Entre «Ustedes los Pobres« y «Los Sueños del Hombre Rico»
Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes
Para él no existía la imposibilidad de convertir en una acción lúdica, hallar los diferentes múltiplos de cualquier numeración mayor de cuatro, los encontraba en la brevedad del tiempo que tenía entre un mandado y otro, era una cualidad que la había descubierto desde muy pequeño, cuando tenía aproximadamente seis años de edad. La maestra de la escuela del barrio quedaba alarmada por esa «habilidad» que mostraba con el número dos hasta llegar al cuatrocientos cuatro.
Estudiaba hasta las tres de la tarde, porque debía llegar a la casa y, tomar la tártara con el pescado frito que debía vender por las calles del barrio, aquello lo hacía con gran satisfacción por las palabras con que lo animaba la madre, él era el mayor de sus hijos y debía trabajar por el bien de la familia. Esa labor que hacía Pelayo, tenía el aliciente cuando lo llamaban las señoras que le compraban y planteaban acertijos con los números, los cuales resolvía con rapidez y le ayudaban a vender el pescado, pues las damas le agradecían su destreza con la compra de arencas y bocachicos. No tenía la necesidad de pregonarlos mucho para venderlos.
Pelayo estudió la primaria alternándola con la venta del pescado, sin sentir ninguna pena por aquel trabajo que realizaba acompañado por voces que le alegraban los días.
Estudió el bachillerato en un colegio privado, gracias a una beca ganada con suficientes méritos y razones, una de las preguntas se relacionó con los submúltiplos del número 64, la que respondió con la mayor rapidez, pues él era un especialista en el número 4, a partir de éste podía encontrar los múltiplos elevándolo a potencias mayores de 6.
Para el barrio era un niño prodigio, porque a través de los números podía conversar con los espíritus de los grandes matemáticos.
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Albert Einstein, Gran Físico Alemán |
Durante la secundaria se caracterizó por su afición a la creación de acertijos matemáticos y por la búsqueda de explicaciones lógicas para la valoración del número cero, todo esto acrecentado por la lectura que hacía sobre la Biografía de Hipatia. Imaginaba un mundo numérico que muchas veces lo alejaba de la dura realidad. Pero él tenía una meta: entrar a la Facultad de Ingeniería Civil, carrera que no terminó en el tiempo señalado por la necesidad que tenía de trabajar para ayudar a su familia. Una de las ocupaciones que realizaba con gran satisfacción era la de profesor de matemáticas.
Con el paso del tiempo terminó la ingeniería, en la cual fue poca la actividad que desarrolló, parece que su vocación estaba marcada por la docencia, como profesor era descomplicado, hacía de las ecuaciones un juego, proponiéndose alcanzar el logro de lo que enseñaba.
Pasó el tiempo en aquella labor, nunca se consideró un maestro por apostolado, sino porque se le pagaba. Cuando los años transcurrieron y alcanzó la edad para pensionarse, se retiró, y, en ese tiempo de horas libres en que parecía que había jugado lo suficiente con los números, buscó una actividad que lo pusiera en contacto con la gente.
Con el pago del dinero de la cesantía compró cuatro carros de «segunda», él manejaba uno de los taxis y los otros tres eran conducidos por jóvenes inexpertos en la conducción. En esta labor se inició su viacrucis, era más el tiempo que pasaba yendo al taller que laborando, siempre debía disponer de dinero para comprar una pieza para sus carros de «segunda».
Pelayo no tenía descanso, en las noches se levantaba y la nostalgia lo invadía recordando su niñez, cuando vendía el pescado con demasiada facilidad, mientras que, ahora, cuando había alcanzado la jubilación, no lograba el descanso, no alcanzaba a comprender su mal. Desde niño pensaba en tener una flota de taxis, que le diera el dinero suficiente para comprar un enorme bus que le permitiera recoger a los niños del Líbano y pasearlos por la ciudad.
Recordaba que llegó a conocer Cartagena cuando era un adolescente, tampoco podía transportarse en bus, y todo lo hacía como un simple peatón, situación que logró superar cuando entró a la Universidad. Pelayo nunca dejó de llevar en su corazón lastres que lo apesadumbraban y lo convertían en un corredor de una meta inalcanzable, en la que sus pensamientos quedaban siempre aprisionados.
Sus pesadillas eran permanentes, se sobresaltaba y salía de madrugada a contar el poco dinero que le habían llevado los conductores, cosa que hacía con el deseo de alcanzar a tener el costo de cualquier pieza que tuviese que comprar al día siguiente. Después de todo aquello, se ufanaba por el hecho de tener cuatro automóviles.
Un día de octubre las calles se quedaron desiertas porque las personas no se atrevieron a salir bajo la lluvia. Tan de mala que los cuatro carros se vararon en la Avenida Pedro de Heredia por las aguas represadas. Aquello fue demasiado traumático para Pelayo, recibió la noticia a las seis de la tarde, cuando el día había terminado.
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Juan Gutiérrez Magallanes |
Entonces a las ocho de la noche, tratando de recuperar la calma prendió la televisión para ver la novela «Ustedes los Pobres», quedándose dormido en el sueño más largo de su vida en el que le demostraba a Albert Einstein su error en la aplicación del dos como potencia.
Al día siguiente a las cuatro de la tarde lo despertaron con canciones de los Mariachi del Puente, la única ranchera que escuchó fue «Los sueños del hombre Rico».
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