Los Cuentos DE Pedro Gómez Valderrama
Por Marco Antonio Campos*
I
Pedro Gómez Valderrama |
Pedro Gómez Valderrama (Bogotá 1923-Bogotá 1992) pertenece a la estirpe que parece desprenderse –que se desprende– del Stendhal de La cartuja de Parma1 y las Crónicas Italianas, que se continúa en el siglo XIX con el Marcel Schwob de Vidas imaginarias y La cruzada de los niños, y sigue su camino en nuestro siglo con libros de Jorge Luis Borges2, Juan José Arreola, Italo Calvino, y recientemente de Pierre Michon, Antonio Tabucchi, y de otro espléndido ficcionista colombiano, Pablo Montoya, es decir, aquellos autores de extensa erudición en que las literaturas y la historia se vuelven ficción actual y viva, o también, donde personajes históricos y literarios pasan y pasean, como si usted y yo los viéramos ahora, por calles americanas y europeas.
A sus cuentos los autores no eluden combinarlos a veces con el ensayo o la biografía. Por un lado, Gómez Valderrama unió el culto del libro y el goce del viaje, y por otro, fue un gran sensual.
Cuesta mucho explicarse o entender por qué Gómez Valderrama y Arreola son tan escasamente conocidos fuera de sus países. Ese desconocimiento, esa vida secreta, no excluye que sean cumbres del género, que fascinen siempre a los lectores, y que Arreola sea también el minificcionista por excelencia.
Gómez Valderrama escribió seis libros de cuentos: El retablo de Maese Pedro (1967), La procesión de los ardientes (1973), Más arriba del reino (1981), Los infiernos del Jerarca Brown (1984), La nave de los locos (1984) y, publicado póstumamente, Las alas de los muertos(1992). Como Arreola, el colombiano nunca publicó cuentos de principiante. Algunos de ellos, como “La aventura de la nieve”, “La mujer recobrada” o “Historia de un deseo”, publicados a sus asombrosos diecinueve y veinte años, muestran y demuestran que su destino era contar historias.
Curioso: esos primeros cuentos muestran un esquema de escritura que sería de hecho el mismo hasta las ficciones finales; eso le da a su obra una afinada unidad en una sola mirada de conjunto. La edición de Cuentos completos, publicada por Alfaguara en 1996, reúne en un volumen los seis libros, edición que en mucho se debe a la mano de su hijo Pedro Alejo Gómez, quien fue autor también del prólogo.
II
Rasgos característicos de las ficciones de Gómez Valderrama son una clara, elegante y musical sintaxis, el conocimiento de personajes y épocas, una imaginación equilibrada, un delicioso humor y una calculada habilidad para crear la sorpresa en el curso o al final de la narración.
De sus mayores virtudes, una es la manera cómo introduce u oculta claves entre la narración y coloca piezas en un tablero de animado ajedrez, tiempos disímiles y espacios escalonados, y otra, las creación de momentos enigmáticos y situaciones ambiguas que nos llevan a entrar a una zona de misterio que nos hace sentir una continua avidez por saber qué sucede adelante. Pueden gustarse menos o más algunas ficciones, pero aun en aquellas que nos parecen menos logradas, hallamos sustancialmente párrafos y momentos deleitosos.
En buen número de cuentos, el narrador colombiano se allegó recursos estilísticos, tan próximos a Borges, como dar a otro, en buen número de casos, la supuesta autoría del cuento, como si él sólo se aplicara a redondear la narración. La tarea del narrador se reduciría engañosamente a encontrar las piezas que lo lleven a armar el rompecabezas de lo que otro tuvo a bien escribir, se trate de un informe, o del extracto de una memoria, o de testimonios variados, o de manuscritos desconocidos o incompletos, o de documentos, o de una carta, o simplemente de un sueño que tuvo…
Uno debe estar muy atento al leer los cuentos de Gómez Valderrama porque a menudo es muy difícil distinguir en sus páginas dónde empieza la realidad y dónde la ficción. Una vez superados escollos culturales o artísticos, el disfrute y la admiración de lo leído crece pronunciadamente.
A fin de cuentas, en el caso de la inmensa mayoría de escritores, no son muchas las experiencias esenciales en el curso de la vida, pero si se tiene talento y algo más, como señalaba Paul Valéry, pueden crearse con ellas bellos orbes simbólicos.
Si nos atenemos a sus narraciones, incluyendo su novela (La otra raya del tigre), Pedro Gómez Valderrama fue casualmente un hombre del siglo XX. Pareció vivir en muchos países y en varios siglos, pero en el trasfondo es perceptible el orgullo de saberse profundamente colombiano. O si se quiere, fue un colombiano de dos continentes en los que anduvo como un viajero en el tiempo.
