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domingo, 21 de junio de 2020

Reflexión Dominical

En la Era de la Pandemia y
la Otra Peste: El Hambre


Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

Solíamos hablar de la pobreza con la mirada en la distancia, más ahora en esta situación de la Pandemia, ocasionada por el Coronavirus que recorre el mundo, el cual ha servido para mostrarnos «La Otra Peste» originada por el Hambre.

Cuadros de seres famélicos en similitud a los mostrados por la África Subsahariana, transitan por las calles con los brazos extendidos pidiendo pan, una bolsa de arroz, paños o una moneda.

En Cartagena de Indias se ha descubierto lo que estaba tapado por el eufemismo de la risa fundamentada en viejos decires y falsos proverbios. «Al mal tiempo buena cara», «El costeño es alegre y hace de su tragedia un chiste».

¡No señores la situación que se vive es muy lamentable!, por las calles y aquí soy muy reiterativo observamos muchas manos extendidas en solicitud de un pedazo de pan o de unos cuantos granos de arroz para llevar a casa, si es que esa miserable choza puede recibir el nombre de casa, como se le denomina en sectores vulnerables y de alto riesgo con nombres divinos, (en la búsqueda de hacer menos lamentable y pesarosa la condición de la vivienda), «La Unión de Dios» y «El Divino Salvador».

Las filas formadas por quienes esperan una ayuda, son difíciles en la observación de las distancias, entre una persona y otra, por la agonía de pensar que, si se acortan las distancias, más pronto se alcanzará la preciada ayuda.

Con pensamientos míticos o de ficción, creo que uno de los objetivos de la Pandemia, tomando esta la condición de ser vivo, es mostrar el descuido en que se mantiene la población de los sectores más alejados del Centro de la Ciudad o de la Cara bonita del «Corralito encantado de Cartagena».

Esa otra Cartagena marginada, multitudinaria, extensa, agrupada en cajas de cartones y delgadas tablas de maderas permeables a los aguijones de insectos, constituye la mayor población de la Ciudad Heroica, en la que muchos gobernantes han hecho mal uso del Presupuesto, lo que me ha llevado a llamarla «Ciudad Iguanada», ¿por qué razón? , porque le sacan los huevos (El Erario) y luego la abandonan en una muerte lenta.

Tengo esperanzas que después de la pandemia, se inicie una nueva búsqueda del bienestar de la ciudad, no podemos pensar en volver a la «Normalidad» que existía antes de la Pandemia, se hace necesario variar las condiciones en las que hemos venido conviviendo.
Da mucha tristeza mirar el estado lamentable en que alcaldes, como el señor Vélez Trujillo, han dejado hospitales inconclusos, sin ninguna clase de responsabilidad ni explicación alguna por su conducta. Hoy miramos con terror cómo una comunidad desprovista de los elementos necesarios para apreciar la labor de un médico y la importancia de éste, ataca sin piedad al galeno, creyendo que es el culpable de la muerte de su pariente.

Es lastimoso tener que aceptar, que por el Coronavirus, las miradas han buscado las mugres, los entuertos ocultos en la aparente «Normalidad» en que vive la mayoría de la población cartagenera, situación que tiene mucha similitud con la que se presenta en toda Colombia y América Latina.

Después que pase la Pandemia, nuestras instituciones se mostrarán como estamentos, por donde pasó una guerra ocasionada por la maledicencia de hombres que ensucian la política de la región.
 Imagen de Leroy Skalstad en Pixabay Imagen de Kasun Chamara en Pixabay 
Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

viernes, 19 de junio de 2020

¡Por Dios!

No Es Un Simulacro Esta Vaina Que 
Nos Ha Confinado En Nuestras Casas

Por Gilberto García Mercado

Van casi cuatro meses de la Pandemia y, su rigor poco a poco está haciendo tambalear a los gobiernos más cimentados del planeta. Lo que parecía simplemente darse en las películas de Hollywood ahora es una realidad. Con la diferencia de que en el cine un Jean-Claude Van Damme o un Arnold Schwarzenegger consiguen con su valentía y arrojo salvar a la tierra de la peste.  
El ser humano se enfrenta a un desafío en el que todos estamos expuestos de un momento a otro a contraer el mortal virus, esto no es un juego, todos somos responsables de que los terrícolas ahora pasemos sumisos y suspicaces, cada quien sumido en sus propios pensamientos, a dos metros de su vecino, impotentes de que, contra este mal, no valgan los estratos sociales ni los bienes materiales que poseas para tirartelas de loco e ignorar la realidad.  
Un virus ha arrinconado a la gente. Se están muriendo las personas, y lo más triste es que los ciudadanos han cogido la pandemia como unas vacaciones largas, como un simulacro sobre algún evento o desastre pero con la diferencia que en el simulacro la gente sabe que el desastre no es de verdad.  
Se nos ha venido la ficción de las películas. 
Quizás en veinte años la Humanidad no exista, hay una realidad que día a día nos persigue, hay que comprometernos solidariamente a erradicar el Covid-19 que ha puesto en jaque a las economías y a la vida de nuestros países.  
¿Es un mensaje que nos manda Dios? 
Examinémonos, vamos afanados a los estadios de fútbol, asistimos a grandes conciertos de personalidades del espectáculo, los empresarios se bajan de un avión y suben en otro, casi que viven en el espacio, con una agonía que raya en la acumulación de las riquezas, los esposos no ven a las esposas, el hijo jamás ve al padre ni a la madre, todos andamos embarcados en el cuento de la vida moderna, y lo peor es que en ninguno de estos sitios hay tiempo ni lugar para Dios. 
Si salimos de esta, hay que volver nuestra mirada a Dios, que de la raza humana no solo queden los libros y los restos de una tecnología pudriéndose en alguna parte de un planeta desolado. 
Imagen de Syaibatul Hamdi en PixabayImagen de pizar almaulidina en Pixabay


martes, 16 de junio de 2020

Racismo En América

El Asesinato de George Perry Floyd Jr:
¿Fin del Capítulo o La Saga Continúa?

