Translate

La Donación de nuestros Lectores nos motivan a seguir hacia adelante. ¡Gracias!

domingo, 18 de enero de 2015

LAS MEMORIAS DE JOSÉ RAMÓN MERCADO

 EL OFICIO DE ESCRITOR
 "No he creído ni creeré 
nunca en los concursos literarios"
(Última entrega)
Por José Ramón Mercado
William Faulkner
Cada autor tiene temas predilectos. Y dentro de estas circunstancias sería capaz de escribir algo que ocurre en la calle, en un teatro, en una madrugada de pueblo, en una fiesta de corralejas, en la desmesura del hombre que trabaja diariamente, sobre la tortura de buscar algo y no encontrarlo. 
Sobre la lucha cotidiana. Sobre boxeadores, proxenetas. La vida arruinada de la gente. Las casas abandonadas. El amor que estalla como pasión y el lento desarraigo de ese mismo amor. 
Sólo que, entre ser escritor y tener que subsistir, desempeñar un cargo y ser escritor los fines de semana, te puede más esto último. 
Esto mismo te obliga a que como escritor no puedes cumplir tu propio sueño. Es una dicotomía la propia realidad en mi caso. Un problema que poco a poco he podido resolver.
O te sientas a escribir o te mueres de hambre. 
Allí radicó en parte la suerte de García Márquez. Él supo decidirse en un preciso momento. Él mismo lo declaró infinidad de veces. 
Como hay que sobrevivir entonces, tienes que morir haciendo otras cosas. Ese es el problema de algunos escritores. Es algo que duele tanto como si todos los días pusieras las manos al fuego para ganarte el pan y de este modo alimentar a tu mujer y a tus hijos. Es una responsabilidad que no sirve de nada a la literatura. 
Todos los días agonizamos como hombres. 
Los fines de semana nos reivindicamos como escritores. La vida íntima también cuenta. Lo mismo que la disciplina. Sin estos condicionantes la vida del escritor se vuelve ajena. 
Sólo planes y  proyectos que se van muriendo en el momento más importante de la vida. Pero eso es ya otra novela.  Otro cuento que no alcanzamos a escribir. No todo sale como en los sueños. 
Como quiera que los lectores de Agua del tiempo Muerto, Perros de Presa, Las Mismas Historias, Los Días de la Ciudad, Agua Erótica, La Casa Entre los Árboles, y otros, hallarán aquí por sus propios medios el mundo íntimo de estos libros. 
Dejo a ellos la función de adivinar mis intenciones a lo largo de estas páginas, pues ahora precisaríamos otro aspecto que toca también a los escritores de mi generación. 
Me refiero al mundo de los premios, de los concursos literarios, aunque de una manera tangencial también. Naturalmente, esto pertenece al mundo de lo irremediable y banal. No he creído ni creeré nunca en los concursos literarios. 
He participado en algunos concursos bajo el deseo de encontrar un eco redentor a la insolitez de la obra inédita. No ha sido cosa de lamentar, sin embargo, para mí, el tema de los concursos. Hemos sido reconocidos a través de ellos. 
Truman Capote, escritor norteamericano
En relación al Premio CASA DE LAS AMÉRICAS 1.986, supe que llegaron 522 libros. 
En la primera selección del concurso había unos 76 trabajos entre los cuales aparecía Retrato del Guerrero. Después quedaron 22, y en otra eliminación quedaron 11 libros, entre los cuales había también figurado. 
Por último dejaron cinco premiables. Que al fin y al cabo, y en forma extraña algún miembro del jurado, terminó imponiendo su punto de vista, en el sentido de no premiar ningún libro. Escuché este concepto de Víctor Rodríguez Núñez, jurado cubano que estuvo en Bogotá en el II Encuentro de Escritores de la Feria  Internacional del Libro. Este libro en sí es un canto a la paz, apoyado en la guerra. Es una recuperación de espacios peligrosos que había que tratar con cuidado para evitar el panfleto en que cayó la poesía de los años sesenta, setenta y parte de los ochenta. 
