Translate

La Donación de nuestros Lectores nos motivan a seguir hacia adelante. ¡Gracias!

jueves, 23 de julio de 2015

    Las Inverosimilidades De Leoncio   
El Perro Que Cantó 
El «Ave María» De 
Franz Schubert

Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Leoncio me dio a entender cómo deseaba emplear su fuerza. La primera vez fue en la bahía. Leoncio nadó detrás de un alcatraz lastimado, el ave trataba de nadar con premura, pero era poco lo que avanzaba hostigado por un tiburón. La escena conmovedora.  Leoncio se  hundió como avezado buzo, tomó entre sus mandíbulas al escualo, de una tonelada, y lo despedazó en un instante, sólo quedó una mancha oscureciendo el agua. En medio de aquel tinte rojo Leoncio flotaba como viejo héroe. 
Al día siguiente como era costumbre, saltamos el muro que separa la playa y Leoncio de repente se desprendió de la cuerda y, corrió hacia una iguana que merodeaba por el lugar, la haló por la cola e hizo que lo mirara de frente, ella se encrespó levantando el ribete emplumado de su lomo, como señal de  enojo, Leoncio se puso en posición de combate. 
Pero las cosas cambiaron, cuando el perro observó que la Iguana estaba herida. Ofreció sus patas delanteras como símbolo de amistad, noble y fiel descendiente de un Bichón habanero, la frotó con hojas de verdolaga, la curó con agua de mar, la dejó bajo la sombra de una uva de playa, y los cuidados de cinco alcatraces durante una semana. Hasta que la iguana se repuso y volvió a trepar  por los árboles, sana, gracias a la verdolaga y a la balsamina. Un mañana de marzo, salimos a dar el acostumbrado paseo, miré hacia el horizonte, y una enorme ola se iba formando en la distancia, Leoncio paró las orejas y miró la ola avanzando hacia la playa, sentí un fuerte tirón en la cuerda, y enseguida el perro soltándose avanzando hacia el mar. 
La mañana lucía quieta, y algunos pescadores recogían sus trasmallos. 
Con la nitidez de sus ojos, el perro había  logrado distinguir de entre lo que creíamos una enorme ola,  a una gigante ballena arrastrada por la corriente. Se abalanzó hacia el mar deteniendo al cetáceo con sus patas delanteras, esta vez no hizo alarde de bravura, empleó la fuerza para ayudar a la ballena a que encontrara el rumbo perdido. Comprendió que el gigante no estaba en plan de pelea, sino que necesitaba ayuda, él  conocía el idioma de las ballenas. 
Por hablar el lenguaje de los cetáceos, salvó el pellejo en una disputa con una ballena en actitud agresiva, esa vez, sí tuvo que emplear la bravura pues las circunstancias lo ameritaban. El combate fue en la Punta de las Tenazas, ese día bastó una simple mirada para conocer las intenciones del gigante. 
Volví a recordar el pasaje bíblico de David y Goliat, Leoncio se paró en dos patas y saltó sobre el cuerpo de la ballena, se escuchó un golpe seco sobre la región pectoral, clavó una de sus patas en el abdomen extrayendo las vísceras del cetáceo. 
El gigante cayó sobre la arena y los cardúmenes de peces buscaron aguas profundas. Aquel día, Leoncio salió  victorioso de un combate desigual en cuanto a peso y tamaño, pero no en lo referente a  la agilidad y destrezas utilizadas en franca lid. 
No todos los combates fueron fáciles para el perro.  
Uno lo protagonizó frente a la Morena cruzada con Anaconda, una anguila enorme. Cuando el resplandor del sol golpeaba su lomo, desprendía destellos dejando un lienzo cromático en el cielo.  
Era un lunes de Pascuita, el mar estaba sereno y en medio de la corriente, se apreciaban cardúmenes de jureles. Caminábamos por la orilla, nos divertíamos mirando cómo los pocos cangrejos que habían quedado por efecto de la contaminación, salían de sus escondites a tomar el sol asomando por los lados del antiguo Caimán, hoy Olaya Herrera.  
Nos detuvimos ante el remolino que se formaba, cercano al espolón de piedras, o rompeolas, aquello parecía un enorme bote dando vueltas. 
De manera sorpresiva,  saltó internándose en el mar, quizás creyendo en el naufragio de un pescador, ¡pero no!, era una morena gigante enroscándose y desenroscándose, Leoncio creyó que podía retirarla de la playa, y se hundió para agarrarla, pero en falso, la serpiente marina lo atenazó y lo llevó hacia el fondo. 
El perro tragó tanta agua impidiéndole respirar, y en su angustia de muerte, se acordó de la filosa uña de una de sus patas traseras, la introdujo con fuerza en la garganta de la serpiente, rompiendo la yugular matando en el acto al duro adversario. Extenuado por la batalla, fue sometido a baños con caléndulas y sopas de berenjena con aceite de oliva. 
Esta serie de combates, en que salía triunfante Leoncio, le valieron para que el señor Dagoberto, empleado del Edificio de Tongaloa, lo apodara con el epíteto de «Tarzán». 
Una mañana de diciembre, salimos a dar la caminata de siempre. Fue un día afortunado para los pescadores, no atraparon peces pequeños, sino grandes jureles pesando alrededor de mil quinientos gramos cada uno, la alegría afloraba en los pescadores y los habituales caminantes de la playa. 
Más allá de trescientos metros, se  notaba la espina dorsal de un escualo, saltaba y dejaba apreciar su vientre blanco con pintas amarillas, algo extraño en la especie, un pescador que miraba el recorrido del escualo,  se atrevió a  expresar que la figura en la distancia, era un tiburón tigre, y había que alejarlo de la playa por el peligro que significaba.  ¡Parece mentira la actitud asumida por Leoncio! Paró las orejas, dio un tirón a la cuerda que lo sujetaba y se precipitó hacia el mar. Nadó con agilidad  hundiéndose hasta alcanzar al tiburón, dio un salto trepándose en el lomo del escualo, se acercó a sus branquias y las despedazó de un mordisco impidiendo la respiración del escualo. 
