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sábado, 27 de enero de 2018

Una Credencial En El Pecho

Hay Festival y la Cobardía En Los Barrios

Por Gilberto García Mercado

La ciudad se ha ido acostumbrando a la demencia que nace y se reproduce en los barrios de extramuros. En esas fronteras insalvables adonde no llegan las bendiciones del Santo Padre ni los buenos deseos ni las expectativas del Presidente Santos para este 2018 en que su periodo de gobierno llegará a su fin. 
Aquí todos son salvajes y andan a la deriva en ese océano que tanto conocen quienes desde niño han aprendido a doblegar las aguas. 
Pareciera que cada quien arrastra una cruz, la monotonía y la desesperanza se reflejan en los rostros curtidos por el sol, a las doce del medio día las calles de Boston lucen desoladas y el viajero que se atreve a asomar su desprevenida fisonomía por el lugar, será testigo de la muerte y resurrección de las almas, el cannabis ha obrado en Alfredo de un modo extraño solo para que, Jacinto, el ciudadano extranjero que buscando aventuras se ha perdido en esta jungla de casas irregulares, en donde el aire a cada instante remueve el olor de podredumbre de los canales con sus aguas servidas a la Ciénaga de la Virgen, sea testigo en su futura novela, de cómo la marihuana en Alfredo lo ha inducido a una reacción bondadosa, y a la vez irregular y extraña para quienes lo conocen en su lóbrego oficio de atracador que se agazapa detrás de los muros. 
También los estupefacientes tienen su lado bueno. Jacinto, a quien el Hay Festival trajo a la ciudad porque es un enamorado de las letras y, de los libros, quiso escapar de esos pasillos atestados de lectores curiosos haciendo la fila ordenada y juiciosa ante Su Majestad, Las Letras, e hizo una tregua huyendo del calor, de los micrófonos, de los versos y prosa que respira la ciudad y se ha decidido a vivir en carne propia un capitulo de su propia novela. 
Porque el asaltante contra el cual está prevenido todo el barrio tiene la fama de ser sanguinario y de no andarse con prejuicios cuando hay de por medio dinero y un incauto que no mide sus pasos. Y Jacinto se ha internado en territorio de nadie, solo parece defenderlo de esa atmósfera que va transformándose, a medida que avanza en la triste desolación de la tarde, la credencial en el pecho con su nombre de invitado especial al Hay Festival de Cartagena. 
«¿Adónde se dirige, buen hombre?», ha dicho Alfredo con la voz trémula por la traba, «¿Parece usted un tío de fiar?». 
El otro, desconcertado y algo temeroso por aquella voz cavernosa, balbucea algo ininteligible. «¿Es usted extranjero?», señala de nuevo Alfredo. «No, soy ciudadano ecuatoriano. Vengo al Hay festival y estoy esperando a unos amigos que pasaron por aquí. ¿Los ha visto?», argumenta Jacinto agarrado de la credencial como se agarra a su bote un náufrago. 
Pero, por mucho que el escritor insiste, por mucho que le explica en qué consiste el evento que por enero se toma a Cartagena, Alfredo nada entiende, vuelve a darle una chupada al porro de marihuana, le da una palmoteada a Jacinto en el hombro, y esculcándose los bolsillos y hallando unas monedas para pagar Transcaribe, lo acompaña hasta la estación reiterándole que tenga especial cuidado en el sector de la India Catalina en donde todos los días y a cualquier hora atracan.
Gilberto García Mercado

          
 

"El Novelón De Los Edificios Quiroz"

ALCALDÍA DE CARTAGENA: 
¿VÍCTIMA O VICTIMARIA? 

Por Álvaro Morales
Preguntarse si la Alcaldía de Cartagena es víctima o victimaria en el conocidísimo caso de los genéricamente llamados edificios “Quiroz”, tiene que arrojar necesariamente como respuesta, que la Alcaldía es victimaria y no víctima como insistente y repetidamente se desgañitan a través de los medios de comunicación el encargado alcalde Londoño y su Secretaria del Interior, Yolanda Wong, vociferando tan desafortunadas declaraciones.

Recabando en los conceptos, definen los diccionarios como víctima a toda aquella persona o animal que sufre daño o perjuicio por una causa o acción determinada; y opuestamente, como victimario, a la persona que inflige daño o perjuicio a otra.

Entonces, si la Alcaldía, representada en su Secretaría de Planeación dice que tiene como misión, entre otras, la de “Recuperar el poder para los ciudadanos…respetando y haciendo respetar lo público…para que respondan con sus obligaciones y esfuerzos...” y si también a través de la Oficina de Control Urbano tiene la función de velar para que las construcciones de la ciudad se realicen dentro del marco de la legalidad, no puede entonces la Alcaldía asumir el papel de víctima de los ilegales constructores cuando en realidad es victimaria de los compradores de buena fe, por haber sido, precisamente, omisiva en los controles que debió ejercer sobre estos cuestionados edificios, como debe hacerlo sobre todos los inmuebles de la ciudad.
Pero es que en esta jarana advenida por el desplome del Portales de Blas de Lezo II y que llevó a develar todas las irregularidades acolitadas desde el propio ente de gobierno, no pueden dejarse por fuera del cataclismo al Concejo Distrital, las Curadurías Urbanas, las Notarías, la Oficina de Registro e Instrumentos Públicos, los Alcaldes Locales, los Ediles, las Juntas de Acción Comunal; y aún, hasta los mismos gremios del sector.
Yolanda Wong, Secretaria del Interior
Por todo esto, duele la precipitada y atropelladora decisión que de manera inhumana expectoró el Alcalde Londoño declarando la “Calamidad Pública” y con ella ordenando sin ningún desparpajo el inmediato desalojo de los edificios “Quiroz”; decisión que reprodujo de manera altanera y despiadada su subalterna de asuntos de gobierno.

