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domingo, 14 de diciembre de 2014

«EL AGUAJERO» CARTAGENERO

UN PERSONAJE CON ADEMANES DE PRÍNCIPE
Por Juan V Gutiérrez Magallanes 
Ellos vestían, (esto último para quienes pasaron a otra dimensión de mayor «aguajería») con esmerada limpieza, hacían combinaciones muy llamativas del vestido que portaban, caminaban con pasos simétricos de tenues saltitos difíciles de apreciar, pero ellos sabían que iban  caminando no sobre la tierra sino en acolchonada alfombra donde sólo pueden transitar los que visten y hablan como ellos. 
Saludaban con ademanes de príncipes en su primera visita a un reino nuevo. 
(Cuando el calzado es de cuero, tiene un brillo bastante particular, donde se refleja la sonrisa que va brindando «El Aguajero» a las personas que encuentra a su paso). 
Hay diferentes «Aguajeros», de acuerdo con el grado de cultura y el contexto que los rodea. 
Era muy común ver en Cartagena, a ese «Aguajero Letrado» o con cierto grado de intelectualidad, vestir de saco y corbata y zapatos del mismo color, sacar el pañuelo empapado de María Farina, y dejar que algunas gotas aromatizaran los lugares por donde avanzaba el más «Aguajero de la Urbe». 
Otras veces el calzado era de dos colores, el llamado capricho con tacones cubanos.
Cuando «El Aguajero» era hombre de escaso vuelo académico, pero sabio para decir un piropo y  decente en el trato, con cierto grado de bohemia, vestía con mucho esmero, si la camisa era de mangas largas, se las recogía a la altura del antebrazo para enseñar la esclava que llevaba en la mano derecha, porque en la izquierda portaba un reloj «Lanco».  
Uno podía encontrar un «Aguajero» de camisa y pantalones muy sui géneris que dejaba sin abotonarse los primeros ojales de la camisa, para exhibir la medalla de Cristo o la Virgen del Carmen pendiendo de la cadena que usaba, y el cinturón completamente delgado sujetando el pantalón de filo permanente, rematado en bocapiernas o «tubos», algunas veces con cremalleras para facilitar la entrada de las piernas.
Estos personajes caminaban con estilo, tanto, que se apreciaba el saltito de un  glúteo sobre el otro, un andar propio de los beisbolistas antillanos. 
«Los Aguajeros» eran todo un espectáculo en el baile, más cuando se trataba de una guaracha (salsa) o de un bolero. 
Medían bien sus  compases, sabían geometrizar la sala de baile y hacían de su pareja una delicada libélula que armonizaba los pases, dándole vida a la poesía con sus movimientos. 
Todavía se encuentran «Los Aguajeros de la Periferia», algunos pasean las calles con guayaberas de variados colores, dejando una estela del perfume de Shakira.
La palabra «Aguajero», es polisémica, en Latinoamérica cuenta con variados significados. «Ostentoso, Presumido, Pantallero, Petulante, Vanidoso, Engreído, etc». 
Pero en su mayoría son personajes que gozan de buen trato. 
«El Aguajero» se paraba en la esquina, (ahora las cosas son a otro precio, pues la inseguridad difícilmente lo permite). Portaba una leontina, de un metro aproximado y en cuya punta pendía un ancla. 
Entonces cuando alguien lo invitaba a caminar, manifestaba, «no puedo, porque me encuentro anclado». 
«Los Aguajeros» son personas formadas por la diversidad policromada del Caribe. 
Hacen de la vida un canto y extraen del bolero la filosofía para resistir los embates de la vida. 
«Porque el que canta, dice mucho y sufre poco / Porque el que canta, olvida su dolor».  ( Daniel Santos). 
      

