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viernes, 4 de agosto de 2017

La Poesía Como Larga Prolongación Del Hombre

EL LENGUAJE Y EL MUNDO  
Por: Gabriel Arturo Castro*

Son pocos los libros que hoy despiertan una profunda inquietud; son contados los autores que, a través de una escritura filosa y carente de concesiones, pueden provocar en los lectores una extraña mezcla de entusiasmo y malestar. Todo poeta singular preserva la independencia de su espacio propio, íntimo y resistente, la resistencia de su “verdad nómada”, esperanza encarnada, utopía y desencanto. La poesía, al no aceptar lo dado, la realidad anodina, cómoda y superficial, crea su utopía como fuerza de voluntad para construir otro mundo, paralelo e incluyente, otra figura del deseo que contiene la fundación de otra mirada, una toma de posición distinta y una perspectiva diferente. 
Dicho mundo se condensa, abrevia y cifra, se compendia en pocas palabras, en número y medida. Advertimos ese sonido profundo de la vida, con el contrapunto de la muerte y la memoria, una vida interiorizada, dentro de la cual resuena una voz, un rumor incesante y oculto: la poesía.  
La realidad inmediata, materia y sensación, es el elemento de su construcción poética. Tal materialidad es espesa, transida por la mirada intensa, imagen de la memoria, concretada en el poema. Realidad que se advierte desde su sustancia y accidentes, valiéndose del entendimiento, voluntad y memoria. Su subjetividad ha reconocido una profunda y auténtica encarnación de la palabra poética, su necesidad e impulso fecundador.  
El poema sale desde lo más íntimo y lo más profundo, ayudado por la invención imaginativa y el acudir a los artificios propios del lenguaje poético escrito, una especie de alteración de la realidad positiva, la cual queda trascendida como expresión convencional, natural y racional, gracias a la presencia dominante de una realidad espiritual. Así lo manifiesta Johannes Pfeiffer:  
         
      Johannes Pfeiffer  
Tal vez es la virtud de la poesía: revelar el ser de la Existencia, no como algo pensado en general, sino como algo que se ha vivido una única vez; no como una cosa en la que se medita abstractamente, sino como ser concretamente contemplado. Y esto es lo que nos da la poesía: atemperada iluminación del ser y poetización imaginativa del ser en el seno del lenguaje plasmador.  
El poeta, en la transmutación de la naturaleza, advierte en las cosas símbolos, figuras e imágenes encerradas en ellas y que comunican afectos, emociones, lo sensible humanizado. La poesía potencializa lo litúrgico, lo inteligible, lo natural, permitiendo la entrada a lo sobrenatural, a la sobre naturaleza. El poeta siempre intenta substantivizar la fe, encontrar la sustancia de lo invisible, de lo inaudible, de lo inasible, alcanzando un mundo de rotunda y vigente significación, un mundo verdaderamente germinativo, de impulso creador, donde la respiración del hacedor o demiurgo deja una huella que puede ser conversada o escrita, es decir, humanizada.  
Se produce así una valoración extrema de lo sensible y la excitación de los sentidos, es decir, la naturaleza se integra con la vida espiritual, descubriendo las ocultas y misteriosas relaciones entre sí. Así el poeta instaura, según Heidegger, abre un mundo, lo establece o lo funda, y “lo mantiene en imperiosa permanencia”. Por ello, si “poetizar es la más inocente de todas las ocupaciones, el lenguaje, en cambio, es el más peligroso de los bienes”.  
Por su parte Jorge Larrosa recalca: “El lenguaje es el modo primario y original de experimentar el mundo. El lenguaje es el modo de aparición del ser”. Lenguaje que tiene como característica del libre poetizar, posibilidad latente y transgresión permanente de la palabra, su ruptura con lo establecido, su necesaria valoración crítica. Larrosa agrega al respecto:  
El romperse de la palabra es aquí una suerte de desfallecimiento al que toda palabra como palabra ya dicha está destinada. O, dicho de otro modo, el romperse de la palabra alude a la constitutiva finitud de todo decir constituido, de toda relación representativa entre palabras y cosas, de todo horizonte de la experiencia. El fulgor del nexo entre lenguaje y mortalidad no puede ser otra cosa que la intuición de la mortalidad propia del ser en tanto que dicha mortalidad está ya anunciada en la finitud propia del lenguaje.  
La inquietud de dicho lenguaje es también la impugnación y reinterpretación de los lenguajes habituales, repetitivos, los impuestos por la costumbre o los poderes entronizados en las instituciones, los propios de la continuidad irreflexiva, de tradiciones caducas. Ante ello el lenguaje personal se pone en crisis para experimentar y vulnerar el mundo representado y administrado para todos. Ballestero lo dice de la siguiente manera:  
“Lo que es fecundo y está destinado a expandirse debe brotar como error o desvío, viéndose así forzado a proseguir su camino en un proceso de trabajosa crítica y violencia”.  
Henry Luque Muñoz escribió que la poesía es urgencia del consuelo que irrumpe como fuerza interna y demoledora a la vez, y que proviene del mestizaje entre un escenario de violencia y la utopía bíblica del consuelo, sostenido secreto, oculto arcano de su quehacer.  
Entonces, ¿cuál es el misterio de la poesía?: convertir la materia en vida y espíritu, enlace de lo dado y de lo buscado, expresión de los esfuerzos y búsquedas, unión de reflexión y espontaneidad que da como fruto la trascendencia en el poema, lugar de profundas resonancias religiosas y la revelación de un mundo invisible. Como su búsqueda poética la impulsa la llamada de la voz interior, el poeta se encamina a la Palabra.  
        
