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martes, 29 de septiembre de 2015

¿DEMOCRACIA VS. DICTADURA?
Y LO AÑORAN POR SOBRE TODAS LAS COSAS
 Por Rafael E Yepes Blanquicett

Me he desilusionado tanto de la Democracia que se vive y se practica en Colombia, que no sé qué será mejor, si una dictadura militar o cívico-militar de derecha o de izquierda (al fin y al cabo da lo mismo, pues los extremos se tocan) o una democracia liberal, representativa, participativa, presidencial o presidencialista, como la de hoy. 
A veces pienso que a la mayoría de la gente le gusta que la guíen al no saber qué hacer con su libertad, o si tuviera miedo de ella, como lo afirma Erich Fromm en su libro «El miedo a la libertad», publicado en Estados Unidos en 1941. 
Es tal la incertidumbre, que muchas personas prefieren que les digan qué pensar y cómo actuar, anulando su capacidad para pensar, decidir y actuar por sí mismas.

Según Fromm, el miedo a la libertad se manifiesta en tres clases de comportamientos: El autoritarismo, el cual tiene un elemento sádico y otro masoquista, que hacen que una persona autoritaria desee controlar a los demás y, a su vez, someterse a una fuerza superior que puede ser otra persona o una idea abstracta; la destructividad, la cual consiste en el deseo de destruir todo lo que no se puede controlar, y el conformismo, comportamiento que se presenta cuando la gente incorpora inconscientemente creencias, normas y procesos de razonamiento de su sociedad, experimentándolas como si fueran propias, lo que no les permite pensar libres ni genuinos. 
Estos tres comportamientos íntimamente ligados y aunados entre sí, hacen de esta clase de personas caldo de cultivo propio para las dictaduras. 
Rafael E Yepes, Escritor
Y es increíble cómo mucha gente dice sentirse segura cuando encuentra a alguien que le indica el camino y le dice qué hacer obedeciéndole como mansas ovejas. 
Es la que he dado en llamar «la Generación de la Seguridad Democrática», producto de los ocho años en el poder del gobierno de «La mano firme y el corazón grande», que muchos colombianos conformistas, autoritarios y con espíritu destructivo añoran por sobre todas las cosas.