Cuando volvimos a mirar,  apreciamos el vientre del tiburón flotando en las aguas. Una hazaña más en la vida de Leoncio. 
Un sábado por la tarde caminábamos, ya fuera como ejercicio o para facilitar a Leoncio el proceso de la digestión vespertina, y nos detuvimos a mirar el crecimiento de la verdolaga, los huecos de los cangrejos, y las travesuras de las jaibas sobre las piedras de los malecones, aquello distraía y permitía admirar a la naturaleza. 
Cuando estoy con Leoncio, y permítanme pluralizar, tengo la sensación que me entiende.  
Al observar un promontorio cabalgando sobre las olas quedamos estupefactos. Era un Hipocampo Gigante que llevaba entre sus fauces a un pelícano, éste daba gorjeos de misericordia ante el aviso de muerte anunciada por aquella  bestia marina. (Un caballito de mar gigante parecido a los caballos árabes de Alejandro Magno). Leoncio se abalanzó hacia el mar a auxiliar al pelícano. Iba provisto de una gruesa liana, enlazó al Hipocampo y este tuvo que soltar al alcatraz. En  esta faena no hubo muerto, sólo un acto de caridad protagonizado por el perro. 
A raíz de esta acción se generó un movimiento para  nombrarlo «Salvavidas de la Playa de Marbella».  
Su vida era calmada en relación con sus vecinos, a excepción de algunos enojos con cierta clase de canes pretensiosos. Daba la impresión de estar ante cierto tipo de autismo canino, lo cual tenía una explicación en cuanto el ADN de Leoncio, estudiado a través de su mapa cromosómico. 
Después de todo, el perrito descendía de Bichón habanero, doméstico y de trato agradable. 
Un domingo de Ramos, mientras paseábamos por la playa, a las seis y treinta de la mañana, la arena estaba húmeda, se sentía vapor de agua, que nublaba el ambiente. 
Por un momento nos detuvimos, miré hacia el horizonte, bajé la vista y pude apreciar la actitud de Leoncio, miraba fijo y tenía la cola levantada. 
En aquel momento uno de los pescadores que recogía la atarraya, suspendió la labor y gritó: 
—¡Un León Marino!...¡Está rompiendo  los trasmallos! ¿Qué  hacemos?  
Sentí a través de la cuerda, las vibraciones de Leoncio, lo solté, para observar cómo reaccionaba.
Se lanzó a las aguas nadando como experimentado nauta, al acercarse al León Marino, lo tomó por la parte posterior, lo estremeció en el aire lanzándolo a la playa, para que los pescadores aprovecharan su carne, en el salpicón del lunes de Pascua, después de la Resurrección de Cristo. 
Son tantas las cosas que nos envuelven en los pliegues de la naturaleza, y que señalan lo que puede ser un fenómeno mítico, así es la vida de este canino, con similitud a la vida y trashumancia de Lot (salvado de la destrucción de Sodoma y Gomorra) por lo genético, al  ser hijo de su abuelo y de su hermana. 
Aquel canido había sido escogido para caminar por el sendero de lo real y lo mítico, destinado a conmover a la naturaleza, como  lo mostró su morfología en los primeros años, lo cual indujo a ponerle por nombre Leoncio. A los tres meses de nacido fue trasladado a la región andina, donde permaneció por tiempo de un año, rodeado del silencio gélido de las montañas, afinó su oído con los ensayos líricos de una de sus dueñas, lo que fue transformando a Leoncio, en un perro amante del silencio y de la concentración, en especial cuando escuchaba las sinfonías de Beethoven o las de F.J Haydn, para luego quedarse en una especie de ensoñación, en la audición del «Tio Guachupecito», poema sinfónico de Santiago Velasco Llanos, para  Orquesta Sinfónica. 
Por último: se dejaba llevar por la Sinfonía nº 3 de Anton Rubinstein: «Música Clásica y Pesca a Mosca».  
Se convirtió en acompañante para las prácticas de lo lírico, esto perduró hasta el momento en que estuvo en la capital, porque en unas vacaciones fue trasladado a Cartagena, alejándose de la lírica, lo que no permitió el olvido por la música  clásica, la pasión permaneció en un estado de hibernación. 
En nuestras elucubraciones, encontramos cierta afinidad en la explicación del por qué el logotipo del Perro de RCA Víctor, era un «bull terrier, llamado Nipper, quien se asombraba y quedaba atento ante la voz que salía de un gramófono, tratando, tal vez de imitar aquella melodía». 
Cuando  llegaba la estudiante de música clásica, volvía Leoncio a sus acompañamientos en las diferentes piezas de los clásicos, dejando admirados a los oyentes que transitaban por el barrio. 
Estudios de bromatología, dieron como resultado, la necesidad de variar su alimentación, le era difícil asimilar las proteínas de origen animal, y se aconsejó alimentarlo con verdolaga, vegetal que crece en las playas del Caribe. 
Gutiérrez Magallanes, Escritor
Se adoptó la costumbre de llevarlo por las mañanas a las playas del Cabrero, allí, con el  murmullo de las olas, sintió la necesidad de volver al canto lírico, levantó la cabeza y ladró las notas más profundas de su garganta, los peces se acercaron en cardúmenes, para regocijo de los pescadores que no se explicaban—el fenómeno—pero algunas personas entendidas en los anales de la música clásica, explicaron, que el canto de Leoncio, era el «Ave María” de Franz Schubert», una oración convertida  en Ópera, que  tenía el poder de  congregar a hombres y peces.  

