DE LAS PALETAS DE AURITA O CUBOS DE AMBROSÍA
¡Qué
vaina, lo Único que Queda es la Nostalgia!
Juan V
Gutiérrez Magallanes
Luego de una larga
jornada académica en el Liceo de Bolívar de la calle del Cuartel, los que
vivíamos cerca a la calle Real del Espinal, buscábamos con angustia de sediento
el néctar que brindaba aquella casa de dos pisos, de amarillo, con columnas de
madera pintadas de verde, pigmento que armonizaba con el matiz del techo de truncada
pirámide, donde el sol menguaba para
facilitar el fresco que recibíamos de los alares de aquella mansión,
habitada por Aurita y su compañero Israel González (estos personajes, ahora
cuando el tiempo me ha hecho observador, los comparo con la inolvidable Frida
Kahlo y Diego Rivera).
Guardábamos las monedas
de a centavo, eludíamos muchas veces las chichas y las empanadas de «El Pimie»,
con el sólo propósito de alcanzar a comprar las paletas de Doña Aurita, que
eran de diferentes sabores predominando las de «leche con pasas».
A través de los
almibarados cubos, deleitábamos la ambrosía de los israelitas en el desierto, ¡no
nos cambiábamos por ninguno: éramos estudiantes del Gran Liceo de Bolívar, y empapábamos
nuestras papilas con las Paletas de la calle Real del Espinal!
Hoy, cuando en Cartagena
se actúa bajo los parámetros de una Gentrificación Galopante, como observamos
en San Diego y Getsemaní, a Torices lo están dejando en el olvido, (en lo referente a la
salubridad), porque los nativos se verán
precisados a salir de allí, y luego las águilas de cuello almidonado le caerán
al noble barrio.
Un análisis de la
Gentrificación en Cartagena, además de plantearla Ladys Posso en su libro «La
Casa Tomada», es un tema también abordado por Martín Caparrós*, periodista y
escritor argentino «… no conozco ningún ejemplo, en el mundo hispano, más claro de
Gentrificación que Cartagena: cuando una ciudad—o una parte importante de una
ciudad—deja de ser un espacio para que vivan personas y empieza a serlo para
que las personas vayan a pasar unos días, a pasear, a consumir, digamos. Y en
Cartagena, como suele pasar en estos casos, nadie lo discutió, nadie lo
decidió, y dejan esas decisiones a fuerzas más directas; los dueños de las
cosas, los empresarios, los famosos mercados».
A El Palacio de las Paletas,
le han decretado su muerte al colocarle grandes vallas para irlas derribando
poco a poco para que la nostalgia no sea mayor, como ocurrió con la casa de
Amaté, dónde se sublimaban los orgasmos en la esquina lateral, y que daba paso
a la Placita de los Perros, donde se podía fijar la vista en la entrada al
Castillo San Felipe.
La calle Real del
Espinal, está dejando de ser parte del barrio, ese que anidó los sueños de
compañeros como Guerrero, Víctor Lozano (f), y Alberto Valencia (f). Porque los
barrios dejan de serlo, cuando se silencian los pasos de quienes contaron sus anécdotas o amarraron sus
adioses a una niña imaginada.
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Juan V Gutiérrez Magallanes |
Diagonal a la casa de la
niña Aurita, la de las paletas de ambrosía, está la familia Moreno, aprisionando
los recuerdos y regalando la imagen de la calle, cuando entraba el tren en los
talleres, pasaba por el Puente, dejando su zumbido de otros tiempos, para que
hiciera parte de las canciones del
maestro Pianeta Pitalúa y los deletreos de Héctor Galván.
*Martín Caparrós. La belleza, sus riesgos. Revista Semana,
Cartagena LA FANTÁSTICA.
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