sábado, 26 de septiembre de 2015

El Extraño Visitante
                                                                         a Álvaro Medina
 Por José Ramón Mercado
«Es una vieja historia compadre». «Y lo que nunca se comienza nunca se acaba». Decía casi siempre. Cada vez que comenzaba a contar algo. Alguna de esas historias que él sabía y que yo le he oído infinidad de veces. Así en silencio con esa misma devoción de la gente que oía por primera vez. 
Parece que él tenía esa costumbre pegada desde hace mucho tiempo. Y a mí se me ocurre que él se daba un aire a esos cuentos. Es decir a ese personaje de sus historias que se me aparece en todas partes. Hasta ahora no sé cuál sea la razón. Es extraño. Pero lo cierto es que en cualquier lugar lo he visto. Lo he encontrado. Lo he visto con mis propios ojos. De eso estoy seguro. Seguro de que no es un sueño. Aquí en la ciudad. En los bancos de los parques silenciosos. En las puertas de las iglesias. Allí parado. En las calles vadeando las aceras con esa dificultad que van metiendo los años y el cansancio de los oficios diarios. Así tal cual como él lo refería en esas historias. Exactamente. No sé qué es lo que me hace fija esa obsesión. 
«Siempre ocurren esas cosas compadre». Decía. Y de verdad siempre ocurren esas cosas. Porque las veces que lo he visto quiero decir que lo he encontrado en cada uno de esos personajes de la calle que me evocan su memoria su imagen de hombre vencido su impotente actitud de toro domado, a pesar de todo, experimento una rara sensación de alegría que me dura algún tiempo. 
Y cuando lo dejo de ver durante algunos días me he sentido afligido. Me ronda una tristeza. Algo así como una nostalgia. Es una especie de timidez tonta que después explota en llamitas por dentro y que hace que a uno le remueva la conciencia. 
El caso es que él tenía la costumbre de empezar esas historias de la misma manera. Igual y lo mismo que siempre. 
Por supuesto que nunca he llegado a saber por qué esa imagen está siempre volando fresca al comienzo de mis recuerdos. A veces pienso que no era demasiado viejo. Por lo menos desde que me doy cuenta él había sido así de esa edad. Lo que pasa es que tal vez se creía muy viejo. También me parece últimamente que lo que le ocurría es eso de la época. Que había leído muchos libros quizás. Y que había estado seguramente en muchas partes oyendo lo que dice la gente. 
Sin embargo él era de los tiempos de la guerra. Y acostumbraba hablar de ese tema como algo demasiado viejo. Creo que todo se debe a eso. Creo que pensaba que la guerra solo le ocurrió a él. 
Por eso sería que andaba repitiendo en cada suspiro: «La guerra es como una pena compadre. Si se le queda a uno por dentro en el fondo se encona como una espina». 
Esa cuestión de la guerra para él era como si se tratara del peso de un recuerdo muy grande que el paso de los años no lo hubiera podido borrar. 
Las frases que ponía al comienzo de esos largos relatos es lo que más he podido grabar en la memoria. Y llega un momento en que se confunde el protagonista de esas historias con la misma imagen de papá. Viéndolo bien no sé cómo llegué a ese tema. Pero te cuento que no me agrada mucho. Todo esto lo tengo bastante disperso. Como un nido de pochoclos. Y sé que es imposible ordenar estas cosas cuando honradamente solo recuerdo algunos fragmentos que son los que a él siempre le gustaba referir. Las costumbres de su época. Los pasajes de esa guerra tonta que duró mil días y la vida de ese general que vino a pelear en estas tierras. 
Muchas veces me he despertado oyéndolo decir: «Siempre empieza a clarear por donde está más oscuro». Recuerdo que papá decía esto cada vez que quería contraponer a un argumento una de sus razones de la guerra. 
Pero es ahora que vengo a comprender esto de la guerra. Pienso que papá fue un fracasado durante toda su vida por culpa de la guerra con toda seguridad. Por eso cuando tocaba el tema y pensaba al mismo tiempo lo que era y no pudo llegar a ser por esa maldita guerra creo yo se le rompió el hilo de la historia. 
Después así en ese momento era que se echaba a cavilar para ser fiel a sus recuerdos. Y cuando ordenaba bien los hechos cogiendo de nuevo el hilo de la historia reconocía bien seguro: «Ya no hay hombres así en esta época como ese general». Te cuento que algunas veces he creído que ese hombre que nombra en sus ficciones es él. La filiación de los datos y los hechos que hace de Lorenzo Sánchez casan como una pieza en ese mismo retrato de papá que conocí allá en la Estancia. 
Por supuesto con esa misma imagen de buey manso observando el insondable vacío de su propia soledad en la elementalidad de las cosas. Y para que veas siempre he tenido esa especie de pálpito eso que tienen los animales en la oscuridad para olfatear y ver el abismo. 
Esa rara impresión de que es él el que está por dentro de esos cuentos. Solo me hace dudar de su identidad con ese personaje que él nombra el recuerdo que tengo de papá una vez que dijo: «La mentira incomoda compadre. Pues siempre he creído que al que miente le brillan los ojos. Y a mí parece que eso es cierto. Porque a papá nunca le brillaron los ojos. Ni le temblaba la voz así como él decía.
Ya nadie podrá negármelo pero papá en esos cuentos lo que hacía era contar su vida. Lo que pasa es que no lo dijo nunca. Pero las palabras que iba pronunciando al salir de su boca formaban unos globitos de aire. Uno globitos minúsculos de saliva como por el efecto y la efusión de lo que estaba diciendo. 
Además uno sabe con el tiempo cuando una historia es inventada. Recuerdo también que cuando se fatigaba las palabras empezaban a salirle secas y débiles y era ahí cuando tenía que mojarse los labios con la lengua. Pero nunca se le pusieron los ojos brillantes. 
A veces se le anudaba la voz pero no perdía los estribos. Él podía conversar durante horas y horas sin desbarrarse del tema aun cuando la gente cortara la historia para reírse. Y proseguía: «Lorenzo Sánchez quedó en la ruina después de la guerra porque sus copartidarios le habían dicho que ellos ganarían la guerra y como al buen pagador no le duelen prendas él lo avanzó todo en la esperanza de una vana promesa». Y yo sé que en la vida real papá fue así como lo hizo Dios. Así como se dice. Sé perfectamente también que lo que lo llevó hasta esa miseria de sus últimos días fue esa exagerada honradez. Ese don de gente campesina. 

Incluso ese reconocimiento de las deudas contraídas formalmente en promesas que salen a relucir en momentos de esparcimiento. Por eso pienso que ese tal Lorenzo Sánchez era el mismo José-de-Jesús Conde. Sino que papá no se decía su nombre para que yo no lo supiera. O de pronto por esa rara modestia de no querer sentirse protagonista de un largo periodo de fracasos que fue su propia vida.
 
Y no es que quiera seguir repitiendo ese cuento. Pero quién por aquí por estos lados no lo oyó decir  en boca de ese personaje: «Lo que es promesa es deuda compadre. Y si acaso le quedo debiendo cinco centavos cóbreselos al municipio. Bastante hambre que me hizo aguantar con eso de la espera de la pensión de guerra que nunca llegó». 
Pero yo descubrí lo único cierto y que todavía en la alcaldía del pueblo reposan esos documentos de la pensión que se quedó esperando papá. Pues abajo al final de cada uno de esos papeles se leía muy claro el nombre de-Jesús Conde. Así con esos trazos característicos de su letra de pergamino que salía de su pulso y que he reconocido en los cuadernos que yo llevaba a la escuela y que él mismo me marcaba. 
Puedo jurar que todavía muchos creen que eso no fue una confesión de papá sino algo que dijo ese protagonista principal de toda su obra. Ese tal Lorenzo Sánchez. Porque al fin y al cabo. «Al que miente se le conoce en la cara compadre». Así como decía él. 
Y a papá nunca le brillaron los ojos cuando echaba a rodar esas viejas historias. Porque de verdad él nunca dijo una mentira. Lorenzo Sánchez era el mismo José-de-Jesús Conde. Sino que papá no llevaba el apellido de mi abuelo porque no era una costumbre de la época. Eso no lo supe nunca. Sólo hasta hace poco tiempo. Siempre he tenido temor de averiguar esas cosas empolvadas por el tiempo. 
Pero quien no era hijo legítimo tenía que llevar el apellido de la madre como obediencia a la ley. Como castigo tal vez. Era costumbre de esa época en todo caso. Y sin andar averiguándolo. Por la gente vieja del pueblo he llegado a saber que mi abuelo fue un hombre llegado a estas tierras montando en un caballo moro de paso hacia otros parajes menos insólitos. Que se llamaba Manuel Sánchez. Y que hablaba como chiflando las palabras. 
Por eso tal vez reconozco ahora que en ese personaje de ojos indiferentes y vagos y cansados sin determinar nada fijo y que siempre empezaba sus historias igual y lo mismo siempre había por dentro un protagonista próximo y extraño. 
        