sábado, 13 de diciembre de 2014

EN EL CIELO DE SANTA BÁRBARA DE COVEÑAS

 Los pelícanos y el Bautismo de Pacho

Rodrigo José Hernández Vuelbas

El cielo de Santa Bárbara de Coveñas, había amanecido con trazos  solferinos  nacarados, las nubes traían a la costa una gélida brisa, lo cual hacía que los pelícanos erraran en su zambullida, saliendo sin un pescado en el pico. 
Los pelicanos son embusteros, si presienten que alguien los está observando, fingen que no los ven y, al salir sin la presa la mueca como si estuvieran tragándose un suculento bocado de sardina, burel o cojinuda. 
Aquel día de pelicanos era especial pues se iba a realizar un bautismo múltiple. El acto lo celebraría el pastor Ulises Hernández, se bautizaría Pacho Paternina, ciudadano dicharachero, gustador de la parranda, amante del licor y de la vida muelle, trabajador operario de maquinarias pesadas de Tolcemento, empresa que lo había pensionado con un salario digno. 
Por aquellos días, había sido convencido por el pastor y su séquito, que esa vida licenciosa, no le proporcionaba nada bueno y que, si seguía así, iba a terminar mal y peor: que llegaría a la olla del infierno. 
Debido a que algunos compañeros de zafarrancho se habían abandonado en la fe católica y convertido al protestantismo, él optó por acompañarlos a las pláticas religiosas. 
Luego de cierto tiempo… ¡el hombre por fin cayó! 
Ya convencido, un viernes 23 de marzo, día de Santo Toribio de Mogrovejo, debía presentar los votos de la nueva religión a profesar. 
Fue todo un acontecimiento. Pacho con sus amigos: Toño Banqué, El Kike Atencia y Juancho Villalobos, se presentaron temprano, bañados y perfumados y estrenando cada cual su muda de ropa: camisa blanca mangas largas, pantalones de caqui y abarcas de charol. 
El solemne acto se llevó a cabo en la orilla de la playa, en cercanías a «Punta de Piedra»,  donde varios niños practicaban «el snorkel». 
Las aguas cálidas de un color verde cristalino hermoseaban el lugar, los iniciados debieron quitarse las abarcas y arremangarse los pantalones para adentrase en el mar, entonces al igual que San Juan Bautista, Ulises fue echando agua en la cabeza, de cada cual mientras pronunciaba una ensarta de palabras ininteligibles,  a sotto voce. 
Al poco rato, el pastor concluyó: 
—Vayan ahora con Alá, ya son ovejas del redil. Viajad por el mundo y seguid predicando su palabra. 
Los cuatro amigos, luego de los abrazos efusivos, sonrientes, abordaron la buseta hacia Santiago de Tolú, una vez allí y al descender, como es  costumbre en la religión católica, Pacho dijo a sus amigos: 
—Bueno, esto hay que festejarlo, por lo alto. Vamos adonde Mayo a celebrar el bautismo. 
En el estanquillo de Mayo, empezaron a tomar y a echar cuentos, festejando y despotricando contra el mundo. 
No faltó quien los viera y  fuera con el chisme al pastor Ulises. 
—En  la esquina de  Mayo, están bebiendo Pacho y sus amigos—le expresaron. 
El pastor de inmediato fue a comprobar la veracidad de los hechos que consideró serios y graves. 
 En efecto, en la Esquina de Mayo los encontró empinando el codo. 
No había llegado muy bien, cuando con humildad manifestado a Pacho: 
—No te dejes tentar por el demonio, amigo mío. 
—Tentar por el demonio—exclamó Pacho con los ojos vidriosos—… Qué va…No está viendo que el vergajo lo que me tiene es abrazao. 