No dejan de intrigar a la ciudadanía los verdaderos motivos que pueden esconderse detrás de tal determinación, entre otras cosas, por haberse hecho con base en un informe preliminar que entregó la Universidad de Cartagena, como ha dicho ahora su Rector, y además, por la negligencia que tuvo la Administración al no tomarse el trabajo de confrontarlo; y también, por último, porque la misma pudo haberse tomado bajo la presión y el pavor que pudo imprimirle el Fiscal General al novel, bisoño e inexperto mandatario que nos impuso Santos.

Ahora, al levantamiento de los afectados y de la ciudadanía contra el atropello asestado por el mandatario encargado contra las familias que invirtieron en estos edificios, se le añaden las declaraciones del jefe del departamento de estructuras de la Universidad de Cartagena, Arnoldo Berrocal, quien ha entrado a agravar la “chambonada”, diciendo que en el informe nunca se habló de riesgos de colapso de las edificaciones sino simplemente de vulnerabilidad de los mismos.
Alcalde, la Alcaldía por ser victimaria, no puede eludir sus responsabilidades con las víctimas, repárelas.
Alvaro Morales

viernes, 29 de diciembre de 2017

El Hombre Que Camina Por El Sendero

EL DE LA TEA ENCENDIDA, 
   EN LA TEORÍA DEL LOCO    

             «El hombre de Nariz Ganchuda reinará
                    a  la nación del Norte y calentará la tierra»
                                                                                            Anónimo
Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes
  
Aquella premonición se cumplió, como las que había hecho el cacique Hatuey, taíno de la antigua Quisqueya (hoy Haití y República Dominicana), este jefe aborigen, desde los inicios de la llegada de los españoles, allá por el siglo XV, escrutó las entrañas del conquistador y encontró las intenciones de éste. «El Oro, es el Dios que los españoles adoran. Por esto pelean y matan; por esto es que nos persiguen y es por ello que tenemos que tirarlos al mar… Nos dicen, estos tiranos, que adoran a un Dios de paz e igualdad, pero usurpan nuestras tierras y nos hacen sus esclavos. Ellos nos hablan de un alma inmortal y de sus recompensas y castigos eternos, pero roban nuestras pertenencias, seducen a nuestras mujeres, violan a nuestras hijas. Incapaces de igualarnos en valor, estos cobardes se cubren con hierro que nuestras almas no pueden craquear».

Hatuey, estableció una lucha en contra del invasor, ya él temía a la leyenda que le habían contado sus ancestros, oralidad tradicional que se resumía en lo siguiente: «La Nación de los hermanos del Norte, será gobernada por un hombre de nariz ganchuda, que hará fuego con sus manos y caminará en el bosque de la locura».

El cacique quisqueyo, fue vencido por el poder detonante de las armas del español, pero nunca aceptó las leyes ni la religión de ésos, como se comprueba en las voces que quedaron en la tradición.

Hatuey, encadenado, preguntaba: «¿Y los cristianos también van al cielo?» Le contestaron: «Hay mucho como nosotros en el cielo», y entonces Hatuey dijo: «No quiero yo ir allá, sino al infierno, por no estar donde estén y por no ver tan cruel gente».

Hatuey creía en la bondad del sol, respetaba el trueno y establecía una relación íntima entre el fuego de la tea que lo alumbraba y el brillo de las estrellas, tenía un profundo respeto por la Tierra, le pedía perdón al horadarle, él sabía que el hombre de nariz ganchuda y melena de oro, irrespetaría a la madre Tierra, por la búsqueda de la «hiel que arde» (aceite de piedra o petróleo). En los sueños del Taíno, aparecía un hombre, amarillo, demente que lo perseguía, sin poder alcanzarlo, jamás los ancianos pudieron darle una explicación a lo que se convertía en una pesadilla.
«-Donal Trump, Ted Cruz y Ben Carson- adoptaron la posición de la amplia base evangélica: los humanos no tienen impacto sobre el calentamiento global, si es que se está produciendo…»

«La Tierra, como ser vivo, se acogía a la etnósfera, a la suma total de los pensamientos e intuiciones, mitos y creencias, ideas e inspiraciones a los cuales ha dado vida la imaginación del hombre desde los albores de la conciencia humana»

Aquella leyenda del «Hombre de Nariz Ganchuda», llegó a los senderos de la niña Evangeline Saint-Clare, y logró narrar al Tío Tom, con la intención de mostrarle la trascendencia de la esclavitud y las posibles tragedias por acontecer. Nada de lo descrito por la niña era nuevo para el esclavo, éste en haciendas anteriores, había escuchado leyendas, que hacían alusión a un hombre robusto de ascendencia alemana, con la conciencia labrada por el oro, era la versión del «Hombre de nariz ganchuda». A la leyenda adicionaban cantos espirituales que se constituían en arrullos y alabaos, algunos con letras temerosas para los niños, uno de esos cantos era el siguiente:

«Negrito duérmete, duérmete ya 
mira que viene el narizón
con sacos de algodón 
para llevarte ya 
y venderte por oro a montón».