viernes, 17 de julio de 2015

    Don Pepe y el Peluquero
Por Miguel Facio Lince *  


A pesar del Diploma de Abogado que colgaba en la pared de la sala, enmarcado en un cuadro de ancha moldura de color caoba oscuro, al doctor José de la Torre nadie en La Villa lo conocía con otro nombre que el de Don Pepe, diminutivo cariñoso cargado del respeto que inspiraba su reconocida rectitud. En medio de la pobreza que sobrellevaba con dignidad, su vida entera la había consagrado a la política, con la aspiración de ser Diputado de la Asamblea Departamental y ocupar luego posiciones administrativas que le permitieran escalar más altos escaños legislativos. Vestido siempre de blanco de pies a cabeza, liberal radical, pasaba horas enteras leyendo en voz alta y repitiendo de memoria con ademanes de tribuno los discursos más famosos pronunciados en el Congreso de la República en ocasiones memorables. 
Una tarde en que descansaba en la hamaca del corredor, su esposa Luisa se le acercó con un telegrama en la mano. «Es de Cartagena», le dijo al entregárselo. Él se incorporó, y leyó y releyó entre incrédulo y emocionado, por cinco veces, el telegrama. No quería dar crédito a sus ojos, pero en su fuero interno se sentía con méritos sobrados para la designación que el Gobernador le comunicaba. «Ya era tiempo, le dijo a su mujer. Aquí lo tienes: mi nombramiento de Secretario de Educación. Para que se muerdan el codo los bandidos estos de La Villa». Luisa, mujer discreta y precavida, le pidió que no le contara a nadie lo del telegrama. «Tú sabes cómo es la gente de La Villa. Son capaces de mandar contra ti un memorial calumnioso». 
Don Pepe se dedicó a preparar maletas a toda carrera. Se fue al almacén de un amigo y sacó al fiado zapatos nuevos de charol, corbatas y camisas. Don Cayetano, el sastre, copartidario incondicional, le dio a crédito un vestido de paño negro con saco cruzado. En la peluquería, Quique el barbero le cortó con más esmero que nunca el pelo lacio; y después de rasurarlo, le roció Bay-Rum con un atomizador por la nuca y las orejas. El cogote le quedó rojo como de gallo de pelea. En su casa, Luisa le cortó y limó cuidadosamente las uñas. 
Al día siguiente Don Pepe se embarcó en «La Vencedora», para seguir por carretera en la madrugada hacia Cartagena. No fue poca la gente que se quedó en La Villa picada de curiosidad y recelosa por tanto misterio del viaje de Don Pepe. En el recorrido en la lancha, en los pueblos ribereños del río, los muchachos invadían la embarcación y asediaban a los pasajeros con sartas de huevos de iguana. A Don Pepe se le revolvieron sus aficiones de la niñez; y a no ser por su vestido negro impecable, no hubiera podido resistir las ganas de volver a comer huevos de iguana. 
Hasta las dos de la mañana esperó sentado en una banca de la estación de buses la salida para Cartagena, y cuando al fin abordó el vehículo se desplomó rendido en uno de los asientos delanteros. Apenas se inició el viaje, cerró los ojos y cayó en un sopor en que soñaba entre despierto y dormido. Ya se veía en el momento de la toma de posesión del cargo, exponiendo con elocuencia su programa de realizaciones en el campo de la educación, ya arrellanado en el cojín trasero de un gran carro negro que desfilaba majestuoso por las calles de la capital. Pero en lo que más se recreaba, porque enviaría las fotos a La Villa para que rabiaran sus enemigos, era en verse enfocado por los fotógrafos en medio de la ceremonia de la posesión, al lado del Gobernador, los dos solos, sin mujer ni hijos ni parientes, ya que él no era hombre de esos embelecos y carajadas. Vencido al final por las contingencias del viaje y el peso de los años, lentamente se fue sumiendo Don Pepe en un sueño profundo que borró de su mente las delicias del poder ansiado. 
Con gran sobresalto despertó a los gritos de: «¡Arepas!...¡Arepas de huevo!». Y se las embutían por las ventanillas del bus. Se dio cuenta entonces que estaba en Turbaco, en las afueras de Cartagena. El olor de los fritos calientes y la fatiga del viaje no le permitieron dominarse esta vez. Compró una arepa y se la comió con tanto apetito que saltó un chorro de la yema del huevo y le salpicó la camisa y la corbata. Sufrió una profunda contrariedad con el pequeño incidente, de pensar que iba a entrar en tales condiciones a la capital. Pero al reanudar el viaje el bus y aparecer repentinamente ante sus ojos Cartagena y su bahía, la belleza incomparable de la ciudad y del paisaje le hicieron olvidarse de las manchas de la ropa. Cuando el bus paró en la estación final, se quedó en su puesto mientras bajaba la demás gente. «¡El Tiempo!» «¡El Espectador!», gritaba un muchacho que le agitaba los periódicos ante su cara. «Dame los dos», pidió Don Pepe. Abrió uno y se puso pálido, mientras sentía que el cuerpo se le desmadejaba. En grandes titulares decía: «NUEVO GABINETE EN BOLÍVAR». Y por más que leyó y volvió a leer no encontró su nombre por ninguna parte. Acabó de convencerse cuando ojeó el otro diario. Como si hubiera recibido un mazazo en la cabeza, permaneció largo tiempo sentado en el bus, con la mirada perdida a lo lejos. «Algo ha pasado», se decía. Y lo que más le dolía era pensar en la pobre Luisa. «Ella tenía toda la razón», se repetía una y otra vez. 
Ni siquiera se bajó del bus, sino que en el mismo vehículo emprendió el regreso. En el camino miraba indiferente el desfile raudo de cosas que cruzaban por delante de sus ojos, mientras en su mente repasaba casa por casa de La Villa y las gentes que las habitaban. Al recordar la peluquería de Quique se le aclaró repentinamente todo. «El bandido del peluquero fue el del telegrama, se dijo. ¡Ese maldito es una víbora! ¡Con razón que mientras me motilaba tenía una risita que no me gustó nada!». 
Del bus pasó a la lancha. En el viaje por el río le dieron ganas de tirarse al agua, pero se acordó de su mujer y empezó a serenarse. 
Cuando «La Vencedora» atracó al anochecer en la albarrada, Don Pepe no supo ni quién le bajó la maleta. Atravesó las calles y llegó a su casa, donde Luisa lo recibió asombrada. Él la abrazó y por primera vez lloró con su esposa. Ella había presentido que algo pasaría, pero lo amaba tanto que prefirió callar y dejarlo ir. Ahora nada dijo, sino que lo besó en la frente. Él le comentó todo lo del viaje y lo del peluquero, sin poder dormir, pues lo obsesionaba la idea de reanudar ya la campaña política con más bríos que nunca. La noche la pasó hablando solo. Se haría Diputado en las próximas elecciones, para tener poder y quitarles los puestos públicos a todos sus enemigos. El bellaco del peluquero se las pagaría. 
Al día siguiente cayó en la cuenta que Quique era el único barbero de La Villa y que no desempeñaba ningún cargo público, lo que le dolió de verdad, pues nada podía hacer contra él. «¡Qué vaina!», exclamó con cierta tristeza. «¡Pero ese desgraciado tiene que morirse primero que yo!...Mi madre si no lo entierro con un discurso mío!». Y por lo pronto se compró un par de tijeras y una barbera, para que su mujer lo motilara de cualquier modo, pues no volvería a pisarle la peluquería. 
Quince años pasaron, durante los cuales Don Pepe vivió pendiente del discurso fúnebre para Quique, hasta que se regó un día en La Villa, la noticia del fallecimiento repentino del peluquero, que fue hallado muerto en la albarrada, donde habitaba en un cuarto oloroso a Bay-Rum y agua de alhucema, adornado con cuadros de mujeres desnudas recortados de almanaques. A la hora del entierro Don Pepe se conmovió con el llanto de las mujeres, que invadieron el cuarto deseosas de conocer por curiosidad cómo vivía un hombre soltero. Arrepentido entonces de sus intenciones, pensó que tal vez Quique no había sido el autor del telegrama. Seguidamente sacó del bolsillo interior del saco de su vestido de paño negro el discurso que había madurado durante tantos años y lo convirtió en pedacitos de papel que echó al río. 
Miguel Facio Lince (1928-2004)
A la hora en que el entierro de Quique llegó al parque, había ya tal cantidad de gentes en el desfile fúnebre, que Don Pepe resolvió pronunciar unas palabras de despedida en el cementerio y meterle enseguida el hombro a la caja mortuoria, con la esperanza de ganar con estos gestos de homenaje al peluquero muchos votos entre los amigos de éste. Cuando le soltaron el palo de las andas sobre el hombro, se frunció y se le escapó un peo silencioso, lo que lo hizo pensar: «¡Carajo! Cómo pesa este miserable, tan chiquito y delgadito…¡Debe ser por la lengua venenosa que tenía!». Desde el parque hasta el cementerio ninguna persona le quitó a Don Pepe la carga del ataúd, así que cuando llegaron hasta la bóveda con el cadáver y bajaron la caja, sintió una fuerte picada en la potra que tenía, y medio rengo, le pareció que se había herniado. El eterno aspirante a Diputado, el político y orador de La Villa, plantado frente a la tumba del peluquero reflexionó: «¡Qué vaina tan rara! ¿Por qué pesará tanto este chiquito? ¡Definitivamente, debe ser por la lengua viperina que tenía, carajo!...Es mejor no decir ya ningún discurso..¡Estoy seguro que este maldito fue el del telegrama!...»
 
