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jueves, 2 de mayo de 2024

En Los Albores Del Siglo XXI

 LAS VOCES DE UNA COCINA MODERNA 


Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes



En aquel recinto de cantos y olores, muchas veces se escuchaba un lamento triste, que, a pesar de ser desgarrador, llevaba envuelto muchos géneros de la música de nuestro folclor. Era la lavadora, que, incesante, trataba de acallar el silbido de la licuadora, en sus múltiples revoluciones por segundo, en busca de triturar las partículas que encontraba en su diario trasegar. No había espacio para el silencio, porque, allí, tan solo había lugar para los que hacían acto de presencia en la cocina.

Se escuchaba un tenue goteo aromatizado del café que se estaba preparando en la cafetera. No había silencio, este era interrumpido por el chillido estridente, como el guapirreo de una cantante por las Sabanas de Bolívar. Era una posta de pescado que se dejaba caer sobre el piélago del aceite hirviendo en la sartén. Nada importaba que la señora de la cocina tuviera un leve dolor de cabeza. La sinfonía de las voces gastronómicas debía continuar porque se estaba pidiendo la participación de la percusión que ejecutaría el pequeño mortero sobre el ajo aromatizado. Lo llamaban con voz de cantadora, acompañándolo con los pequeños golpes del sancocho en busca de ablandar los alimentos que se hallaban en su interior.

De pronto, se escuchaba lo que nadie esperaba: el fortísimo guapirreo de monte de la olla a presión, estridencia para anunciar que los frijoles ya estaban cocidos, y que debían sacarse del Coro Musical. Allí hacía acto de presencia la percusión realizada en el interior de una jarra de vidrio para la solución de la panela y el arroz.

En ese ámbito, no había descanso señalado para el silencio que se añora. Las voces eran permanentes, la nevera no se podía callar, su labor era continua, de pura rutina.

Las voces conformaban la sinfonía que solo tenía como oyente al cocinero. Muchas veces la audición se acompañaba con los olores de las sustancias hirviendo: la leche derramándose parecía anular el olor del café. Todas ellas añoraban los pequeños golpecitos de un molinillo tratando de triturar las partículas de un alimento en cocción. De todo esto era muy agradable la voz del «Caldero de Arroz con Coco» que se destapaba para el deleite de los anfitriones.



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