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

Nos marcaron con las lecciones del Hermano Justo Ramón, con textos que cubren el período 1948- 1967, en el que se reafirma, el negro sumiso y atrasado, junto al texto: «la masa de hombres de color, que trabaja duro y pensaban poco, en todas partes se encontraban en estado deplorable», (Henao y Arrubla 1967: pág. 276).  
Todo este planteamiento sin ningún análisis, donde las tierras más inhóspitas fueron dejadas para el negro y el indio, fueron reafirmando criterios de minusvalía para el negro, como lo planteaban Luis López de Mesa y Laureano Gómez, el primero, Ministro de Educación (1934- 1935), en su libro, De cómo se ha formado la nación en Colombia y, en El factor único, escribió: «La mezcla de los indígenas con el elemento africano y aún con los mulatos que se derivan de allí podría ser un error fatal para el espíritu y la riqueza del país; a los defectos de las dos razas se le agregaría, más que eliminaría, y tendríamos un zambo astuto e indolente, ambicioso y sensual, hipócrita y vanidoso al mismo tiempo, por no decir ignorante y enfermizo».  
Laureano Gómez, Presidente de Colombia (1950-1953). En su ensayo Interrogantes sobre el progreso de Colombia (1928) sostiene, «nuestra raza proviene de la mezcla de español, de indios y de negros. Los dos últimos, caudales de herencia, son estigma de compleja inferioridad». (MÚSICA, RAZA Y NACIÓN, Música tropical en Colombia, PETER WADE). 
Todos estos fragmentos de falsas hipótesis, planteados por intelectuales colombianos, además de la horrible esclavitud a la que fueron sometidos los negros y, el despojo de los indios, dejaron un lastre en las relaciones sociales del hombre colombiano. Hoy continúan los pasos de una violencia que ha debido terminar con respecto al racismo. 
En los Estados Unidos, la esclavitud generó un odio enraizado hacia el negro, en la que se buscó separarlo y mantenerlo en condiciones infrahumanas. Solo la lucha y el tesón le han servido para mostrarse como un hombre íntegro y capaz. Desde el grito libertario de Pedro Romero, el canto de Artel, de Candelario Obeso, de la lucha intelectual de Manuel Zapata OLivella, los discursos de Diego Luis Córdoba, hasta la pictórica de Heriberto Cogollo, aún continúa la brega intelectual en el negro por plantar la bandera de la Igualdad y la Justicia.  
         
El Célebre Martin Luther King             
El 30 de septiembre de 1962, James H. Meredith se convirtió en el primer estudiante afroamericano que se matriculó en la Universidad de Misisipi.  
W.E.B. DuBois (1868-1963), fue el primer negro en obtener un PhD, de Harvard, en 1895. Fue profesor conferencista. 
Ralph Johnson Bunche. (Detroit, 1904 Nueva York, 1971). Diplomático, sociólogo y politólogo estadounidense. Figura significativa de la diplomacia norteamericana de la segunda posguerra mundial, sus esfuerzos mediadores como jefe de la misión de Naciones Unidas en Palestina (1947-1949) le valieron la concesión del Premio Nobel de la Paz en 1950. Fue el primer hombre negro en recibir dicho galardón.  
Rosa Parks en 1949 se convirtió en asesora de una asociación para promover el bienestar de los negros, la National Association for the Advancement of Colored People (NAACP). Humilde modista negra, se negó a ceder su asiento en el autobús a un viajero blanco. El conductor llamó a la policía y la mujer fue detenida y obligada a pagar una multa de catorce dólares.  
Martin Luther King Jr. (Atlanta, 1929 - Memphis, 1968) Pastor baptista estadounidense, defensor de los derechos civiles. La larga lucha de los norteamericanos de raza negra por alcanzar la plenitud de derechos conoció desde 1955 una aceleración en cuyo liderazgo iba a destacar muy pronto el joven pastor Martin Luther King. El 4 de abril de 1968 fue asesinado en Memphis por James Earl Ray, un delincuente blanco. 
No han sido suficientes los sacrificios y discursos como el de Martin Luther King en Washington, D.C. (agosto de 1963) que expresó:  
«Hoy les diré, amigos míos, que, a pesar de las dificultades y frustraciones propias de la época, todavía tengo un sueño. Es un sueño que está profundamente enraizado en el sueño americano.  
Sueño que un día, esta Nación se levante y materialice el verdadero significado de su credo. Sostenemos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres fueron creados iguales.  
Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de antiguos esclavos y los hijos de antiguos propietarios de esclavos puedan sentarse juntos a la mesa de la hermandad. 

Sueño que un día, el mismo Mississippi, ese estado desértico sofocado con el calor de la opresión y la injusticia, se transforme en un oasis de libertad y de justicia. 
Rosa Park, le negó el asiento a un blanco en 1949 
Sueño que mis cuatro hijos puedan vivir un día en una Nación en la que no sean juzgados por el color de su piel sino por la naturaleza de su carácter». 