MEMORIAS DE JOSÉ RAMON MERCADO

EL OFICIO DE ESCRITOR
«La poesía es lo único natural en mí entre tantas cosas que me abruman»
     Por José Ramón Mercado*
             (Primera Parte) 
Luego de publicar No sólo poemas en 1970, Las mismas Historias en 1972, Perros de Presa en 1978, El cielo que me tienes prometido en 1983, Agua de Alondra en 1991, Retrato del Guerrero en 1993, El Baile de los Bastardos en 1995, Árbol de levas en 1996, Agua del tiempo muerto en 1996, La noche del nocáut en el mismo año, Los días de la Ciudad, en 2004, Agua Erótica, en 2005, La casa entre los árboles, en 2006, Poemas y Canciones recurrentes en 2008 y Tratado de Soledad en 2009, confirmo, dentro de lo que podría ser una obra inicial, que todo el esfuerzo invertido hasta ahora ha estado dirigido a un reencuentro conmigo mismo. 
El lenguaje utilizado, el proceso de síntesis, el humor, la ironía, la rememoración de los guerreros americanos, los atletas vencidos, ese rubor poético que me queda en el paladar y en la memoria después de releer estos libros, es lo que me alienta para seguir escribiendo con la misma vocación de siempre y la absoluta seguridad de que sólo pretendo hacer leves retratos de personajes propios y de algunos paisajes íntimos que agonizan conmigo. 
He trajinado con la poesía por muchos años. Mi amor por la vida está allí. Lo que escribo no tiene el sentido ni la pretensión de fijar banalidades. Agua del Tiempo Muerto, por ejemplo, es un testimonio de afecto sobre algunos personajes de mi pueblo.

Sobre temas y aspectos conjugados entre la intemporalidad y el rumor que surge de la poesía. La sencillez y la ensoñación de la misma poesía bajo la posesión del estado llano del lenguaje.

He tratado de construir una poesía útil de conformidad a mi sentido estético, que calcara el espíritu de la gente humilde que evoco. Ello, de acuerdo con las corrientes interiores que nos obligan a dejar un testimonio de amor ante los amigos, ante el mundo, ante la vida. 
Es una visión íntima de ese mundo que se aparece como un fantasma en mis recuerdos. 
Instancias de ese entonces en que también vivía una época de incertidumbres y ternuras que debía matizar con el lenguaje y la imagen y la metáfora de esa época. 

