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martes, 11 de febrero de 2025

Narrativa Heroica

LA HIJA OBEDIENTE

Por Gustavo Pulgar

 


Eran los primeros años del siglo XX, y algunos pueblos y ciudades no poseían energía eléctrica. Los protagonistas de esta historia constituían una familia numerosa. Compuesta por los padres, la hija mayor que estaba llegando a los 15 años y sus otros hermanos. Los papás eran amorosos, honestos y responsables y trabajaban duro para poder sostener la casa. Él trabajaba en lo que le saliera por la calle, y la dama desde la madrugada, atendiendo la casa y a los hijos. La mayor era caprichosa y respondona. Quería que, para celebrar su quinceañero, que ya se acercaba, le hicieran una gran celebración, con baile, abundante comida y numerosos invitados. Los padres estaban cansados de explicarle que no tenían forma de darle gusto, y ella reaccionaba con una de sus tantas pataletas cuando no la complacían.

Estaban sentados a la puerta de la humilde vivienda, y tocaron otra vez el tema del cumpleaños, con la consabida rabieta de la muchacha, cuando, de alguna manera extraña, se unió a la conversación un forastero que, coincidentalmente, pasaba por allí, muy bien trajeado, de finos modales y con la apariencia de poseer una gran fortuna, quien dijo que los había escuchado discutir y que para él no sería problema correr con los gastos de la gran fiesta. Ellos estaban recelosos, porque no habían visto nunca al forastero, pero, ante la insistencia de la joven, accedieron a escucharlo. La única condición que puso el aventurero fue que el día del baile no podían estar presentes los niños. Y, claro, ellos aceptaron.

La fecha anhelada llegó y a los niños del vecindario los recogieron en una casa vecina. No obstante, algunos pícaros se las ingeniaron, sin que nadie los viera, y se escondieron debajo de la mesa, donde estaba servido el banquete. La mesa estaba cubierta con un elegante y grueso mantel que llegaba hasta el piso.

A la hora del baile se presentó el forastero. No hizo sino bailar y bailar con la cumplimentada. Transcurrieron los minutos, las horas, y, ya casi medianoche, los niños observaron que los zapatos del extranjero empezaban a reventarse. Le asomaron largas uñas; pelos salían de sus patas y la ropa se le iba abriendo ante la singular metamorfosis. Al tiempo, un largo rabo le iba asomando detrás del pantalón. Cuando los niños notaron esto, y la jovencita que bailaba con la bestia iba cayendo en una especie de sopor, comenzaron a gritar y a salir de debajo de la mesa:

—"¡Es el diablo! “¡Se quiere llevar a mi hermanaaaaa!”

Satanás, acto seguido, se esfumó, dejando un olor a azufre en el ambiente y a la gente temblando de miedo.

La presente anécdota fue una gran lección para la joven. Nunca más volvió a ser altanera ni caprichosa y se constituyó en una hija obediente.







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