Translate

La Donación de nuestros Lectores nos motivan a seguir hacia adelante. ¡Gracias!

viernes, 14 de enero de 2022

De Jorge Luis Salgado Mercado

   UN EXTRAÑO EN EL REMANSO

CAPÍTULO UNO 

Bienandante es un pueblo rodeado de fincas ganaderas, y los jóvenes que deseaban ingresar a las universidades se veían obligados abandonar su pueblo natal, y quienes al llegar al final de la adolescencia no deseaban seguir estudiando, se quedaban ejerciendo los oficios que ejercían sus padres. Así que, eran muchos los que no se preocupaban por estudiar siquiera el bachillerato, porque la mayoría vivía su vida de holgazanes. El pueblo se notaba alegre a mitad y a final de año, pues los jóvenes que se encontraban estudiando en otras ciudades regresaban a su tierra natal a mitad y final de año. Efraín Montoya estaba alegre al saber que el año entrante ingresaría a la universidad, (jamás se le habría cruzado por la mente que su padre le destruiría sus sueños). Desde muy pequeño anhelaba estudiar Medicina. Un día cualquiera su progenitor con pocas palabras hizo que su mente tuviera una reacción inesperada. El viejo con su corto discurso produjo en él un brusco cambio.

—Estudia una profesión que sea útil en el campo—manifestó su padre complacido— El agro necesita manos profesionales.

—Padre, ¿qué quiere que estudie? 
—Agronomía—reiteró el viejo.

Efraín se sorprendió al escucharlo, pero no dudó en reclamar:

—¿Qué me está diciendo, padre?

—Lo que oíste. Vas a estudiar agronomía.

Efraín se sintió indignado, nunca había tenido la mínima sospecha que su padre le fuese a pedir aquello. Él trató de persuadirlo explicándole que esa profesión no le gustaba, entonces apacible aseguró:

—La agronomía no me gusta. Además, en las universidades de la capital no se cursa esa carrera.

—No te preocupes. Ya sé en qué ciudad vas a estudiar.

Efraín no pudo ocultar su enojo:

—¡Mi Novia y amigos viven en Cartagena! ¡No quiero mudarme a otra ciudad!

Efraín notó que ante su reacción su padre se sonrojaba. Por eso, antes que su progenitor se lo fuese a reprochar, agregó:

—Me mudaré para donde usted quiera y estudiaré lo que me ordene.

—No te enojes, lo que te digo es por tu bien, no tienes que estar lejos para tener un futuro halagüeño, la misma región te brindará las oportunidades para que ejerzas como agrónomo. Mujeres y amigos, en cualquier lugar los hay.

Eran las seis de la tarde cuando terminó la conversación con su padre, luego se dirigió a su habitación y en silencio empacó la ropa. Cuando vio que sus padres estaban encerrados en la habitación, furtivamente salió de casa llevando en las manos el equipaje. Fue a casa de su abuelo Thomas, este al verlo llegar con la maleta, sorprendido indagó:

—Hijo, ¿qué te ocurre? ¿Te vas de viaje?

—Sí, pero no hoy.

—Entonces, ¿cuándo?

—Mañana.

—¿Y por qué traes tu equipaje?

—Porque me marcho sin que mis padres lo sepan.

—¿Y cuál es el motivo?

—El viejo me ha dicho algo que me ha indignado. Traigo la maleta para que me la guarde hasta mañana.

El comentario de Efraín sorprendió al abuelo:

—Bueno, ¿qué, te has vuelto loco? —manifestó el anciano

—Vamos al patio y le cuento—añadió el nieto.

Marcharon al patio, Efraín narró lo que su padre le había dicho. El abuelo, luego de haberlo escuchado, paciente y en silencio, aconsejó:

—No tomes esa decisión con premura, muchacho. Te sugiero que esperes a que hable con tu padre.

—Si habla con él se me complicarán las cosas, no echará atrás su decisión.

Su abuelo lo miró a los ojos. Dijo:

— Si en verdad has decidido marcharte, seré tu cómplice. Nunca he podido entender de dónde sacó esa conducta tan reticente. No comparto la idea de quererte mandar para otra ciudad, allá no conoces a nadie.