La percepción intuitiva que tiene para mí la poesía y la metáfora del cuento, es total y definitiva. Es lo único que me saca en limpio más allá del amor a mi mujer, de la gratificación que siento ante el amor a mis hijos y del afecto por mis amigos. 
«Justifico la poesía aunque no me justifique la poesía». La poesía es lo que me redime. Lo que me hace comparecer ante los demás. Es mi testimonio de vida y gratitud por haber nacido en un paraje que creo que debió ser un lugar del paraíso, que estaba lleno de árboles, de pájaros, de sueños, de soledades, de amor, de animales, de cielos abiertos, de aguas vivas y de flores silvestres.
De cierta manera es un modo de reconocer que uno en la vida no está solo. Que uno va de la mano de los amigos, de los ensueños, y que ello nos obliga a tener, además, los pies bien puestos en la tierra. La poesía es lo único natural en mí entre tantas cosas que me abruman. 
Es el punto de vista preferible en mi trabajo literario. Aunque no hay punto de vista preferible en literatura, sino temas bien o mal tratados. 
No sólo mortifica mi deseo de tocar la realidad cotidiana. Me agrada expresar lo que me conmueve y lo que algunos poetas han tratado. Concebir los hechos de mi mundo. De otro modo, es el verdadero sentido del trabajo poético. No me agrada utilizar las mismas frases. No me es agradable caer en la rutina. En esos que otros llaman el lugar común. Aunque Jorge Luis Borges dice que «La verdadera metáfora es el lugar común». 
En lugar de andar por caminos trillados, prefiero tratar de hacer mi propia huella en el lodo de los días. Las cosas se pueden designar con cualquier palabra. Cualquier palabra puede ser profundamente poética. Pablo Neruda dice «No soy rector de nada, no dirijo, y por eso atesoro las equivocaciones de mi canto», en tanto que Ezra Pound advierte que «Los poetas son las antenas del mundo». 
Los poetas son los hombres que llevan el anuncio de los tiempos futuros. Nunca pensé que podría construir con las palabras formas de vida verbales que pudieran agradar a los demás. Y que a mí me renovara mi invulnerable sentido del amor por la vida. 
Una pregunta que me hago y que responde un aspecto particular de mi actitud creadora, por varias razones, es la que se relaciona con el tiempo que dedico a cada obra y los materiales que necesito, porque entre otras cosas en una ocasión, mi profesor de literatura dijo que había un escritor que fue dios, que llegó a ser inmortal aún estando vivo, que escribió un solo tomo, un solo libro que llamó Hojas de Hierba, que aquel autor se llamó Walt Withman y que había durado toda la vida escribiendo esa obra. 
Nunca creí que una obra podría tomarse tanto tiempo. Hoy ya sé cuánto cuestan los años que hemos dedicado a la literatura. 
Llego a comprobar en este sentido que la realidad supera la ficción. Esto es un lugar común. Pero es la verdad de algunos escritores. 
Se invierte todo ese tiempo en construir a veces un solo poema. En escribir un cuento. En lograr una novela. O como en el caso admirable de Walt Withman, que tan sólo escribió un libro en la vida. 
Tampoco es extraño el caso de James Joice, en que después de cincuenta años de su muerte, es cuando su obra Ulises es una página abierta a la imaginación y a la polémica por haberse prohibido su publicación en Estados Unidos y Gran Bretaña. 
O como Vincent Van Gogh, que vivió en función permanente de la pintura toda la vida y sólo alcanzó a vender un cuadro a su propio hermano. 
O como en el caso de Fernando Pessoa que después de treinta y cinco años de muerto, cuando se publica su obra, se descubre que era un poeta único en su estilo. 
Decía que «la celebridad es una plebeyez. Todo hombre que merece ser célebre sabe que no vale la pena serlo». Este es el mito o el misterio mayor de la literatura. Se consume demasiado tiempo construyendo un poema. Como también puede ser razón de un instante. Pero esto último no es fiable. Una obra literaria es una pieza de toda la vida. No exageramos. Sobre todo cuando existen compromisos de publicar en los medios editoriales. 
Por lo tanto, cada vez que encuentro mis textos, tengo oportunidad de releerlos, golpearlos, estrujarlos sobre la piedra despiadada de la rigurosidad. Como una extraña enfermedad, siempre estoy tratando de vigorizarlos. De enriquecerlos. Ciertas personas y no pocos escritores consideran que la literatura es objeto de simple inspiración. Asunto de momento. 
Y nada más riguroso en el orden de los oficios que el trabajo literario. Esto es un oficio demasiado serio. Sé que ellos se equivocan sin que esto los afecte. Creen que todo lo resuelve la inspiración. Y más aún, que el asunto de la literatura es cosa de soplar y hacer botellas. Es decir, que todo está supeditado a la acción inmediata de la inspiración, de publicar y hacerse célebre a expensas de la misma inspiración. 
Por encima de otros asuntos, la poesía debe ser testigo del tiempo. Así de este mismo modo, también debe juzgársele. 
La sentimos entrañablemente porque la construimos como oficio. 
Lo que escribo irremediablemente es concebido en forma literaria. Lo que escribo en este orden debo lograrlo con la relativa sabiduría de la vida, con la ternura que merece cada objeto, el apasionamiento pagano que brota del amor. 
Una obra literaria pienso que no es la función de un momento. Así mismo, un escritor debería ser el fruto de vivencializaciones profundas. De contradicciones cotidianas. De la suma de las alegrías. De las irreversibles derrotas. El producto de esta simbiosis es lo que creo que constituye la obra del escritor. Es en la obra literaria en donde deben sobresalir estas características. Es parte de la vida. Lo que se construye con esa sabiduría no se lo lleva el viento ocasional de los días. 
Lo esencial es que en la obra literaria hay que colocar cada palabra, cada frase, con un sentido de la intemporalidad. Una obra así, creo, no la borra el tiempo. Allí radica la razón de lo perdurable. En controversia con la imposición desmesurada del mal gusto de obras mediocres-Grand Guignol- del teatro francés y la otra literatura que se ampara a través de los mecanismos de publicidad actuales con el engañoso empaque de best-sellers. 
Lo esencial sería que en la obra literaria exista la necesidad de colocar lo que hace falta a uno mismo y a los demás. El amor o el desamor que sobra o que nos hace falta a nosotros mismos.
Otra preocupación que intuyo es la relación que surge a través del lenguaje y la valoración de lo que se puede expresar a través de la poesía o del cuento. Ante lo cual según parece, la prosa surge como una forma de narrar algunas historias o episodios, teniendo en consideración el lenguaje estético, con el cual se debe redondear cada obra sin dejar la pieza en los terrenos áridos de la anécdota. 
La literatura, en el decir de muchos, transforma la vida. La mejora. La poesía es así la esencia de la vida, es la quintaesencia del lenguaje. Es la vida elevada a la más alta dignidad del ser humano. Lo que trasciende del ser es la poesía. Lo demás son los elementos degradantes del ser. 
Cada escritor estimaría la vida en la realidad de sus personajes. Para alcanzar así y a través de ellos, el sumo grado de convencimiento que tiene para el poeta la palabra y la misma realidad. De aquí en adelante en cada poema el trabajo resulta un mundo insospechado y perfectible.


