nacional de Cuentos Festival Música del Caribe 1997. Lo publicó Jorge García Usta en el Suplemento Dominical SOLAR de El Periódico de Cartagena.

viernes, 10 de abril de 2020

Origen del Covid-19


...«Es un Virus de Laboratorio» y Otras Teorías…  

Por Rafael Eduardo Yepes Blanquicett

Varias son las teorías que se han tejido alrededor del origen del coronavirus o Covid-19, una pandemia que tiene en suspenso al planeta entero desde el pasado mes de marzo. De estas teorías, consideramos las siguientes: 

«Es un virus de laboratorio». Para muchos, el virus procede de unos experimentos de laboratorio que se estarían realizando en la ciudad china de Wuhan, donde se originó la pandemia, los cuales se salieron de control, diseminándose primero en dicha ciudad, y expandiéndose, después, al resto del mundo. Las autoridades chinas aún no habrían podido explicar con qué propósitos se estarían desarrollando estos experimentos. 

«Proviene de algún animal». Esta teoría se sustenta en el hecho de que los orientales son afectos a ingerir comidas «exóticas», tales como el consumo de carne de ratas, cucarachas y murciélagos, entre otras especies extrañas para nosotros, de las cuales habría saltado el virus a los seres humanos, que, al mutar, se volvería más agresivo. 

«Las teorías conspirativas». Estas teorías se pueden sintetizar así: 

1. El interés de China o de Estados Unidos para imponerse el uno sobre el otro, con el fin de asegurar su hegemonía en la política mundial y, así, constituirse en la primera potencia del mundo a través de una guerra biológica que tendría como resultado el Covid-19, producto de la feroz batalla entre estos dos colosos de la geopolítica actual. 

2. Otra teoría, de este mismo estilo, hace referencia a que poderosos grupos farmacéuticos estarían interesados en su fabricación para vender vacunas. 
3. Igualmente la que habla de un supuesto «complot» de Bill Gates en contra de Donald Trump por su negativa a reconocer el calentamiento global, por lo que Trump estaría aliado con las Fuerzas Armadas para enfrentar a «élites globalistas» que pretenden debilitar la esencia de su país. 

Entre tanto, el resto de los mortales permanecemos a la expectativa de lo que seguirá, añorando aquella época en la que podíamos saludarnos, besarnos y abrazarnos sin ningún tipo de temor. 
Imagen de Michal Jarmoluk en Pixabay  Imagen de Tibor Janosi Mozes en Pixabay 
Rafael E Yepes Blanquicett


miércoles, 8 de abril de 2020

Las Notas de Una Canción Triste


«Sí, Habrá un Mañana Después de La Cuarentena» 

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes


Mañana estaré libre, podré caminar con amplia libertad por las aceras de la ciudad, saludar con las manos extendidas, preguntar por los que no he visto, continuar con paso lento mirando a mi alrededor para ver si encuentro algún conocido y saludarlo con igual costumbre, sin temor ninguno. 

La librería estará abierta mostrando las últimas obras escritas por los que estaban enclaustrados, allí en aquellas páginas narrarán las múltiples veces en que se transformaban y volvían a recuperar su condición normal, ellos se empeñaban en mirarse como Kafka, se envolvían en sábanas blancas y, se metían debajo de las camas, para ver si era posible hablar con las cucarachas que habían atado a las patas de sus camas, pero todo quedaba en un duro mutismo, porque los insectos habían perdido la facultad de zumbar, se volteaban y mostraban sus vientres cruzados por líneas que señalaban los años que habían permanecido encerrados. 

Mañana volveré a escuchar la canción de la Amistad y, podré brindarle la sonrisa al pordiosero de la esquina, con la alegría del pan fresco que aliviará su tristeza y endulzará su expresión por el nuevo día regalado por Dios. 

Mañana olvidaré los días de cuarentena, por las cosas buenas que encontraré en el camino y, tendré más resistencia para soportar a los que niegan la vida. 