Perros de Presa, fue suficientemente reconocido. Igual que los otros. Pero lo fundamental ha sido la crítica equilibrada y razonable. Pero hemos incursionado en otros temas de interés para mí. Hay otras obras nuevas facturadas. Otros proyectos literarios que nos exigen una entrega total. Algo así como conquistar para estos trabajos el tiempo completo. Sí. Está un libro construido con ese fuego que brota del amor. Me refiero a Media Luna Restaurante Bar. Una novela híbrida de la ciudad. Es el referendo de las influencias, de las simpatías y los agradecimientos vividos y reencontrados en otras novelas. 
Pero en Agua del Tiempo Muerto aparece Ovejas, imperfecto, como es lógico. 
Es decir, esta obra, sobre la cual no hay que decir nada, puesto que se trata de una experiencia extraña que puede estar en tus manos, pues ya ha sido editada. 
Ovejas en su esplendor y decadencia. 
Ernest Hemingway, escritor norteamericano
Ya el lector ha empezado a leerla  a través de algunos relatos y viñetas publicados en algunos periódicos. También está en las librerías la segunda edición de Perros de Presa. Con una introducción de Jacques Gilard, la primera edición fue de una calidad horrorosa que debí haber quemado con el objeto de evitar frustraciones al lector. 
Existen otras obras que hablarían por sí solas, como La Noche del Nocáut, donde aparecen los atletas, los boxeadores que han vivido su minuto de gloria y la hecatombe de la ruina. Los peloteros que conocimos. Aquel mundo suyo lleno de fama que escuchamos transmitidos por radio. Los futbolistas que colmaban el cielo cada tarde. Su mundo maravilloso en donde se rescatan otros dioses de la gramilla. Las piezas de teatro que son otro libro. He estado marcado por el teatro a lo largo de la vida. En el escenario de las tablas y las candilejas hemos engranado acciones dramatúrgicas  de los autores, de lo bello y lo miserable. 
Existe, además, otro libro de cuentos La Luna Amarillenta del Recuerdo o La Casa del Conde, Una Alegría de Todos los Colores, otro libro de relatos en donde rescato después de varios años mi fervor narrativo. 
Sigo luchando con el título definitivo y las historias y los  personajes y el tiempo. Y como es lógico el tiempo del cuento es exclusivo. 
No puedo escribir abrumado por el cansancio. 
Un cuento, como una novela, no se puede escribir cansado. Requiero de un tiempo libre y especial en donde pueda dar rienda suelta a los duendes de la imaginación y a las exigencias de este género. 
La literatura en general es un oficio que no se puede hacer con el cansancio que nos queda por las tardes al llegar a casa. 
La novela es también algo serio. 
En orden a que el acontecer de la novela revela de modo sorprendente una visión de la realidad dinamizadora de la sociedad, pero no como ciencia social. No obstante que la novela es totalizadora. Su objetividad inherente es un camino que nos permite empalmar con una época pasada, con la realidad de un presente, en vía de intuir un futuro que hemos ido creando a través de los cuentos escritos… 
La novela está en búsqueda de algún tiempo mejor. 
Es la única obra para la cual he elaborado un plan concebido que guardo en algún cajón de la casa. 
A estas alturas de la conversación conmigo mismo, entro en un acto de levitación en donde sigue aflorando la vida, la poesía y los sueños, en un patio en donde los arboles y los pájaros me recuerdan los días de La Estancia en relación con el atafago de estos tiempos difíciles e insólitos, hecho ante el cual, he tenido que confesarme, solazarme en el mar congelado de la soledad, y acogerme en el alero de la propia casa. 
El Poeta y Escritor Álvaro Mutis
Pues no hemos querido naufragar en la ficción de una realidad más violenta y más descomunal que atenta contra la propia vida sin excluir los sueños. La razón de este monólogo abierto o diálogo interior, amigo lector, te deja en las puertas de este libro: Agua del tiempo muerto, para despertar frente a un pueblo que camina y sueña todos los días en un mundo de pesadumbre y de alegrías sin caer en el olvido y el abandono. Pues todos estos episodios ocurren en el escenario de sus propias calles. 
Es decir, en las instancias de obsesiva fabulación, pensando en que «el único prefacio a una obra es el cerebro de quien la lee» como dijera Pessoa. 

