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domingo, 18 de enero de 2015

LAS MEMORIAS DE JOSÉ RAMÓN MERCADO

 EL OFICIO DE ESCRITOR
 "No he creído ni creeré 
nunca en los concursos literarios"
(Última entrega)
Por José Ramón Mercado
William Faulkner
Cada autor tiene temas predilectos. Y dentro de estas circunstancias sería capaz de escribir algo que ocurre en la calle, en un teatro, en una madrugada de pueblo, en una fiesta de corralejas, en la desmesura del hombre que trabaja diariamente, sobre la tortura de buscar algo y no encontrarlo. 
Sobre la lucha cotidiana. Sobre boxeadores, proxenetas. La vida arruinada de la gente. Las casas abandonadas. El amor que estalla como pasión y el lento desarraigo de ese mismo amor. 
Sólo que, entre ser escritor y tener que subsistir, desempeñar un cargo y ser escritor los fines de semana, te puede más esto último. 
Esto mismo te obliga a que como escritor no puedes cumplir tu propio sueño. Es una dicotomía la propia realidad en mi caso. Un problema que poco a poco he podido resolver.
O te sientas a escribir o te mueres de hambre. 
Allí radicó en parte la suerte de García Márquez. Él supo decidirse en un preciso momento. Él mismo lo declaró infinidad de veces. 
Como hay que sobrevivir entonces, tienes que morir haciendo otras cosas. Ese es el problema de algunos escritores. Es algo que duele tanto como si todos los días pusieras las manos al fuego para ganarte el pan y de este modo alimentar a tu mujer y a tus hijos. Es una responsabilidad que no sirve de nada a la literatura. 
Todos los días agonizamos como hombres. 
Los fines de semana nos reivindicamos como escritores. La vida íntima también cuenta. Lo mismo que la disciplina. Sin estos condicionantes la vida del escritor se vuelve ajena. 
Sólo planes y  proyectos que se van muriendo en el momento más importante de la vida. Pero eso es ya otra novela.  Otro cuento que no alcanzamos a escribir. No todo sale como en los sueños. 
Como quiera que los lectores de Agua del tiempo Muerto, Perros de Presa, Las Mismas Historias, Los Días de la Ciudad, Agua Erótica, La Casa Entre los Árboles, y otros, hallarán aquí por sus propios medios el mundo íntimo de estos libros. 
Dejo a ellos la función de adivinar mis intenciones a lo largo de estas páginas, pues ahora precisaríamos otro aspecto que toca también a los escritores de mi generación. 
Me refiero al mundo de los premios, de los concursos literarios, aunque de una manera tangencial también. Naturalmente, esto pertenece al mundo de lo irremediable y banal. No he creído ni creeré nunca en los concursos literarios. 
He participado en algunos concursos bajo el deseo de encontrar un eco redentor a la insolitez de la obra inédita. No ha sido cosa de lamentar, sin embargo, para mí, el tema de los concursos. Hemos sido reconocidos a través de ellos. 
Truman Capote, escritor norteamericano
En relación al Premio CASA DE LAS AMÉRICAS 1.986, supe que llegaron 522 libros. 
En la primera selección del concurso había unos 76 trabajos entre los cuales aparecía Retrato del Guerrero. Después quedaron 22, y en otra eliminación quedaron 11 libros, entre los cuales había también figurado. 
Por último dejaron cinco premiables. Que al fin y al cabo, y en forma extraña algún miembro del jurado, terminó imponiendo su punto de vista, en el sentido de no premiar ningún libro. Escuché este concepto de Víctor Rodríguez Núñez, jurado cubano que estuvo en Bogotá en el II Encuentro de Escritores de la Feria  Internacional del Libro. Este libro en sí es un canto a la paz, apoyado en la guerra. Es una recuperación de espacios peligrosos que había que tratar con cuidado para evitar el panfleto en que cayó la poesía de los años sesenta, setenta y parte de los ochenta. 