Sus narraciones tienen a menudo color de oro antiguo. Los países donde suceden son ante todo europeos y sudamericanos, salvo aquellos, como “Eliezer y Rebeca”, que tienen ecos y espejeos bíblicos.
Hallamos relatos de la Grecia clásica, del Medievo, del Renacimiento, de la Ilustración, del Romanticismo, y claro, de la Colombia del Virreinato, de la Independencia, del siglo XIX y del maltrecho siglo XX. O más específicamente: suceden en ciudades de España, Francia, Italia, Inglaterra, Escocia, Alemania, Austria, Estados Unidos, Venezuela, Ecuador, en la rocosa isla de Santa Elena –situada en mitad del vacío–, en la isla en que terminó confinado Robinson Crusoe, o aun, en el mar inagotable.
Si hay un centro en el centro de la cuentística de Gómez Valderrama es la viveza del fuego voraz de Eros, sobre todo en las mujeres, que a su vez incendia irremisiblemente a los hombres. En particular, eso da una energía insólita a las narraciones: parece que regresamos a los primeros días del mundo en que el ímpetu de los instintos avasalla a hombres y mujeres para una aventura que derivará en su ventura o su desventura.
La desnudez de la mujer –está implícito– es la más alta Gracia que dio el Creador al hombre. Nada pierde más a éste como la boca sedienta del sexo de las mujeres y la desesperación amorosa puede llegar a convertirlo en esclavo o mendigo o loco o volverse un traidor al amigo o terminar hecho un guiñapo para que lo recoja la muerte en su miseria.
¿A quién le importa lo moral o lo inmoral cuando al llamado del deseo las pieles arden como una hoguera?
Eros enciende en llama viva a mujeres de la nobleza, a las ávidas hijas de Carlomagno (en este caso a Emma), a la emperatriz Catalina de Rusia, a la signora contessa Marina haciendo el amor con Cesare Beccaria con un torcimiento mental y sexual que los une más, a las monjas solapadas del convento católico Santa Cristina que supieron por generaciones aprovechar admirablemente el tiempo con los hombres que llegaban al pueblo andino para darse solaz en el lecho, a una cantante de ópera italiana a la que en la cercanía de la muerte no deja de torturarle en el recuerdo la magnífica temporada de concupiscencia con un ex amante inglés que conociera en Bogotá, a una muchacha que se vuelve más deseable en una bicicleta, a dos mujeres citadinas, acompañadas de un amigo, que de pronto se ven dentro de una orgía desaforada en una aldea de pescadores colombiana la noche del 30 de abril, es decir, la noche de Walpurgis, donde nadie en el desenfreno parece distinguir a nadie, incluso al libidinoso demonio.
¿Qué hace al siervo, que envía el patriarca Abraham para traer a Rebeca a tierras de Canaán a ser esposa de su hijo Isaac, que lo hace faltar a su lealtad irreductible, si no el deseo que los abrasa?
¿Qué pierde a fin de cuentas al pintor renacentista Cristofano Allori si no la “profundidad lasciva” de la Mazzafirra, sin la cual Allori no hubiera pintado obras maestras, en especial la inolvidable Judith y Holofernes, pero que, al ser abandonado, termina dejándose morir?
¿Qué lleva al famoso marqués Cesare Beccaria, que ha escrito un libro fundamental contra la pena de muerte (De los delitos y las penas), tan aplaudido por los enciclopedistas franceses, a hacer el amor con la signora contessa mientras miran en la plaza a un reo y llegan al orgasmo en el momento en que es ahorcado (“Olvido capital”)?
¿Qué es la desesperación atroz del marino de La Marigalante (“¡Tierra…!) o de Robinson Crusoe en su isla (“El maestro de la soledad”), si no la cruel abstinencia del cuerpo femenino?
Gran lector del Marqués de Sade (al cual hace protagonista de un cuento), el orbe erótico de Gómez Valderrama, por fortuna, está lejos de esa ingeniería helada que son las novelas del filósofo francés, quien quiso legar o legó a la posteridad una “utopía del mal”, o si se quiere de otro modo, una “utopía para libertinos”.
III
Pedro Gómez Valderrama se interesó en la alquimia, la hechicería y lo demoníaco y lo trató en sus ficciones. Desde siempre le atrajo lo fantástico y lo sobrenatural. ¿Fue católico? No lo sé, pero en los cuentos es al menos perceptible una honda formación católica, aun si a veces, o por eso mismo, haya creído –adapto a Blake– que el verdadero escritor está del lado del demonio.
