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sábado, 10 de enero de 2015

LAS MEMORIAS DE JOSÉ RAMÓN MERCADO

 EL OFICIO DE ESCRITOR
"El creador de arte es más bien un hombre que pisa en la tierra"
(Segunda Parte)
Por José Ramón Mercado
He creído que hay que acabar con el equívoco de que el creador de literatura y de poesía es un actor de la inspiración. Frente a ello el creador de arte es más bien un hombre que pisa en la tierra. 
Un hombre que vive una profunda realidad a través de su sensibilidad estética. No es el ser que anda por las nubes. Ese es un concepto que habría que revaluar. 
A eso se  debe que quizá al poeta le dé vergüenza sentirse poeta. La sociedad es responsable de la vergüenza de los poetas. No es el poeta en sí mismo un alucinado. 
Es la realidad misma el espacio brutal en donde éste tiene que avergonzarse por ser protagonista y soñador, por contraste en la construcción de la utopía de los sueños propios y ajenos. 
Prefiero el concepto de artesano al de inspirado. Nunca se concluye un texto poético. El trabajo del poeta es por esencia un fenómeno perfectible. Comparable sólo al mito de Sísifo bajo la intensidad de los días. 
De este mismo modo he alimentado en mi pretensión literaria invulnerable la complacencia íntima al entender que existe alguna diferencia y aproximación entre lo que es el relato en el sentido legítimo, y lo que es el cuento como producto de un género literario propiamente. 
Creo que debe existir una equilibrada diferencia. En ese sentido pienso que el relato es un subgénero de la prosa que sintetiza una idea que puede ser desarrollada como una anécdota. 
El cuento debe necesariamente llegar a un grado de mayor complejidad narrativa. No puede carecer de argumento, ni de trama, ni de desenlace. De lo contrario, quedaría en la simplicidad del relato. Por generalización, al cuento suele denominársele como relato. 
Existe una diferencia. El cuento es un trabajo de largo aliento. El cuento, aunque es un trabajo de síntesis, debe incursionar en una fase de iniciación hasta definir lo que deberá ser su esencia. Desarrollar un proceso argumental. Ascender a una cúspide de interés. Y por fin, llegar. 
Es decir, debe culminar siempre tratando de redondear la historia. Hilvanando la madeja. Como en el juego de la parábola. El cuento tiene que llegar a un plano trascendente. Convencer. Al final, tiene que quedar en limpio la almendra de la historia, de la trama, el argumento y el desenlace. Y todo, dentro del debido extrañamiento del que habla Bertold Brecht. 
Me identifico en este sentido también con la tesis que plantea Horacio Quiroga, Julio Cortázar y el mismo Edgar Allan Poe. «El cuento debe ganar por nocáut. La novela debe ganar por decisión», dice Cortázar. 
Cuando caemos en el relato del mundo de Jorge Luis Borges, regresamos a la ambigüedad que generan estos dos conceptos. 
Otro asunto que no quisiera pasar por alto es el que se refiere a los libros y la influencia ejercida por éstos en mi formación. Casi siempre se hace esta misma consideración, y casi siempre uno responde del mismo modo. 
En mi caso, el libro que más he leído, siguiendo la tradición de mi padre, ha sido El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Mi papá lo leyó dieciséis veces. 
Tengo el libro que él compró y tengo también el recuerdo del día que lo compró en el corredor de la Casa Consistorial de Ovejas, en una mañana de octubre del año 1953. 
Por supuesto, a mí todos los libros me influyen. Sólo que dejo trascender lo que quiero. A uno lo hacen las lecturas de los libros y la fe en la literatura que enciende la esperanza. 
Un día te quedas con tu propio estilo. Pero el mundo que más amo es el mundo de los libros. Allí quisiera quedarme. Este mundo de la literatura es tan vasto que preferiría tomarlo en otra ocasión posible. Pues ya estamos metidos en esto de los recursos literarios. En esto que debe ser algo así como poseer las herramientas para poder desarrollar un tema, redondear un argumento, estructurar un poema, un cuento, una novela. 
De otra manera existe la necesidad de escribir lo que se ha vivencializado. 
Somos capaces de manejar un tema si manejamos las técnicas que hayamos aprendido. 
Si no he vivido el tema no tengo derecho a contar ninguna historia. Todo está en mí dentro de esa praxis. Un tema que no he intuido no soy capaz  de convertirlo en artefacto literario. Y, por supuesto, tampoco forma parte de mi interés personal. 
Además de que esto es un asunto de orden estético es también una cuestión de ética.

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