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viernes, 5 de mayo de 2023

En Mayo

HABLAR CON LAS MADRES DEBE
SER UN ACTO DIARIO Y SOLEMNE

 

Por Gilberto Garcia Mercado



Dedicarles algunas palabras gratas a las madres, debiera ser un episodio diario. Porque, ellas, no fijan fronteras ni límites cuando de hablar con sus hijos se trata. En mi caso, bien particular, me quedo con la imagen de la abuela, sentada en el traspatio de su casa en Fundación, con su pelo largo y blanco, fiel testigo de sus ochenta y nueve años, sin decir una palabra mala, desde que tengo uso de razón.

Primero fue mi abuela, luego mi madre y, las enseñanzas de las dos mujeres, me han servido para poder andar tranquilo por la vida, sin desviarme ni a derecha ni a izquierda, siempre por el camino recto, el buen sendero que ellas me enseñaron a transitar.

Madre solo hay una, aunque en mi caso, existían dos: la abuela que me llevaba de la mano a la iglesia, allá en mi pueblo de adolescencia, y mi madre de toda la vida que, sin grandes estudios ni linajes forjó todo lo que soy.

Las madres son unas criaturas amorosas y sensitivas. Creo que cada hijo llega a conocerlas a la perfección. No obstante, ellas adivinan nuestros estados de ánimo. Saben cuándo estamos tristes, enfermos o tropezamos con alguien en esta vida de inconformismos. Es más, nos enseñan, como dice Jesús de Nazaret, a poner la otra mejilla. Tienen la facultad de, en un instante, pasar del llanto a la alegría con una facilidad increíble. Son abnegadas, porque todo lo sufren, todo lo soportan, para ellas somos sus príncipes, siempre nos guardan una ración de sus alimentos en casa.

Y aún en los periodos más difíciles, ellas hallarán una forma increíble de llevar los panes a la casa. Por todo lo anterior, hablar con ellas debe ser un acto diario y solemne. Para el buen hijo, ellas estarán ahí a pesar del naufragio, sus facetas, su papel en nuestras vidas las llevarán al sacrificio, a la renuncia a veces de un destino rico y promisorio con tal de tener a su hijo en casa. No concibo a nadie comportándose de mala manera con su progenitora. Porque a Dios le debemos la vida, y a nuestra madre el llevarnos nueve meses y una semana en su vientre.

Jamás hallaremos un ser tan excepcional como la madre. Comprensiva, ella nos cuida como el mayor de sus tesoros. Es una bendición tener a nuestra madre viva. Quienes la tenemos en una edad avanzada, somos testigos del lento discurrir de los años sobre una humanidad que se vuelve triste, la vemos envejecer aterrados de que va perdiendo sus facultades. Ya no tiene la agilidad de los años de juventud, ahora todo lo hace lento. La acompañamos en esa transición reconociendo que, a pesar de la vejez, sigue siendo nuestra madre. La mujer más bella y excepcional sobre la tierra.

En este, su día, bien vale la pena elevar un clamor al Todopoderoso por todas las madres del mundo. Porque, para ellas somos sus hijos e hijas amados, fruto de años en que aprendimos a caminar, a decirle, «buenos días mamá», a enfrentar nuestros miedos sostenidos de la mano rumbo hacia el duro y portentoso camino de la vida. ¡Qué vivan todas las madres del mundo!

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