jueves, 11 de diciembre de 2014

RINCÓN DEL ESPEJO RETROVISOR

                                       Dolor  por el Liceo

                                                                   Por Juan V Gutiérrez Magallanes
  
Me duele el Liceo de Bolívar
por el silencio de las hojas muertas

Me duele el Liceo
por las profundidades que cincelan el olvido

Me duele el Liceo
por el silencio de su voz de Academia

Me duele el Liceo
por las letras del olvido que graban el silencio

Me duele el Liceo
por su realidad de seres anónimos

Me duele el Liceo
por la pérdida de las huellas del grito caminante

Me duele el Liceo
por las sombras que nublan  las figuras contestarías

Me alegra el Liceo
por los condiscípulos del ayer:

El Panti Escalante, Mario González
José Luján…

Me alegra el Liceo
por haber bebido en la misma fuente en que tomaron:

Lácides Cortés, Luis Yarzagaray, Regino Martínez…

Me alegra el Liceo
por haber tenido allí, discípulos como:

Jorge García Usta, Leonardo Herrera, Rubén Sabogal…

Pero vuelvo a dolerme en el recuerdo de las lecciones aprendidas

de aquel Liceo de enseñanzas aprendidas  al pie de una lámpara

que tomaba el aceite del citoplasma de las neuronas  dejadas

sobre las páginas del libro que guardábamos  entrañablemente .

Me duele el Liceo
por las madrugadas en que evoco a los maestros  que ya no están

Jesús María Ramos, Antonio Valderrama, Moisés Villanueva,

Simón Baena, Tiberio Trespalacio, Rafael Orozco , Rivero…

Me duele el Liceo
Ya no está, perdió la voz
se quebró en el silencio
de los olvidados, de los que
giran en la noria de la anomia

martes, 9 de diciembre de 2014

EL RINCÓN DE "LAS ESPINELAS"

NOTICIAS DE OTRO SIGLO
 PARA EL COÑO EL ULTIMÁTUM A
 LA Ñ EN ESPAÑA...
    Por Rodrigo José Hernández Buelvas
El 9 mayo de 1991 me encontraba en Santafe de Bogotá, representando como escritor costumbrista al Departamento de Sucre, ante «La Cuarta Feria Del Libro». 
Al entrar al salón de conferencias del pabellón León de Greif, me enteré que la Comisión Europea había proferido un ultimátum al Gobierno de España, la expulsarían de su seno si no levantaba el veto que le tenía a las ventas de los computadores y máquinas de escribir que carecían de la Ñ y de la tilde. ¡Tremendo exabrupto el  pretender que se suprimiera de nuestro idioma tales signos! Lo que me sirvió de inspiración para expresar mi voz de inconformidad con las ESPINELAS: 
                                          PARA EL COÑO EL ULTIMÁTUM A LA Ñ ESTE AÑO 
La Comisión Europea
con tamañas triquiñuelas,
dañar a las cabañuelas
de nuestro Español desea.
Cuan araña mañanea
su puñetera piquiña,
rasguña, riñe, escudriña
allá en su lueñe peldaño
sin pestañar con su engaño
apuñala nuestra viña.