No obstante, la violencia reinante había producido una nueva generación de activistas que no tenían la paciencia de King. Hombres como Stokely Carmichael del Comité de Estudiantes para la Coordinación de la No-Violencia (SNCC) ya no estaban dispuestos a marchar al son del moderado Martin Luther King Jr. Preferían el ritmo marcial agresivo de Malcolm X Little; (Omaha, Nebraska, 1925 - Nueva York, 1965). Líder revolucionario de la minoría negra norteamericana. Era hijo de un pastor protestante y de una mujer mulata, nacida de la violación de una negra por un hombre blanco; durante su infancia sufrió los continuos traslados de residencia de su familia, huyendo de las agresiones de grupos racistas, que culminaron con el asesinato de su padre en 1931.  
Malcolm X Little fue asesinado en 1965.  
El peso de la esclavitud generó el desprecio por el negro para ponerlo en las condiciones más infames, le ha sido difícil salir a través de la historia social de los Estados Unidos, donde aún quedan reductos de blancos con razonamientos ultrarracístas. 
Por último, asistimos al reciente asesinato de George Perry Floyd Jr. (Fayetteville, 14 de octubre de 1973-Mineapolis, 25 de mayo de 2020) fue un hombre afro estadounidense, fallecido el 25 de mayo de 2020, cuando un agente policial de Minneapolis se arrodilló sobre su cuello durante un arresto produciéndole la muerte. 
         
          Barack Obama, Primer Presidente Negro de Estados Unidos
Barack Obama resume esta triste y penosa saga del racismo en América con la frase: «una oportunidad increíble para que muchos despierten». Y tiene razón debido al dolor del hombre que se mira a través de la albura de su piel, no soporta el haber sido gobernado por un hombre negro como Obama.  
Las protestas en el mundo son un llamado a los blancos de los Estados Unidos, para que depongan odio y dolor, por el hecho de haber sido gobernados por un descendiente directo de un africano. 
Después de estos sacrificios, ¿será posible la comprensión y la sociabilización de todas las etnias del mundo?
Juan V Gutiérrez Magallanes, Presidente de la AEC

 







lunes, 15 de junio de 2020

Adiós al Gran Maestro y Musicólogo


«Uno Es Lo Que Quiere Ser»: Rogelio España Vera


Por Gilberto García Mercado


Al maestro Rogelio España Vera lo conocí por la década de los noventa, pero era como si lo hubiera conocido desde siempre. Entonces la ciudad respiraba otro aire que inducía al ciudadano a gozarse cada día aquella vida de colores y alegrías que emergía todos los viernes debajo del Big Show para irse a irrigar por toda Cartagena y originar en la gente esa conducta tan singular que solo propone la música. 
«Maestro, perdone mi ignorancia de la ciudad, pero, ¿qué hace esa gente arremolinada debajo del Big Show?», le pregunté con esa curiosidad del que vive años en una urbe e ignora las cosas más elementales de sus gentes. 
«Son los músicos y las orquestas de la ciudad en espera de algún contrato de viernes por la noche», me dijo con esa mirada de profesor a discípulo. 
Y como en la calle Segunda de Badillo el escritor e historiador Joce G Daniel G ya nos esperaba para una reunión ordinaria de la Asociación de Escritores de la Costa, le imprimimos más celeridad a nuestros pasos.  
En Rogelio, como le diría a secas, luego de haberme ganado su confianza, descubrí que uno es lo que quiere ser. Porque más de una vez lo animé, para que esa virtud que tenía para escribir e investigar sobre la música del Caribe y Las Antillas, la trasladara hacia los terrenos de la novela y el cuento, con la certeza de que sería un gran escritor, y él por toda respuesta y con esa parsimonia de hombre curtido por la vida, me dijo tajantemente: «Es que lo mío es la música, amigo Gilberto».  
Fueron muchas las veces en que el investigador y musicólogo Rogelio España Vera me dio lecciones y me ilustró sobre la música de la región. Quien lo viera por primera vez pensaría que en él no había ningún esbozo de sabiduría alguna sobre cantantes y trovadores de la región. Hasta que, luego de profundizar en la conversación, con esa humildad que lo caracterizaba, salía a relucir, el bagaje cultural sobre los Gaiteros de San Jacinto, la Música de Francisco el Hombre, la salsa de Héctor Lavoe, Rubén Blades, Richie Ray y Bobby Cruz, Oscar de León, Daniel Santos, Celia Cruz, etc.  
Era gran orador y, muchas veces fue luz en la oscuridad, de jóvenes escritores que como yo, acudíamos al Taller del maestro Daniels, con el propósito de aprender técnicas narrativas para afianzarnos más en la escritura de la región.  
En los últimos años fue ausentándose de las reuniones de los sábados. Supe que lo aquejaba alguna enfermedad que lo fue minando poco a poco, no obstante, la mejoría evidente aunque con cierta palidez en el rostro, permitía en sus amigos la esperanza que no tuviera que ver con la muerte.  
Hoy en el correo y en las redes sociales me ha sorprendido la noticia de su deceso. Siento tristeza pero también alegría, porque en alguna parte del cielo el profesor Rogelio España Vera, feliz, estará entrevistando sin afanes a los trovadores y músicos que partieron antes que él en busca de una vida eterna. 
Paz en su tumba. 
Gilberto Garcia Mercado, Editor General