José Ramón Mercado, Poeta y Escritor
En pocas palabras ese mismo y obsesionante protagonista que me ronda a toda hora. En los ratos íntimos. En cualquier libro que me eche a leer en la pieza, a veces he creído que tengo parecida la risa. Esa tos seca en las noches. A veces me oigo hablar lo mismo que él. 
Últimamente me parece que soy yo el que lo busco en los recuerdos. Lo único que alcanza a diferenciarme de él es que papá perdió todas las batallas de su vida y yo en cambio estoy empezando a recuperarlas una por una. De otro modo esto mismo me ha hecho olvidar esas otras pesadillas de mi infancia que se me venían metiendo hasta en los sueños.       




sábado, 19 de septiembre de 2015

La Calvaria Social
Enhorabuena, por Rosemary Maciá

El sábado 19 de septiembre el colectivo literario Generación Fallida, que se reúne los sábados en la Casa Museo Rafael Núñez, además de su sesión especial de lecturas de cuentos y poemas estuvo de plácemes pues una de sus talleristas, la poeta Rosemary Maciá, estuvo de cumpleaños. 
El poeta  Julio César Márquez Ariza  leyó tres poemas inéditos, Gonzalo Alvarino participó con un mini cuento, el escritor y poeta Onésimo Andrade leyó el cuento La silla, y el poeta José Ramón Mercado, invitado especial leyó El Entierrito, un cuento inédito que pronto verá la luz. 

Además el joven escritor Juan de Dios Sánchez hizo algunas acotaciones sobre la fría Bogotá. Como es costumbre, Edisson Duarte emitió algunos conceptos sobre los textos leídos. La sesión también contó con Mabel Escorcia, la poeta Ruth Patricia Diago,  Gilberto García Mercado,  editor de La Calvaria Literatura y Zugey Solórzano, estudiante de comunicación social de la Universidad de Cartagena. 
La Generación Fallida viene desarrollando una labor silenciosa pero significativa para el ámbito cultural de la ciudad. Recientemente la Fundación Tecnológica Antonio de Arévalo,  TECNAR, lanzó el libro de cuentos Homo Aurum, de Rolando Blanco Hernández, y el poemario Los Muebles Hierven de Ruth Patricia Diago  

domingo, 13 de septiembre de 2015

   EL ANCIANO DETRÁS DEL CRISTAL

Por Gilberto García Mercado

Habíamos pasado por allí, y no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árboles frondosos a ambos lados de la vía. En lo alto los pájaros cantaban en concierto. Y se podía escuchar la letanía de las aves recibiendo a la primavera. Habíamos pasado por allí, y no nos habíamos dado cuenta. Si uno pasaba de día sentía la bulla de los pájaros. Era como si en aquellos momentos—cuando con la libreta en la mano derecha, pasábamos por allí—estuviéramos profanando el lugar. Pero lo que si nos daba miedo, era la sensación de que alguien seguía nuestros pasos. Mirábamos hacia atrás, y no veíamos nada. Sólo el viento parecía habitar la tierra de los pájaros. 
Yo evocaría—muchos años después—al pueblo atropellado por el progreso. Sentiría la nostalgia de quienes se alejan de su tierra para nunca jamás regresar. Volvería, con el poder de la mente, a asistir al colegio de mis recuerdos. Y, entusiasmado, con la música del Binomio de Oro y una cerveza, a recordar viejos tiempos. Ahí estoy yo en el cine del recuerdo. 
Cuando estudiaba por las tardes—y salía a las seis— desechaba el camino de los pájaros. Si recorría el lugar a la una de la tarde, cuando marchaba para el colegio, era porque iba atrasado. El sendero entonces era un atajo que nos permitía estar en la escuela, en el menor tiempo posible. Pero eso sí, nunca cogíamos por el camino al anochecer. 
Eran aproximadamente dos kilómetros, que teníamos que recorrer. En verano sólo  temíamos a las vacas hurañas que merodeaban por el lugar. Y que me hicieron correr más de una vez. También las avispas, cuando los caballos derrumbaban por casualidad los panales, eran las enemigas de quienes se adentraban por aquel atajo que hoy ocupa un lugar especial en mis recuerdos. 
A veces las parejas de enamorados, se internaban en aquellos dos kilómetros de monte. Y desafiaban al viento fantasma que movía las hojas de caña de azúcar como si fuera un gigante invisible. En vísperas del ingreso al bachillerato—en el único colegio de secundaría que existía en la región—un grupo de alumnos, de los más osados, exploramos el lugar. 
Habíamos pasado por allí, y no nos habíamos dado cuenta. 