Sin Ñ no apañaremos
los ensueños de niñez,
ni apiñamos a la vez
lo que mañana acuñemos.
ya no nos empeñaremos
en ruñir mañosamente,
el viñedo soñoliente
o el cañaduzal del caño,
coñac añejo de antaño
en breña no habrá caliente.

Sin añanzas, ni cigüeñas
se acaban niñas y niños,
se acariñará sin guiños
sin peñecitas  o peñas.
De las piñatas, ni señas
ya que no habrá más cumpleaños
ni albañal, pañal, ni baños;
la Doña irá sin corpiño,
Beleño será lampiño
no tendrá Vicuña paños.

No frunciremos los ceños
los dedos irán sin uñas,
las emisoras sin cuñas
arruinarán a los dueños.
Sin pestaña no habrá sueños,
no habrá señor, ni señora,
para qué diseñadora
si ya no habrá señoritas,
masguño ni mañanitas
y el pedigüeño de otrora.

Sin monseñor hogareño,
ño ordenará con miraña,
la montañez musaraña
quita otoño navideño.
El del muñón sin desdeño
apuña cascarañado,
borroñoso, enmarañado
castañea en plañidera,
se destiñe en muñequera
pues la ñata lo ha encoñado.

La comida sin aliño
el ciprés sin la piñuela,
viñeta, ni castañuela,
abrigo sin piel de armiño.
Sin legaña, sin cariño
no se requiere pañuelo,
ni entrepaño, ni buñuelo
y güeña caramañola;
muñeira la lengua española,
perderá ñandú señuelo.

No habrá boñiga, ni ñoña,
ni tiña, ni sabañones,
ni cureñas, ni cañones
y ni el campañol carroña.
Se acaba ñoma y ponzoña
añoranzas de antañón
de estaño no habrá piñón,
raña, moño, moña, greña,
afuera Aviñón con leña,
pañoleta y pañolón.

Desaparecen cabañas
bangaños, liño, cañadas,
los cuñados, las cuñadas
sus extrañas artimañas.
Cucañas van sin cañañas
pirañas sin desengaños,
viaja  Bruño por tacaño
sin ñapa por lo truñuño;
sin ñeque se acaba el puño
calaña es el ñato huraño.

Sin roña la malagüeña
tendrá cañería sin asco,
y el pequeñín en peñasco
nariz añaje aguileña.
Cenceño pañol enseña
su tamaño cigüeñal,
la pipiritaña añal
sueña con la zampoña,
y en cañito no retoña
bisoño cañaveral.

Añusgan los panameños,
Gibraltar cambia peñón,
El Colorado Cañón
pierden los gringos norteños.
Fenecen los hondureños
y las notas de Limeña,
por ñú va sin voz Gareña;
sin miñón hierro miñango
pierde misiñaque el ñango
y nadie dirá ña empreña.

Ñaño aledaño pequeño
que no añorase un tañer,
constriñen con su gañer
los canes de Quitasueño.
El campesino sucreño
no empañotará la casa,
cizaña es puñal que pasa
ñaque enseñemos yo añado
la cañañola del prado
vuelta añicos en la plaza.

Cual garañón correremos
tras rebaños yendo al trote,
con el cáñamo en gañote
la Ñ acompañaremos.
Sin plañir defenderemos
al riñón de las entrañas,
la muñeca que regaña,
la péñola que reseña
malamañosa caleña
quita al ruiseñor su hazaña.

Cariñosamente pido
sin gruñir, sin prepotencia
por Peñarol la clemencia
dejar la Ñ en su nido.
Alimaña sin gañido,
sin rasquiña la morriña,
que cese la arrebatiña;
sin meñique el albañil
al ñame tiñe de añil
y da bruñida la piña.

Añudemos las campañas
tecla con leño coloquen,
para que la Ñ enfoquen
dejando mañas, magañas.
Todos tendremos marañas
cañandongas venderemos,
y a nuestra España veremos
ñisca en Mercado Europeo,
que acabe el refunfuñeo
ya que a la Ñ queremos.