lunes, 8 de junio de 2020

Narrativa Local


LA SONRISA DE LA DESGRACIA 

Por Gilberto Garcia Mercado

El Refugio estaba en boca de todos, gracias a que los diarios publicaron en primera plana la fotografía de Rogelia Santos. En ella aparecía la mujer, el cuerpo voluminoso contrastando con su expresión angelical, bamboleándose en la silla, ausente y, los ojos como perdidos en un punto indeterminado. Arriba unas letras rojas y en mayúsculas, dejaban en los lectores el camino abierto a la especulación. «Rogelia Santos, la única sobreviviente de El Refugio». Y todo volvería como al principio, como si la historia volviera a repetirse una y otra vez en la memoria de la mujer. Era diciembre y, el espíritu festivo se reflejaba en el rostro de cada ciudadano. Un viento sutil se escurría por entre las rendijas de las casas, como un fugitivo que agradaba tenerlo así, ocultándose en las viviendas...  
—No creo que lleguen hasta acá—dijo la mujer en la puerta, observando en la ladera la silueta de un hombre a caballo que se acercaba.—Todo el tiempo han respetado el pueblo, «es como un lugar sagrado, al que primero muertos antes que profanarlo... »  
—Así ha sido siempre—aseguró Jeremías Cavadía, quien escuchaba con singular devoción a la mujer.—Pero cada día es peor, ya no sabemos qué esperar de nadie...  
La mujer calló con solemnidad, como queriendo decir, «eso no lo digas ni en juegos, Jeremías».  
—No creo que lleguen hasta acá—repitió con parsimonia la dama.  
Acto seguido volvió a ingresar en la vivienda. Por una de las ventanas observó las nubes blancas y nítidas alzarse sobre los techos de las casas. Como enormes bolsas de algodón se hallaban tan cerca que sólo se requería saltar un poco para alcanzarlas. La mujer se entretuvo sacudiendo el polvo de algún rincón de la casa, la mano movía la escobilla de un lado a otro, de cuando en vez se detenía en la faena, y volvía a repetir:  
—No creo que lleguen hasta acá, Jeremías. No creo que se atrevan...  
La mañana se insinuaba densa y triste y el cielo se vestía con nubarrones, pero como cosa extraña, éstos no eran negros, sino henchidos de una majestuosa levedad. El hombre no se incomodó por el hecho de que la mujer lo hubiera dejado hablando solo en la puerta. Bien que la conocía, tanto que a los dos minutos de ir descendiendo por la ladera, ella volvería a asomarse en la puerta y, sin ningún recato posible rezongaría:  
—Jeremías, ¿por qué te fuiste? Eres un... 
Cuando llegó al caserío, llevaba en los ojos el fulgor de la inocencia. Quienes la vieron aquel martes descender del chevrolet, con la blusa azul de colegiala y la falda roja sobre las rodillas, no tuvieron que pensar mucho para asociarla con el padre Fontalvo. Y no se equivocaron pues en seguida y casi escoltándola apareció la comitiva del sacerdote, que de vez en cuando se tomaba El Refugio, trayendo la misión de beneficencia hasta los caseríos en las estribaciones de la Sierra. Era una labor abnegada pero el padre Fontalvo la cumplía a cabalidad.  
—Cada vez son más positivas las misiones en El Refugio—gritó el cura apenas descendió del vehículo alzándose un poco la sotana para no pisarla. Era corpulento y su 1,80 de estatura lo hacían ver pesado.  
—Eso, no tiene que decirlo—sostuvo la colegiala.—Se nota en todo, padre…  
Una vez en la cúspide los rostros cansados volvían a sonreír. Afloraba la conversación espontánea de cuando el cuerpo goza de envidiable placidez. Algo muy particular poseían quienes integraban aquella comitiva desplazándose entre semanas por aquellos caseríos perdidos en las estribaciones de la sierra. Todos guardaban de una u otra forma alguna relación con la guerra. Médicos, enfermeros y profesores eran el resultado de hogares que de una u otra manera habían sido tocados por ella. Por ejemplo: Rogelia Santos quedó huérfana, cuando sus padres se diseminaron por uno de los acantilados de los alrededores tras el estallido de las bombas. Nunca, por lo infranqueable del terreno se recuperó indicio alguno de los cuerpos. Una cruz enorme se erigió a un lado de la carretera y, en la losa de mármol se inscribieron los nombres de las víctimas. Al cura lo torturaban escenas desgarradoras de sierras desmembrando cuerpos, hombres ahorcados, noches eternas contemplando al ejército en su repliegue, y a los bandidos escapando en desbandadas.  
—Sólo el Señor contendrá tanta violencia—exclamaba el sacerdote. 
No le hacía bien evadir el conflicto, aunque no enfrentara con armas a uno u otro bando, entendió que había individuos necesitados de una palabra de aliento.  
Sus noches comenzaron a ser tranquilas en la medida que asistía a la población entre dos fuegos cruzados. Era un gran mediador para todo. Transmitía el inconformismo de la gente reclamando al Gobierno escuelas o un puente para transportar los productos del campo. 
Donde no había atención médica, por lo infranqueable del terreno él llegaba como un ángel bendito. Un día el sacristán le extendió el diario con una expresión de derrota. «No llegó la comitiva a Los Cerezos», dijo.  
El padre vio el periódico con las páginas chamuscadas:  
«¿Adónde iremos a parar?», aventuró la frase, «Ya ni la prensa se salva de este fuego cruzado».  
Al día siguiente, en vez del periódico el sacristán le presentó a Rogelia Santos.  
«Se la envía el presbítero Alejandro», manifestó el sacristán, «Sus padres murieron en el atentado de Los Cerezos. No tiene adónde ir».  
Al buen cura lo sorprendió el rostro de la joven. Había una mezcla de vulnerabilidad y seguridad en él.  
«No se diga más», pensó el padre Fontalvo.  
Vio con el rabillo del ojo a la nueva integrante de la misión, la sonrisa de ella entonces no le reveló la desgracia. 
— ¿Y qué tal si nos mudamos para acá?— propondría la mujer cinco años después.  
El padre Fontalvo asintió con la cabeza.  
—Lo haremos nuestro cuartel general— sonrió.  
Era un convencido que para derrotar el miedo había que convivir con él. Por más de quince años, El Refugio era un santuario en donde el padre Fontalvo fue conocido por su imparcialidad ante cualquier situación.  
En medio de bandos de un lado y otro, el pueblo era respetado.  
«Sí llegamos a El Refugio nos salvamos», exclamaban los fugitivos.  
Ningún bando irrumpía por medio de la fuerza a El Refugio, debía mediar primero el padre Fontalvo.  
«Es como un lugar sagrado, al que primero muertos antes que profanarlo...», seguían comentando los moradores.  
Ahora, cuando Rogelia Santos se asoma en la puerta, y observa perderse a Jeremías Cavadía, allá abajo en la ladera, es mucho lo que ha cambiado la mujer. No es la jovencita aquella de cuando sus padres se diseminaron por uno de los acantilados de los alrededores. Ha madurado y las cosas las hace como a la fuerza en la escuela donde trabaja como secretaria general.  
El destino no ha dejado de embestirla, parece que la desgracia se hubiera alojado para siempre en su existencia. Cuando creía que había dejado el dolor atrás, asesinaron al doctor Velásquez, el gran amor de su vida. Lo acribillaron mientras bajaba por la pendiente y no supo dar el santo y seña requeridos a unos bandoleros.  
Desde ese momento se volvió meticulosa y sombría.  
—Buen día, Jeremías—decía sin que el rostro se le contrajera.  
Y Jeremías sabía, que la mujer saludaba por protocolo.  
El padre Fontalvo casi nunca permanecía en el pueblo. Sí se enteraba que alguien necesitaba de su ayuda, se desplazaba hacia el lugar para reconfortar y ayudar al desgraciado. Sus nervios se habían ido fortaleciendo, gracias a la bandera blanca que iba ondeando por parajes en donde no se sabía quién era el enemigo.  
— ¡Cristo vive!—no se cansaba de exclamar el buen sacerdote.  
De tanto parar en los retenes, «no estoy ni con el uno ni con el otro, yo sólo sirvo al Señor», el cura Fontalvo fue olvidándose de sus miedos.  
El silencio entonces quedaba rondando en el ambiente y, si una mirada descansaba en la otra en busca de apoyo, en el retén no había un hombre que la soportara.  
Ese mismo silencio se rompía con el eco de las palabras:  
«El padre Fontalvo tiene razón». «Tiene razón el padre Fontalvo...». 
Y el clérigo no cabía en la sotana de contento.  
Cuando la mujer se asomó por cuarta vez, allá abajo en la ladera, el hombre que se acercaba a caballo, aparecía con diez o quince bandoleros más.  
«¿Por dónde andará, el padre Fontalvo?», pensó. 
Ahora la imagen del presbítero era un Cristo Redentor.  
«No, no llegarán hasta aquí», repitió la mujer, «Porque el padrecito lo ha dicho, se lo hemos escuchado tantas veces».  
        