miércoles, 14 de enero de 2015

¿ALGUIEN QUERÍA A RAÚL GÓMEZ JATTIN? 

EL PESCADOR QUE ALCANZÓ A ESCUCHAR SUS ÚLTIMOS VERSOS 

  Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Aquel día fue como cualquier otro, con la desesperación de llegar pronto al Centro, sin que la desesperación, no obstante, me impidiera ser consciente que estaba atravesando el sector de mayores recuerdos de mi niñez, iba por Chambacú, sentado, pegado el rostro a una ventanilla del lado izquierdo del bus de Ternera. 
Miraba a la  izquierda, recordando que por aquella ala de la  antigua «Isla» se  encontraba el sector de «Tokio» o para algunos «El Barrio de la Esponja». 
Me distraje con los recuerdos y volví a escuchar los pregones del lechero con el cántaro en el hombro y unas niñas gritando «bollos de mazorca», y un poco más allá los  conteos que «Pabla Chivito» hacía de sus chivos. Salí del arrobamiento por el impacto del bus sobre el hombre que iba sin camisa, pintado por pinceles de tierra su rostro de demente olvidado, llevaba pantalón «salta charcos», sujeto a la cintura por un «nudo de perro», el que se hacen los costeños con la puntas de la pretina. 
Luego de algunos segundos me  cercioré que era él: Raúl Gómez Jattin, el poeta loco a quien apenas divisaban por alguna calle del Centro, esquivaban por lo que se decía del vate: que era agresivo en su estado demencial. 
Pero la muerte es como el fuego candente, purifica los cuerpos y sublima los espíritus. Hoy sus versos acometen la ferviente defensa de su obra:  
«Si es mi vida una reunión de ellos 
Que pasan por su centro y se llevan mi dolor 
Será porque los amo 
Porque está repartido en ellos mi corazón 
Así vive en ellos Raúl Gómez 
Llorando riendo y en veces sonriendo» 
Me atrevería a pensar que en esa mañana de la colisión en los terrenos de Chambacú, él iba declamando:  
«Es Raúl Gómez Jattin todos sus amigos».
En este fragmento quedaba extrañado y volvía a continuar para dar una explicación a ese temor que de él tenían sus amigos: 
«Y es Raúl Gómez ninguno cuando pasa 
 Cuando pasa todos son todos 
 Nadie soy yo Nadie soy yo» 
Volvía Raúl a pensar que lo apreciaban, en una sociedad de grandes eufemismos para expresar el desprecio.
«Por qué querrá esa gente mi persona
 Si Raúl no es nadie pienso yo….» 
Al poeta lo vi una sola vez en sus cabales, reposado, disertando en el Paraninfo de la Universidad de Cartagena, con la voz que respetaba los silencios y decía muchas verdades, allí estaba él. 
Después no lo volví a ver sino con la predisposición de quienes «sacaban el cuerpo» y desviaban el rumbo ante la posibilidad de tropezarse con él. Eparquio Vega no le temía, se acercaba y conversaba tan tranquilo, quizás porque Eparquio es hombre de teatro y conoce la similitud que existe entre la  Máscara y la Persona, porque en el teatro como en la vida el hombre puede llevar máscaras representando personajes. 
Gómez Jattin conocía el teatro y sabía utilizar las máscaras. 
Él  murió en tierras de promisión, en dónde el dolor de su muerte no pudo ser cantado por el «Lumbalú de los Palenqueros» de la Tía Cato. 
Ya aquellos habían sido sometidos a una «Nueva Diáspora», empujados junto con los Chambaculeros a la Periferia. 
Sólo los peces del puente lloraron el deceso  del  Poeta, es por esto que culminada la jornada aquel pescador en el Caño de Juan Angola vibró al escuchar al poeta, no hay duda, pensó, fueron sus últimos versos.

domingo, 11 de enero de 2015

LO ALUCINANTE DE GOMEZ JATTIN
«Yo nunca perdí el contacto mental con la realidad. Un loco no puede crear. Y yo tan lúcido que hasta loco fuI»
«Toma mi mano / Acaríciala con cuidado / Está recién cortada» Raúl Gómez Jattin.
Por Rafael E Yepes Blanquicett

La azarosa, alucinante y trágica vida del poeta sinuano Raúl Gómez Jattin (1945-1997), parece dar cuenta de la tesis central freudiana, según la cual, el «principio del placer» se enfrenta, de manera constante e inevitable, al «principio de la realidad», sometiéndose finalmente a este último para construir «la civilización y la cultura», tal y como lo sostiene Herbert Marcuse en su obra «Eros y civilización»1, pero que, en el caso de Raúl, se presenta al revés:
La realidad termina sometiéndose al placer hasta el punto de que éste, el placer, la viola permanentemente.    
Por ello, resulta casi que imposible separar el «Yo de los poemas» del «Yo de la realidad»2, pues su vida y su obra fueron, y seguirán siendo siempre, las de un «condenado en vida», de un «poeta maldito» muy colombiano, de un «Porfirio Barba Jacob que no abandonó a Colombia»3, o de un José María Vargas Vila, anticlerical y antioligárquico, o de un Fernando Vallejo que, de cuando en cuando, regresaba para señalarle sus «debilidades» con su dedo inquisidor e irse, lanza en ristre, en contra de la institucionalidad «racional» de este país del «Sagrado Corazón de Jesús». 
Algunos críticos que se han dejado llevar por su homofobia, no han sido capaces de apreciar «desprejuiciadamente» la grandeza literaria de la obra poética de Gómez Jattin, la cual podemos comparar, guardadas las proporciones, con la de otros poetas y escritores considerados «malditos» por su orientación sexual o por su visión anárquica de la vida, tales como Whitman, Baudelaire, Rimbaud, Wilde y García Lorca, entre otros. 
De allí, que muy pocos se hayan atrevido a escarbar en la vida personal del «Poeta ‘maldito’ del Sinú» para encontrarle una explicación objetiva a la riqueza estética de su obra. 
En el caso concreto de Gómez Jattin, como en el de muchos otros escritores, la relación entre la genialidad y la locura va más allá de lo que habitualmente consideramos. 
Si no, oigámoslo de sus propias palabras: 
«Yo nunca perdí el contacto mental con la realidad. Un loco no puede crear. Y yo tan lúcido que hasta loco fuI»4. 
¿Se puede creer que estas expresiones son de un «loco lúcido»? 
Su lucidez «esquizofrénica» es sencillamente aterradora y la belleza trágica de sus versos no oculta la influencia de los Clásicos en su obra, producto de sus lecturas cuando era niño, guiado por su padre, mucho antes de precipitarse al vacío de la inconsciencia.    
En su práctica poética, Raúl supo combinar ingeniosamente lo autóctono de su costeñidad, de su «natal» Cereté, a pesar de no haber nacido allí, y de todo el Valle del Sinú, con el clasicismo greco-romano aprendido de su padre, «el único hombre culto de Cereté», según sus propias palabras.
Y continuó:
«Cuando leí el primero (de los volúmenes de Las mil y una noches) pensé en ser escritor. Después, mi padre me sorprendió leyendo el segundo debajo de la cama y, por casualidad, pensó lo mismo (…) Entonces me preguntó por qué no pensaba en llegar a ser cuentista o novelista» 5.
 