       *Miguel Fancio Lince: Fresco y Vital
Nació en Mompós en el año de 1928, entregado primero a la carrera de medicina y más tarde a la política, su obra literaria es escasa y ha pasado desapercibida entre nosotros. Primero fue una novela, Gamonales, publicada por capítulos en el Magazín Dominical de El Espectador; más tarde El Tiempo editó periódicamente su segunda obra: Mi tio Alberto.Ahora, y después de una primera edición que no sobrepasó los muros de Cartagena, Miguel Facio nos ofrece sus cuentos, 12 en total, en donde transcurre la vida real de personajes de su ciudad natal, contados en una prosa llena de gracia y frescura, que con mano de escritor recoge para nosotros los nutrientes de un rico acervo cultural.Instituto Colombiano de Cultura.   

miércoles, 8 de julio de 2015


 La reciente novela de Antonio Prada Fortul
KANÚ, EL HIJO DE LA SELVA PROFUNDA
  Por Joce G Daniels G*                 
Al intervenir en este acto solemne por invitación expresa de Don Antonio Prada Fortul, mi hermano a mucho honor, en el que se le da Partida de Bautismo a la obra Kanú, el niño africano que nació en la aldea de Tambacounda a orillas del río Casamance, en el hogar formado por el valiente guerrero Mole y por Masú, hija de Yemayá, quiero felicitarlo, porque esta obra se suma a otras del mismo corte como son «Benkos, las alas de un Cimarrón», «Orika, gacela de la madrugada», «Las Arenas de Elegua».
Antes de hacer un recorrido por las 189 páginas de Kanú, en el yoruba remoto, el hijo de la selva profunda, que es una especie de Epopeya, en donde el autor es espléndido con la mitología, la religión y el conocimiento de la pieza más mínima que compone la estructura de una Nao o Galeón o se explaya en la Talasocracia, o conocimiento de los pensamientos de las aguas de los mares y océanos, haré una rápida explicación del papel de presentar un libro y de los riesgos que corre cuando su apreciación no está de acuerdo con lo que quiere el autor. 
Antonio Prada Fadul, Escritor
El primer problema que enfrentamos los escritores cuando nos llega un libro, sea cual fuere la materia, literatura o historia, ensayos o poesías, prosa o investigación, es leerlo, analizarlo, criticarlo e identificar cada uno de los elementos que nos permitan por lo menos introducirnos en el currículo oculto o en los códigos secretos que encierra cada obra de arte, pues ésta en grado sumo también depende de ciertos elementos que le son adláteres al autor. 
Ese análisis, por muy sencillo que sea nos lleva a identificar si la obra se encuentra entre los linderos de la aventura, en el interior del hombre, el hombre en la historia, lo cotidiano, lo irracional, el tiempo pasado, los mitos, los hados que dirigen nuestros pasos, el tiempo presente o el tiempo futuro, como síntesis intelectual, como la fusión de sueños y realidades o en el último de los casos, como los ripios que a lo largo de nuestra vida nos han dejado las muchas experiencias vividas. 
También la obra literaria, debemos analizarla desde diferentes perspectivas, teniendo como fundamento la época, las costumbres, las tradiciones, el ambiente y todo cuanto puede moldear a un escritor, pues nada que se relacione con la historia de la sociedad, por más insignificante que sea, puede estar fuera del campo literario. Es necesario anotar que tanto la historia como los factores ambientales contribuyen a la formación de una obra de arte, pero el principal problema lo enfrentamos cuando valoramos, comparamos y aislamos los distintos factores que se supone inserta el autor de la obra. 
La mayoría de estudiosos de las obras literarias, según su criterio, según su perspectiva, según la óptica que le impriman, aíslan con las pinzas de su entendimiento acciones y creaciones humanas y le atribuyen ciertas influencias literarias determinantes a la obra que analizan.Y un segundo problema y más serio quizás, es que muchas veces el autor de la obra, espera del presentador los mejores epítetos, los más grandes elogios, toda una salva de aplausos, o en el último caso los mejores calificativos para la obra que presenta en sociedad. 
Kanú, título del libro que esta noche nos concentra, dividido en 14 capítulos y un Glosario explicativos de los muchos términos yorubas, es por decirlo de alguna manera un homenaje a la diáspora africana, a las etnias bantúes y zulúes esclavizadas, un reconocimiento al heroico pueblo africano, una denuncia contra la trata de negros esclavizados por el reino lusitano, desde que el Papa Alejandro VI expidió la Bula en 1493 en donde entregó el mundo, un hemisferio para el reino de Castilla y otro para el reno lusitano, pero especialmente Kanú, es una muestra contundente de la grandeza de la mitología y de la magia africana. 
En nuestro país, la escritura afroamericana se inició en el siglo XIX con Juan José Nieto (Yngermina o la Hija de Calamar) y continuada por Candelario Obeso (1849-1884), poeta mompoxino autor del poemario «Cantos Populares de mi Tierra» y la novela «La Familia Pigmalión», corriente que continuarían en el siglo XX, Jorge Artel (Cartagena, 1909- Malambo, 1995), autor de varios poemarios entre ellos «Tambores en la Noche»; Pedro Blas Julio Romero, poeta cartagenero, autor de «Poemas de Calle Lomba», Sebastián Salgado, autor de «Bajo un Son de Tambores» y naturalmente Manuel Zapata Olivella, narrador que le daría Partida de Bautismo con sus obras «Chambacú, corral de Negros» y «Changó, el gran putas», esta última podría calificarse como la saga de los africanos esclavizados en América. 
Muchos de los escritores afroamericanos abrevan en las fuentes historiales, especialmente en aquellas obras que han investigado hasta la saciedad la trata de africanos esclavizados, como Roberto Arrázola Caicedo, autor del libro «Palenque, primer pueblo libre de América»  y «La trata de Negros por Cartagena de Indias», del historiador Jorge Palacios Preciado. Muchos de los temas abordados o explorados por los escritores afroamericanos revelan el papel de los afrodescendientes dentro de la sociedad colombiana, la cultura afroamericana, la religión, el racismo, la esclavitud, y la desigualdad social. Pero quizás uno de los más importantes es el libro «Esclavos Negros en Cartagena y sus aportes léxicos» de Nicolás del Castillo Mathieu. 
Kanú, como en las antiguas mitologías, mesopotámicas, asirias, egipcia, griega y latina, es un héroe de origen divino, pues Masú, su madre es hija de Yemayá. Eran de origen divino Perseo, Teseo, Hércules, los faraones eran hijos de Horus. Huye de un galeón cuyo capitán, Emiliano Lorenzo De Rocha de Cintra, es un navegante consumado, sin embargo Kanú huye de su nao, protegido por los dioses. 
La historia de la salvaje esclavitud adquiere vida en el libro, pues allí surgen Cartagena, la de Indias, Portobelo, en Panamá y Veracruz, en México, que fueron los tres puertos que en tiempos de la Colonia sirvieron para la trata de negros esclavizados. 
El narrador es generoso en mostrar el nombre de cada pieza de la nao, hasta menciona los astilleros de Euskadi en San Sebastián, donde se construían para la época los galeones de la piratería. También el origen de las cimitarras toledanas. 
En fin podría seguir metiéndome en los vericuetos de los orishas, de Yemayá y Orungán, Changó y Obatalá, Elegguá, Babalú Ayé y Olodumare, Ochún y Oyá y Oggún, o narrando los consejos de los griot, pero es mejor que ustedes se adentren a las páginas del libro y descubran las peripecias de Kanú, no el jugador, sino el protegido de los dioses, que logra escapar de un galeón de tratantes de esclavos cuando venía hacinado a la ciudad de Cartagena de Indias. 
Joce G Daniels, Escritor
Por último, la obra que sigue la ruta marcada por otras obras del mismo autor, desde el punto de vista literario se deja leer, es amena, ilustrativa, narrada en un lenguaje sencillo, y con enseñanzas sobre la historia, la fatídica historia de la esclavitud. Es un libro lleno de informaciones históricas y mitologías que sirven de alfombra a la epopeya de Kanú, el hijo de la selva profunda, y nieto de Yemayá.  Muchas gracias.
Palabras de presentación de la novela Kanú, el hijo de la selva profunda en la Alianza Colombo Francesa el 25 de julio de 2015