No importa, pero caminaré las calles y volveré a contar las flores del balcón de la casa de la señora Pabla, última española sobreviviente de una generación que vive en el Centro de la ciudad, quien muestra todas las mañanas los pergaminos de su sobrino Pablo Morillo, enviados por el Rey de España, (adicionados a los pergaminos hay cartas escritas por don Pedro de Heredia, en los inicios de su último viaje). 

Pasado mañana no miraré hacia la casa de la señora Pabla, para no recordar los pergaminos del español, solamente entraré en la calle San Agustín para visitar la casa en donde estuvo Simón Bolívar, estoy seguro que allí encontraré la nota que le escribió José Prudencio Padilla antes de emprender su campaña por el río Magdalena, en la que relata con valentía pormenores de esa gran empresa en favor de la libertad.  
No miraré el retrato del general Santander para no recordar la traición contra Simón Bolívar, saldré corriendo hacia el Camellón de la Mártires para colocar la efigie de Benkos Biohó mirando hacia la bahía, recordando el Atlántico que surcaba para llegar a su cuna en África. 

Mañana, volveré a oír los pregoneros anunciando los números de la lotería, mostrando la cara de los patacones adornados con pequeños granos de sal enamorando el dulzor fresco de la Kola Román. 

Se nublará mi alegría por las manos extendidas de los niños venezolanos. Otras acariciarán el seno mustio de la madre. 

Entraré por la puerta principal de la Boca del Puente para llegar a la Plaza de la Aduana y allí leeré con voz de trueno, un poema en honor a Manuel Zapata Olivella, para dar inicio al Homenaje a este hijo de Lorica, humanista de América, portador de la voz libertaria de los esclavizados difundida por el Universo y, habrá más claridad, porque serán dos soles que alumbrarán la tierra, Zapata será uno de los dos que servirá para mantener el fuego del pebetero de los pueblos de África y el Universo en general. 

Mañana, los hombres serán más bondadosos con la tierra y mirarán los cuerpos de agua como los ojos de la naturaleza.  
Imagen de Sumanley xulx en Pixabay  (Arriba)
Cartagena de Indias, marzo 8 de 2020 
Juan V Gutiérrez Magallanes
     