Por la «etnósfera», el pensamiento del hombre se había universalizado, lo que da fundamento a las predicciones de Nostradamus, cuando pronosticó que: la tercera Guerra Mundial se originaría en el Medio Oriente. El Hombre de Nariz Ganchuda y Melena de tea encendida, pretendía prohibir la entrada de los musulmanes al País de la Antorcha de la Libertad. Los pensamientos se unificaban para mirar a aquel gobernante como caminante de un sendero de seres apartados del mundo social.

Aliados de la Tierra, llamados «Geofotos», seres de extremada nobleza que conocen la etnósfera, han estado coleccionando las voces y trayectorias del hombre de Nariz Ganchuda, porque han comprendido sus estados emocionales, inscritos como elementos sintomáticos de síndromes demenciales. 

Las flores mensajeras de crueles augurios, llegan a la presencia de los Geofotos y dejan voces recogidas de los pregoneros: «¿Cuál es la Teoría del loco que Donal Trump puede estar usando con Corea del Norte y cuáles son sus riesgos?». 
Nostradamus, Profeta y Visionario
El accionar de aquel iniciado en el sendero de la demencia, se torna más peligroso, cuando repudia lo predecible y se acoge a lo impredecible. Busca vivir en un mundo de mañana incierto, donde el verde de la esperanza se ha nublado, porque ahora, viaja en la nave de Fuego y Furia y trata de calmar las voces de la Tierra con mentiras y falsas noticias en plagio a los científicos.

La pesadilla del cacique taíno, tuvo una explicación, cuando los indios americanos de hoy en EE.UU, los Cherokee, al ver internado al Hombre de la Nariz Ganchuda, en el Centro de Psiquiatría del Hospital General de Massachussets, donde permanece frente a un aparato de internet-hunde un botón rojo y escucha una detonación-Los aborígenes congregaron a las diferentes Reservas Indígenas para rendirle homenaje al legendario Hatuey y darle gracias a la tierra por liberarlos del hombre que caminaba por el sendero de la Teoría del Loco.
Juan V Gutiérrez Magallanes

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Entre El Péndulo De La Razón y La Locura