Olonjo

Por Rubén Darío Flórez*

La anciana de rostro con arrugas como una escritura, vestida de satín verde me toma de la mano y dice: «Sin la yegua blanca, en un sueño no puedo decir lo que vendrá». Me mira de frente. «Tu cara no me recuerda ningún espíritu de potro de esta tierra. ¿De dónde vienes?». De Colombia, digo. La anciana pregunta: «¿Y dónde pastan los potros en invierno?».
Empezaba la fiesta de Olonjo en Lakutia tierra rusa cerca al ártico. Y en el inmenso campo abierto, hacemos fila frente de un árbol del que se extiende una cuerda hasta otro árbol. Estamos en el efímero verano y los contadores de relatos épicos han venido de toda la gigantesca Lakutia, para recitar de memoria fragmentos del poema épico Olonjo. La anciana, una narradora de ochenta años me toma de la mano. 
Hace muchos años en Lakutia, tantos que mi memoria no alcanza a retenerlos, antes de mi abuelo, antes de cuando llegaran desde el Asia central mis antepasados, decidieron establecer el ritual de sacrificio de la yegua. Hay que cortarle la aorta y evitar que la sangre se derrame. Una yegua así acompaña a cada difunto al viaje de ultratumba, a las praderas de eterno verano. 
La anciana me guía por vericuetos de mitos donde las yeguas y los potros de carne jugosa están presentes en las creencias y no solo pastan en la inmensa extensión del horizonte, casi con el cielo pegado de sus crines. No hay montañas y esto produce la ilusión óptica del cielo fundido con la llanura. 
En la película de A. Tarkovsky los caballos blancos son parte del paisaje. La línea del horizonte es infinita y en ese ámbito galopan los caballos que se echan en la tierra revolcándose. La anciana de rostro quemado por el viento, me da un nudo trenzado de crines de yegua blanca. «No garantiza que no habrá peligros, pero si llegan sabrás reconocerlos». Y suelta una carcajada. ¿De qué está hecho tu instinto? Sus dientes de oro reflejan el árbol. 
«Hay muchos, el de saber correr, el de sentir el miedo sin parpadear, el del amor y el de captar a alguien antes de que hable o haga». El instinto es como el sexto sentido de un caballo. La casa ritual del festival Olonjo de verano nos espera. Hago fila ante la cuerda tendida entre dos árboles y anudo tres cintas. Roja, verde y malva. Me quedo pensando en mi instinto. 
La anciana pareció esfumarse. Y entré. La fiesta estaba en su punto más alto. En el centro, no más de 30 años, vestidos con atuendos y casquetes rojos que acentuaban sus ojos rasgados, había dos artistas de canto gutural. El lugar fue invadido por un sonido profundo, hipnótico, bélico. Se sucedió un silbido y se acentuó el canto gutural de puro arte e instinto. Entre tanto sirven morcillas Jan, hechas con sangre y trozos tiernos de carne, lonchas finamente cortadas y especiadas. 
Saboreo delgadas tajadas de lengua de siervo siberiano. Su sabor es incomparable. A mi lado, un anciano contador de leyendas, comenta que la carne de potro debe ser tierna para que la morcilla Jan quede del gusto como el que disfrutamos. Bebemos una copa de kumýs ligeramente dulce, hecho de leche de yegua. La canción narra el sueño de la yegua blanca que se perdió en el ártico y vio en los hielos una pradera florecida.
          *Escritor colombiano- Tomado de Con-Fabulación 