domingo, 5 de abril de 2020

Narrativa Local



 Por Gilberto Garcia Mercado

La ciudad despertó con un cadáver en el muelle. Al principio nadie le dio importancia a un muerto igual que los demás, que eligió morirse una mañana de domingo en medio de estas soledades. Sin embargo, el cadáver flotando en las aguas era en esos momentos en que Dairo Vásquez trabajaba como cronista judicial, un muerto distinto. Los reporteros no podían bajar hasta donde se hallaba el cadáver, y tocar cosas para deducir, las hipótesis de una muerte o asesinato. Al  escarbar en una atmósfera de muerte, en la que se hacen muchas suposiciones, esperar es demasiado, y más cuando el jefe de homicidios vendrá en media hora.
Se desprende en seguida una bola de nieve y, las especulaciones irán creciendo, con la única diferencia de que no es una bola de nieve, sino meras especulaciones en busca de la verdad. A todo esto, el cadáver sigue siendo la víctima, no puede protestar, decir que allá abajo en las aguas antesala al paraíso o al infierno, se está mal. Que los músculos ateridos, ya muertos, se fastidian. 
Aparece el detective de homicidios, su cara de disgusto, ya es costumbre en él. «Aún no huele el condenado», manifiesta algo furibundo al recordar la llamada que lo sacó bien temprano de la cama. 
Si lo observamos con detenimiento se concluirá que por lo duro del trabajo tiene que actuar así. No todos los que llegan a cubrir la noticia pueden estar de primera mano con el jefe de homicidios y con el muerto. 
Como se halla entre los afortunados, Dairo Vásquez prepara la cámara y aligera los sentidos, no quiere perderse el mínimo detalle… 
Mientras se baja por los peldaños las aguas se han transformado en una superficie quieta. El muelle no posee escaños, ni próceres a quienes el viento arañara, en cada ráfaga, astillas de sus cuerpos de bronce. 
No, el muelle es otro como es otro el muerto a quien mañana los diarios sacarán en judiciales. 
El investigador de homicidios, ordena que coloquen la escalera metálica, desde la proa y, así poder llegar hasta el muerto. Un pájaro irrumpe de repente en ese cielo del muerto pero nadie parece enterarse. 
Dos minutos pasan, la escalera metálica permite que el muerto, se vuelva cara a cara con el detective de homicidios y, revele la identidad del occiso. 
Todos lo conocían desde cuando el hombre apareció en el muelle. Dairo Vásquez se lo tropezaba camino al periódico, observaba sus facciones de persona culta pero confiesa que cuando trató de escudriñar en el aparecido, ya fuera por su intuición o sagacidad para vincularlo a los personajes que se admira, y convocarlo a una propuesta narrativa, declinó en el intento. 
De él sabía que se llamaba Abelardo, que siempre iba vestido con el mismo suéter blanco y jean azul. 
Lo paradójico del caso es que el muchacho a pesar de la mendicidad, esgrimía unas maneras limpias y agradables y la conversación era su mayor virtud. Sólo que ahora se hallaba muerto pero con una sonrisa de satisfacción en el rostro. 
«Es como si hubiera querido morirse», dijo un curioso. «Debió de morir de felicidad», agregó otro. 
Mientras medicina legal se lleva el cadáver, el muelle recobra su ruina perdida. Sin entrar en detalles los periódicos al día siguiente, informarán: «El hombre murió de repente». 
A Dairo Vásquez le dolió cómo sepultaron el cadáver, sin las honras fúnebres—por lo cual llegó a pensar que algo imperdonable había cometido en vida—a espaldas de la ciudad, a la ligera, y sometido al más brutal destierro y olvido. Ese comportamiento originó en su espíritu protestas por las injusticias cometidas. 
No se trataba de develar situaciones que representaran ventas de periódicos y ganancias económicas para todos, no. La actitud de las autoridades por enterrar al muerto, a la mayor brevedad y bajo la vista de nadie, se debía al inefable sentimiento y resignación, a la  felicidad que denotaban sus facciones de muerto. 
El agente lo había colocado bocarriba, el ánimo de los presentes registró la frase acuciante, peligrosa: 
«Qué hermoso morir así. Qué paz y armonía hay en su espíritu». 
Porque el riesgo consistía en que los que lo miraran con aquella cara de felicidad tan extraña en un muerto, fueran a imitar la expresión de Abelardo, y, ¡quién sabe Dios mío, si su fallecimiento se convirtiera en epidemia! 