Su trágica y accidental muerte, atropellado por un carro fantasma, terminó con su aplomada presencia en Cartagena, deambulando por las calles y plazas del Centro Histórico y del tradicional barrio de San Diego, como un indigente más, sentado en las bancas de los parques o acostado en los pórticos de las casas, durmiendo o pasando la «juma» líquido-narcótica de la noche anterior, para despertarse al amanecer, con el sol en el rostro, a seguir mendigando, bebiendo y consumiendo drogas, vestido chillonamente, en harapos, sin zapatos, cantando y bailando, haciéndole morisquetas a todo el mundo, burlándose de todos y hasta amenazando algunos con agredirlos físicamente, desconectado por completo de la realidad, por lo que era temido y odiado por muchas personas. 
1. HERBERT, Marcuse, «Eros y civilización», Barcelona, Ariel, 1995, p. p. 26-27.2. 
2.MONSIVÁIS, Carlos, “Amanecer en el Valle del Sinú. Antología Poética”, Bogotá, FCE, 2010, 
p. XV, Prólogo.3. Ibíd., p. XV.                                           
4. MONSIVÁIS, Carlos, «Amanecer en el Valle del Sinú. Antología Poética», Bogotá, FCE,      2010, p. XVII, Prólogo.
5. Óp. Cit., p. XVI.   