         Gilberto Garcia M, Editor
Pero la ausencia del sacerdote era una demostración clara de la derrota. De un momento a otro, sólo se requería que el clérigo hiciera un alto en el camino, que se fuera a conversar con Dios para que Rogelia experimentara el vacío.  
Era como si al caserío le hubieran cercenado las alas y estuviera a merced de los fuertes vientos, el gran nido asentado en las estribaciones de la sierra sería devastado por una simple tempestad, por la orfandad en que había quedado el pueblo sin el sacerdote.  
Los hombres que se acercaban ya no eran quince, sino un ejército de bandoleros que venían a tomarse el pueblo. 
—No creo que lleguen hasta acá, Jeremías. No creo que se atrevan...—balbuceaba la mujer a bordo de la ambulancia que la conducía al Hospital, allá abajo, en la ladera.         
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domingo, 31 de mayo de 2020

Efemérides 487


...Y La Fundación de Cartagena,
 Sin Una Partida de Nacimiento

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes 
 
El 1 de junio de 1533 no fundaron a Cartagena, ya  Caramairi o Calamari estaba creada allí con su población de aborígenes Caribes, que fueron desplazados por los invasores de España. «Dejemos, pues, sentado de una vez para siempre  que la actual ciudad  de Cartagena tuvo su origen en época no determinada, antes del descubrimiento de América  y que Pedro de Heredia la conquistó de mano de sus pobladores indígenas, (aborígenes), la ocupó y la rebautizó con el nombre de San Sebastián de Calamar, hoy transformada en Cartagena de Indias». 
«Vistas las cosas se entiende que Heredia limitase su acción al repartimiento o redistribución de los solares y a la instalación de las autoridades,  pero no dejase acta de fundación, porque no sacaba de la nada una villa. Es esta, pués  razón para que, sin partida de nacimiento, nuestra Cartagena  sea una ciudad nonata». (Miguel Camacho Sánchez. KARAMAIRI. Crónica de Cartagena de Indias). 
Hoy debemos darle una mirada diferente a la Celebración que se hace de la fundación de Cartagena de Indias. Esta fecha no puede tomarse como motivo de celebración. Se debe, en cambio, aprovechar para conmemorar el avasallamiento a que fueron sometidos nuestros aborígenes desde el momento de la Conquista, haciendo un análisis racional de las circunstancias del momento histórico. 
Cuando hacemos una lectura minuciosa de los trabajos hechos por Camilo S. Delgado (Dr. Argos), Fernández de Oviedo y el mismo Dr. Camacho, quedamos asombrados del trato que a través de la historia se le ha dado al aborigen, desde ubicarle como epíteto peyorativo la palabra «indio», hasta reducirlo a la condición de animal de monte, donde se le puede cazar para usurpar su hábitat en el territorio colombiano. 
Desde la llegada del conquistador al aborigen se le fue exterminando, ya lo hacía Alonso de Ojeda, quien cercaba la población ocupada por los indios  y la incendiaba con la finalidad de apoderarse del oro. 
Así podemos apreciar, cómo el rapto y el secuestro fueron establecido por los españoles y, un ejemplo que clarifica estos actos fue el realizado por una de las huestes de Colón, Ojeda, quien secuestra al cacique Caonabo, para solicitar valor en oro por la liberación, la esposa del cacique Anacona se subleva y va a la guerra, al ser vencida, su pueblo es sometido a la más grande barbarie. 

