Brígida, la del Puente de Chambacú
UNA LIBÉLULA CON RÍTMICOS MOVIMIENTOS
Juan V Gutiérrez Magallanes
Era una mujer esbelta de piel de ébano suave y reluciente, su cuerpo estaba tallado en la figura de una guitarra mágica, sobre sus corvas percusionaban los cascabeles de oro que colgaban del borde de sus pollerines cuando saltaba sobre los pequeños charcos de agua dejados por la subida de la marea.
Su abundante y extensa cabellera golpeaba el quiebre de su talle y el promontorio sagrado de sus glúteos, redondos capiteles, en los que se iniciaban las contorneadas piernas de mujer ofrendada a los dioses.
Tenía una voz cantarina que alegraba las tristeza del soñador de la esquina, amargado y triste por los desaires de ella, su canto se dejaba acompañar por los silbidos profundos y sonoros del palenquero, quien en años anteriores había sido llevado a Europa, por Delia Zapata, para silbar una sonata compuesta por el maestro Barros.
Brígida era dulce en el trato y bondadosa en la sonrisa, que brindaba con satisfacción agradecida por cómo era recibida su belleza.
(Brígida, su nombre, había sido escogido en honor a Santa Brígida, la cual había sido casada a los dieciocho años, entre sus hijos tuvo a Santa Catalina de Suecia. Al enviudar fundó un monasterio).
Brígida gozaba del influjo de la musa Terpsícore, a través de sus acompasados pasos sabía combinar el baile clásico con la dancística de una cumbia, se convertía en una libélula de rítmicos movimientos, se enloquecía al escuchar los cantos de santería de la cubana Celina, parecía en aquellos momentos de su danzar poseída por los dioses del Panteón Yoruba. Caminaba respondiendo los adioses y saludos, algunas veces recibía los piropos de jóvenes que no le iban a causar ningún requiebro. La mujer era consciente de su belleza, pero con un pensamiento de niña cándida jugando con las margaritas, para preguntarles, «¿me quieren? , «¿no me quieren?».
Brígida tuvo muchos pretendientes, pero sólo uno logró alcanzar sus amores, era un adolescente de porte gallardo y sueños tejidos con los denarios ganados con mucho esfuerzo por su padre, quien no escatimaba trabajo alguno, para satisfacer los gustos de su pretencioso hijo.
La boda se celebró más por la desesperación del mozalbete, quien anunciaba correría la suerte de Romeo, si no alcanzaba a fundir sus amores en el tálamo de su amada. Y todo fue flor de un día, porque, después del paso de la «Luna de Dulce Amargo Sabor», se rompieron los lazos del amor jurado.
Juan V Gutiérrez Magallanes |
Brígida se transfiguró, cortó sus cabellos y dejó que sus senos y sus piernas alcanzaran la flacidez de las frutas maduras, olvidó la danza y convirtió su canto en voces de Aleluyas, que sólo alegran a los espíritus que cobran diezmos y canjías por falsos milagros.
Perdió el justo razonamiento de las cosas y dejó que sus neuronas se nublaran para caminar por los senderos de la verdad. Ahora transitaba por estrechos vericuetos de una iglesia que la hacía caer en estupideces, y algunas veces olvidarse del instinto de conservación.
Al espíritu de Brígida lo ven en la bruma formada sobre las aguas de la Ciénaga del Cabrero-Chambacú, lo identifican por el chasquido de los barbudos sobre la superficie del agua, lo comparan con los golpes de los cascabeles de oro que Brígida colgaba en su pollerines.
Cartagena, mayo 3 2015.
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