      Martín Heidegger
La poesía es la intuición de un duro ejercicio terrestre, encuentro y diálogo de la agonía. Ir al encuentro de la Palabra poética, prolongación del hombre, secreto soportado, retenido y callado; inclinación de los sentidos, agudización del olfato, el hambre como inocencia y herida de la luz.  
La poesía, señal de un encuentro, lento y ardiente, pulso, su silencio suplicante, la necesidad y el reclamo de un camino donde existen muros y piedras que niegan el paso. La Palabra aquí es la expresión y comunicación de lo inefable, pues la palabra poética es algo único, capaz de sugerir y evocar una aproximación al misterio.  
El impulso es la necesidad interior: el ansia, el júbilo, la fuerza impetuosa. El ansia es no poder dominar la palabra contenida y la expresión es la germinación del poema y su objetivación en la forma. Supone el reencuentro con el mundo, el desbordamiento expresivo, la actividad creadora de profunda experiencia donde las fuerzas misteriosas llegan a tomar posesión, figura y hechura.  
Porque todo está integrado como una totalidad que trasciende carne y espíritu, materia y palabra. La poesía responde a una profunda vivencia del individuo y el poema será una forma sentida y material. 
Como una voz auténtica, llena de sensibilidad, conciencia y base interna; sinceridad, acuerdo entre tema y tono, motivo y ademán, la poesía no se ha liberado de la corporeidad del diálogo humano y de la mutua comprensión. Su originalidad es una actitud interna, “peculiaridad y resolución de la Existencia, es condición previa de toda poesía verdadera”, de acuerdo con Pfeiffer. Porque, desde la perspectiva de Julián Malatesta:  
El poema es la construcción de un mundo posible, un mundo sujeto a sus propias reglas y leyes, puesto en marcha ante los ojos del lector demoliendo en él su pre-alistado saber, su destreza habitual, provocando en el receptor la necesidad de habitar este mundo que ahora se le ofrece. 
         