Aquí en Colombia, el indio o aborigen, no ha sido aún considerado como el individuo valorado en sus derechos, aún se emplea la palabra «Indio» para ofender a las personas. Desde las películas del lejano oeste, donde mataban a los indios y lo aplaudíamos con entusiasmo, aquello era la usurpación de las tierras del aborigen. En los libros de geografía e historia al indio y al Negro se les colocaba en la base inferior de una pirámide para mostrarnos su condición de «minusválidos». Hay que volver a escribir la Historia con la ecuanimidad que se merece, para que nuestros niños se sientan orgullosos de tener paisanos aborígenes. 
LAS GUAHIBIADAS DEL LLANO Y LA MATANZA DE PLANAS
Hasta finales de los 60s, hace menos de 50 años, se practicaba la cacería de indígenas guahibo en Casanare, Meta y Vichada, como una práctica de algunos finqueros que estaban apropiándose de sabanas para pastar ganados con el objetivo de que los indígenas abandonaran sus territorios. 
En la última masacre de 1968, en la finca La Rubiera, los colonos invitaron a una familia indígena a un sancocho en la casa principal del hato, y, una vez comieron, los asesinaron a tiros de carabina, incluyendo a bebés de brazos retozando en el regazo de sus madres. En el juicio que se hizo en Villavicencio, el abogado Pedraza, que defendía a los vaqueros, alegó que matar indios no era delito, pues era una costumbre ancestral del Llano para defender las reses de los indígenas que las cazaban para comer, igual que hacían con los venados y dantas. (Alejandro Reyes Posada. Las Guahibiadas del Llano y la matanza de Plana). 
El 1 de Junio de 1533, después de un recorrido por las poblaciones de la Costa Caribe, resolvió Pedro de Heredia lotear el territorio que conformaba a KARAMAIRI y reinició un recorrido de descubrimiento de tumbas y huacas para calmar la sed del oro.  
El 1 de junio es válido abrir una Asamblea en la que se plantee la situación de nuestros aborígenes de los alrededores de Cartagena, en esos reductos donde se les ha ubicado.
Juan V Gutiérrez Magallanes

 

jueves, 28 de mayo de 2020

Bodas de Oro de los Gutiérrez Cuadrado


 Con El Amor y la Paciencia de Toda Una vida

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

         
      Celebración Familiar
Cuando la vi experimenté el encuentro del ser que participaría de la obra de toda una vida, ella entraría a originar la policromía de aquella muestra pictórica a cuatro manos, sus acciones se mutarían en pigmentos dinámicos que servirían para ir plasmando el trabajo. 
No había urgencia, se necesitaba de mucha paciencia para alcanzar el objetivo que hace parte de la vida de los seres humanos. Todos los días se daban pinceladas que simbolizaban acciones de afecto y cariño. 
«Se inició con una ceremonia eclesiástica en la que no se permitía que las señoras llevasen puestos Jeans en lugar de faldas, eran los años de mil novecientos setenta, la boda se celebraba en la parroquia de Torices». 
Algunas veces los colores representativos de las acciones no se mostraban con la alegría que debía representar la muestra pictórica. 
Era válido un descanso para mirar lo que estábamos construyendo, aunque el trabajo cotidiano algunas veces nos nublara el día y los colores se mostraran tenues tendiendo a desaparecer. 
Nuestra muestra estaba constituida por múltiples fragmentos del hacer de diferentes seres relacionados íntimamente con nuestras vidas, esos seres eran nuestros hijos, quienes imponían diferentes matices para colmar nuestra faena enmarcada en la conformación del crecimiento y la crianza 
Mirábamos la trayectoria dibujada en nuestro imaginario recorrido, constituido por el hacer de cada uno de aquellos seres que participaban de la estructura de un óleo a la vida. 
En nuestros pensamientos, trazábamos los años con múltiples acciones que alcanzaban su mayor esplendor, eran sueños que culminaban con la realización de nobles proyecciones, sentíamos voces interiores alentadoras que acortaban el trayecto de nuestras metas. 
Algunas veces los azares intervenían con colores que trastornaban la armonía, acudíamos a la revisión del sendero recorrido y al encontrar el elemento que facilitaba pigmentos inarmónicos, lo señalábamos y hacíamos análisis sobre la importancia de la obra que deseábamos construir. 
Aquella acción debía presentarse después de diez lustros y ser calificada como «Bodas de Oro» por algunos miembros de la familia, en la que, quizás los jueces más autorizados eran los hijos, actores que algunas veces pincelaban con diferentes colores la composición de la muestra.Elaborar la policromía «Bodas de Oro», es un trabajo de constancia en la que pueden participar muchas manos, pero con la única responsabilidad de marcar las pinceladas más determinantes los dos y únicos dueños de la obra: los Gutiérrez Cuadrado. 
Esta labor se instala en el único museo capaz de valorarla con equidad y valor: el Corazón. Es una muestra policromada de colores alegres, vivos invitadores a ser imitada por otras personas. No tiene valor material, pero con una trascendencia que le da dimensión eterna. 
«El entorno está circundado por la alegría que se hace estruendosa en el silencio que nos rodea, por el fantasma viral que recorre el mundo, se perciben  voces oratorias en pro del bien». 
         