  
EL ERMITAÑO             

Por Gilberto García Mercado          

«Otra vez despierto. Las ruinas de Flor del Valle están untadas de mí. O puede ser lo contrario. Pero aquí estoy de nuevo. Allá, donde las hierbas han invadido las casas en ruinas, ahí estoy yo. He perdido la noción del tiempo. El día y la noche pasan con una sucesión inalterable. No sé qué día es hoy. Ni en qué mes estamos. Han pasado tantos años que el cabello, la barba, y el bigote se arrastra por el suelo. Mi piel está pálida y débil. Y camino paso a paso, como los ancianos.  
No sé por qué no me he marchado de aquí. Mi alma se ha acostumbrado a la soledad y a las ruinas. Soy un bicho que vive en la oscuridad. Y que le tiene miedo al sol y al  frío que bajan de la sierra. 
Cuando los guerrilleros llegaron al pueblo, yo venía de Valparaíso. Así que alcancé a ver la explosión en la oscuridad. Y mil veces le di las gracias a Dios porque yo no alcanzara al sordomudo que iba en bicicleta, raudo, para Flor del Valle.  
Yo le grité y hasta le lancé una piedra cuando veía que él ya iba por la curva y sabía que no lo iba a alcanzar jamás. 
«Jacinto», le grité.  
Anduve a pie toda la noche. Y aunque me envolvía la oscuridad, por momentos la luna iluminaba todo el camino. Me sentía feliz recibiendo las brisas estivales.  Y desafié a todos los demonios.  
Cuando sentí las explosiones y las ráfagas de la metralla, algo bruscamente se desprendió de mí. Pensé en Rosalba a quien le había prometido fidelidad horas antes de que me marchara en bicicleta para Valparaíso. Y un presentimiento, agudo como la noche, poco a poco se fue refugiando en mí. Entonces cada ráfaga o explosión que escuchaba le ponía alas a mis pies. En mi loca carrera tropezaba con arbustos y hierbas—a veces caía y me golpeaba terriblemente—pero me levantaba con nuevos bríos, como un condenado a muerte busca su salvación.  
No sé cómo llegué a contemplar, con una impotencia tal, el dantesco espectáculo.  
Aquellos como el teniente de la policía, que pedía a gritos—en unas escenas desgarradoras—que «Dios mío, ayúdenme», eran rematados sin clemencia alguna por parte de la guerrilla.  
Así vi cómo don Euclides Miranda—a quien le debíamos tanto, y que en la agonía de la muerte había corrido desesperado en un intento por sofocar el incendio, que consumía sus propiedades, y aquel camión y aquella planta obsoleta que eran su orgullo, y que tanto había servido a Flor del Valle—vino a morir acribillado por uno de los tantos desalmados de la subversión.  
Son imágenes que se repiten. Lentas, borrosas pero que atormentan el espíritu. Fue como una magia de Navidad. Como quemar juegos pirotécnicos. Así ardió Flor del Valle.  
He luchado todos estos años por sacar esos recuerdos de la mente. Pero cuando digo que voy a marchar—y me miro en el espejo de la acequia—cuando digo que iré de ruina en ruina, de casa en casa, de este pueblo fantasma, sólo para buscar unas tijeras oxidadas, y cortar toda esta pelambre, entonces aparece Rosalba con su carita angelical diciéndome—con un hilillo de sangre en las comisuras de sus labios— «por favor, amor. No me abandones». Entonces agarro la vieja bicicleta que se averió la noche infernal en Valparaíso, monto en ella, pedaleo con más fuerza, y recorro el pueblo fantasma dándole mis saludos a don Euclides Miranda, y uno que otro beso para Rosalba Tres Palacios.  
Ha sido una tortura todos estos años. He visto cómo se termina de caer toda Flor del Valle. Despacito. Piedra a piedra. Como si un Dios colérico odiara las ruinas. Y estuviera confabulado contra la permanencia de estas en el tiempo. Hoy la maleza, el polvo y el olvido, se han adueñado del pueblo. ¿Qué pueblo? Divago, porque Flor del Valle ha muerto.  
Al principio la Flor se mantuvo altiva. Y mantuve las esperanzas de hallar a Rosalba Tres Palacios viva. Me dije: «hay que perpetuar la especie. Flor del Valle no puede morir así». Entonces apartaba los escombros de su casa. Y como no la encontrara me alegré. «Se la llevaron los guerrilleros», pensé. No todo estaba perdido, porque Rosalba Tres Palacios engendraría nuevos hijos. No importaba que los concibiera con un guerrillero, o con un hombre bueno. Lo importante sería eso: que preservara la especie. Algún día su hijo vendría a rescatarnos del olvido. Vendría montado en un caballo blanco. Azotaría los cuatro puntos cardinales. Y soplaría fuerte… Y ¡zas¡ el pueblo emergería de entre sus ruinas. Altivo, buen pueblo. Buena gente. 
Yo quise mucho a Rosalba Tres Palacios. La quise para tener hijos. Para que los hijos de nuestros hijos y de todas las gentes que vivían aquí, continuaran con el legado: Ser una raza nueva y pura dentro de esta violencia que socava el país. Y de la cual fuimos unas víctimas inocentes. Porque nosotros no tuvimos la culpa. Nosotros jamás alzamos la voz para denigrar las actuaciones de la guerrilla. Y si ellos se habían instalado en El Guayabo, pues eso nos tenía sin cuidado. ¿Por qué una población distanciada del mundo—que no albergaba resentimientos ni envidias, ni pretendía exigir la mayor atención de un Gobierno que nunca conocimos, fatuo, mentiroso—podía terminar así?  
Era  una pregunta que quedaba sin respuesta.  
Y pasaban los años —o los días, pues había perdido la noción del tiempo—esperando ese hijo de Rosalba Tres Palacios y el guerrillero.
Pero los días llegaban parsimoniosos, entre el tedio ocasionado por la soledad del pueblo, y el cuchillo del no saber el  por qué su esperado hijo no llegaba. Entonces el corazón se fue secando. Se volvió de piedra, y me convertí en un ser extraño. A veces despertaba de madrugada, y me iba hasta la casa de la muchacha, y me extasiaba contemplando su fantasma. Allí estaba ella demacrada, lívida, pero tremendamente enojada.  
«No quiero saber nada de ti», me decía exaltada, «Tu dolor no me deja descansar en paz».  
Entonces fue cuando comprendí, después de reflexionar y darle vueltas en la cabeza al problema, que ella tenía razón. Tenía que luchar por olvidarla. Por eso cuando irrumpí en su casa en ruinas, y le dije que, «me marcho definitivamente de aquí», no atendí a sus súplicas. «Por favor, amor. No me abandones», me dijo. Pude quedarme en ese sitio todo este tiempo. Y vivir lleno de sus recuerdos. Pero entonces más lívida y demacrada la vi, y fue entonces cuando comprendí que ella estaba triste, y verdaderamente muerta. 
Jamás volví a las ruinas de su casa. Jamás volví a tropezarme con su fantasma. Y me olvidé de Rosalba Tres Palacios.  
¿Qué me queda por hacer ahora? ¿Marcharme a la ciudad y buscar una mujer con quién perpetuar la raza? ¿Me quedan energías todavía?  
No sé. Vivir esta vida silenciosa y oscura es como andarse peleando con Dios. 
Entonces parece que alguien en el instante me dijera que «no corras, que ese es tu destino». Y en seguida, enojado, monto en la bicicleta, y me voy para el colegio. Quiero ver a la profesora Luisa, y yo y sus alumnos, siempre agarrados de su mano. 
Quiero ver las piernas bien torneadas de la profesora Nena Díaz. Observar al profesor Lucho Cuadro perseguir al loco Carlitos. Y a sus alumnas correr, espantadas, porque el loco les ha mostrado el sexo grande y erecto. 
Ah, qué tiempos aquellos. Si hasta veo a don Próspero Ballesteros cuando abría la tienda. Lo retrato soñoliento en el taburete recostado contra la pared. Pleno medio día y con un sol canicular. Y yo, comandando la pandilla de barrio Abajo, destapando despacito los frascos de los dulces, para entonces vaciarlos lentamente en nuestros bolsillos.  
Las nostalgias, creo yo, no cesan nunca. El pueblo perdió los encantos de los alrededores. Ya ni la Manguita—con la bonanza de mangos en otros tiempos—presenta sus paisajes y riachuelos. (Nosotros no esperábamos el Apocalipsis humano que sería la guerrilla en Flor del Valle). Todo ahora luce triste, estéril. Hoy ya no veo el gesto noble de Kalimán, un perrito que alzando su patita se orinó los volantes en los que venía impresa la fotografía del Presidente llamando a los guerrilleros a la reconciliación.  
«Perro pendejo», dijo don Camilo Ahumada, «Ahora no sabremos cómo se llama el Presidente».  
Y golpeando la tierra con los pies, espantó el animal, mientras los volantes se deshacían por la humedad en sus manos. Fue entonces cuando vimos por primera vez los helicópteros artillados. (Desde ellos habían lanzado los volantes sobre el inexpugnable cielo de vegetación de Flor del Valle). El ruido despertó por completo a la población. Y al instante llegó un muchacho alarmando al pueblo, porque los guerrilleros se habían instalado en el Guayabo.  
Mi casa está aquí, o en cualquier parte de este pueblo fantasma. Me alimento de los pocos frutos de la Manguita, o de algún animal que cae en las trampas que les tiendo. La vegetación se ha vuelto abrupta. Y ya las pocas vías de entrada que tenía Flor del Valle, están bloqueadas por las ruinas, las piedras y la vegetación que los años y el río y la acequia, han volcado sobre ellas.  
Camino con un tedio enorme. Acaso pienso que debo de tener ochenta años o acaso un siglo. No sé. Vivir así, aislado de todo el mundo, es como volver al principio de la civilización. A su estado natural. A veces, cuando los músculos no responden, por la permanencia de estos, en una sola posición, creo que ahora sí, «lentamente, me está llegando la muerte». Pero entonces si me levanto, me piso la barba o el cabello, y me voy de bruces contra el suelo. De pronto he visto sombras. Imágenes. Me dicen que escape de aquí. Pero simulo ser un ciego entre esta mole de escombros y ruinas que taponan las salidas de Flor del Valle. Finjo, porque no quiero dejar los recuerdos. Son mi vida. Porque el día que salga de aquí estaré, irremediablemente, ahora sí, tristemente, totalmente y definitivamente, muerto ya, el último hijo de Flor del Valle.  
           