Jorge Luis Borges               
Cada poema es una visión inusitada que reencarna a partir de la realidad experiencial del mundo de la escritura, la emoción real-original que generó el hecho poético. Primero toda la sustancia emocional, sensibilidad e intuición, y segundo, la formalización de la construcción del poema, la voluntad de reflexión y constitución del texto literario. El fin del poema nunca podrá ser otro que regresarnos al inicio de su creación, al principio de su génesis. Los elementos de la vida sensible pueden pasar a designar una realidad invisible. Se crea la doble emoción de la realidad y lo trascendente, hecho posible porque la expresión hecha de la naturaleza ha sido recreada y reanimada por la experiencia del poeta, su práctica, conocimiento y saber sobre su mundo interior y el mundo de las formas externas. 
El puente que se interpone entre esos mundos es la memoria que propicia la espontaneidad de su imaginación, la traducción, vivificación y transformación de su propia experiencia. En efecto, la escritura poética está atrapada por la tensión existencial, entre sus emociones auténticas y sus experiencias ficcionales, también legítimas, una encrucijada donde nuestro poeta va a salir airoso a través de la creación del poema, encuentro de los territorios del ser y el arte: la voz y la letra, unidas en el lenguaje. 
Afincado en la voz y la letra, pasando por la escritura, instalado en la emoción y la experiencia, el poeta regresa siempre al lenguaje, la poesía de las palabras, la invisible, la primera originaria. Poesía como vuelta a los orígenes, a los conjuros, a los rituales, al ceremonial del hombre castigado. Un espacio redimido y dignificado, que: “Adquiere su gracia primitiva, su profundidad y su magia”. 
Entendemos que la poesía es primero sustancia y luego producto, enunciada por la voz de su significado humano y del sentido histórico que su experiencia nos ha ido relatando. O lo que es lo mismo, la poesía está fundada en la posibilidad de la experiencia, en su acogimiento e inscripción, pero a la vez sentida como una paradójica tarea: la imposibilidad de expresarla y sin embargo el intento de su realización a través del poema. Maurice Blanchot expresa así esta encrucijada:  
La obra no es la unidad mitigada de un reposo. Es la intimidad y la violencia de movimientos contrarios que nunca se concilian ni se apaciguan mientras la obra es obra. Esta intimidad donde se afronta la contradicción de antagonismos que son inconciliables pero que, sin embargo, sólo tienen plenitud en la oposición que los opone; esta intimidad desgarrada es la obra. 
El desgarramiento es la amenaza en el poema y el poeta se enfrenta al peligro de la oscura quemadura, del martirio y el fantasma, pues arriesga el lenguaje, dado que según Blanchot en el lenguaje la palabra ya no nos remite al mundo como abrigo sino al silencio del desamparo, de la ausencia, del sin sentido, de la errancia, lo cual tiene lugar en la intimidad de la palabra, donde “hablar aún no es sino la sombra de la palabra, lenguaje imaginario y lenguaje de lo imaginario”. Lenguaje que es un murmullo incesante e interminable, el cual sólo escuchamos mediante el silencio. “El silencio sería el regreso a las fuentes mismas de la palabra. Lo original, en efecto, es el silencio”, dice Guillermo Sucre. Pero ese regreso es un punto de partida:  
La verdadera intensidad es silenciosa. El silencio hace hablar al lenguaje y, por supuesto, lo contrario es igualmente cierto. En ambos casos, lo que realmente importa es la intensidad de lo que se dice o se calla (…) El silencio está al comienzo y también al final de la palabra. Rodeada en sus dos extremos por el silencio, ¿no es más verdadera la palabra, más verdadero lo que ella nombra? El silencio es otra forma del homenaje al mundo y a la vida, otra forma de plenitud.  
Ni exuberancia verbal ni laconismo, sino la medida justa a un lenguaje en la extensión exacta, rigor, continuo deseo, secreta pasión, la obra, gran paradoja, se expande hacia el mundo y sin embargo, se concentra alrededor de sí misma. De acuerdo con Guillermo Sucre las palabras se dicen con o sin propósitos ulteriores. Las palabras mantienen una presencia o la evaden en su vuelo, son espontáneas o fundadoras, recurrentes o azarosas. Conflicto que hace nacer un don: el escepticismo y la sospecha, atributos propios de la poesía cuya lectura siempre nos deja al límite de la incertidumbre, característica que hace de la poesía una genuina experiencia con el mundo en su misión de atravesar la espesura del lenguaje.  
Entonces el poeta atraviesa las huellas de ese decir originario, exprime las palabras y consigue con ello la perplejidad primaria, dominio de la verdad interior. Dado que escribir, subraya Blanchot, “es obligar a su propio lenguaje a tener la profundidad de lo imaginario: la palabra infinita, irreductible”.  
La palabra siempre hay que encontrarla e inventarla de nuevo, tratando de recobrar el lenguaje de su nacimiento, del instante en que llegó por primera vez a este mundo. Por lo tanto, toda poética es una poética del comenzar, porque según Peter Sloterdijk:  
        