              Playas de El Cabrero, En Cartagena
«Los celebrantes de las Bodas de Oro, se hallan confinados en un barco anclado en las playas del Cabrero, donde reciben las loas de sirenas que olvidaron la magia para hechizar a sus oyentes». 
Las Bodas de Oro, para muestra de su inicio, tienen testimonios de fotografías marcadas por el tiempo, en la que afloran los recuerdos y se imprimen valores imperecederos, como es el amor y la paciencia de toda una vida.
 
 

sábado, 23 de mayo de 2020

La Pandemia en La Literatura

La Máscara de La Muerte Roja

Por Edgar Allan Poe

La “Muerte Roja” había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora. 
Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios quedaron semidespoblados llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro de una de sus abadías fortificadas. Era ésta de amplia y magnífica construcción y había sido creada por el excéntrico aunque majestuoso gusto del príncipe. Una sólida y altísima muralla la circundaba. Las puertas de la muralla eran de hierro. Una vez adentro, los cortesanos trajeron fraguas y pesados martillos y soldaron los cerrojos. Habían resuelto no dejar ninguna vía de ingreso o de salida a los súbitos impulsos de la desesperación o del frenesí. La abadía estaba ampliamente aprovisionada. Con precauciones semejantes, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las arreglara por su cuenta; entretanto era una locura afligirse. El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.
Al cumplirse el quinto o sexto mes de su reclusión, y cuando la peste hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero ofreció a sus mil amigos un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.

Aquella mascarada era un cuadro voluptuoso, pero permitan que antes les describa los salones donde se celebraba. Eran siete -una serie imperial de estancias-. En la mayoría de los palacios, la sucesión de salones forma una larga galería en línea recta, pues las dobles puertas se abren hasta adosarse a las paredes, permitiendo que la vista alcance la totalidad de la galería. Pero aquí se trataba de algo muy distinto, como cabía esperar del amor del príncipe por lo extraño. Las estancias se hallaban dispuestas con tal irregularidad que la visión no podía abarcar más de una a la vez. Cada veinte o treinta metros había un brusco recodo, y en cada uno nacía un nuevo efecto. A derecha e izquierda, en mitad de la pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía el contorno de la serie de salones. Las ventanas tenían vitrales cuya coloración variaba con el tono dominante de la decoración del aposento.
 