domingo, 28 de junio de 2015

BIOGRAFÍA Y CONTEXTO
HISTÓRICO DE SÓFOCLES

                   Por María Antonia Guerra V              
 1. BIOGRAFÍA DE SÓFOCLES (497/6 – 407/6). Nació en Colona, Colono Hípico en Ática. Su padre, Sófilo, hombre de destacada familia, fue armero y se enriqueció con la venta de espadas, durante el período de guerra con los persas, lo que  permitió que le diera una magnífica educación. De casi 2 metros de estatura, voz extraordinaria, hermoso, con mucho talento, vital de corazón y mente, cualidades que conservó hasta su ancianidad. A los 16 años fue seleccionado, por su hermosura, a encabezar el coro de adolescentes que danzó desnudo al ritmo del himno a Apolo, después de la batalla de Salamina (480 a. C.), donde elogió a Esquilo, por su triunfo en esta batalla. 
Se desempeñó como coreuta, corifeo, actor,  dramaturgo,  director y poeta-músico, y ocupó altos cargos, entre ellos: Tesorero de la Liga Ática en el 443 a. de C; y estratega (general), con Pericles en la campaña de Samos en el año 442 o 441 a. de C.  
Sobresalió más por poeta que por guerrero; especialmente se destacó en la comisión de finanzas del Estado al ser nombrado como helenotamia (magistrado financiero) y contribuir en las reformas tributarias acontecidas en la Liga Marítima del Ática, en el año 443/2 a. C. 
Creció en la época de oro de la cultura ateniense, pero a la vez el período más convulsivo (guerras Médicas 490-480 a C y subsiguientes), que despertó a Atenas de su estado de reposo o adormecimiento. Vivió en medio del descontento entre los miembros de la Confederación Ática por el imperialismo ateniense, y además, la rivalidad espartana por la hegemonía, que llevaría a Atenas al enfrentamiento en la guerra del Peloponeso. 
Se identificó de lleno con el pueblo ateniense y logró  mantenerlo siempre a su favor. En su juventud fue recitador, tocó hábilmente la cítara en el papel de Támiris e interpretó la danza de la pelota en Nausica. Sin embargo, pronto abandonó la actuación, seguramente por las exigencias del arte de actor. 
En esa época el teatro no fue una diversión cualquiera, fue el arte social por excelencia, celebración de los mitos de la estirpe y rito religioso en que el actor aparecía como sacerdote. De modo que se daba mucha importancia a la función teatral y a los poetas-dramaturgos, y esta política y quehacer alcanza su mayor auge en el siglo V, con Pericles. 
Sófocles obtuvo 26 veces el 1° premio en los festivales y 40 veces el 2° premio, nunca quedó relegado al 3° agón.  A los 25 años compuso su primera tragedia, y a los 90, la última (Edipo en Colono); para un total aproximado de entre 123 a  130 dramas. Su 1ª victoria que arrebató a Esquilo, fue en el 468 con Triptolemo (desaparecida). Por lo menos ganó unas 18 veces en las fiestas dionisíacas y cerca de unas 6 veces en la Leneas; en todo caso no hay un consenso exacto. También a sus noventa años, su hijo Iofonte le denunció por falta de sentido común e incapaz de administrar los bienes; Sófocles se defendió con la lectura de un coro de Edipo en Colona, obra sobre la que trabajaba. Esto le bastó a los jueces para absolverlo.  
En relación a las temáticas de sus obras, para Sófocles es primordial la comunidad, antes que la persona; pues en ella se centran y concentran los pensamientos. En relación con esto, en la tragedia Edipo formula  una sentencia que podría ser el resumen de toda su sabiduría, y que Garibay cita en la versión de Errandonea: 
«No niegues lo que sabes… sálvate a ti mismo, salva a la ciudad, sálvame  a mí, borra en fin la mancha de ese asesinato. En tus manos estamos;  ayudar a los demás con lo que uno sabe o puede, es el más dulce de los trabajos». (Teatro Helénico 72). 
Garibay también destaca que el lema que rige la obra de Sófocles, y que nunca ha perdido vigencia, bien pudiera ser: «Un hombre es para todos: la obra más bella es la entrega de lo que tiene o puede a los otros. No la dominadora potencia de uno, sino la justicia es la que se impone». (Tea. Hel. 72). 
Palabras encontradas en un diálogo entre Edipo y Creonte, en la misma versión de Errandonea. Significativas porque son a manera de un grito en contra del totalitarismo de todos los tiempos y de todas las formas. 
Las innovaciones que introduce Sófocles a la tragedia son: a) la introducción del protagonista; b) la reducción de la parte coral en beneficio de un mayor diálogo y de los rasgos psicológicos de los personajes; logrando, en éstos, un perfil más idealista y humano; c) total renovación de la escenografía en cuanto al decorado y al aumento del recurso de las máquinas; d) libera a la trilogía del argumento unitario, y suprime la trilogía enlazada, lo que lo lleva a concentrar más la acción y el perfil de los caracteres en cada una de las tres obras independientes. 
En su tragedia Antígona, Sófocles, combina el tema del respeto hacia los dioses con la admiración de la capacidad humana, y la mesura que debe tener quien maneja el Estado. También, propone que el hombre puede ser el autor de su propio destino; es libre de actuar acorde con las leyes positivas o siguiendo las leyes dictadas por la naturaleza; ello puede conducir a la situación trágica de Antígona, que con su muerte sale victoriosa ante las normas profanas del rey tirano, Creonte. Garibay corrobora lo dicho: «En Sófocles domina la voluntad humana sobre el destino: es netamente humano». (Esquilo. Las siete tragedias). 
En Edipo rey, en él pesa la maldición contra los Labdácidas y aunque Edipo es inocente, cometió actos graves como matar al padre y casarse con su madre, sin saberlo, lo que atrae la cólera divina en forma de peste sobre Tebas; sin embargo está dotado de libre albedrío, poder humano que le permite consentir  o no en el ejercicio de los designios divinos. Y es que en esta época, hay un avance de irreligiosidad en los círculos cultos y políticos de Atenas; Sófocles no puede impedir el descrédito a la religión oficial.  
Casi contemporáneos con Sófocles, están dos grandes trágicos: Esquilo y Eurípides. a) Esquilo (525-4 - 456-5). Llamado padre de la tragedia. En sus dramas no hay casi acción.  M. López Díaz parafrasea a Lasso de la Vega, acerca de que la tragedia esquílea «es con frecuencia nada más que un lamento, un clamor y  grito del hombre, puros sollozos con los que el poeta sabe  hacer cantos inmortales». (Tragedia 3). Para Esquilo, la justicia de Zeus (igual a destino),  juzga la  soberbia (hybris) de los hombres en estado de libre albedrío, y a través de su acción culposa de dolor y sufrimiento, para expiar sus culpas, los conduce al conocimiento y a la comprensión, una forma de catarsis; y es así que en este relacionar el concepto del bien y del mal con el premio o castigo de los dioses, se percibe que la severidad de la religión es la misma que la del arte. 
Generalmente, en Esquilo predomina el destino (Zeus) avasallador, implacable, que no se puede eludir. Su exaltación es más lírica que dramática. López evoca el pensamiento de Lesky cuando dice: «Al final hay una conciliación de los poderes en lucha, un equilibrio entre los dos contendientes». (Tragedia 3). 
Sófocles se diferencia de Esquilo, por la naturaleza de sus concepciones religiosas. La justicia de los dioses existe pero escapa a veces a la razón del ser humano. El virtuoso puede ser infeliz y el inocente perseguido; la resignación existe.  La culpa no está en el acto sino en la intencionalidad. 