La casona era antigua. Y estaban cerradas sus puertas y ventanas, con pesados candados. El sucio y la telaraña afeaban el lugar. Y el abandono y la negligencia estaban retratados por todas partes. Al principio, sentíamos la mirada sobre la espalda. Queríamos violentar la puerta y descubrir al dueño de aquella mirada. Pero el viento con su ulular entre las cañas de azúcar, nos detenía. Para finales de año—en los exámenes— decidimos conocer al dueño de aquella mirada. Violentamos la puerta. Abrimos la ventana para que entrara la luz. Y vimos el esqueleto en el suelo con visibles muestras de agonía—
Gilberto García M, Escritor
comprobamos más tarde que fue inválido y sordomudo—y que había luchado por abrir la puerta cerrada por fuera, con aquellos pesados candados. ¿Qué había pasado allí? ¿Qué pasiones y borrascas se suscitaron en aquella casa?
 
Habíamos pasado por allí, y no nos habíamos dado cuenta…


domingo, 6 de septiembre de 2015

Brígida, la del Puente de Chambacú 
UNA LIBÉLULA CON RÍTMICOS MOVIMIENTOS 

 Juan V Gutiérrez Magallanes  
Era una mujer esbelta de piel de ébano suave y reluciente, su cuerpo estaba tallado en la figura de una guitarra mágica, sobre sus corvas  percusionaban  los cascabeles de oro que colgaban del borde de sus pollerines cuando  saltaba sobre los pequeños charcos de agua dejados por la subida de la marea. 
Su abundante y extensa cabellera golpeaba el quiebre de su talle y el promontorio sagrado de sus glúteos, redondos capiteles, en los que se iniciaban las contorneadas piernas de mujer ofrendada a los dioses. 
Tenía una voz cantarina que alegraba las tristeza del soñador de la  esquina, amargado y triste por los desaires de ella, su canto se dejaba acompañar por los silbidos profundos y sonoros del palenquero,  quien en años anteriores había sido llevado a Europa, por Delia Zapata, para silbar una sonata compuesta por el maestro Barros. 
Brígida era dulce en el trato y bondadosa en la sonrisa, que brindaba  con satisfacción agradecida por cómo era recibida su belleza. 
(Brígida, su nombre, había sido escogido en honor a Santa Brígida, la cual había sido casada a los dieciocho años, entre sus hijos tuvo a   Santa Catalina de Suecia. Al enviudar fundó  un monasterio). 
Brígida gozaba del influjo de  la musa Terpsícore, a través de sus acompasados pasos sabía combinar el baile clásico con la dancística de una cumbia, se convertía en una libélula de rítmicos movimientos, se enloquecía al escuchar los cantos de santería de la cubana Celina, parecía en aquellos momentos de su danzar poseída por  los dioses del Panteón Yoruba. Caminaba  respondiendo los adioses y saludos, algunas veces recibía los piropos de jóvenes que no le iban a causar ningún requiebro. La mujer era consciente de su belleza, pero con un pensamiento  de niña cándida jugando con las  margaritas, para preguntarles, «¿me quieren? , «¿no me quieren?». 
Brígida tuvo muchos pretendientes, pero sólo uno logró alcanzar sus amores, era un adolescente de porte gallardo y sueños tejidos con los denarios ganados con mucho esfuerzo por su padre, quien no escatimaba trabajo alguno, para satisfacer los gustos de su  pretencioso hijo. 
La boda se celebró más por la desesperación del mozalbete, quien anunciaba correría la suerte de Romeo, si no alcanzaba a fundir sus amores en el tálamo de su amada. Y todo fue flor de un día, porque, después del paso de la  «Luna de  Dulce Amargo Sabor», se rompieron los lazos del amor jurado. 
         
        Juan V Gutiérrez Magallanes
Brígida se transfiguró, cortó sus cabellos y dejó que sus senos y sus piernas alcanzaran  la flacidez de las frutas maduras, olvidó la danza y convirtió su canto en voces de Aleluyas, que sólo alegran a los espíritus que cobran diezmos y canjías por falsos milagros. 
Perdió el justo razonamiento de las cosas y dejó que sus neuronas  se nublaran para caminar por los senderos de la verdad. Ahora  transitaba  por estrechos vericuetos de una iglesia que la hacía caer en estupideces, y algunas veces olvidarse del instinto de conservación. 
Al  espíritu de Brígida lo ven en la bruma formada sobre las aguas de la Ciénaga del Cabrero-Chambacú, lo identifican por el chasquido de  los  barbudos sobre la superficie del agua, lo  comparan con los golpes de los cascabeles de oro que Brígida colgaba  en su pollerines.
           Cartagena, mayo 3 2015.   


miércoles, 2 de septiembre de 2015

CONFESIÓN DE CIUDAD

¿Cartagena será lo máximo en la integralidad de su cuerpo?

Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Luego de ascender al Cerro de la Popa dejo  caer la vista, comprimo  y arrugo las hojas de mi conciencia al mirar el cuestionamiento que se lee en la prensa y  que está voceando el pregonero: «Cartagena de Indias, ha sido reducida a lo «Fantástico», es Quimérica, Fingida e Imaginada: No existe en la Realidad» 
 ¿Cómo puedo ser «lo máximo de ciudad» si soy un «Desorden» en el conjunto de hechos y elementos de buena Urbe? 
—Quédate inmóvil en la belleza de tu rostro—responde el «Encoñado» de risa permanente.  
¿Cómo me puedes llamar «lo máximo» si estoy en permanente «Ruido» por el pito de los carros y el estruendo de los vendedores de baratijas? 
 —No te inquietes, de rostro arrebol sigue depositando en el regazo el silencio de los  caracoles de la bahía. 
 ¿Cómo es eso de ser «lo máximo» si la «Contaminación» me cubre por todas partes? 
 —Quédate inerte en los laureles. Guarda los detritus plastificados en los cuerpos de agua, a las medusas y algas desnudas de crustáceos reemplazan. 
 ¿Cómo soy  «lo máximo» si llevo un dolor por la «Falta de Educación»? 
 —No te inmutes, continúa con tu risa. Baila y lanza un golpe al aire, juega con la risa, no necesitas herir las letras para que viertan sangre  y tapicen las voces de los ignorantes viviendo la jornada con monedas de sol. 
 ¿Cómo dices que soy «lo máximo» si la mayoría de nuestros jóvenes sufren a causa del «Desempleo»? 
 —No te preocupes mientras ellos bailan una Champeta… 
 ¿Cómo crees que puedo gozar por las flores colocadas sobre mi nombre, si llevo en el cuerpo  «Un Sistema Ineficiente de Salud»? 
 —Tranquila,  para qué interesarte por la salud si fácilmente se alegran con una palmadita sobre los hombros y un goce de champeta. 
Cómo piensas y escribes: «¡Cartagena, eres lo máximo!» , ¿Acaso no has visto lo difícil que es transitar por las calles a determinadas horas, y que los niños no pueden bañarse bajo la lluvia por el «Vandalismo»? 
—Observa las noches del Centro Amurallado y podrás notar la tranquilidad de los turistas, oirás el trote de  los caballos y el trino de los que le cantan a Cartagena ¿Has visto el trote en las calles de las profundidades  de la periferia? 
¿Será que tú  caminas con tranquilidad en medio del «Enjambre de Motos»? 
—Esta Cartagena mía y tuya, e insólita, donde se ha efectuado la construcción del Transporte, cuyo tiempo empleado para su funcionamiento sobrepasa al de «La Muralla China».  
¿Cómo se le puede ocurrir a  alguien  decir «eres lo máximo», sin caer en el sarcasmo cuando  a cada instante ves el Maltrato a los Caballos? 
—No camines con los ojos vendados, te puedes tropezar con la imagen famélica de un equino soportando  las libras de un sonrosado y rechoncho turista.  
Jamás puedo considerarme «lo máximo» si por mis brazos extendidos de ciudad mixta, merodea La Prostitución Infantil»,  por mayor eufemismo con que quieran mirarme no puedo aceptar el epíteto. 
 —No te atormentes, duerme tranquila, las plazas son suficientes para albergar los vuelos de mariposas en crisálidas de vida nocturna. 
¡Oye, Cartagena!: «tú eres lo máximo». ¿Será cierto cuando  las calles de los barrios de extramuros, invisibilisados, están cundidos por el Pandillismo producto de la desocupación y el desplazamiento de nuestros campos? 
—Vuelvo a repetirte: no te inmutes mientras te sigan mirando el bello rostro de española en  el Caribe. 
Nada me hará cambiar, seguiré cantándole a tu belleza enmarcada en la roca, piedra rechinante del baldón que hace estragos en las estructuras de tu cuerpo iguanado. Sí, esa «Constante Corrupción». Nada perturba tu sueño: «eres lo máximo», duerme en tus laureles y déjate acariciar por el rumor de las aguamalas fantasmagóricas. 
Son doce baldones que orlan el marco de la gran ciudad, de ésta y la otra.           
                LA  OTRA CARTAGENA 
Extraño mucho a la Otra Ciudad
Camino tocando y oliendo las piedras,
Me indican si ando en terrenos ajenos,
O en las intenciones del asechante
La otra ciudad traza caminos y pone límites
Límites quebrados por la lluvia y el fragor de los changones
La cita a una cena con Tánato y las plañideras golpeando la tierra
En medio de su llanto preguntan el por qué de la tragedia..
Ahora le tengo miedo a las calles de mi barrio, no me atrevo a mirar a través de las rendijas. 
Mis vecinos reprimen las palabras y  acortan los pasos para no pisar las rayas que marcan el límite de las miradas. Juan en su niñez jugó con las mismas bolitas de cristal de su amigo Antonio. 
Hoy, separados por líneas imaginarias, no pueden intercambiar las  canicas, juegan al trueno y recogen flores sembradas en el estiércol, para cubrir la tumba del que caiga en los juegos cruzados en el callejón de la Muerte.
Ahora Cartagena de Indias está nublada por las brumas de la inseguridad, los caminantes se miran a los rostros con el temor de ser fulminados por la luz de los ojos del que señala con el índice. 
La otra ciudad, está  abandonada, es móvil en la vorágine del buscavidas...
La otra ciudad de mecanos veloces, adueñados del grito y matadores del silencio transitan el imaginario acortando el tiempo de vida y apropiándose de la eternidad, las madres han salido para dibujar cruces en solicitud de esperanza -de vida- secaron sus ojos en los últimos encuentros de  tronantes adioses por quienes no debieron morir. 
La ciudad de casas coloniales y sectores privilegiados anda con pasos seguros y duerme protegida por cien ojos, muestra la risa comprada en los almacenes de marca pero refleja el pesar por la inseguridad. 
       