Perros de Presa, fue suficientemente reconocido. Igual que los otros. Pero lo fundamental ha sido la crítica equilibrada y razonable. Pero hemos incursionado en otros temas de interés para mí. Hay otras obras nuevas facturadas. Otros proyectos literarios que nos exigen una entrega total. Algo así como conquistar para estos trabajos el tiempo completo. Sí. Está un libro construido con ese fuego que brota del amor. Me refiero a Media Luna Restaurante Bar. Una novela híbrida de la ciudad. Es el referendo de las influencias, de las simpatías y los agradecimientos vividos y reencontrados en otras novelas. 
Pero en Agua del Tiempo Muerto aparece Ovejas, imperfecto, como es lógico. 
Es decir, esta obra, sobre la cual no hay que decir nada, puesto que se trata de una experiencia extraña que puede estar en tus manos, pues ya ha sido editada. 
Ovejas en su esplendor y decadencia. 
Ernest Hemingway, escritor norteamericano
Ya el lector ha empezado a leerla  a través de algunos relatos y viñetas publicados en algunos periódicos. También está en las librerías la segunda edición de Perros de Presa. Con una introducción de Jacques Gilard, la primera edición fue de una calidad horrorosa que debí haber quemado con el objeto de evitar frustraciones al lector. 
Existen otras obras que hablarían por sí solas, como La Noche del Nocáut, donde aparecen los atletas, los boxeadores que han vivido su minuto de gloria y la hecatombe de la ruina. Los peloteros que conocimos. Aquel mundo suyo lleno de fama que escuchamos transmitidos por radio. Los futbolistas que colmaban el cielo cada tarde. Su mundo maravilloso en donde se rescatan otros dioses de la gramilla. Las piezas de teatro que son otro libro. He estado marcado por el teatro a lo largo de la vida. En el escenario de las tablas y las candilejas hemos engranado acciones dramatúrgicas  de los autores, de lo bello y lo miserable. 
Existe, además, otro libro de cuentos La Luna Amarillenta del Recuerdo o La Casa del Conde, Una Alegría de Todos los Colores, otro libro de relatos en donde rescato después de varios años mi fervor narrativo. 
Sigo luchando con el título definitivo y las historias y los  personajes y el tiempo. Y como es lógico el tiempo del cuento es exclusivo. 
No puedo escribir abrumado por el cansancio. 
Un cuento, como una novela, no se puede escribir cansado. Requiero de un tiempo libre y especial en donde pueda dar rienda suelta a los duendes de la imaginación y a las exigencias de este género. 
La literatura en general es un oficio que no se puede hacer con el cansancio que nos queda por las tardes al llegar a casa. 
La novela es también algo serio. 
En orden a que el acontecer de la novela revela de modo sorprendente una visión de la realidad dinamizadora de la sociedad, pero no como ciencia social. No obstante que la novela es totalizadora. Su objetividad inherente es un camino que nos permite empalmar con una época pasada, con la realidad de un presente, en vía de intuir un futuro que hemos ido creando a través de los cuentos escritos… 
La novela está en búsqueda de algún tiempo mejor. 
Es la única obra para la cual he elaborado un plan concebido que guardo en algún cajón de la casa. 
A estas alturas de la conversación conmigo mismo, entro en un acto de levitación en donde sigue aflorando la vida, la poesía y los sueños, en un patio en donde los arboles y los pájaros me recuerdan los días de La Estancia en relación con el atafago de estos tiempos difíciles e insólitos, hecho ante el cual, he tenido que confesarme, solazarme en el mar congelado de la soledad, y acogerme en el alero de la propia casa. 
El Poeta y Escritor Álvaro Mutis
Pues no hemos querido naufragar en la ficción de una realidad más violenta y más descomunal que atenta contra la propia vida sin excluir los sueños. La razón de este monólogo abierto o diálogo interior, amigo lector, te deja en las puertas de este libro: Agua del tiempo muerto, para despertar frente a un pueblo que camina y sueña todos los días en un mundo de pesadumbre y de alegrías sin caer en el olvido y el abandono. Pues todos estos episodios ocurren en el escenario de sus propias calles. 
Es decir, en las instancias de obsesiva fabulación, pensando en que «el único prefacio a una obra es el cerebro de quien la lee» como dijera Pessoa. 

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