sábado, 10 de enero de 2015

LAS MEMORIAS DE JOSÉ RAMÓN MERCADO

 EL OFICIO DE ESCRITOR
"El creador de arte es más bien un hombre que pisa en la tierra"
(Segunda Parte)
Por José Ramón Mercado
He creído que hay que acabar con el equívoco de que el creador de literatura y de poesía es un actor de la inspiración. Frente a ello el creador de arte es más bien un hombre que pisa en la tierra. 
Un hombre que vive una profunda realidad a través de su sensibilidad estética. No es el ser que anda por las nubes. Ese es un concepto que habría que revaluar. 
A eso se  debe que quizá al poeta le dé vergüenza sentirse poeta. La sociedad es responsable de la vergüenza de los poetas. No es el poeta en sí mismo un alucinado. 
Es la realidad misma el espacio brutal en donde éste tiene que avergonzarse por ser protagonista y soñador, por contraste en la construcción de la utopía de los sueños propios y ajenos. 
Prefiero el concepto de artesano al de inspirado. Nunca se concluye un texto poético. El trabajo del poeta es por esencia un fenómeno perfectible. Comparable sólo al mito de Sísifo bajo la intensidad de los días. 
De este mismo modo he alimentado en mi pretensión literaria invulnerable la complacencia íntima al entender que existe alguna diferencia y aproximación entre lo que es el relato en el sentido legítimo, y lo que es el cuento como producto de un género literario propiamente. 
Creo que debe existir una equilibrada diferencia. En ese sentido pienso que el relato es un subgénero de la prosa que sintetiza una idea que puede ser desarrollada como una anécdota. 
El cuento debe necesariamente llegar a un grado de mayor complejidad narrativa. No puede carecer de argumento, ni de trama, ni de desenlace. De lo contrario, quedaría en la simplicidad del relato. Por generalización, al cuento suele denominársele como relato. 
Existe una diferencia. El cuento es un trabajo de largo aliento. El cuento, aunque es un trabajo de síntesis, debe incursionar en una fase de iniciación hasta definir lo que deberá ser su esencia. Desarrollar un proceso argumental. Ascender a una cúspide de interés. Y por fin, llegar. 
Es decir, debe culminar siempre tratando de redondear la historia. Hilvanando la madeja. Como en el juego de la parábola. El cuento tiene que llegar a un plano trascendente. Convencer. Al final, tiene que quedar en limpio la almendra de la historia, de la trama, el argumento y el desenlace. Y todo, dentro del debido extrañamiento del que habla Bertold Brecht. 
Me identifico en este sentido también con la tesis que plantea Horacio Quiroga, Julio Cortázar y el mismo Edgar Allan Poe. «El cuento debe ganar por nocáut. La novela debe ganar por decisión», dice Cortázar. 
Cuando caemos en el relato del mundo de Jorge Luis Borges, regresamos a la ambigüedad que generan estos dos conceptos. 
Otro asunto que no quisiera pasar por alto es el que se refiere a los libros y la influencia ejercida por éstos en mi formación. Casi siempre se hace esta misma consideración, y casi siempre uno responde del mismo modo. 
En mi caso, el libro que más he leído, siguiendo la tradición de mi padre, ha sido El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Mi papá lo leyó dieciséis veces. 
Tengo el libro que él compró y tengo también el recuerdo del día que lo compró en el corredor de la Casa Consistorial de Ovejas, en una mañana de octubre del año 1953. 
Por supuesto, a mí todos los libros me influyen. Sólo que dejo trascender lo que quiero. A uno lo hacen las lecturas de los libros y la fe en la literatura que enciende la esperanza. 
Un día te quedas con tu propio estilo. Pero el mundo que más amo es el mundo de los libros. Allí quisiera quedarme. Este mundo de la literatura es tan vasto que preferiría tomarlo en otra ocasión posible. Pues ya estamos metidos en esto de los recursos literarios. En esto que debe ser algo así como poseer las herramientas para poder desarrollar un tema, redondear un argumento, estructurar un poema, un cuento, una novela. 
De otra manera existe la necesidad de escribir lo que se ha vivencializado. 
Somos capaces de manejar un tema si manejamos las técnicas que hayamos aprendido. 
Si no he vivido el tema no tengo derecho a contar ninguna historia. Todo está en mí dentro de esa praxis. Un tema que no he intuido no soy capaz  de convertirlo en artefacto literario. Y, por supuesto, tampoco forma parte de mi interés personal. 
Además de que esto es un asunto de orden estético es también una cuestión de ética.
UN ADIÓS A REMBERTO BRÚ
«Yo nací en la esquina de la Calle Larga. Soy pisciano, ¡artista tremendo!»
     Por Juan V Gutiérrez Magallanes 
Hoy despedimos a uno de los grandes de Getsemaní, «Rembe», como cariñosamente le decíamos sus amigos. 
Lo recuerdo alegrando las clases de Química del Liceo de la Calle del Cuartel, con gestos rítmicos mientras en alguna radio sonaba una canción de moda. Después de haber sido su alumno, fui su compañero y más tarde junto con el profesor Valdelamar, nos tocó entrevistarlo para el libro «Getsemaní: oralidad en Atrios y Pretiles». 
Narró en medio de recuerdos donde no faltaron las canciones, lo que había sido su vida:  
«El nombre de Remberto, me lo puso el padre Remberto Wendolino, párroco de la Santísima Trinidad, allí me vaticinó una vida artística y jacarandosa, porque, yo recé Casimiro Reyes del 4 de marzo de 1929». 
«El getsemanicense, es un hombre sano, divertido, amante del deporte y la cultura. Porque nuestra escuela estaba asida a la enseñanza salida de la escuela de la Trinidad». 
«Yo nací en la esquina de la Calle Larga. Soy Pisciano, ¡Artista Tremendo!», me contaba «Rembe». Se movía con la sandunga del ibero afroantillano.  
Inició su vida en  su barrio natal, cantando misas, procesiones, entierros y hasta bautizos. En el canto estaba bajo la dirección del maestro Simanca. 
Remberto, a los doce años, hacía la primera voz en el coro y cantaba sin dificultad en latín. «Rembe» al narrarnos su vida, lo hacía con alegría loca: «La Plaza de la Trinidad, me acogió en el dulzor de su sabrosura. De ella tengo recuerdos que jamás podré olvidar»
.
«El barrio, cuando yo estaba joven  y bello, era lo mejor del mundo entero», manifestaba. Remberto recibió clases de la señorita Pautt, violinista que lo acompañaba en el canto sobre el atrio de la Iglesia San Roque, bajo la dirección de Manuel Zapata Olivella, quien tenía un programa radial «Cazando a la Estrella», en el cual Remberto obtuvo el primer puesto. Luego de esta aventura pasó a cantar en La Orquesta de Zárate, donde ganaba seis pesos  y al mismo tiempo estudiaba en la Facultad de Bachillerato de la Universidad de Cartagena.
 