Juan V Gutiérrez Magallanes, Escritor.        
Han muerto, lanzaron gritos de auxilio los niños escondidos en el nido de los abandonados, y continúa la procesión de púberes grávidas que permutan su virginidad por los denarios de Familias en Acción y dan a luz criaturas con el llanto de la desesperanza. 
Allá en el mundo de la Otra Cartagena, Tánato juega a la libertad con la participación de la invidencia de los que se adueñan de la matriz de la Urbe.
Bibliografía  
Se hace válido citar un fragmento del artículo de Alberto Abello Vives, «Entre Clichés» (El Universal, 29,  VIII, 2015). «Cartagena,  «la fantástica» sobresale por la irrealidad que sugiere, como la ciudad de un cuento de hadas. Esa Cartagena no es del todo creíble. Es la  mirada del compositor que la ve de lejos o del turista andino  que se descresta  durante los dos o tres días que la visita. Y tal vez es la mirada del cartagenero desde lo alto de una torre blanca de vidrios azules. Pero no es la percepción de quienes están en condiciones de pobreza, desempleo, informalidad  e inseguridad ni de quien es sometido al pésimo  sistema de transporte ni para quienes viven sin conocer  siguiera el centro histórico”. 
Cartagena de Indias, es una realidad, de mucho heroísmo, sobre  ella  caen baldones que quieren sucumbirla. Debemos insistir en crear el sentido de pertenencia, estar  atentos  para cumplirle a la ciudad, para  sacarla del sueño de la fantasía a la realidad de ciudad integral.     














jueves, 27 de agosto de 2015

DE LAS PALETAS  DE AURITA O CUBOS DE AMBROSÍA
¡Qué vaina, lo Único que Queda es la Nostalgia! 

Juan V Gutiérrez Magallanes
Luego de una larga jornada académica en el Liceo de Bolívar de la calle del Cuartel, los que vivíamos cerca a la calle Real del Espinal, buscábamos con angustia de sediento el néctar que brindaba aquella casa de dos pisos, de amarillo, con columnas de madera pintadas de verde, pigmento que armonizaba con el matiz del techo de truncada pirámide, donde el sol menguaba para  facilitar el fresco que recibíamos de los alares de aquella mansión, habitada por Aurita y su compañero Israel González (estos personajes, ahora cuando el tiempo me ha hecho observador, los comparo con la inolvidable Frida Kahlo y Diego Rivera). 
Guardábamos las monedas de a centavo, eludíamos muchas veces las chichas y las empanadas de «El Pimie», con el sólo propósito de alcanzar a comprar las paletas de Doña Aurita, que eran de diferentes sabores predominando las de «leche con pasas». 
A través de los almibarados cubos, deleitábamos la ambrosía de los israelitas en el desierto, ¡no nos cambiábamos por ninguno: éramos estudiantes del Gran Liceo de Bolívar,  y  empapábamos nuestras papilas con las Paletas de la calle Real del Espinal! 
Hoy, cuando en Cartagena se actúa bajo los parámetros de una Gentrificación Galopante, como observamos en San Diego y Getsemaní, a Torices lo están  dejando en el olvido, (en lo referente a la salubridad), porque los  nativos se verán precisados a salir de allí, y luego las águilas de cuello almidonado le caerán al noble barrio. 
Un análisis de la Gentrificación en Cartagena, además de plantearla Ladys Posso en su libro «La Casa Tomada», es un tema también abordado por Martín Caparrós*, periodista y escritor argentino  «… no conozco ningún ejemplo, en el mundo hispano, más claro de Gentrificación que Cartagena: cuando una ciudad—o una parte importante de una ciudad—deja de ser un espacio para que vivan personas y empieza a serlo para que las personas vayan a pasar unos días, a pasear, a consumir, digamos. Y en Cartagena, como suele pasar en estos casos, nadie lo discutió, nadie lo decidió, y dejan esas decisiones a fuerzas más directas; los dueños de las cosas, los empresarios, los famosos mercados». 
A El Palacio de las Paletas, le han decretado su muerte al colocarle grandes vallas para irlas derribando poco a poco para que la nostalgia no sea mayor, como ocurrió con la casa de Amaté, dónde se sublimaban los orgasmos en la esquina lateral, y que daba paso a la Placita de los Perros, donde se podía fijar la vista en la entrada al Castillo San Felipe. 
La calle Real del Espinal, está dejando de ser parte del barrio, ese que anidó los sueños de compañeros como Guerrero, Víctor Lozano (f), y Alberto Valencia (f). Porque los barrios dejan de serlo, cuando se silencian los pasos de quienes  contaron sus anécdotas o amarraron sus adioses a  una niña imaginada. 
       