—Eso mismo le dije.

—¿Y en dónde piensas vivir?

—En casa de tía Aura.

—¿Me estás hablando con sinceridad?

—Sí, nunca le he mentido. Hable con mis padres después que me haya ido…

—Me arriesgaré a que me insulten.

—Gracias, abuelo. Usted es mi mejor amigo.

—¿Y a qué hora te vas?

—A las cinco de la mañana estaré recogiendo el equipaje.

Se dieron un fuerte abrazo. Efraín llegó a casa y de inmediato se acostó, los pensamientos contrariados no se le esfumaban, de un momento a otro la vida le había cambiado. No pudo conciliar el sueño, deseaba que la noche trascurriera rápido, que llegaran las cuatro y treinta de la mañana para ponerse en pie y marchar hacia la casa del abuelo. Estaba triste al saber que no podía despedirse de su madre. Ni siquiera tuvo que mirar el reloj pues los cantos de los gallos indicaban que la hora había llegado. Se sorprendió al ver que el abuelo lo esperaba en la puerta. Thomas lo observó con tristeza, abuelo y nieto se dieron un fuerte abrazo.

—¿Qué piensas hacer en la ciudad? —manifestó el primero.

—Buscaré algo en qué ocuparme—agregó Efraín—. No piense que quiero ser un vago.

—Tu no llegarías a eso.

—Adiós, abuelo…

—Adiós, hijo. Cuídate...

Efraín llegó a la ciudad. Trascurrieron los días, y uno cualquiera la tía Aura le consiguió un empleo en un almacén en el que sólo vendían finos vestuarios para hombres. Una vez que se halló laborando decidió de escribirle a sus padres. Fue hasta cuando transcurrieron veinte días que tuvo noticias de sus progenitores. La carta de la madre era extensa, decía una y otra vez que lo amaba y remataba con uno u otro consejo. En cambio, la de su padre eran dos reglones: «Si lo que quieres es trabajar, trabaja. Lo importante es que no andes de vago».

Los meses pasaron con gran rapidez. Diciembre llegó y Efraín llevaba diez meses en el trabajo. Las Fiestas de Fin de Año anhelaba pasarlas al lado de sus padres, le entristecía en gran manera saber que por cuestiones de trabajo no podía ir a casa. A su madre escribió: «Estoy triste, porque no voy a pasar la Navidad y la llegada del Año Nuevo con ustedes. En este mes las ventas se incrementan y eso imposibilita que pida a mi jefe una licencia. Pienso retirarme a finales de enero, vengo proyectando algunos planes que allá les expondré. Dígale a mi abuelo que lo extraño mucho. Abrazos y besos para todos».

Jorge Luis Salgado Mercado, El Autor
Diciembre y enero pasaron como una exhalación. El día quince de febrero Efraín se despidió de la tía Aura y se dirigió al terminal de transportes, reconfortado en la idea que pronto vería a los suyos. Al muchacho no le abandonaba la persistente idea, anhelaba hablar con sus padres y el abuelo Thomas sobre sus propósitos. Quería que su familia le prestara el dinero para poner su propio negocio. Se veía a sí mismo como un grande y próspero comerciante. A la una y treinta minutos de la tarde Efraín tenía que hacer el trasbordo hacia un campero. Serían más de las dos de la tarde cuando llegó al pueblo, el campero se parqueó en frente de la casa de sus padres, doña Teresa al verlo salió a su encuentro con los brazos abiertos. De sus ojos comenzaron a brotar las lágrimas. Él susurró: «No llores madre, sólo quiero verte alegre».

—Es por la alegría de verte, estoy feliz de volver a tenerte en casa.

Madre e hijo no se habían separado cuando aparecieron Pedro Antonio y el abuelo Thomas. Los cuatro se abrazaron en silencio, el padre tomó del campero las cosas de Efraín y las colocó en la sala. Entre tanto, el joven cargaba en sus piernas a su pequeña hermana, la madre, padre y abuelo lo rodeaban. En medio de la celebración por el retorno de Efraín, el abuelo halló un intervalo de tiempo para manifestar:

—Creíamos que nos habías olvidado, muchacho.