Dairo Vásquez no tuvo paz. Exige respuestas concretas a los extraños funerales de Abelardo. 
La semana siguiente a la de su muerte, comenzó a indagar por el occiso, recuerda habérselo encontrado muchas veces por el muelle. Sus investigaciones lo ubicaron en un barrio de extramuros. Conoció de fuentes fidedignas sus nobles sentimientos. No demostraba conocer mundos, mucho menos el país dónde vivía. 
Al principio lo miraron con desconfianza, pero esta no prosperó por su singular conducta en el vecindario. Poco tiempo pasó para que la reputación de Abelardo rodara por el suelo. Ocurrió dos meses después de conocer a Sara de las Cruces, quien dejó entrever que no se dejaría seducir por el apuesto poeta. 
Además de ser licenciado en español y literatura, sin siquiera ejercer, había llegado a la ciudad dispuesto a escribir, y en algunos colegios diligenció dos o tres solicitudes de empleo. Sus padres eran conscientes que con veinticinco años el muchacho no sabía lo que quería. Sara de las Cruces, en cambio, tenía sus ambiciones. Quería ser abogada, dueña de estrados que la ovacionaran por la declaratoria de inocencia de sus defendidos. Era una joven sin prejuicios, conectada con estudiantes experimentando lo que les pide la piel. Atrapada al fin y al cabo por sus seducciones, cayó en los versos que Abelardo le cantaba con la modulación de un poeta perdido. Era el joven más bello que ella hubiera visto. El único problema es que era escritor. Al principio chocaron sus diferencias, pero el romance prometía afianzarse en el tiempo y el espacio. 
El sol brillaba aún más para Sara, quien reclamaba tiempo para ella, pues apenas la promesa de escritor se supo dueño de aquella preciosidad, la relegó a un segundo plano. 
El cuarto de Abelardo tenía la atmósfera de los libros. Sara de las Cruces llegaba y él no se inmutaba. Presionaba con rabia las teclas en el ordenador. La libertad de un presidiario entonces dependería de no dejar fugar las ideas sobre la marcha. Cuando creía que lo había conseguido, entonces despertaba: «¿Hola cariño, estás aquí?», susurraba. Después de un tiempo en sus brazos, volvía como autómata sobre la historia que estaba escribiendo. La mujer advertiría que en el borrador no había siquiera una palabra, símbolo o eslabón que la vincularan a la obra de Abelardo. Luego de dos meses de querer salvar aquel amor de novela, resolvió romper los lazos que la ataban al poeta. No volvió a visitarlo, se mudó sin decir a los vecinos adónde se dirigía. 
Dos días después y sin que el escritor notara su ausencia, por la tarde y como era costumbre, el olor a café que preparaba su novia volvió a estar presente, pero en la cara de quien le pareció una vieja bruja. Una arpía sacada quién sabe de dónde: 
— ¿Quién es usted?—preguntó estupefacto, no creyendo lo que veían sus ojos. — ¿Qué ha hecho con Sara? 
—Perdone, joven. Cómo lleva dos días ahí, pensé en traerle siquiera un café—balbuceó la pobre viejecita que se había mudado tres noches antes. —Como veo que nadie se preocupa por usted… 
La vieja se constituyó en su amparo, pues Abelardo con la facilidad con que dejaba a Sara de las Cruces y saltaba sobre sus historias, con esa misma facilidad saltó a esa vida en el muelle, en donde alguien lo reconoció por aquella maldita tristeza que no había formas de apartar, de hacerle reír, o acaso olvidar por cinco minutos. 
Había veces que al detenerse en sus ojos, el corazón se contraía, y la única manera de liberarse era gritar…Y llorar, por los hombres tristes, ¡por Abelardo! 
A todo esto, Sara de las Cruces no cedió en sus pretensiones. Si le confesaban que habían visto al muchacho, solo y triste, con la misma ropa durmiendo en el muelle, sufría. 
Al enterarse del deceso en el puerto, su entereza guardada hasta entonces con cierta naturalidad, flaqueó, pero no imaginó lo peor. Aún existía la esperanza de que no fuera Abelardo. Se encerró en su cuarto, encendió el radio queriendo ahogar su angustia con baladas de Roberto Carlos. No lo consiguió y, entonces decidida, se dijo que la única manera de salir de aquel infierno, sería hablar con el detective de homicidios o con medicina legal. 
Vestida de blusa azul y jean negro el taxi la dejó en un edificio sombrío, donde todo tenía apariencia de muerte fragmentada. El cadáver en una camilla era un despojo de hombre. 
          