Juan V Gutiérrez Magallanes
Diagonal a la casa de la niña Aurita, la de las paletas de ambrosía, está la familia Moreno, aprisionando los recuerdos y regalando la imagen de la calle, cuando entraba el tren en los talleres, pasaba por el Puente, dejando su zumbido de otros tiempos, para que hiciera parte de las canciones del  maestro Pianeta Pitalúa y los deletreos de Héctor Galván.  
*Martín Caparrós. La  belleza, sus riesgos. Revista Semana, Cartagena LA FANTÁSTICA.


domingo, 23 de agosto de 2015

De la mano de Rebecca Lolosoli, en Kenia
UMOJA: ¿UN EXPERIMENTO SOCIAL?

                 Por Rafael E Yepes Blanquicett*


Umoja, que significa «la unidad» en lengua swahili, es un pequeño poblado situado cerca de la Reserva Natural de Samburu, al norte de Kenia, África, y habitado apenas por 248 personas, de las cuales 200 son mujeres y los otros 48 son niños, hijos de las mujeres desplazadas que se los han llevado consigo. 
No se trata, de ninguna manera, de una colonia al estilo de las antiguas amazonas griegas o de la isla de Lesbos, sino del producto de la violencia de género a la que han estado sometidas durante siglos las mujeres de la «Madre África» o «Mamma África». 
Y fue a Rebecca Lolosoli, una mujer de armas tomar, líder de las mujeres de su región, a quien se le ocurrió crear, en 1990, una comunidad solo para mujeres sobrevivientes de los abusos y las violaciones de los soldados británicos invasores, cuando se recuperaba en un hospital de una tremenda paliza propinada por un grupo de hombres, la mayoría musulmanes radicales, por haberse atrevido a hablar en favor de los derechos de las mujeres de su pueblo. 
Su propósito era y sigue siendo, proteger a las mujeres que huyen de los constantes maltratos, los matrimonios concertados, la violencia doméstica, la mutilación genital y los abusos sexuales cometidos por los hombres de su región. 
        
        Rafael E Yepes Blanquicett
Ha sido tal su éxito que, a pesar de las innumerables amenazas de muerte recibidas por parte de sus contradictores, ni ella ni sus seguidoras han dado su brazo a torcer y ya comienzan a ser respetadas dentro y fuera de Kenia. 
¿Cuánto durará este «experimento social» que ya tiene 25 años? ¿Cuando sean aceptadas y respetadas por los hombres de su comunidad? ¿O cuando la comunidad internacional presione para ello, obligando al Estado keniano a cumplir con su deber de protegerlas?  
COLOFON: ¿Será que Barack Obama, el presidente del país más poderoso del mundo, cuyo padre es nativo de Kenia, estaría enterado de esta situación cuando lo pusieron a bailar el tradicional ritmo de lipala?
         *Profesor, escritor y poeta.

viernes, 21 de agosto de 2015

Rafael Uribe Uribe, en El Carmen de Bolívar

«Lo único abundante aquí es la cosecha de desengaños»