Peter Sloterdijk               
El comienzo real para nosotros nunca aparece más que en los resultados de su ser ya comenzado. La conciencia de nuestra presencia actual, por tanto, está recubierta con la escritura jeroglífica de unos comienzos más antiguos que han de descifrarse y evocarse de nuevo para tener algo que decir.  
Al escribir, al expresarse y exponer, el poeta abre un lenguaje, es decir, un singular mundo lleno de sonidos, palabras, imágenes, escenas, personajes, atmósferas, secuencias, una especie de palabra extraordinaria, con sus propias sílabas, consonantes y vocales, únicas e irrepetibles, sílabas vivas y ocultas que luchan por encontrar su huella, lenguaje que es narrado por Sloterdijk:  
A partir del primer aliento, incluso desde los primerísimos estadios de la noche intrauterina, toda vida es receptiva a la escritura como una tablilla de cera, tan permeable como una película sensible a la luz. En este material nervioso se graban los caracteres inolvidables de la individualidad. Lo que llamamos individuo es básicamente el pergamino viviente en el que se dibujan, segundo a segundo, los perfiles de la crónica de nuestra existencia en medio de una escritura nerviosa.  
El vocabulario de la poesía, desde la perspectiva de Sloterdijk, se forja en medio de donde nace el lenguaje: las marcas de fuego, el tatuaje, las improntas grabadas bajo la piel. De allí germina el gesto de apertura y de ruptura del poeta, su manifestación y voz, su sacrificio bajo un cielo común. Lo anterior presupone un continuo fluir poético y un espíritu siempre abierto al asombro, dos condiciones de su plenitud y penetración de su poesía, considera ésta como un todo orgánico, orquestación de voces, tonos imágenes e ideas.  
La condición poética entraña en su esencia la valoración de los elementos del lenguaje que se expresan por la voz: el acento, la entonación, el registro personal, el ritmo, la vibración interior de las palabras, sus resonancias en todo su valor como oración o diálogo, comunión, lugar de encuentro entre los hombres. Visión que hace parte de una autoexploración de su ser y su ámbito vital, privado y lo colectivo interiorizado, sus sabores y olores. Luis Alfonso Ramírez Peña, a propósito de lo anterior, afirma que la obra literaria se realiza a partir de distribuir las voces compartidas o asumidas sobre mundos referidos. Comienza con una experiencia del autor pero se amplía al mundo de la cultura, de su imaginación y aprendizaje: 
Lo obra literaria es una voz original e íntegra que se separa de las voces interlocutivas, no hay prefiguración de lectores singulares, los presupuestos de la producción desaparecen porque las circunstancias no se complementan en la obra, más bien ésta crea su propia situación. Sin embargo, la obra está unida a la realidad profundamente vivida y sentida por los interlocutores, desde la cual se encuentran en alguna perspectiva. Son esas voces ocultas de las visiones de mundo, de ideologías, sentimientos y resentimientos y hasta intereses personales que subsisten en cada una de las personas y más en los artistas.  
Aquí el poema es expresión y forma de comunicación intensa de experiencias y pensamientos. Expresa, sugiere un estado emocional y determinado de esa experiencia, porque la poesía es plegaria y alabanza, humanización, encarnación de la palabra poética que contiene una verdad interior y misteriosa, revestida con esa carne viviente del lenguaje que es el poema. Y la comunicación puede llegar con el poema más allá de donde suelen llegar las palabras detenidas, la poesía como la larga prolongación del hombre. De tal forma la poesía logra la máxima tensión expresiva.  
Entonces el poeta hace parte de ese mundo, por lo que el conocimiento de éste incluye el del poeta por el propio poeta. La conciencia poética es autoconciencia y conciencia del mundo en su complejidad. Pero a la vez es conciencia del propio lenguaje: su indagación y conocimiento, sus capacidades y limitaciones. El lenguaje está en el centro de su poesía y, al unísono la poesía es una lucha constante con el lenguaje, el centro de su constitución.  
El poeta intenta decir lo inefable, porque la poesía es palabra sobre lo desconocido e indagación acerca de realidades que no conocemos. La poesía, forma viva del lenguaje, palabra penetrante y sugeridora que enciende y arrastra por el contenido espiritual y material. Para tal efecto descompone el mundo visible, rehace la realidad para expresar todas sus posibilidades y ramificaciones imaginables. Lo real es iluminado en todos sus poros, la poesía la penetra y crea otra perspectiva y posibilidad de realidad.  
         
                   Gabriel Arturo Castro, Poeta y Escritor    
El mediador y sintetizador del acto poético es el lenguaje. La realidad poética se construye en el lenguaje, gracias a la acción verbal de un sujeto que busca y explora entre la realidad objetiva y subjetiva y la experiencia poética de ella. Dicha búsqueda es participación activa, suma de intuición y sabiduría. La intuición del mundo está dotada de una intensa sensación de realidad concreta y vivida, de la cual parte. La presencia de un yo sensible y sensitivo, se eleva a través de la vibración del afecto o desciende a una intimidad reveladora de lo real. Explorar la conciencia insatisfecha del ser humano que sufre en un mundo, paraíso en ruinas, habitado por la muerte, donde el deseo queda ávido y la memoria se esfuerza por reconocerlo como un lugar de vida auténtica. Dicho espacio es meditativo, íntimo y extremo, porque nos permite cobrar conciencia de la experiencia desoladora del lenguaje.  
En el poeta la antigua casa del lenguaje se hace habitable, porque contiene y ordena al mundo, su cosmos y universo.*Tomado de Con-Fabulación. No. 463.

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