Gilberto Garcia Mercado, Editor        
Arriba, en el techo, un ventilador era lo único vivo en aquella habitación. No permaneció dos minutos. Era Abelardo el muerto, su querido Abelardo. Le había visto el rostro de sufrimiento, su extravío por la vida. Su total desamparo y aquella epidemia que ahora se adhería a ella, allá en el muelle en ruinas, en donde todos los días la verán. 
Porque si no sacude la cabeza, aquel hombre triste la hará llorar irremediablemente. Lo dicen los textos póstumos que el diario comienza a publicar los domingos. Que hablan de todo ese amor que Abelardo sintió  por la joven y que Sara de Las Cruces puso en tela de juicio. Imagen de Free-Photos en Pixabay Imagen de THAM YUAN YUAN en Pixabay Imagen de Quang Nguyen vinh en Pixabay 

jueves, 2 de abril de 2020

En Vez de la «Médicofobia» en Cartagena

¡Gracias a Nuestros Héroes Anónimos y Silenciosos!

Por Rafael Eduardo Yepes Blanquicett

Una nueva forma de discriminación social, como consecuencia de la pandemia mundial provocada por el coronavirus o Covid-19, se está presentando en Colombia. Se trata del rechazo de algunas personas hacia los trabajadores de la salud cuando son identificados por sus uniformes y creer que, por ese motivo, son portadores del virus y lo pueden transmitir, produciéndose una especie de «médicofobia» contra médicos, paramédicos, enfermeros, auxiliares y demás trabajadores de la salud que diariamente exponen su vida para hacerle frente a esta situación calamitosa que tiene en vilo a toda la humanidad. 

Varias son las denuncias de los profesionales de la salud, en las que manifiestan que han sido víctimas de miradas de desprecio y de comentarios injuriosos por parte de varias personas en diferentes sitios públicos o privados, en los que se insinúa que son un peligro para la sociedad por estar tratando con pacientes sospechosos o confirmados de estar contagiados con el coronavirus, como recientemente le sucedió a un médico bogotano, a quien le solicitaron que abandonara el apartamento que habitaba en un conjunto residencial de la capital del país. 

A quienes así piensan y actúan conforme a sus ideas erróneas, se les olvida que, gracias a estos héroes anónimos, silenciosos, han podido recuperarse cientos de pacientes alrededor del mundo, siendo ellos mismos, en algunas ocasiones, víctimas de este oprobioso virus en cumplimiento de su invaluable labor, haciendo gala de su juramento ético que los obliga a atender a todos por igual sin ninguna clase de distinción o preferencia. 

En Wuhan, epicentro de la pandemia, la caravana de buses que llevó de vuelta a los trabajadores de la salud hacia sus lugares de origen cuando se superó la crisis, fue despedida por los residentes en medio de una multitudinaria ovación que conmovió al mundo entero por las cálidas manifestaciones de agradecimiento y aprecio de los habitantes de esta populosa ciudad del centro de la República Popular China, capital de la provincia de Hubei.  
Quiera Dios que nosotros podamos hacer lo propio cuando se supere esta dificultad, cumpliendo a cabalidad los protocolos establecidos por las autoridades de la salud y las disposiciones emanadas del Gobierno Nacional, en consonancia con las determinaciones de los mandatarios regionales y locales, respecto de los cuidados que se deben tener para mitigar la propagación de este nefasto virus. Imágenes de Engin_Akyurt en Pixabay  

Rafael E Yepes Blanquicett

viernes, 27 de marzo de 2020

Pelayo Desafió a Albert Einstein


Entre «Ustedes los Pobres« y «Los Sueños del Hombre Rico» 