            Gilberto García Mercado           
Sé que oscilo entre el péndulo de la razón y la locura. Divago. La soledad me aterra. Quiero correr hacia otro mundo. Olvidarme de Flor del Valle. Ya me parece que traspaso las barreras, las ruinas. Voy a saltar los enormes fardos. No debo mirar hacia atrás. Aunque las hierbas y las espinas me hieran. Aunque las hormigas y las avispas me azoten en el camino. Ya estoy brincando el último fardo. No, no debo mirar hacia atrás. Pero miro, y desfallezco, y dejo de fingir. Amo mis recuerdos y regreso a Flor del Valle. Moriré con él. (Soy una estatua de sal)».*Editor General de La Calvaria Literatura.

lunes, 11 de diciembre de 2017

AFANES DE ELECCIÓN

¿QUÉ HAY DETRÁS DE LA ALCALDÍA DE CARTAGENA?

Por Álvaro Morales
Como si fuera Cartagena una ciudad que se distinguiera por lo pulcra y transparente en la elección de la mayoría de los alcaldes populares que últimamente ha tenido, llama poderosamente la atención cómo un sector de la opinión pública, con su propia interpretación de la Ley, clama al señor Presidente de la República de manera angustiada y desesperada la pronta elección del mandatario que finalice el mandato constitucional que por cuatro años se le entregó al elegido Manuel Vicente Duque. 
Y como si no fuera suficiente con el caos administrativo que ha embargado a los más recientes gobiernos de la ciudad, en especial a los iniciados a partir de la elección del finado Campo Elías Terán; ahora, la voces que suplicantes requieren al Presidente de los colombianos por la fijación de una pronta fecha para la elección de un nuevo mandatario, parecieran que con sus proclamas y acciones judiciales estuvieran desconociendo o apartándose de las normas establecidas para este procedimiento democrático, contribuyendo más a la confusión que a la solución. La ciudadanía se pregunta: ¿qué se traerán los que exigen elecciones ya? 