De la Zárate pasó a la Orquesta Colombia, donde se perfila como  grande interprete de la música del trópico, y luego hace parte de la Orquesta Radio Colonial, esto se da por la década de los cuarenta, de esta agrupación musical nace la inmortal canción «Los Peloteros», en homenaje al triunfo de la Selección de Beisbol de Colombia  en Venezuela, en el año 1945: «Para Caracas se fueron los peloteros…» 
Su voz alegre y melodiosa, le permite integrar la Orquesta Fuentes, donde graba canciones del «parnaso musical del Caribe». 
Canta exclusivamente para los getsemanicenses en el «Club de los  Condes Galantes», ubicado en la calle de las Palmas; también para «Los Manos Cogía». Remberto formó parte de «Los Trovadores de Barú», donde  estuvieron estrellas del Caribe, como José Palomino Barros, el Pollo Sotomayor y muchos otros. Hizo también gran recorrido por Centroamérica, donde su voz alcanzó notas de gran vibración melódica. 
Todo esto acompañado por la estructura atómica de un átomo de la Química que guardaba en sus neuronas, porque Remberto era Químico  Farmacéutico de la Universidad de Cartagena. 
Ahora él no está solo, celebra el reencuentro en esa dimensión  de sus amigos contertulios, Alejo Caballero, Jorge Artel, José Barros, Blas Gaviria, Lucho Argaín y muchos otros que viven la paz de Dios
 
  

martes, 6 de enero de 2015

 ¿VAN A LA POLÍTICA LOS ESCRUPULOSOS?

SE BUSCA CON LUPA UN ALCALDE Y UN GOBERNADOR

«…Pero la clase política, en gancho con un capitalismo electoral mellizo de la elección popular de gobernadores y alcaldes, impuso un voto mercancía que revirtiera las inversiones con negocios exclusivos entre los candidatos triunfantes y su respectivo banquero político, y alejara de las lides políticas a la Gente Escrupulosa». Carlos Villalba Bustillo.
 Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Eufilio siempre defendió la honorabilidad de su compadre Polícrato Atencio, un hombre puesto a prueba en miles de oportunidades, en el cargo que  desempeñaba como Concejal de la ciudad, él conocía bien las intenciones de los hombres, sabía diferenciar el saludo del que adula y  el  desinteresado del hombre justo y cabal.Polícrato recitaba con voz de trueno un texto que él había inventado para crear adeptos: 
                El Político es: 
Estadista para conocer necesidades 
Y repartir las bonanzas entre los humildes 
Ministerial sabedor de las cosas buenas y
guiador de multitudes a bondadosas metas 
Astuto para rechazar a los disfrazados de mansos 
corderos con diplomacia de valientes urbanos 
 
       Cortés en el trato con el pueblo que dirige
         Con fina atención hace su labor de ser humano 
Polícrato caminaba las calles con una libreta en las manos, donde anotaba los entuertos que iba encontrando en su recorrido, no hacía diferencia en la atención a la gente, a todos los atendía con igual esmero e interés. 
Cuando terminaba el año, colocaba en la entrada de su casa una urna para que depositaran las quejas o recomendaciones hechas por los ciudadanos, las cuales él se comprometía a tratar en asambleas en el Concejo, con la comunidad interesada en su trabajo político y en su evaluación.  ¡Ah,  tiempos aquellos!  
Con el paso del  tiempo y la evolución en la  administración política, con nuevas leyes, estábamos esperanzados que las cosas mejorarían con el voto popular, porque así se escogerían a los hombres escrupulosos y seríamos gobernados con esmero y precisión. ¡Pero no! Ahora llegan hombres que desconocen el escrúpulo, como bien lo analiza el doctor Carlos Villalba Bustillo, (en su columna Malecón .4-1-2015).
Esos seres que llegan a la política, quizás ignoran que la acepción «Escrúpulo»,  significa, según la Real Academia Española: «Duda o recelo inquietantes para la conciencia sobre si algo es bueno o se debe hacer desde un punto de vista moral». 
«Exactitud o rigor en el cumplimiento  del deber  o en la realización  de algo». 
Ya se muestran los aspirantes  a la Gobernación del Departamento y a la Alcaldía de la noble Cartagena, de ellos se espera que desmientan el pensamiento que se tiene del político  que ha llegado a estos cargos. 
Debe ser un hombre cuya vida pública resista el análisis más severo de los diferentes medios, tanto en la gestión pública como privada, que muestre excelentes relaciones y don de gente con las personas que lo rodean. 
Esto es un sueño angelical ante  la «compraventa de votos» en una sociedad de poca conciencia, acosada por el hambre y el abandono.   

lunes, 5 de enero de 2015

Del síndrome hubris o la enfermedad por el poder
REYEZUELO, FASCISTA Y NEONAZI…

                                             «Nada es tan común como el deseo de querer ser extraordinario»
                                                                                                             William Shakespeare
   
Por Rafael E Yepes Blanquicett
La historia da cuenta, a través de los tiempos, de cómo muchas figuras políticas de derecha o de izquierda han pretendido convertirse en reyes, dioses o semidioses de sus comunidades, regiones o países, granjeándose la simpatía y la popularidad entre sus electores, bien sea por medio de maniobras engañosas que manipulan la conciencia de los ciudadanos o valiéndose de la desesperación de la gente ante situaciones conflictivas que llevan varios años sin ser solucionadas, guiados, además, por sentimientos religiosos o nacionalistas que encaminan a las personas a creerse superiores a los demás. 
 