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes


Para él no existía la imposibilidad de convertir en una acción lúdica, hallar los diferentes múltiplos de cualquier numeración mayor de cuatro, los encontraba en la brevedad del tiempo que tenía entre un mandado y otro, era una cualidad que la había descubierto desde muy pequeño, cuando tenía aproximadamente seis años de edad. La maestra de la escuela del barrio quedaba alarmada por esa «habilidad» que mostraba con el número dos hasta llegar al cuatrocientos cuatro.  
Estudiaba hasta las tres de la tarde, porque debía llegar a la casa y, tomar la tártara con el pescado frito que debía vender por las calles del barrio, aquello lo hacía con gran satisfacción por las palabras con que lo animaba la madre, él era el mayor de sus hijos y debía trabajar por el bien de la familia. Esa labor que hacía Pelayo, tenía el aliciente cuando lo llamaban las señoras que le compraban y planteaban acertijos con los números, los cuales resolvía con rapidez y le ayudaban a vender el pescado, pues las damas le agradecían su destreza con la compra de arencas y bocachicos. No tenía la necesidad de pregonarlos mucho para venderlos.  
Pelayo estudió la primaria alternándola con la venta del pescado, sin sentir ninguna pena por aquel trabajo que realizaba acompañado por voces que le alegraban los días.  
Estudió el bachillerato en un colegio privado, gracias a una beca ganada con suficientes méritos y razones, una de las preguntas se relacionó con los submúltiplos del número 64, la que respondió con la mayor rapidez, pues él era un especialista en el número 4, a partir de éste podía encontrar los múltiplos elevándolo a potencias mayores de 6.  
Para el barrio era un niño prodigio, porque a través de los números podía conversar con los espíritus de los grandes matemáticos.  
         
Albert Einstein, Gran Físico Alemán           
Durante la secundaria se caracterizó por su afición a la creación de acertijos matemáticos y por la búsqueda de explicaciones lógicas para la valoración del número cero, todo esto acrecentado por la lectura que hacía sobre la Biografía de Hipatia. Imaginaba un mundo numérico que muchas veces lo alejaba de la dura realidad. Pero él tenía una meta: entrar a la Facultad de Ingeniería Civil, carrera que no terminó en el tiempo señalado por la necesidad que tenía de trabajar para ayudar a su familia. Una de las ocupaciones que realizaba con gran satisfacción era la de profesor de matemáticas. 
Con el paso del tiempo terminó la ingeniería, en la cual fue poca la actividad que desarrolló, parece que su vocación estaba marcada por la docencia, como profesor era descomplicado, hacía de las ecuaciones un juego, proponiéndose alcanzar el logro de lo que enseñaba. 
Pasó el tiempo en aquella labor, nunca se consideró un maestro por apostolado, sino porque se le pagaba. Cuando los años transcurrieron y alcanzó la edad para pensionarse, se retiró, y, en ese tiempo de horas libres en que parecía que había jugado lo suficiente con los números, buscó una actividad que lo pusiera en contacto con la gente.  
Con el pago del dinero de la cesantía compró cuatro carros de «segunda», él manejaba uno de los taxis y los otros tres eran conducidos por jóvenes inexpertos en la conducción. En esta labor se inició su viacrucis, era más el tiempo que pasaba yendo al taller que laborando, siempre debía disponer de dinero para comprar una pieza para sus carros de «segunda». 
Pelayo no tenía descanso, en las noches se levantaba y la nostalgia lo invadía recordando su niñez, cuando vendía el pescado con demasiada facilidad, mientras que, ahora, cuando había alcanzado la jubilación, no lograba el descanso, no alcanzaba a comprender su mal. Desde niño pensaba en tener una flota de taxis, que le diera el dinero suficiente para comprar un enorme bus que le permitiera recoger a los niños del Líbano y pasearlos por la ciudad.  
Recordaba que llegó a conocer Cartagena cuando era un adolescente, tampoco podía transportarse en bus, y todo lo hacía como un simple peatón, situación que logró superar cuando entró a la Universidad. Pelayo nunca dejó de llevar en su corazón lastres que lo apesadumbraban y lo convertían en un corredor de una meta inalcanzable, en la que sus pensamientos quedaban siempre aprisionados. 
Sus pesadillas eran permanentes, se sobresaltaba y salía de madrugada a contar el poco dinero que le habían llevado los conductores, cosa que hacía con el deseo de alcanzar a tener el costo de cualquier pieza que tuviese que comprar al día siguiente. Después de todo aquello, se ufanaba por el hecho de tener cuatro automóviles.  
Un día de octubre las calles se quedaron desiertas porque las personas no se atrevieron a salir bajo la lluvia. Tan de mala que los cuatro carros se vararon en la Avenida Pedro de Heredia por las aguas represadas. Aquello fue demasiado traumático para Pelayo, recibió la noticia a las seis de la tarde, cuando el día había terminado.  
       