Por otra parte, la anarquía ha llegado a tal límite que la única terna que después de titubeos pudieron confeccionar los que inscribieron al dimitente alcalde no aguantó veinticuatro horas; no tanto por los cuestionamientos a quienes la conformaban sino por los orígenes que se dice tuvo desde el Centro Penitenciario de Ternera y por los malévolos poderes políticos que encarnaba cada uno de ellos. 
Ahora, refiriéndonos a lo reglamentado para solucionar la falta definitiva del alcalde titular, la Ley 1617 de 2013, conocida como Nueva Ley de Distritos, de manera textual y clarísima expresa en su artículo 32 que “será el Presidente de la República la autoridad competente para que en caso de vacancia absoluta convoque a elecciones para elegir el nuevo alcalde distrital en un término no superior a noventa días…” Entendiéndose entonces que si la vacancia absoluta comenzó a partir del 7 de noviembre de 2017, fecha de aceptación de la renuncia al titular, entonces el término de los noventa días que tiene el Presidente para convocar nuevos comicios se cumplirán exactamente el lunes 5 de febrero de 2018. 
Entendido queda entonces que sólo será a partir del 6 de febrero de 2018, al vencerse los términos, y si todavía no lo ha hecho el Presidente, cuando procederá exigirle la mencionada convocación; y más aún, invocar la protección del constitucional derecho de elegir y ser elegido. 
Finalmente, pareciera ser que el motivo de los afanes de elecciones podrían estar en la seguidilla de suculentos y atractivos procesos eleccionarios que se avecinan, incluido el de Cartagena, y por los cuales ciertos grupos de personas a los que decentemente se les llama “Ciudadanos clientelares”, los mismos a los que en el argot político se les llama “Puyaojos”, luchan para que nunca les falten elecciones. 
 Álvaro Morales 




miércoles, 6 de diciembre de 2017

Alegre Como Estaba No Podía Decir Mucho

La Antediluviana 

Por Gilberto García Mercado

Alegre como estaba no podía decir mucho. El brillo de sus ojos y la respiración entrecortada coadyuvaron a que las palabras se le aglomeraran en la boca. Amanda era una desconocida en aquellos momentos, la otra cara de la mujer campestre, que vestía falda hasta las rodillas y, con aire de santurrona siempre en conflicto con el amor.  
Él la observó en el vecindario, caminar con el sigilo de quienes esperan muchas cosas de la vida. «Qué mujer habrá detrás de esos ropajes», pensó mientras la imaginaba con un vestido de baño en la playa. Ella continuó altiva y sin advertir las miradas del hombre. Éste, en la brevedad de la tarde, recordó poemas de Neruda. 
Y ahora las palabras se le agolpaban en la boca. 
«Buenos días», había dicho. Se sentó en la misma mesa que ocupaba Sergio en el Café Harrison. Y como si lo conociera de años habló del hombre de la esquina, el que vende perros calientes en la cafetería de la cuadra. El que siempre tiene una sonrisa en los labios. 
—Tipo encantador ese—dijo luego de una andanada de palabras. Ella apartaba de vez en cuando los mechones de cabello en la frente. —Se llama Sergio, dígame algo de él cuando lo conozca. 
Desde entonces no ha podido olvidar a la mujer.  
Ella se levantó de la silla en el café, lo miró directo a los ojos, algo indiferente, y agregó:  
—No lo olvide, dígame algo de él cuando lo conozca. 
Supo entonces que era una chica solitaria y extraña. Que habitaba el piso de abajo en la casa de las Maldonado. Cuando no estaba en la repostería, de la cual derivaba el sustento, transcurría en el apartamento, leyendo Novelas de Faulkner y Cortázar.  
No parecía tener contactos ni alguna relación con nadie. Podía ser desterrada en cualquier momento y nadie advertiría su ausencia. Alguien podía preguntar por ella y nadie respondería que en el piso de abajo de la casa de las Maldonado habitaba la mujer. 
Evoca la luz de sus ojos, la cadencia y modulación con la que hablaba, luego de revelarle su gran descubrimiento.  
—El amor—confesó la mujer—He descubierto el amor. Se llama Sergio, el joven que vende perros calientes en la cuadra.  
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la calma. En especial para descifrar el lenguaje de la dama en medio de su loca alegría. Ahí, en el Café Harrison, Sergio no advirtió el cielo nublado, la tarde descompuesta, los pasos apresurados de la gente ante la precipitud de la lluvia.  
—He descubierto el amor—insistió la mujer. 

No fue hasta cuando el cielo se aclaró y las nubes se replegaron en alguna parte que Sergio tuvo noción de la realidad.

A través de la noche que llegaba creyó ver elevarse entre las nubes a Amanda que con unas alas enormes se perdía en el cielo.

—Se llama Sergio, el joven que vende perros calientes en la cuadra—musitaba Amanda en medio de su loca alegría.
Gilberto García Mercado


Política y Religión

¿UNA MANIPULACIÓN DE CONCIENCIAS?