Si, por ejemplo, la cámara de la extremidad oriental tenía tapicerías azules, vívidamente azules eran sus ventanas. La segunda estancia ostentaba tapicerías y ornamentos purpúreos, y aquí los vitrales eran púrpura. La tercera era enteramente verde, y lo mismo los cristales. La cuarta había sido decorada e iluminada con tono naranja; la quinta, con blanco; la sexta, con violeta. El séptimo aposento aparecía completamente cubierto de colgaduras de terciopelo negro, que abarcaban el techo y la paredes, cayendo en pliegues sobre una alfombra del mismo material y tonalidad. Pero en esta cámara el color de las ventanas no correspondía a la decoración. Los cristales eran escarlata, tenían un color de sangre. 
A pesar de la profusión de ornamentos de oro que aparecían aquí y allá o colgaban de los techos, en aquellas siete estancias no había lámparas ni candelabros. Las cámaras no estaban iluminadas con bujías o arañas. Pero en los corredores paralelos a la galería, y opuestos a cada ventana, se alzaban pesados trípodes que sostenían un ígneo brasero cuyos rayos se proyectaban a través de los cristales teñidos e iluminaban brillantemente cada estancia. Producían en esa forma multitud de resplandores tan vivos como fantásticos. Pero en la cámara del poniente, la cámara negra, el fuego que a través de los cristales de color de sangre se derramaba sobre las sombrías colgaduras, producía un efecto terriblemente siniestro, y daba una coloración tan extraña a los rostros de quienes penetraban en ella, que pocos eran lo bastante audaces para poner allí los pies. En este aposento, contra la pared del poniente, se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. 
Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando el minutero había completado su circuito y la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del mecanismo nacía un tañido claro y resonante, lleno de música; mas su tono y su énfasis eran tales que, a cada hora, los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir momentáneamente su ejecución para escuchar el sonido, y las parejas danzantes cesaban por fuerza sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto; y, mientras aún resonaban los tañidos del reloj, era posible observar que los más atolondrados palidecían y los de más edad y reflexión se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a una confusa meditación o a un ensueño. Pero apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como sonriendo de su insensata nerviosidad, mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Mas, al cabo de sesenta y tres mil seiscientos segundos del Tiempo que huye, el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación. 
Pese a ello, la fiesta era alegre y magnífica. El príncipe tenía gustos singulares. Sus ojos se mostraban especialmente sensibles a los colores y sus efectos. Desdeñaba los caprichos de la mera moda. Sus planes eran audaces y ardientes, sus concepciones brillaban con bárbaro esplendor. Algunos podrían haber creído que estaba loco. Sus cortesanos sentían que no era así. Era necesario oírlo, verlo y tocarlo para tener la seguridad de que no lo estaba. El príncipe se había ocupado personalmente de gran parte de la decoración de las siete salas destinadas a la gran fiesta, su gusto había guiado la elección de los disfraces. 
Grotescos eran éstos, a no dudarlo. Reinaba en ellos el brillo, el esplendor, lo picante y lo fantasmagórico. Veíanse figuras de arabesco, con siluetas y atuendos incongruentes, veíanse fantasías delirantes, como las que aman los locos. En verdad, en aquellas siete cámaras se movía, de un lado a otro, una multitud de sueños. Y aquellos sueños se contorsionaban en todas partes, cambiando de color al pasar por los aposentos, y haciendo que la extraña música de la orquesta pareciera el eco de sus pasos. 
Mas otra vez tañe el reloj que se alza en el aposento de terciopelo. Por un momento todo queda inmóvil; todo es silencio, salvo la voz del reloj. Los sueños están helados, rígidos en sus posturas. Pero los ecos del tañido se pierden -apenas han durado un instante- y una risa ligera, a medias sofocada, flota tras ellos en su fuga. Otra vez crece la música, viven los sueños, contorsionándose al pasar por las ventanas, por las cuales irrumpen los rayos de los trípodes. Mas en la cámara que da al oeste ninguna máscara se aventura, pues la noche avanza y una luz más roja se filtra por los cristales de color de sangre; aterradora es la tiniebla de las colgaduras negras; y, para aquél cuyo pie se pose en la sombría alfombra, brota del reloj de ébano un ahogado resonar mucho más solemne que los que alcanzan a oír las máscaras entregadas a la lejana alegría de las otras estancias. 
Congregábase densa multitud en estas últimas, donde afiebradamente latía el corazón de la vida. Continuaba la fiesta en su torbellino hasta el momento en que comenzaron a oírse los tañidos del reloj anunciando la medianoche. Calló entonces la música, como ya he dicho, y las evoluciones de los que bailaban se interrumpieron; y como antes, se produjo en todo una cesacion angustiosa. Mas esta vez el reloj debía tañer doce campanadas, y quizá por eso ocurrió que los pensamientos invadieron en mayor número las meditaciones de aquellos que reflexionaban entre la multitud entregada a la fiesta. Y quizá también por eso ocurrió que, antes de que los últimos ecos del carrillón se hubieran hundido en el silencio, muchos de los concurrentes tuvieron tiempo para advertir la presencia de una figura enmascarada que hasta entonces no había llamado la atención de nadie. Y, habiendo corrido en un susurro la noticia de aquella nueva presencia, alzóse al final un rumor que expresaba desaprobación, sorpresa y, finalmente, espanto, horror y repugnancia. 

En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar. Los concurrentes parecían sentir en lo más hondo que el traje y la apariencia del desconocido no revelaban ni ingenio ni decoro. Su figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata.

Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre la espectral imagen (que ahora, con un movimiento lento y solemne como para dar relieve a su papel, se paseaba entre los bailarines), convulsionóse en el primer momento con un estremecimiento de terror o de disgusto; pero inmediatamente su frente enrojeció de rabia.

-¿Quién se atreve -preguntó, con voz ronca, a los cortesanos que lo rodeaban-, quién se atreve a insultarnos con esta burla blasfematoria? ¡Apodérense de él y desenmascárenlo, para que sepamos a quién vamos a ahorcar al alba en las almenas!

Al pronunciar estas palabras, el príncipe Próspero se hallaba en el aposento del este, el aposento azul. Sus acentos resonaron alta y claramente en las siete estancias, pues el príncipe era hombre temerario y robusto, y la música acababa de cesar a una señal de su mano.
Con un grupo de pálidos cortesanos a su lado hallábase el príncipe en el aposento azul. Apenas hubo hablado, los presentes hicieron un movimiento en dirección al intruso, quien, en ese instante, se hallaba a su alcance y se acercaba al príncipe con paso sereno y cuidadoso. Mas la indecible aprensión que la insana apariencia de enmascarado había producido en los cortesanos impidió que nadie alzara la mano para detenerlo; y así, sin impedimentos, pasó éste a un metro del príncipe, y, mientras la vasta concurrencia retrocedía en un solo impulso hasta pegarse a las paredes, siguió andando ininterrumpidamente pero con el mismo y solemne paso que desde el principio lo había distinguido. Y de la cámara azul pasó la púrpura, de la púrpura a la verde, de la verde a la anaranjada, desde ésta a la blanca y de allí, a la violeta antes de que nadie se hubiera decidido a detenerlo. Mas entonces el príncipe Próspero, enloquecido por la ira y la vergüenza de su momentánea cobardía, se lanzó a la carrera a través de los seis aposentos, sin que nadie lo siguiera por el mortal terror que a todos paralizaba.
Puñal en mano, acercóse impetuosamente hasta llegar a tres o cuatro pasos de la figura, que seguía alejándose, cuando ésta, al alcanzar el extremo del aposento de terciopelo, se volvió de golpe y enfrentó a su perseguidor. Oyóse un agudo grito, mientras el puñal caía resplandeciente sobre la negra alfombra, y el príncipe Próspero se desplomaba muerto. Poseídos por el terrible coraje de la desesperación, numerosas máscaras se lanzaron al aposento negro; pero, al apoderarse del desconocido, cuya alta figura permanecía erecta e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, retrocedieron con inexpresable horror al descubrir que el sudario y la máscara cadavérica que con tanta rudeza habían aferrado no contenían ninguna figura tangible.      Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caida. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.

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