Por  Moisés Eduardo Morantes Narváez


General Rafael Uribe Uribe
Rafael Uribe Uribe, el caudillo del pueblo estuvo en dos ocasiones en esta Villa Meritoria, durante los aciagos días de la Guerra de los Mil Días, confrontación bipartidista que terminó con la pérdida de Panamá luego de los convenios de Neerlandia y del Buque de guerra Wisconsin. 
De su primera visita, queda una carta fechada el 30 de Agosto de 1.900 enviada a Don Antonino Madrid, en la cual con tono enérgico llama la atención sobre la lentitud con que se manejan las cosas por estos lares y, le recrimina, el no haber cumplido a cabalidad una orden por él impartida; menciona en la carta al médico Leopoldo Angulo y a Arturo Martínez Carrascal, y termina la corta misiva con una frase lapidaria que aún sigue vigente en nuestros días: «Estoy viendo que lo único abundante por aquí es la cosecha de desengaños». 
Esta carta la conserva el Archivo de las Memorias de El Carmen, gracias a la gentileza del Doctor Víctor Ramiro Angulo Baños, cuya familia la había guardado por un siglo (la cual permanece legible en un 85 %), quien nos la cedió con la indicación y el celo que guardan los vigilantes por nuestro patrimonio. 
Dice Sebastián Mesa Merlano, «en la Canzona instaló el general Rafael Uribe Uribe  su campamento; allí restauró sus fuerzas y dijo a sus compatriotas de Antioquia, que si de veras ambicionaban la tierra prometida, tendrían que venir a los bosques de El Carmen a plantar sus toldas de trabajo». 
Durante su estadía, en el cerro de Peralonzo de la Canzona, debió extraviar una primorosa daga, (que fue desenterrada hace 5 años y que hasta el momento permanece intacta en nuestro Archivo). Podríamos afirmar que es la misma daga por algunos grabados como el «triángulo con el ojo en el centro» que aparece en el billete de un dólar de los Estados Unidos, grabado en su empuñadura. Y el hecho histórico de que nuestro copartidario era masón, y que llegó a ascender hasta el Grado 33, que deducimos por la rosa, símbolo de la masonería y alguna que otra filosofía  que fundamenta nuestra teoría. 
La Carta Escrita por el General   
Por esas calendas conoce y degusta el café de la Canzona, recordado en su libro «Por la América del Sur» en el que afirma que la calidad de dicho producto no tiene nada que envidiar al café de Caldas, referencia similar hace sobre el algodón. 
El poeta e historiador carmero Rafael Redondo Mendoza, recoge en «Daguerrotipos Liberales» las agridulces biografías de guerrilleros, exclusivamente bolivarenses que pelearon en la Guerra de los Mil Días. 
Con su estilo bravo, su fuerza vernácula, su vanguardia literaria y su profunda capacidad psicológica, nos deja en su estudio los más interesantes trazos de los más ignotos héroes del combate y la fiereza; también lo asevera Aníbal Esquivia Vásquez (AVE) en el prólogo de la obra en el que se describe a Ignacio Mendoza Bermúdez, Jesús María Lugo, Joaquín Mercado Robles, Porfirio Puerta, Manuel Córdoba, Eneas Herazo, Oscar Augusto Domínguez, Enrique Watts y Filadelfo Urueta.  
Durante la confrontación vinieron gentes del Interior del país y dejaron prole, tales como los Cortés, entre los cuales alguien ostentaba el título de Mariscal y, que en la Niña Montes, oriunda de Caracolí, hallamos sus raíces genéticas. 
También los genes del general se regaron por estos lares, cuando un primo de él tuvo un hijo con Sara Baena —Luís Uribe— y este a su vez engendró a Cielo Uribe que fue poetisa. 
Sara Baena además tuvo a Joche Jiménez y a la niña Elvira de Romero, esposa de Sebastián Romero que oficiaba la herrería. 
La esposa de Luís Uribe Baena fue Francia Volpe, quien al enviudar se comprometió con Armando Malo Catalán. 
El Hallazgo de la Daga de Uribe Uribe
Por esa época bajaron un muerto NN, militar al parecer de alto rango, hasta El Carmen desde la Canzona y, en el cementerio, donde inhumaron el cadáver construyeron un monumento al soldado desconocido: un cañón de ladrillo y cal situado verticalmente, como atestiguan los ancianos que lo conocieron. 
En su segunda visita del 15 de Noviembre de 1.902 se le brindó un agasajo en casa de Modesta Paredes de Angulo (vivienda que hoy corresponde a la Casa Cural), y se le sirvió el almuerzo en vajilla de porcelana, ese día ofició de padrino de bautismo acompañado por Doña Elena Malo de Madrid a la niña Matilde Arrieta Fernández (madre de Doña Albertina Leal esposa de Euclides Bejarano), quien naciera el 6 de Septiembre de 1.896 y cuyos abuelos maternos eran Dionisio Fernández y Rosalía Pareja. 
Cuando llegó a Corozal y le preguntaron: «¿Cómo le fue?», él en el acto respondió: «¡Muy bien, tanto, que comí con cuchara de oro!» 
Cuentan que en casa de los Madrid Malo, las tías tejían una bandera para regalársela al General Uribe Uribe y, que cuando llegaron las tropas gobiernistas comandadas por Salazar, la soldadesca puso la casa patas arriba y no lograron encontrar la susodicha bandera porque la habían escondido debajo de un moisés en el que dormía un niño. Lo único que respetaron, pues hasta los pianos fueron revisados a punta de bayoneta. 
Otra versión del desenlace lo encontramos en la obra teatral «La Bandera», de Néstor Madrid Malo, quien llegara a ocupar la gobernación del Atlántico y es que, una de las jóvenes que habitaban la casa se la colocó a guisa de falda y por ello los soldados no lograron encontrarla. 
Ejército o la soldadesca
Dicen que se suscitaban batallas entre la vivienda de dos pisos y las tropas resguardadas en la torre frontal de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, entre liberales y conservadores gobiernistas que desalojaban a los residentes de sus casas. 
Cierta vez desde la casa dispararon e hirieron a alguien en la torre de la iglesia, coincidiendo que el muerto era el padrastro de quien había disparado y que estaba en el bando opuesto. 
Escenas grotescas como aquellas ocurrían cuando llegaban las tropas del gobierno comandadas por el general Víctor M. Salazar, a las comunidades cuyos ciudadanos pertenecían al glorioso partido liberal, se producían atropellos y desmanes, en más de una ocasión prendían fuego a las casas de la población, era tanta la sevicia que una vez cuando construían la casa de Manuel Belisario Romero (en el extremo occidental de la Plaza de Molongo y que algunas veces sirvió de guarnición temporal) los obreros fueron arrojados en las zanjas de las bases, y sus cuerpos devorados por los goleros y los cerdos; cuenta Don Antonio Bustillo Gallo que en la esquina de la casa, hasta hace poco se veía en el piso la sombra de un cuerpo quemado por la negra servidumbre. El dueño de casa estaba huyendo para Calamar cuando esos hechos sucedieron y sus hijos los cuidaban los sirvientes. 
Doctor Moisés E Morantes Narváez
Si pudiésemos hacer un estudio arqueológico de las paredes de la casa Madrid Malo y de los cimientos de la vivienda referenciada podríamos corroborar los hechos. 
Uribe Uribe dejó una huella indeleble en la conciencia carmera. 
Años después de su asesinato, (el 15 de Octubre de 1.914), en Cartagena de Indias erigieron un monumento en su nombre, y el discurso de apertura estuvo a cargo del elocuente hombre de letras Genaro R. Martínez, autor del himno a los vencedores de la Batalla de Mancomoján.


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