Por Álvaro Morales
El desprestigio de ciertos Partidos Políticos en Colombia y la pérdida de credibilidad de sus dirigentes los ha llevado a buscar nichos de electores que de manera obediente, fanática y a ciegas siguen “a pie juntillas” a cuestionados y locuaces líderes religiosos “que para conseguir votos se aprovechan de la sensibilidad religiosa de sus seguidores no importándoles manipular lo más sagrado que tiene todo ser humano, su conciencia”, como le dijo en entrevista el sacerdote católico Francisco de Roux al periodista Juan Gossaín.  
Obvio es, que este acápite está referido a la participación de los dirigentes religiosos en actividades partidistas; y no a la obligación ciudadana que todo creyente o prosélito de cualquier movimiento o doctrina de fe tiene de cumplir con el sagrado deber de votar…pero de votar bien y sin manipulación de su pensamiento, su voluntad o su conciencia. 
Clarísimo es el mandato que dejó dicho Jesús a sus discípulos en lo que se conoce como “La Gran Comisión”: “…id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos…”, lo que en nada se parece a lo que ahora desde los púlpitos hacen los que dicen predicar la doctrina del Maestro, buscar votos en vez de hacer discípulos. 
"Mi reino no es de este mundo”, recalcó Jesús, el Mesías, y enfatizó cuando de manera enojada y enérgica volcando mesas y sillas que los cambistas habían instalado en el templo, les dijo “Mi casa será llamada casa de oración…y no cueva de ladrones”; Casa que hoy ciertos Pastores de esta ciudad, Cartagena, la han convertido en recinto de foros y debates politiqueros. Ya no es el Mesías, el ungido del Señor, el que espiritualmente preside las reuniones de las Iglesias, no; ahora es otro el mesías, el que se cree salvador de Colombia. 
La misión de la Iglesia no es cambiar la ciudad, la nación, el Estado o el gobierno a través de reformas políticas, no; la misión de la Iglesia es cambiar los corazones a través del poder transformador de las enseñanzas de la Palabra de Dios. La misión se ha corrompido. La han corrompido falsos pastores al mezclarla con la política partidista o la politiquería. Claro dijo El Señor a sus discípulos, a los auténticos creyentes: “ustedes han de ser la sal de la tierra y la luz del mundo…”, para nada involucró a los que se aprovechan de sus seguidores para enajenarles la voluntad de elegir. 
El violento y explosivo coctel de religión y política, inmerso en la búsqueda de poderes terrenales, nunca podrá lograr la redención del hombre, ni mucho menos alcanzar la paz mental, la alegría, la esperanza y el gozo de la salvación, sino se logra a través de la fe, el amor y la gracia que viene de parte de Dios.

Bien se refirió Carlos Marx a la religión, pero a la religión que manipula la conciencia de sus fanáticos seguidores, que siendo como el opio, sirve para adormecer a los pueblos. 
Álvaro Morales

viernes, 1 de diciembre de 2017

Apodos

Y LA CONFUSIÓN DEL AMOR


  Amílcar Bernal Calderón


Fernando Suárez fue el primero de nosotros que tuvo una novia, Calandraca, o al menos él decía que así se llamaba. Teníamos catorce años y muchos deseos de crecer, y aunque entonces no sabíamos para qué, al final concluimos que quizás era para aprender a sufrir, que no es lo mismo que llorar. Aunque Calandraca nos parecía un nombre extraño y un poco chistoso, jamás dudamos de que fuera cierto pues Fernando era el mayor de nuestra gallada: tenía pelusa donde luego tendría el bigote, usaba pantalones largos y, para colmo, ya tenía algunas ideas sobre los negocios. Ah, y por ser el más cercano a la edad de los papás, sólo por eso, ¡tocaba creerle! A mamá, que se llamaba Marietta, mi papá la llamaba Encarnación, y cuando un día le preguntamos por qué le decía así, nos contestó que esa era una muestra de cariño. Y como mamá sonrió al escuchar su respuesta, nos pareció que el amor bautizaba a las señoras con nombres simpáticos que ellas aceptaban de buen grado, y luego olvidamos el asunto pues era agosto y ante la falta de dinero para comprar cometas debíamos remendar las del año pasado con almidón de yuca y recortes de periódico. Los asuntos de la aeronáutica toman su tiempo y demandan mucha concentración. 
Después, ya entre el cansancio de sabernos viejos, a mí se me hizo que no las tenía todas conmigo: que por los huecos del bolsillo se me iba el alma. Entonces pregunté a mis amigos si no sentían que algo les faltaba, y todos contestaron que no, que ellos eran felices, que habían conseguido el dinero que nuestros padres nunca tuvieron, que cada uno tenía una profesión y que lo que pasaba era que yo, por mi afición a los poemas, vivía pensando en el romanticismo y no madrugaba a trabajar, y que así cómo no iba a aburrirme. Yo me quedé pensando en paréntesis vacíos y ellos se fueron contando monedas por el camino de la edad. 
Al final, cuando mi matrimonio estaba destruido y en mi casa sólo quedaba un futuro de sana convivencia, según el sicólogo y el pesimismo de los días negros, un día le pregunté a Judith, mi esposa, si le gustaría que la llamara Yorminelly (para demostrarle mi cariño y tratar de mejorar la vida), pero ella, agotada la paciencia que otros llaman cariño, me contestó que nombres de puta no le colocara, dio un portazo y se encerró en su cuarto, que ya no era mío pues yo dormía en el sofá. 
Alguna vez, luego de mi divorcio, en una discusión entre mi soledad y mi memoria, se concluyó que yo, sólo yo, había confundido el amor con el lenguaje del amor, pero ya era demasiado tarde para remediarlo.
 Amílcar Bernal Calderón






martes, 28 de noviembre de 2017

Del Uxoricidio En Los Hogares

«EL HOMBRE -MANTIS HUMANO» 
“Tengo el convencimiento de que, para definir el amor, la única palabra lo suficientemente amplia que lo abarca es “vid”. El amor es vida en todos sus aspectos y, si os olvidáis del amor, os olvidáis de la vida. Por favor no hacedlo”. Leo Buscaglia.
 Por Juan V Gutiérrez Magallanes 

El hombre podrá descubrir los arcanos más insondables de la naturaleza, pero nunca podrá eludir, esquivar los misterios o fenómenos de asombro que envuelven a la creación, y así lo contemplamos en el hallazgo de la Mantis Religiosa, si, esa, especialmente la hembra, que después del apareamiento amatorio devora al macho, lo mata, pero ya, éste, ha dejado fecundada a la homicida. Y es aquí, donde, ese gen que induce a la hembra darle muerte a su cónyuge, es el que se le ha trasmutado al hombre en la especie humana, como una forma de venganza contra la misma naturaleza, pero a nivel superior, en cuanto a la escala zoológica. 

