EL ANCIANO DETRÁS DEL CRISTAL
Por Gilberto García Mercado
Por Gilberto García Mercado
Habíamos pasado por allí, y no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árboles frondosos a ambos lados de la vía. En lo alto los pájaros cantaban en concierto. Y se podía escuchar la letanía de las aves recibiendo a la primavera. Habíamos pasado por allí, y no nos habíamos dado cuenta. Si uno pasaba de día sentía la bulla de los pájaros. Era como si en aquellos momentos—cuando con la libreta en la mano derecha, pasábamos por allí—estuviéramos profanando el lugar. Pero lo que si nos daba miedo, era la sensación de que alguien seguía nuestros pasos. Mirábamos hacia atrás, y no veíamos nada. Sólo el viento parecía habitar la tierra de los pájaros.
Yo evocaría—muchos años después—al pueblo atropellado por el progreso. Sentiría la nostalgia de quienes se alejan de su tierra para nunca jamás regresar. Volvería, con el poder de la mente, a asistir al colegio de mis recuerdos. Y, entusiasmado, con la música del Binomio de Oro y una cerveza, a recordar viejos tiempos. Ahí estoy yo en el cine del recuerdo.
Cuando estudiaba por las tardes—y salía a las seis— desechaba el camino de los pájaros. Si recorría el lugar a la una de la tarde, cuando marchaba para el colegio, era porque iba atrasado. El sendero entonces era un atajo que nos permitía estar en la escuela, en el menor tiempo posible. Pero eso sí, nunca cogíamos por el camino al anochecer.
Eran aproximadamente dos kilómetros, que teníamos que recorrer. En verano sólo temíamos a las vacas hurañas que merodeaban por el lugar. Y que me hicieron correr más de una vez. También las avispas, cuando los caballos derrumbaban por casualidad los panales, eran las enemigas de quienes se adentraban por aquel atajo que hoy ocupa un lugar especial en mis recuerdos.
A veces las parejas de enamorados, se internaban en aquellos dos kilómetros de monte. Y desafiaban al viento fantasma que movía las hojas de caña de azúcar como si fuera un gigante invisible. En vísperas del ingreso al bachillerato—en el único colegio de secundaría que existía en la región—un grupo de alumnos, de los más osados, exploramos el lugar.
Habíamos pasado por allí, y no nos habíamos dado cuenta.
La casona era antigua. Y estaban cerradas sus puertas y ventanas, con pesados candados. El sucio y la telaraña afeaban el lugar. Y el abandono y la negligencia estaban retratados por todas partes. Al principio, sentíamos la mirada sobre la espalda. Queríamos violentar la puerta y descubrir al dueño de aquella mirada. Pero el viento con su ulular entre las cañas de azúcar, nos detenía. Para finales de año—en los exámenes— decidimos conocer al dueño de aquella mirada. Violentamos la puerta. Abrimos la ventana para que entrara la luz. Y vimos el esqueleto en el suelo con visibles muestras de agonía—comprobamos más tarde que fue inválido y sordomudo—y que había luchado por abrir la puerta cerrada por fuera, con aquellos pesados candados. ¿Qué había pasado allí? ¿Qué pasiones y borrascas se suscitaron en aquella casa?
Gilberto García M, Escritor
Habíamos pasado por allí, y no nos habíamos dado cuenta…
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