DE LAS ENSEÑANZAS QUE DEJAN LOS VIAJES
Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes
Cada vez que viajas, estoy seguro de que queda una enseñanza en tu intelecto. Te sientes llamado a hacer comparaciones de lo que conoces con lo que en esos momentos estás viviendo. Esto me ocurre a menudo.
Las veces que he viajado a Europa, después de regresar, me siento a rememorar y a sacar conclusiones sobre las experiencias vividas. Y, en tales comparaciones, Cartagena de Indias, a la cual quiero mucho, queda descolorida, descuidada y olvidada frente a esas otras ciudades europeas, destino de mis viajes. Entonces hago un análisis de lo que necesita la urbe para que no continúe viéndose descuidada y olvidada frente a esas otras ciudades modelo europeas.
Después de pensar que hace falta Educación y Trabajo, que el ciudadano gane un salario que le permita vivir con dignidad, y que no sea necesario robarse las tapas de hierro del alcantarillado para venderlas por unos centavos y aliviar así el hambre recalcitrante. Después de reflexionar y hacer comparaciones. Uno de los aspectos que admiro mucho en las pequeñas ciudades y en los pueblos de Europa, es el espíritu de fraternidad que está siempre presente en sus ciudadanos, como lo he observado en Leymen, un pueblo francés a veinte minutos de Basilea. Allí he encontrado un Coro de Ancianas, que dirige mi hija. Matronas entre sesenta años en adelante cantan con gran entusiasmo y vigor. Una de ellas, al terminar la presentación, invita a sus contertulios y compañeros de coro a saborear dulces y manjares que ellas mismas han preparado. ¡Una gran lección de compañerismo y fraternidad!
Pero lo más importante es el trato espléndido entre las longevas, sin hacer ostentaciones de ninguna índole.
Pude conocer a una gran dama, millonaria ella, miembro del coro, dándonos muestras de humildad a pesar de la gran diferencia económica con las demás integrantes del grupo.
Las calles de Leymen se conservan limpias y ordenadas. Las señales de tránsito como las cebras son respetadas, mientras que los automóviles esperan con paciencia el paso del peatón.
No puedo pasar por alto el cuidado que guardan por los árboles. Los frentes de las casas están adornados por plantas que hacen parte de un antejardín.
La amabilidad la podemos apreciar en el tranvía o en el autobús. El viajero entra sin mostrar el tiquete, pocas veces es solicitado por un inspector, y se da por anticipada la honestidad del pasajero. Me asombra el encontrar puestos de ventas donde no hay dependiente. «Tomo el artículo y coloco el valor en una cajita».
Necesitamos mucha educación y control que corrijan a la corrupción rampante.