Juan Gutiérrez Magallanes      
Entonces a las ocho de la noche, tratando de recuperar la calma prendió la televisión para ver la novela «Ustedes los Pobres», quedándose dormido en el sueño más largo de su vida en el que le demostraba a Albert Einstein su error en la aplicación del dos como potencia. 
Al día siguiente a las cuatro de la tarde lo despertaron con canciones de los Mariachi del Puente, la única ranchera que escuchó fue «Los sueños del hombre Rico».  
Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay (Arriba) Imagen de Mabel Amber en Pixabay (Abajo)

jueves, 26 de marzo de 2020

Una Lección de Ética y Moral de Mark Twain


Para Aquellos que Aún No Lo Han Comprendido
«Nunca Te Equivocarás Si Haces Lo Correcto» 

Por Rafael Eduardo Yepes Blanquicett

Es una de las más brillantes frases de Mark Twain, un popular escritor, orador y humorista norteamericano, autor de la famosa novela «Las aventuras de Tom Sawyer». Su verdadero nombre era Samuel Langhorne Clemens, nacido en Florida, Missouri, el 30 de noviembre de 1835, y fallecido en Redding, Connecticut, el 21 de abril de 1910. Entre sus obras se destacan «El príncipe y el mendigo» o «Un yanqui en la corte del Rey Arturo», pero es conocido, sobre todo, por su novela «Las aventuras de Tom Sawyer» y su secuela «Las aventuras de Huckleberry Finn».

A propósito de la extraordinaria frase de Twain, Edgar Bustamante, coach empresarial, publicó un breve escrito en 2018 intitulado «Una excelente reflexión de Mark Twain», en el que plantea lo siguiente: «La primera vez que oí esa frase me pareció una estupidez: fue hace casi 20 años. Luego, en 2016, viendo la película «Pasante de moda», (The Intern), protagonizada por Robert De Niro y Anne Hathaway, la volví a escuchar, pero, esta vez, tenía muchísimo sentido, y, aunque yo era quien estaba viendo la película, no era el mismo de hace 20 años. Entonces comprendí realmente lo que Twain quiso expresar en esa frase y es cierto: si tú, en tu vida, decides hacer lo correcto, nunca, nunca, nunca jamás, te equivocarás».
 
«Pero, ¿y qué es lo correcto? Pues, muy sencillo: si lo que haces afecta negativamente a alguien, no es correcto. Si sabes que no se adapta a los principios de vida, no es correcto. Por ejemplo, si ves algo en la calle y lo tomas para ti, no es correcto, porque es de alguien más, pero, si averiguas de quién es e intentas devolverlo, eso es lo correcto y nunca te equivocarás. Así de simple». 
Una verdadera y sencilla lección de ética y moral para aquellos que aún no han comprendido que hacer lo correcto es no afectar negativamente a nadie, es decir, no hacer el mal a ninguna persona, animal o cosa, y que jamás se equivocarán si hacen lo correcto.  
Rafael E Yepes Blanquicett




martes, 24 de marzo de 2020

¡A la Pandemia Buena Música!


EL Canto De Una Plena Y La Muerte Del Coronavirus
            Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes                                                                 

                                                                                                    
En este día veintitrés de marzo de dosmilveinte,
Donde se ha logrado el silencio de los automóviles
Por el miedo que acorrala
Y sensibiliza en la añoranza
Por el saludo efusivo del amigo,
Quietos nos quedamos anhelando el trino de los pájaros 
Pájaros que todos los días se acercan al frente de una casa
Y se cuelgan del alambre de la energía
Y abren sus alas para refrescarse
Con el viento tranquilo y juvenil que viene de la bahía. 
Oigo a Cortijo para volver a otros tiempos
Que envuelven la nostalgia,
Porque a Ismael lo eliminaron
Cuando no se permitía consumir marihuana
en los alrededores del parque Centenario
Ni a la bajada del puente de Chambacú. 
Los que jugaban con las monedas en el aire,
Debían eliminar los olores del cigarrillo Lucky Strike
Por las insinuaciones del detector de aromas
Disfrazados para ocultar la presencia de la marihuana.
  