Que tanto cuesta añadir
en computadora la Ñ,
que Europa más no se empeñe
Ñ y la tilde abolir.
Puede en montaña decir
Para el coño la Ñ este año,
por ñoñería de ermitaño
con ñipiñipi peguemos
a la tecla que abañemos
los costeños en su escaño. 

LC


domingo, 7 de diciembre de 2014

NOSTALGIA POR LA LETRA CURSIVA

LAS DIFERENTES ESTACIONES 
DE « UNA «ALEGRÍA DE LEER»

«Cuando escribimos un pensamiento, nuestro cerebro convierte las palabras-que son símbolos-en movimientos de los dedos y las manos». Francisco Antonio Pacheco(La letra Cursiva y las habilidades del cerebro).
          Por Juan V Gutiérrez Magallanes 

Desde las columnas de Trajano y las primigenias cinceladas de Aldo Manuzio (1449-1515), la descubrimos en los textos «Alegría de Leer», desde el examen, para llegar al Kiosco, donde nos recreábamos con Doña Coneja y sus hijos, que nos muestran el Huerto de Francisco, para leer aquella solicitud en la letra inclinada de los monjes: 
«Manecita/ rosadita, / muy experta yo te haré;/ para que /hagas buena/ letra y no/ manches el/ papel».                                                                                   (F. Sitia y Pineda). 
Leíamos sobre los pollitos, piábamos para acompañarlos en el mitin por el hambre, que nada tenía que ver con la astucia del Lobo ante la ingenua Cigüeña, dejándonos la duda entre el bien y el mal, razón que olvidábamos cuando leíamos a Pepita como la Huerfanita en medio de una Navidad de bullicios y tristezas; nada tenía que ver con Doña Clorita y sus claveles, aromatizados por el dibujo de la letra manuscrita con que signábamos el nombre de los colores de sus pétalos, se olvidaba el  temor de Federico por las brujas al entrar al taller de la escuela, para escribir con estilógrafo de palo y letra aldina o itálica , las máximas  sobre el trabajo y la grandeza de la amistad en el drama de Los dos amigos, resaltando sobre el cuaderno, como si fuera un dibujo a mano alzada la oración: «No tengas amistad con la persona que viéndote en peligro, te abandona». 
Continuamos ojeando «Alegría de Leer» para volver a mirar las oraciones que hay en El Jardín de Rosita y compararlo con los colores de las alas de La Mariposa que se recrea con el desafío de la Liebre y Doña Tortuga, ésta, ejemplo de  paciencia para escribir con letra clara y redonda los diferentes nombres que toman los dedos de la mano y su función en el asir de la pluma cuando escribimos con letra cursiva la importancia de la Higiene del doctor Letamendi o las fábulas de La Fontaine en los percances de La Zorra y el Gallo, que nos dejaba su moraleja: «La vanidad y el hablar a destiempo, casi siempre acarrean perjuicios y disgustos». 
Nos sumergíamos en aquel manantial de la alegría para encontrarnos con un Pastorcito Mentiroso, con gran motivo para dejar escrito en nuestro cuaderno con adornada letra la máxima: «En la boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso». 
De igual manera hacíamos con la lectura de El Perro Avariento, que nos dejaba la máxima: «Quien lo ajeno codicia/ hasta lo suyo pierde/ y con justicia». 
Trazábamos una línea roja para resaltar las adivinanzas con letra de corrido: «Verde me crié, /rubio me cortaron, /rojo me molieron, /blanco me amasaron».   
Cuando leíamos y volvíamos a leer para buscarle el corazón a la oración y así transcribirla con la soltura de la letra cursiva, porque se establecía una comunicación inmediata entre el cerebro y los movimientos de la mano, quedábamos admirados para entender la lección de El Asno Cargado y, la moraleja que nos deja la narración de La Gallina de los Huevos de Oro, por Samaniego, donde la avaricia rompe el saco o la imposibilidad para alcanzar lo deseado, nos hace algunas veces maldiciente, como le pasó a La Zorra y las Uvas en la fábula de Esopo. 
Volvíamos a la pluma de metal con manubrio de madera, para hacer de corrido las lecciones del cuarto libro «Alegría de Leer», saludábamos a las Reglas Para La Lectura en Voz Alta, todo esto para darle «viveza al pensamiento y escrutar los sentimientos del autor», es posible que se nos quebrara la voz, cuando leyéramos la poesía de Elías Calixto Pombo:

                        ESTUDIA 
Es puerta de la luz un libro abierto;
entra por ella, niño y de seguro
que para ti serán en lo futuro
Dios más visible, su poder más cierto.

El ignorante vive en el desierto
donde el agua es poca, el aire impuro;
                                            un grano le detiene el pie inseguro;
                                            camina tropezando, ¡vive muerto!

En ese de tu edad Abril florido,
Recibe el corazón las impresiones
Como la cera el toque de las manos.

Estudia, y no serás, cuando crecido,
ni el juguete vulgar de las pasiones,
ni el esclavo servil de los tiranos.


Seguíamos enternecido caligrafiando La Limosna de Vicente Rubio: 
 Yo mismo en cierta ocasión
de esta escena fui testigo.
Le arrojó pan a un mendigo
un niño desde un balcón.
Pero su padre, hombre humano,
le dijo: — ¿No te sonroja?
La limosna no se arroja;
se besa y se da en la mano. 
Aquellas lecciones acompañadas de letra seguida en su trazo, nos deslumbraba con las fábulas de Esopo, como fue  la que nos marcó, esa de El Molinero, su hijo y el Borrico, cincelando en nuestra mente y espíritu: 
«Tener limpia la conciencia
Es el deber principal;
En lo demás, cada cual
Consulte su conveniencia».

Nada nos detenía, más cuando nos encontrábamos con aquella lección hermosa de Querer es Poder, donde predomina la voluntad ante la adversidad, a través del símil entre el caracol y Canuto, íbamos descubriendo la resonancia del sonido con La Ninfa Eco, para convertir en momento lúdico, una enseñanza en las relaciones humanas al tratar a los demás como queremos ser tratados. 
Continuábamos encadenando las letras sobre la piel blanca del cuaderno y quedaba plasmada la plana de El Árbol Vaca que hacía del silencio un hito para dejar correr su extracto cremoso por las diferentes Estaciones en la «Alegría de Leer», todo aquello acompañado de las oraciones del Hermano Lobo con San Francisco de Asis , conmovido por la sensibilidad del animal, que no era ajena a la de las plantas del jardín del texto. 
Todo se transformaba en una visión edénica ante la presencia de El Pavo Real y el Ruiseñor, frente a la majestuosidad del Río Amazonas, que detenía su corriente, para permitirnos plasmar sobre su superficie con letra aldina la Historia del Perro con su Plegaria de Manuel José Othón: 
No temas, mi señor; estoy alerta
mientras tú de la tierra te desligas
y con el sueño tu dolor mitigas,
dejando el alma a la esperanza abierta.  
Vendrá la aurora y te diré: «Despierta; 
huyeron ya las sombras enemigas». 
Soy compañero fiel en tus fatigas
y celoso guardián junto a tu puerta..

Al finalizar la lectura dejamos como testimonio la muestra caligráfica de oraciones manuscritas: 
Policarpa Salavarieta, «mujer granadina, madre y fundadora de nuestra independencia».  
«El Tequendama, abismo donde el río Funza o Bogotá, manso en la llanura, vivo e impetuoso azota tus breñas. Encrespado y rugiente, dando tumbos y estrellándose contra los peñascos de la orilla desciende». 
Resaltamos el Paralelo entre Wáshington y Bolívar, para fundir con indelebles letras la Ultima Proclama de Bolívar: «Colombianos: Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro». 
Se intensifica más nuestra nostalgia por la letra itálica, aldina o cursiva, cuando percibimos que a través de las lecciones de «Alegría de Leer», nos proyectaban los fundamentos de una educación que iba a construir al noble, honrado y buen ciudadano.


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