Así sucedió, por ejemplo, en la Alemania de los años veinte y treinta cuando todavía estaba viva entre los teutones la humillante derrota sufrida en la Primera Guerra Mundial, y el sueño de llegar a ser la primera potencia del mundo era el deseo de todo un pueblo acostumbrado por sus dirigentes políticos a querer ser extraordinarios, tal y como lo manifestara Shakespeare en una de sus máximas más famosas:  
«Nada es tan común como el deseo de querer ser extraordinario».
 
En nuestro país, guardadas las proporciones de espacio y tiempo, está ocurriendo lo mismo que en la Alemania pre-nazi, cuando Adolfo Hitler se aprovechó de dichas circunstancias para crear su propio partido político, el Partido Nazi, que lo llevó al poder, lo endiosó y lo convirtió en el más temible Dictador de todos los tiempos de la Europa Moderna.
 
Amado por muchos y odiado por otros, Hitler es recordado por sus atrocidades contra el pueblo judío, los liberales, los comunistas y contra todo aquél que se opusiera al ideario de superioridad de la raza aria católica, preconizado por el nacionalsocialismo o nazismo, con fundamento en la teoría del «Superhombre» de Federico Nietzsche. 
 
En Colombia, hay un político de extrema derecha que sueña con ser «El Mesías Salvador» de los colombianos, «el Santo Redentor» que sacará al país del «callejón sin salida» en el que se encuentra, convirtiéndose en un reyezuelo al mejor estilo hitleriano.
 
Comenzó por ser un disidente del partido que lo llevó por primera vez al Senado, creando un movimiento nacionalista que logró que lo eligieran Presidente por primera vez y que lo reeligieran para un segundo mandato cambiando el artículo 197 de la Constitución que prohibía la reelección presidencial. 
Al no lograr un tercer gobierno, gracias a que la Corte Constitucional impidió que se reformara de nuevo nuestra carta de navegación, convirtió el movimiento que lo respaldó durante los ocho años de su gobierno en un partido político de extrema derecha radical que lo llevó al Senado por segunda vez con el propósito de cambiar de nuevo la Carta Magna para reelegirse presidente-dictador-vitalicio o al menos, hasta acabar a la fuerza con las Farc, el movimiento sindical de izquierda, revivir la Constitución de 1886, el Concordato con la Santa Sede, elevar a la categoría de militares a los paracos-bacrims y exterminar a todos los partidos, movimientos y personas que se le opongan, tal y como lo hizo el Dictador de marras en su momento.
 
Se necesita, pues, de una fuerte decisión de todos los partidos y movimientos políticos moderados, de centro y de izquierda, de los intelectuales librepensadores y de toda la gente que no quiere que esto ocurra, de apoyar el proceso de paz del Gobierno Nacional para evitar que el país se polarice más de lo que está y se desangre en una guerra fratricida que termine en un Holocausto similar al que sucedió en la Alemania nazi.
 

viernes, 2 de enero de 2015

«ESTAMOS ENTRANDO EN SANTOS DE LOS POBRES».