Efraín sonrió, y no le comentó nada al respecto, se puso de pie y se dirigió a la sala en donde permanecía su equipaje, de una maleta extrajo dos camisas blancas y de mangas largas, dos pantalones del mismo color, nuevamente hurgó en el fondo de la maleta sacando dos pipas, mirando entonces al abuelo agregó:

—Son para usted, una prueba de que no lo había olvidado.

El viejo Thomas se puso de pie, lo abrazó y dijo:

—Fue broma. Gracias por el regalo.

Entonces Efraín mirando a sus padres y a la hermana, eufórico añadió:

—Y ni piensen que me he olvidado de ustedes, he traído regalos.

Efraín no hizo lo que acostumbraba hacer cuando llegaba de la ciudad: salir a visitar a sus amigos. Eran casi las cinco de la tarde cuando se bañó y salió en busca del abuelo, hablaron por mucho tiempo, Efraín no quiso seguir evadiendo la pregunta:

—¿Abuelo, aún papá está enojado conmigo?

—No, cree que quien cometió el error fue él y no tú.

Eran las siete de la noche cuando Efraín regresó a su casa. Algunos amigos que se habían enterado de su regreso, lo saludaron alegremente y convidaron a salir como en los viejos tiempos. Él se negó argumentando que estaba cansado. A las nueve de la noche ya estaba en la cama, quería tener la mente despejada al día siguiente, pues consideraba que lo que quería hablar con su padre y abuelo tenía que ser convincente. Por Thomas no se preocupaba, pues ya el noble anciano le había dicho que lo iba ayudar en la propuesta que deseaba emprender. Estaba convencido que su regreso a la capital a establecer el negocio dependía exclusivamente de su padre y no de su abuelo. Si su progenitor no lo apoyaba, no podía evitar el sentirse frustrado. Eso le atemorizaba. Se levantó a las siete de la mañana, y al no ver a su padre levantado lo inquietó. Su madre le dijo que no era nada, que Pedro Antonio se había marchado para la hacienda. Efraín desayunó y toda la mañana estuvo conversando con su madre y con Thomas. Ella le preguntaba por su hermana Aura, sus sobrinos y por el cuñado.

Al mediodía Pedro Antonio apareció y fue a sentarse al lado de Thomas. Efraín esperó a que su padre se reposara, cuando creyó que podía hablar, se sentó entre Thomas y Pedro Antonio, el abuelo cómplice le guiñó un ojo.

—Deseo poner un almacén en la ciudad—explicó Efraín con marcado entusiasmo— Tengo unos recursos, pero me faltan otros.

Pedro Antonio miró con sorpresa a Thomas, Efraín continuó con su disertación:

—Me falta lo esencial en los negocios, el dinero, sin él no se puede acometer ningún trabajo.

El semblante de Pedro Antonio resplandeció. Miró a Thomas, luego a Efraín al tiempo que manifestaba:

—¿Ya tienes el local apropiado?

—No, pero si me dan su apoyo de inmediato viajo a Cartagena. Entonces, cuando tenga todo listo vengo por el dinero para empezar. Mi ex jefe me va a recomendar con sus proveedores.

—Cuenta conmigo—reiteró el abuelo sonriente.

Su padre colocó una mano en un hombro del muchacho, y agregó:

—También cuentas con mi apoyo.

Luego de la buena nueva, Efraín conmovido hasta las lágrimas abrazó a los dos hombres y manifestó:

—Gracias, estén seguros que no los defraudaré.


Efraín se regocijaba con el nuevo reto que estaba experimentando, intuía que desde ese mismo momento la vida comenzaba a brillarle en todo plan que emprendiera. A las dos y media, Pedro Antonio y su abuelo salieron para Salitral, la hacienda ganadera de su padre. Efraín supuso que iban a analizar el asunto del préstamo que había solicitado. En la alcoba y boca arriba en la cama, sus labios reflejaban una sonrisa de satisfacción, al escuchar que su madre lo llamaba, acudió solícito a su encuentro.

—¿Qué deseas, madre?