“Las estadísticas son alarmantes por los homicidios de género, donde la mujer está llevando la peor parte en la desolación de los hogares, cada tres día muere una consorte, eliminada por su compañero o esposo”.

En las etnias humanas, el demoledor, el uxoricida, es el hombre que mata a su esposa o compañera, quien ha heredado ese «maldito gen» que porta la hembra de las Mantis Religiosa, ha recibido este nombre por estar en permanente acto piadoso de rezar una oración por sus atávicas culpas de eliminar a su consorte, después del acto de la copula. Es una penitente por llevar en su estructura genética un cromosoma siniestro.

En esta era, en que se ha acentuado el crimen del UXORICIDIO, en que el hombre después de haber compartido con la mujer los momentos fecundantes del tálamo copulatorio, la elimina. Fenómeno preocupante para la humanidad. 
La modernidad está alarmada, el mundo científico se haya muy preocupado, así como lo inquieta el porte fácil de armas en los Estados Unidos. Es alarmante el UXORICIDIO.

Se buscan elementos que eliminen el desarrollo de ese gen, mutado en el biotipo del hombre. Lo que se ha logrado, después de estudios elaborados, especialmente por biocientíficos, especializados en Bioética Molecular: Se logra la eliminación del Gen Uxoricida, mediante el empleo de charlas permanentes sobre el comportamiento humano, donde se proyectan vivencias del hombre en la compañía de la hembra a través de la historia. 

Es un tratamiento fundamentado en el efecto de la palabra y «el converseo», donde tienen participación, talleres elaborados por Humberto Maturana Romecín y los textos de Leo Buscaglia, especialmente “Vivir, Amar y Aprender”.
Juan Vicente Gutiérrez Magallanes





A MI CIUDAD VENCIDA


«YA NO SOMOS UNA CATERVA DE VENCEJOS, 
SINO UNA CATERVA DE…» 
                  
Por Álvaro Morales

Nos acercamos a un siglo de la primera impresión de aquella poesía en la que el afamado “Tuerto López”, orgulloso de los cartageneros de la época colonial expresaba que habiendo abandonado la cobardía ya no eran una caterva de vencejos; eran como intrépidas y valientes águilas caudales. Así nos describía el reputado escritor en su poemario de 1920, del cual hace parte la bella pieza literaria, “A mi ciudad nativa”. 
Pero últimamente, cien años después, y contrario a lo que expresó el poeta, con tristeza y sin temor a equivocarme, me atrevo a afirmar que ahora no sólo hemos sido vencejos sino pendejos por nuestra ciudad, la “Heroica”, y que ya no somos esas valientes águilas sino avestruces que enterramos la cabeza ante la corrupción que nos vence. 
No acabamos de superar la caída de una objetada terna para reemplazar temporalmente al dimitente alcalde, cuando aflora otra perla de la endémica inmoralidad administrativa y la insidiosa corrupción que no respeta ni la alimentación de los niños pobres de la ciudad. 
Si nos habíamos alarmados con las raciones de medios huevos para cada uno de los pequeños, lo que equivale a escasos 20 gramos, ahora, para esta administración, la que se auto denominó dizque “Primero la gente”, un kilogramo de las gravosas pechugas de pollo debía servir para que hiciera parte de 103 porciones, lo que equivale a ridículos y mezquinos 9 gramos por infante. ¡Cuánta infamia! 
Pero, si por un lado, mientras el mal llamado Honorable Concejo Distrital, cuyos miembros pasan más tiempo en los estrados judiciales que en su recinto, de manera desvergonzada se debate en la rebatiña por los cargos de la mesa directiva y lo que ello les representa en coimas, dadivas y burocracia; por otro, las lluvias del pasado viernes sirvieron para delatar el abandono de iniciativas gubernamentales encaminadas a resolver el grave problema de la inundaciones y el drenaje de la aguas pluviales en toda la ciudad, sin excepción. 
Mi ciudad, el “Corralito de Piedra”, está vencida. El flagelo y el demonio de la corrupción y la delincuencia enquistada en la administración por parte de quienes falsamente se hacen llamar dirigentes políticos, lo ha logrado. Es una verdad. Triste, pero lo es. 
No hay recursos suficientes para detener el desplome del “Salto del Cabrón” que amenaza buena parte de la población pobre de la ciudad, como tampoco los hay para incorporar los requeridos buses del, hasta ahora, fracasado Transcaribe. 
Si no hay recursos para el traslado de una vergonzosa pocilga a la que llaman “Mercado de Bazurto”, generadora de altísima contaminación y altísimo riesgo sanitario; tampoco la corrupción ha permitido el saneamiento de caños y lagunas.

La ciudad está vencida. La ha vencido la corrupción. La corrupción de una minoría que gobierna y la indiferencia de una mayoría que desprecia el sagrado deber de sufragar.
Alvaro Morales  

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