Rubén Blade, Icono de la Salsa          








                        



Pero nada importaba,
Bastaba el son de «La Plena»
Para que los muchachos soltaran un pase
En la atmósfera auditiva del maestro Maelo. 
Ahora en el silencio temeroso
Del Coronavirus
Soltamos a Maelo para que trine
Una Bomba
Y permita que «Perico»
Antes de morir escuche el mensaje
De los que gozan sin el temor del virus abominable
Acompañados por «La Plena» que incita a bailar
Para llenarnos de calor y eliminar al Covid- 19. 
Maelo nos llena de alegría
Otorgándonos la terapia necesaria
Y así colmarnos de la energía
Brindada por el Maestro a las Antillas
A toda la América Central. 
Allí la recogía Rubén Blade para magnificar al guapo de la esquina
Que salía rompiendo La Cuarentena
Para fajarse ante el enemigo común: el Coronavirus.
Ambos con temor y valentía. 
Y sucumbían ante la melodía de «Las Plenas» y Bombas de Maelo.
La gente de las Antillas soltaba un paso acompasado
Para celebrar la muerte del Covid 19-Perico-
Que no escuchó la voz rítmica de Ismael en el canto de un Merengue
con la compañía de Rubén Blade.
   
Juan V Gutiérrez Magallanes, Escritor    

                                               

                                                                         
 

lunes, 23 de marzo de 2020

Duelo En El Teatro Colombiano


Idartes despide al maestro del teatro contemporáneo colombiano Santiago García, fundador y director del Teatro La Candelaria, murió a sus 91 años*
El teatro colombiano ha perdido a uno de sus más grandes representantes, el maestro de generaciones de artistas colombianos, artífice de una nueva forma de hacer y ser: La creación colectiva. Incansable observador, crítico y hacedor de mundos, desde el teatro (su hogar) compartió sin reserva con todo aquel que deseaba desentrañar la condición humana a través del arte, su mirada del mundo para que cada cual descubriera la propia.  
Un hombre de creencias férreas, que aportó no sólo a las artes de nuestro país sino al relato de nuestra historia y de Latinoamérica. No existen palabras para describir su pensamiento más que las suyas:  
"Nosotros, los hombres y mujeres del teatro colombiano, sabemos que es posible hablar de lo que nos duele y de lo que nos alegra y que también se puede, como en la escena, entender los conflictos. Lo sabemos porque hemos conformado grupos y públicos, hemos sabido convivir entre diferentes y hemos tramitado las divergencias en la creación, un lugar sagrado y misterioso que permite recrear la vida y por lo tanto contribuir a transformarla… El teatro es un arte que es capaz de representar lo que la sociedad tiene oculto. Permítannos hacerlo porque es una necesidad social demostrar, como lo estamos haciendo con muchos otros y otras, que otro mundo mejor es posible”. Santiago García, (aparte de su discurso cuando fue nombrado como Embajador del Teatro por la UNESCO). 
Hoy 23 de marzo de 2020 el Instituto Distrital de las Artes – Idartes y su Gerencia de Arte Dramático, despiden con profunda admiración al actor, dramaturgo, director, gestor y pensador del teatro colombiano.  
Un abrazo solidario a toda la familia teatral del Teatro La Candelaria, la Corporación Colombiana de Teatro y a quienes, este inolvidable hombre, marcó de manera indeleble.
Invitamos a toda la comunidad artística y a los ciudadanos a celebrar la vida del maestro Santiago García, a través del #PorSiempreMaestroGarcia. Que sean muchas voces, cientos de voces en su honor.  *Tomado de Instituto Distrital de las Artes - Idartes

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