—Nada, solo quería preguntarte por tu novia.

—¿Se refiere a mi ex novia? —corrigió él.

—¿Terminaste con ella? —se alarmó doña Teresa— ¿Y por qué?

—Por ser pobre de cabeza.

—A ver, explícame.

—Es bonita pero coqueta, su inmadurez me sacaba de quicio.

Teresa lo observó y entendió que tenía un hijo serio y formal. Sabía que a Efraín le gustaba una hermosa joven de Bienandante. Por eso, entre gestos serios y sarcásticos susurró:

-—¿Sabes quién llegó de Barranquilla en diciembre?

—No, madre.

—Amalia, y luce más hermosa.

El nombre de la joven lo hizo estremecer, pero fingió no perturbarse.

—¿Y cuándo se va?

—Me dijo que por ahora no piensa marcharse, ya terminó el bachillerato, viene a mi casa un día por medio, debió venir ayer, pero no lo hizo, estoy segura que hoy vendrá.

—¿A qué hora cree que vendrá?

—De cinco a seis.

Efraín cerró los ojos por unos segundos, la evocó en vestido de baño en la playa. Alcanzó a vislumbrar su hermosura, vio sus ojos verdes claros que varias veces resplandecieron ante él. Aquella vez advirtió que con coquetería la joven recogía su larga cabellera y luego la soltaba para que le cayera con lentitud sobre sus espaldas. La imagen de Amalia le aparecía una y otra vez en la memoria, la piel suave y bronceada, la sonrisa tierna e ingenua le fascinaba. Saliendo de su extravío Efraín miró a su madre. Dijo:

—Es hermosísima esa muchacha.

—La más hermosa de la región.

—¿Cuántos años tiene?

—Dieciocho.

—Entonces, ¿yo soy más viejo que ella?

— Naciste dos años antes, no hay mucha diferencia.

Efraín ansiaba que esa tarde Amalia visitara a su madre. Se bañó y colocó ropa nueva. E impaciente aguardó a que la mujer apareciera por la estancia, Teresa notó su intranquilidad, pero nada dijo. Amalia llegó a las cinco y media. Se detuvo en la entrada de la puerta, al tiempo que con voz cadenciosa expresaba:

—Buenas tardes, ¿está doña Teresa?

Su belleza dejó petrificado a Efraín, quien la miró como un tonto. Cuando por fin este pudo hablar agregó:

—Sí, sí está.

Amalia reparaba al joven que le había respondido, y al reconocerlo se llevó las manos a la boca. Exclamó:

—¡Hola, Efraín! No te había reconocido. Estás simpático...

Él sonrió complacido. Dijo:

—En un instante tampoco te reconocí, supuse que la mujer más hermosa de la población está frente a mí.

El halago la hizo sonreír. Quiso abrazarla y besarle en la mejilla, pero se conformó con el saludo de mano que ella le extendió, al tocarla sintió que irradiaba una calidez amañadora, deseó no soltarla nunca. Amalia advirtió que la presencia de Efraín la ponía nerviosa. Al ver a doña Teresa la joven salió a su encuentro, y mientras la hermosa chica platicaba con la madre de Efraín, éste no le quitaba la vista de encima en ningún momento, la bella joven también observaba al chico, pero lo hacía con menos insistencia. Cuando Amalia se despidió de doña Teresa, se le acercó a Efraín. Dijo:

—Te ha convenido el trabajo, porque estás más guapo.

—Gracias por tus palabras, a veces el trabajo es bueno para la salud, no obstante, en el mundo no existe nada que haga cambiar tu belleza.

Ella sonrió y partió. Él sintió que algo en su interior se le había desvanecido. Al irse, el ambiente cambió de alegre a triste. Teresa dijo a su hijo condescendiente:

—Efraín, a ella le sobran pretendientes.

—Eso lo sé, madre. El amor de Amalia se asemeja a un juego de azar, todos quieren ganarse el premió, pero nadie sabe quién será el afortunado.

 

 

 

No hay comentarios:

Seguidores

HAY QUE LEER....LA MEJOR PÁGINA...HAY QUE LEER...

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...