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lunes, 13 de marzo de 2017

Memorias de Ciudad

EL FESTIVAL DEL PUENTE EN CHAMBACÚ  


“No llaméis cobarde, al que se dio la muerte/ la bala del suicidio no deja cicatriz / escriban en mi tumba, que aquí reposa un cobarde/ yo escribiré en mi loza, morir es descansar…”

Por Juan V Gutiérrez Magallanes 

Así me contaba el Viejo Magallanes Cervantes: “Llegamos por los años de mil novecientos treintaisiete, en el mes de mayo, tomé la accesoria de la esquina  de la primera cuadra, que se iniciaba a la bajada del Puente de Madera de la Ciénaga de Chambacú  y el Cabrero, allí llegué con mi esposa y mis tres hijos”. 
“Se había producido el desalojo de los barrios ubicados alrededor de las murallas, que hoy dan a la avenida Santander: Boquetilo, Pekin y Pueblonuevo. Los pobladores de aquellos lugares, llegamos a diferentes sectores de la ciudad, muchos al barrio Canapote, otros a La Esperanza y Chambacú. Eran espacios pantanosos que debíamos amansar para que no nos picaran las plagas, especialmente los mosquitos, como pasó en Canapote, donde muchas familias se enfermaron y tocó buscar otros sectores, como la familia de mi hermano Martín Magallanes, que se trasladó a  Chambacú y allí vivió hasta su muerte..." 
Mi abuelo callaba por un momento y miraba detenidamente el cordel que sostenía en su mano derecha, esperando el róbalo que debía pescar esa tarde. El agua estaba quieta, sólo se apreciaban las ondas que dejaba la medusa, sus movimientos de continuos adioses, en el recogimiento y extensión de su gelatinoso cuerpo.  
“El caso de mi hermano Martín, es digno de contar, por la forma cómo preparó el terreno en la isla Elba (Chambacú). Se dedicó a extraer caracolejos (restos de corales marinos) para darle firmeza al terreno en donde habría de construir su vivienda. Esta forma fue imitada por muchos pobladores del sector”. 
Hoy los chambaculeros recuerdan a Martín, porque allí donde está edificada La Mole Inteligente, quedaba la casa –tendal  de Martín. 
En aquel Chambacú de los años de mil novecientos cuarenta, se hacían  muchas actividades lúdicas, donde participaban los residentes del condominio y ciertos invitados que venían del barrio San Diego, Torices, El Espinal , El Cabrero y Canapote. 
Las competencias eran variadas: Pesca con Atarraya, Natación, Navegación en botes, Juego de bolita de caucho, Juego de Tapita, juego del Tango, Juego de Lotería, Ludo, Dominó y Composiciones Poéticas a la Mujer. 
Una de las actividades muy recordadas por mi abuelo, era la Pesca con Atarraya, donde él participó y resultó ganador. Para esta competencia el participante debía tirar la atarraya, estando de pie luego de  detener el bote, mediante la potala o el ancla, la atarraya debía abrir en forma completa, eran redes con un diámetro de veinte metros. 
Esa vez el abuelo logró sacar veinticinco lebranches, de cuarenta centímetros de largo. Sólo se podía hacer un lanzamiento. 
Eran los tiempos en que las aguas de la ciénaga del Cabrero–Chambacú, tenían el acceso de las corrientes del Mar Grande a través del Caño Juan Angola, los peces en aquel lecho de aguas tranquilas, tenían la misma vitalidad de los del Mar Caribe,  era muy común el ágil jurel y el jaquetón róbalo, que hacían su recorrido del mar hacia la ciénaga. 
La vegetación de algas era muy variada, desde las verdes hasta las moradas yodadas que en su conjunto llamábamos “verdín”, en ellas anidaban camarones y otros crustáceos, porque era abundante el pequeño caracol, llamado vulgarmente “Pata e´burro” . 
La presencia de jaibas y otros crustáceos, de muchos colores, todo aquello combinado con los “pipón”  y  “guabinos”, brindaban una especie de acuarela acuática, que ocasionaba cierto embeleso, se escuchaba el juego del mero y el paso lento del cangrejo. 
Llegaba el día 6 de mayo, y desde muy temprano se iniciaba el ornamento del patio, con guirnaldas de papel de barrilete, el recinto adquiría la apariencia de un carnaval de variados colores, iban llegando los participantes de los barrios invitados . Se iniciaba el festival con el discurso de don Juan Gómez, uno de los más letrados del condominio, competía en sabiduría con Antonio Carlos Del Valle, ambos era conservadores  y fraternos con la mayoría de los vecinos liberales. 
Mi abuelo resaltaba, las poesías que se hacían en honor a la mujer, en la que sobresalían los cantos poéticos del viejo Juan Gutiérrez  Arteaga  y Calazán Gómez. Un fragmento de aquellos poema:
                      “Mujer que llevas el candor en tus miradas
                      Y regalas los secretos de tu corazón…                                                                  Bendice el sendero con tus pisadas ,y…. 
Siempre ganaba Calazán, como le sobraba el tiempo nunca dobló su cuerpo ante los quehaceres de hombre, vivió del cuento y de las afugias de su mujer por sostener la vida, existencia que se fue diluyendo con  la melodía de las medusas del Puente.  
Ahora estábamos con la fraternidad de los invitados. 
En la competencia de natación hubo dos  nadadores que llegaron a la final, entre ellos se originó una dura diatriba, donde el ganador fue el cabrerano Felipe Romero, y el segundo Nemesio Magallanes. 
Los espectadores, se volvieron  al centro del patio, para  mirar el encuentro de “Tapita”, un asomo al “juego del bate”, al beisbol. Eran muy cotidianas las confrontaciones entre los  sandieganos y los chambaculeros. 
Por los Jabueyes* lanzaba el Chino Paternostro y por el otro equipo el “Mocho Sindo”, quien parecía ponerle un efecto que hacía imbateable  la tapita. Después de eliminar a los equipos de Torices y Getsemaní, quedaban frente a frente los eternos rivales: Chambacú y San Diego. Al final se realizaban tres encuentros, donde resultaba como ganador el equipo del Sindo. 
El Festival era animado por el tambor de Toribio, quien cantaba una canción, que se hacía repetitiva, y se convirtió en el símbolo inicial de los encuentros chambaculeros : “ Yo no puedo, yo no puedo / con mi mano descompuesta / serán cosas de Dios / Serán cosas supuestas 
También había una parte lírica, de don Antonio Carlos Del Valle, quién había hecho de tenor en el Teatro Municipal, o en el Teatro Adolfo Mejía, solo se recuerda un fragmento de su famosa canción: 
“No llaméis cobarde, al que se dio la muerte/ la bala del suicidio no deja cicatriz / escriban en mi tumba, que aquí reposa un cobarde/ yo escribiré en mi loza, morir es descansar…” 
         
Juan V Gutiérrez Magallanes        
El festival terminaba en un fandango donde se mezclaban los recuerdos de bailes transcurridos en clubes y cabarés. En aquel encuentro se quebraban barreras discriminatorias entre mujeres de pasados nocturnos y señoras de vida a la claridad del sol. Al final se coronaba a Villa, la mujer de Toribio, por su paciencia en la constante audición del tambor de su marido, quien también hacía de “Monosabio” en las corridas de toro en la Plaza de la Serrezuela del barrio de San Diego. 
Hoy las aguas están enlutadas por una pátina verde-plomiza, brindan un mensaje nostálgico por la ausencia de la mojarra y el guabino juguetón.
      






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