No en balde el diablo, gran invitado favorito como inquisidor fullero o actor magistral, pasea por páginas de sus ficciones como Juan por su casa.
A través de sus vidas recuperadas el escritor bogotano va revelándonos, para decirlo con Emerson, sus hombres representativos: entre los políticos, Napoleón, Abraham Lincoln, el romántico Simón Bolívar “(héroe digno de Byron”) y el antirromántico Francisco de Paula Santander.
Entre los escritores y artistas, Cervantes, Byron y Borges, pero ante todo Stendhal, su verdadero dios, de quien recrea con gran belleza páginas napoleónicas de La cartuja de Parma, para mostrar, por ejemplo, que la batalla de Waterloo tuvo lugar no el 18 de junio de 1815, sino el 2 de septiembre de 1938, cuando escribió el capítulo en el cual el adolescente Fabrizio del Dongo asiste a la aniquiladora derrota del ejército francés (“Responsabilidad de Stendhal en la batalla de Waterloo”).
O cuando vuelve también protagonista de sus cuentos a grandes figuras que Stendhal admiró (Cesare Beccaria).
O cuando, en otra ficción, que es un homenaje, fabula orgulloso que una tía abuela de él tuvo acaso su única aventura amorosa con el autor de Rojo y negro, y en otra sueña que Stendhal tuvo un breve y ligero encuentro con el prócer de la independencia colombiana Francisco de Paula Santander (“Cien años de aire”).
Entre los pintores, me parece que surge de manera muy especial, Hyeronimus Bosch, el Bosco, a quien en el cuento que lleva el nombre del lienzo, lo hace pintar en cubierta, en vivo y en directo, el cuadro tumultuoso (La nave de los locos), y en otro, El hombre y sus demonios, Bosch empuja malamente a la muchacha más hermosa de la aldea al metal ardiendo de la campana para purificar el metal y tenga para siempre una sonoridad inigualable.
IV
Después de la literatura, el arte que más apreció el bogotano fue la pintura. Baste citar no sólo a Hyeronimus Bosch, sino a Filippo Lippi, Cristofano Allori, un pintor polaco desconocido y Oskar Kokoschka; una pintura de cada uno de ellos es tema central de un cuento: una imaginaria Monna Francesca, Judith y Holofernes, Mazepa y La novia del viento. De las mujeres, Gómez Valderrama retrata con viva simpatía a dos grandes amores de dos héroes a la altura del arte (Manuela Sáenz y María Walewska).
“El mundo existe para llegar a un libro”, decía Mallarmé; los libros existen para llegar a un libro, creo que diría Gómez Valderrama. La Historia modificada que él cuenta en sus historias crea al mundo una nueva Historia.
Pedro Gómez Valderrama |
Si Schwob escribió unas vidas imaginarias, las de Gómez Valderrama son, como hizo notar su hijo Pedro Alejo Gómez, vidas probables. Gómez Valderrama supo que nuestro examen diario de la realidad se basa en hipótesis, deducciones e invenciones más que en certezas y verdades, y eso lo aplicó, con manos diestras, en cuentos que parecen trajes impecablemente diseñados. Tuvo en sus libros algo que a todo lector complace: el don de agradar. Es un acto de justicia decir que fue uno de los cuentistas mayores de lengua española del siglo XX.
Notas
1 Para Gómez Valderrama era: “la novela más perfecta que he leído: novela, ballet, comedia, historia”.
2 Sin la fervorosa lectura de Stendhal y Borges –tengo pocas dudas– las vías literarias de pgv habrían seguido vías muy distintas.
*Marco Antonio Campos (México, D.F., 1949) es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974), Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996),Viernes en Jerusalén (2005), Dime dónde, en qué país (2010) y De lo poco de vida (2016). Es autor de un libro de piezas breves (El señor Mozart y un tren de brevedades) y uno de aforismos (Árboles). Ha traducido libros de poesía, entre otros, de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Antonin Artaud, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Cesare Pavese, Georg Trakl y Carlos Drummond de Andrade. Libros de poesía suyos han sido traducidos al inglés, al francés, al alemán, al italiano y al neerlandés. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992), Nezahualcóyotl (2005), Nacional de Letras Sinaloa (2013), el Iberoamericano Ramón López Velarde (2010), y en España el Premio Casa de América (2005), el Premio del Tren Antonio Machado (2008) y el Premio Ciudad de Melilla (2009). El festival de Montreal le otorgó en 2014 el premio Lèvres Urbaines. Tomado de Con-Fabulacion. No.433