Esquilo es sublime, grave y grandilocuente, más mesurado que Eurípides. El lenguaje de Sófocles es más sencillo, menos lírico. Esquilo plantea que el hombre es víctima de su destino, aún más allá de su muerte; en Sófocles, el hombre es víctima, pero puede torcer su destino a través de la enmienda (actitud pre-cristiana). 
b) Eurípides, posterior a Sófocles, es un racionalista; critica a los dioses; se pregunta por qué éstos destruyen a los hombres. Apoya sus personajes sobre la razón, que todo lo mueve. En su obra desacredita al Olimpo. Su imaginación es más risueña y está regida por la inteligencia, es más lírico que dramático. Es una época en que Atenas declina y la tragedia refleja la crisis del tiempo. Por otro lado, los filósofos interrogan a los dioses y con la razón los hacen pedazos. 
De Sófocles se conservan siete tragedias representadas, quizá en los años: Ayax o Ayante (se cree es la más antigua),  Antígona (441, que no forma trilogía con las de Edipo)  Traquínias, Edipo Rey (430 o 425), Filoctetes y Electra (428, ya muy anciano Sófocles) y  Edipo en Colono (401, por iniciativa de Sófocles, dramaturgo y nieto de Sófocles).  El célebre poeta y dramaturgo fallece a los noventa años de edad, durante una representación de Antígona. 
2.CONTEXTO HISTÓRICO DE SÓFOCLES. Bajo el gobierno de Pericles se desarrollan las artes, la filosofía, el pensamiento–que será base de la cultura occidental—a través de hombres como Sócrates, Platón, Fidias, Anaxágoras, Fidias, Mirón, Praxítiles y otros más. Es la época del teatro clásico con los tres grandes trágicos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. 
Se brindaba una formación a varones aristocráticos, para moldearles un carácter realmente humano. Es así que en la tragedia sofoclea se trata mucho el aspecto humano. Aprendían matemática, retórica, poesía, gramática y gimnasia, generalmente. Tenían su reglamento ético que apuntaba al ideal humano; al cultivo de las virtudes, como la moderación (sophrosyne), la prudencia, la reflexión; planteado todo esto en Antígona y otras tragedias. 
Se conservaba un respeto a las divinidades oficiales, a quienes se veneraban con majestuosos templos, como El Parthenón; con preces, sacrificios y ofrendas. 
Ya, entre la ciudad amurallada y el campo se ha establecido una relación, no de contraposición como en el pasado, sino de integración, dando como resultado la polis y sus límites son la de toda la región. Es un modelo de organización territorial sin igual en el mundo antiguo. Además, hay una expansión por el mar mediterráneo. 
Lo anterior motiva a los ciudadanos a que participen en los diferentes aspectos de la vida social: fiestas religiosas, reuniones de los iniciados, cultos a divinidades, banquetes de las heterías donde participaban miembros de la misma clase política—, y otras ceremonias. 
En este Período Clásico, 500-338 a. de C., tienen lugar las guerras médicas; atenienses  y espartanos combaten contra los persas durante el período: 490 al 479; al final los griegos salen victoriosos; también sucede la guerra del Peloponeso, con el objeto de adueñarse de la Hélade, en la que los griegos pierden. 
En la sociedad griega las mujeres representaban sujetos morales; podían opinar, en el sentido de su libertad y responsabilidad moral. Antígona, es un ejemplo peculiar de ello; es una mujer investida de gran poder moral. Ya que, para ellos, no es la carencia de obligación la esencia de la libertad; sino, por el contrario, la moralidad se funda en la obligación. Lo que había que distinguir es la fuente. La misión de la mujer consistía en realizarse en el matrimonio, tener hijos. De la sujeción del padre pasaba al dominio del esposo, en una sociedad patriarcal. 
Su participación en lo cívico se daba sólo a través del matrimonio. Se encontraba excluida en los aspectos cotidiano y jurídico. Por la misma razón que los niños, extranjeros y los esclavos que permanecían al margen de la comunidad sin derechos, pero utilizados por ser  indispensables para asegurar la reproducción. 
Los griegos daban mucha importancia a la racionalidad. Estaban sujetos a la ley religiosa y civil; y se esperaba que fueran leales tanto a  los valores tradicionales vigentes (arcaicos) como a nuevos valores (clásicos). Aurelio Arteta ha dicho de Sófocles que «pertenece por su mundo de valores más a la Época Arcaica que a la Época Clásica en que cronológicamente le tocó vivir, y que, por ello mismo deja traslucir en más de una ocasión puntos de vista enfrentados». (17). 
La época arcaica finaliza en la época de la poeta lírica, Safo. Es la declinación de la sociedad aristocrática y viene abriéndose paso el imperialismo. En este período, hubo una  revisión rigurosa de creencias y una reconceptualización de valores, por estudios «científicos» que contribuyen a la explicación de fenómenos antes incomprendidos. Existen nociones y principios claros, tanto para el plano divino como para  el humano y al hombre le corresponde acatar todos esos principios para su propio bien. 
En cuanto a  normas universales e imperecederas están las «no escritas», o leyes de los antepasados: divinas o naturales. Los sofistas (Siglo V),  hacían rechazos sobre estas nociones. Pero los griegos, y por ende Sófocles, respetaban estos principios sacros que constituían un orden divino: «[…] venerar a los dioses, respetar a los miembros de la familia, a los extranjeros y huéspedes, enterrar a los muertos familiares, no incurrir en hybris abusando del débil y otras por el estilo» (Arteta 20). Y los que no los respetaban se atenían al recibo de un castigo inmediato; la fe es creer sin experimentar. En cuanto al destino, éste procedía de los dioses. La vigencia de estos conceptos continuó hasta  los Siglos V y IV. 
Imágenes del mundo griego y sus conflictos se plasmaban en las tragedias. Sófocles,  en Antígona, ofrece varias lecturas, pero: «Su lectura más profunda, sin embargo, es de índole religiosa: se trata, ante todo, de dilucidar ‘si el Estado puede aspirar a tener la última palabra o si  también él debe respetar las leyes que no han tenido origen en él y que, por tanto, quedarían por siempre sustraídas a su intervención (Arteta 47). Y agrega que Sófocles resuelve el dilema, pues hay leyes más universales, más consolidadas que las del Estado.
En cuanto a los espacios públicos, J. Bañuls sostiene:
La vida de la polis griega discurre en estos tres escenarios públicos […] Que corresponden a tres niveles de la acción política: el Ágora espacio para la Asamblea de los demos, la asamblea del pueblo, la Acrópolis, espacio sagrado común, el Theatron, espacio para la representación lógica de la polis. (La Tragedia en Sófocles 30).
Es en el siglo V,  en Atenas, donde tiene  lugar el florecimiento y desarrollo celéreo del teatro, el cual se convirtió en uno de los modos de expresión más característicos de la ciudad. Con funciones didácticas, de entretenimiento y religioso. Por otro lado las obras dan entrada a personajes femeninos, desempeñados por varones, concediéndole a la mujer sitiales de honor, tales son los ejemplos de las hijas de Dánao en Las Suplicantes, Deyanira en Las Traquinias y Antígona en la obra homónima, entre otras. 