EL MUERTO ENDOSADO
Por Gilberto García Mercado


El pueblo se encontraba bajo la lluvia. 
Cuando el conductor del autobús manifestó, «estamos entrando en Santos de Los Pobres», Alejandro Arriero experimentó una sensación como de alivio. 
Los demás pasajeros despertaron cuando el conductor de nuevo agregó: «Estamos entrando en el pueblo». 
Y fue como si el alma les volviera de nuevo al cuerpo, pues de inmediato se dispusieron a abandonar el vehículo. 
De los viajeros quedarían el conductor y su asistente, pues los demás se fueron bajando en las esquinas, refugiándose del aguacero torrencial en los sitios abiertos a esa hora de la mañana. 
Como fue el último en descender, el conductor venía observándolo por el espejo retrovisor. 
—Y, tú, ¿dónde te quedas? —preguntó el hombre. 
—Me deja en la plaza— respondió Alejandro Arriero. 
El autobús rodaba sobre una cinta asfáltica. En dos minutos estuvo en la plaza... 
El hombre descendió y caminó bajo el paraguas. A esa hora los lugares abiertos eran la iglesia, la estación semiderruida de la policía (cosa que ya no asombraba) y uno que otro tendero madrugador. 
Escogió la iglesia. 
Por algunos fieles se enteró que el alcalde y el sacerdote  habían sido secuestrados por la guerrilla. Allí se hallaba la ocasión para escribir una crónica. De tal manera que no importaban las penurias del viaje si conseguía su objetivo. 
El pueblo parecía sucumbir ante la tempestad. 
La lluvia descomponía el ámbito solemne. La iglesia, abiertas sus puertas de par en par, daba una apariencia sombría. Como si los fieles esperaran la súbita aparición de El Mesías cuya misión sería juzgar el mundo. 
Alejandro Arriero indagó si además del alcalde y el sacerdote había otros plagiados, pero nadie le dio una respuesta coherente. 
Esperó, quería darle fuerza al relato. 
Deslizó una mano sobre sus ropas. Desbarató las gotitas acumuladas sobre el pantalón, el paraguas le había ido protegiendo de la cabeza hasta la cintura, por lo cual su húmeda apariencia no le preocupó.
Se enamoraría en estas vacaciones de la grabadora y su cuaderno de apuntes. 
Exigiría al director quince días para investigar. 
Aquello le rondaba como una idea loca desde la redacción en La Nación. 
¿Dónde estaba sepultado el cura De la Torre? 
Aún recordaba las imágenes en la televisión, decenas de combatientes honrando al gran líder rebelde quien murió de viejo en algún lugar de las indómitas montañas. 
El hombre, sin embargo, piensa una cosa, y Dios dispone otra. 
No fue sino que descendiera en el pueblo, y entonces contemplara una patrulla del Ejército Nacional, para que la idea de encontrar la sepultura del cura se relegara a un segundo plano. 
Los soldados en impermeables bajaron de los vehículos un bulto negro en la plaza. 
Así como llegaron se fueron, sin voltear la cabeza y pedir siquiera una bendición. Cuando los soldados se fueron, la parroquia se sumergió en la visión del Mesías que venía a juzgar el mundo… 
Luego de la toma, según pudo constatar, Santos de Los Pobres adquirió una pesadumbre reflejada en cada casa, cada ladrillo era un monumento a las ruinas, a los escombros, a la pobreza. 
—Me encanta el caso—le había dicho por teléfono al jefe. —Los asesinos siempre vuelven al lugar del crimen. 
—Tú, y tus ideas locas—murmuró el Director. 
La lluvia caía a cántaros. 
En la oficina los policías bostezaban y jugaban dominó. 
Un relámpago se reflejó en la vastedad del pueblo y, algunos pensaron que habría lluvia para rato. 
Se compenetraron hasta el punto que olvidaron todo. 
Cuando otro relámpago anunció las nueve y media, se acordaron otra vez del bulto negro. 
Y fue como si el corazón que esa mañana era de piedra se estremeciera por el olvido. 
Otro destacamento de soldados pasó por allí y observaron el bulto negro. 
Esta vez se detuvieron menos tiempo, gritaron obscenidades y se perdieron por una calle de la población. 
Fue entonces cuando un sentir supremo se robó la calma. 
Los fieles orando por la libertad del cura y el alcalde eran amos de una soledad recóndita. 
Deseaban vencer la petrificación, y dejar de ser estatuas de sal por cinco o diez segundos. 
En ese intervalo vencerían el deseo, aunque se mojaran en el intento, de alcanzar el bulto negro en la plaza, bajo aquella borrasca impetuosa, y con la singular conducta de dos destacamentos de soldados que enfundados en sus impermeables, los primeros abandonaron el bulto negro, y los segundos, con rostros severos, se conformaron con abrirlo, lanzar escupitajos a uno y otro lado, y abordar el vehículo no sin antes lanzar frases obscenas contra aquel bulto negro. 
Mientras se esfumaban las esperanzas, de que esa mañana la lluvia aflojara, el mundo caía en el desencanto. 
De un momento a otro las penumbras se abalanzaron sobre las ruinas y escombros, y hubo que hacer un gran esfuerzo para saber que la noche se anticipaba. 
Y, en la iglesia, los fieles y devotos con el corazón como de piedra. 
Y, de inmediato la tercera patrulla de los soldados con los potentes reflectores de sus vehículos alumbrando el bulto negro en la plaza, y un sargento formando tremendo alboroto. 
—A este muerto no lo quiere nadie—gritó con gran estruendo el oficial—Será mejor que lo echemos al río. 
Lo habían encontrado en los faldones de la Sierra. 
Los soldados lo pasearon por los pueblos circunvecinos para ver si alguien lo identificaba. 
Y al contrario de lo que se imaginaran los soldados todo el mundo lo conocía. 
—Vivió como un año en el pueblo—agregó alguien. —Llévenselo. Ese tipo no merece que lo entierren aquí. 
Así se fueron paseando a su muerto. Encontrándose, de repente, en Santos de los Pobres... 
Ahora, el bulto negro estaba allí, abandonado en la plaza, sintiéndose la descomposición avanzando con la noche, sin que nadie derrame una lágrima. 
Entonces cuando salga el sol, y ya nadie resista el hedor del cadáver, y cuando octubre señale una tregua, entonces seguro que los habitantes del pueblo dirán a los soldados: 
—Llévense a ese muerto, ese señor no merece que lo entierren aquí. 
Y, Alejandro Arrieros, húmedo, triste, metálico—en la iglesia—preparándose para escribir el relato.
          * Editor General LA CALVARIA LITERATURA 
  



Seguidores

HAY QUE LEER....LA MEJOR PÁGINA...HAY QUE LEER...

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...