martes, 23 de junio de 2015

Generación Fallida
Entre Lecturas de Textos, Celebraciones y Camaradería…
Por La Calvaria Social

Los sábados de diez de la mañana a dos de la tarde en la Casa Museo Rafael Núñez enfrente del Parque Apolo se reúnen con una singular «religiosidad» los miembros de «La Generación Fallida». 
En cuanto a su autodenominación ellos aclaran: 
«Wikipedia denomina generación literaria como «un conjunto de escritores vinculados por una serie de ideologías y de estilos en un periodo de tiempo determinado—generalmente de unos quince años—.
Para que una generación literaria sea reconocida como tal, deben cumplirse una serie de premisas: 
1.   Proximidad entre los años de nacimiento.
2.   Formación intelectual semejante
3.   Convivencia personal.
4.   Un hecho generacional que les obliga a reaccionar; por ejemplo, en la Generación del 98, todos reaccionaron contra el llamado Desastre del 98.
5.  Empleo peculiar del idioma, claramente diferenciado respecto a los de la generación precedente.
6.   Anquilosamiento de la anterior generación».
 
Pues bien, la Generación Fallida no cumple con esos requisitos—explican— sólo somos un grupo heterogéneo, alérgico a los Maestros, que insiste en reunirse religiosamente los sábados a compartir sus escritos. Asumimos lo de fallidos medio en broma, y disfrutamos (eso sí muy en serio) la incomodidad que genera el calificativo autoimpuesto. 
El sábado 20 de junio la sesión transcurrió entre una camaradería singular. Como tres poetisas se hallaban de plácemes, la actividad de la «Generación Fallida» giró en torno a la lectura de poemas, cuentos, cena y, lógicamente, muchas felicitaciones a las cumplimentadas.
Generación Fallida en Pleno


Seguidores

HAY QUE LEER....LA MEJOR PÁGINA...HAY QUE LEER...

Hojas Extraviadas

El Anciano Detrás Del Cristal Por Gilberto García Mercado   Habíamos pasado por allí y, no nos habíamos dado cuenta. Era un camino con árbol...