LAS DIFERENTES ESTACIONES
DE « UNA «ALEGRÍA DE LEER»
«Cuando escribimos un pensamiento, nuestro cerebro convierte las palabras-que son símbolos-en movimientos de los dedos y las manos». Francisco Antonio Pacheco. (La letra Cursiva y las habilidades del cerebro).
Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Desde las columnas de Trajano y las primigenias
cinceladas de Aldo Manuzio (1449-1515), la descubrimos en los textos «Alegría
de Leer», desde el examen, para llegar al
Kiosco, donde nos recreábamos con Doña Coneja y sus hijos, que nos muestran el
Huerto de Francisco, para leer aquella solicitud en la letra inclinada de los
monjes:
«Manecita/ rosadita, / muy experta yo te
haré;/ para que /hagas buena/ letra y no/ manches el/ papel». (F. Sitia y Pineda).
Leíamos
sobre los pollitos, piábamos para acompañarlos en el mitin por el hambre, que
nada tenía que ver con la astucia del Lobo ante la ingenua Cigüeña, dejándonos
la duda entre el bien y el mal, razón que olvidábamos cuando leíamos a Pepita
como la Huerfanita en medio de una Navidad de bullicios y tristezas; nada tenía
que ver con Doña Clorita y sus claveles, aromatizados por el dibujo de la letra
manuscrita con que signábamos el nombre de los colores de sus pétalos, se
olvidaba el temor de Federico por las
brujas al entrar al taller de la escuela, para escribir con estilógrafo de palo
y letra aldina o itálica , las máximas sobre
el trabajo y la grandeza de la amistad en el drama de Los dos amigos,
resaltando sobre el cuaderno, como si fuera un dibujo a mano alzada la oración:
«No tengas amistad con la persona que viéndote en peligro, te abandona».
Continuamos
ojeando «Alegría de Leer» para volver a mirar las oraciones que hay en El Jardín
de Rosita y compararlo con los colores de las alas de La Mariposa que se recrea
con el desafío de la Liebre y Doña Tortuga, ésta, ejemplo de paciencia para escribir con letra clara y
redonda los diferentes nombres que toman los dedos de la mano y su función en
el asir de la pluma cuando escribimos con letra cursiva la importancia de la
Higiene del doctor Letamendi o las fábulas de La Fontaine en los percances de
La Zorra y el Gallo, que nos dejaba su moraleja: «La vanidad y el hablar a
destiempo, casi siempre acarrean perjuicios y disgustos».
Nos sumergíamos
en aquel manantial de la alegría para encontrarnos con un Pastorcito Mentiroso,
con gran motivo para dejar escrito en nuestro cuaderno con adornada letra la
máxima: «En la boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso».
De
igual manera hacíamos con la lectura de El Perro Avariento, que nos dejaba la
máxima: «Quien lo ajeno codicia/ hasta lo suyo pierde/ y con justicia».
Trazábamos
una línea roja para resaltar las adivinanzas con letra de corrido: «Verde me
crié, /rubio me cortaron, /rojo me molieron, /blanco me amasaron».
Cuando
leíamos y volvíamos a leer para buscarle el corazón a la oración y así
transcribirla con la soltura de la letra cursiva, porque se establecía una
comunicación inmediata entre el cerebro y los movimientos de la mano,
quedábamos admirados para entender la lección de El Asno Cargado y, la moraleja
que nos deja la narración de La Gallina de los Huevos de Oro, por Samaniego,
donde la avaricia rompe el saco o la imposibilidad para alcanzar lo deseado,
nos hace algunas veces maldiciente, como le pasó a La Zorra y las Uvas en la
fábula de Esopo.
Volvíamos
a la pluma de metal con manubrio de madera, para hacer de corrido las lecciones
del cuarto libro «Alegría de Leer», saludábamos a las Reglas Para La Lectura en
Voz Alta, todo esto para darle «viveza al pensamiento y escrutar los
sentimientos del autor», es posible que se nos quebrara la voz, cuando leyéramos
la poesía de Elías Calixto Pombo:
ESTUDIA
Es
puerta de la luz un libro abierto;
entra
por ella, niño y de seguro
que
para ti serán en lo futuro
Dios
más visible, su poder más cierto.
El
ignorante vive en el desierto
donde
el agua es poca, el aire impuro;
un grano le detiene el pie inseguro;
camina tropezando, ¡vive muerto!
En
ese de tu edad Abril florido,
Recibe
el corazón las impresiones
Como
la cera el toque de las manos.
Estudia,
y no serás, cuando crecido,
ni el
juguete vulgar de las pasiones,
ni el
esclavo servil de los tiranos.
Seguíamos
enternecido caligrafiando La Limosna de Vicente Rubio:
Yo mismo en cierta ocasión
de
esta escena fui testigo.
Le
arrojó pan a un mendigo
un
niño desde un balcón.
Pero
su padre, hombre humano,
le
dijo: — ¿No te sonroja?
La
limosna no se arroja;
se
besa y se da en la mano.
Aquellas
lecciones acompañadas de letra seguida en su trazo, nos deslumbraba con las
fábulas de Esopo, como fue la que nos
marcó, esa de El Molinero, su hijo y el Borrico, cincelando en nuestra mente y
espíritu:
«Tener
limpia la conciencia
Es el
deber principal;
En lo
demás, cada cual
Consulte
su conveniencia».
Nada
nos detenía, más cuando nos encontrábamos con aquella lección hermosa de Querer
es Poder, donde predomina la voluntad ante la adversidad, a través del símil
entre el caracol y Canuto, íbamos descubriendo la resonancia del sonido con La
Ninfa Eco, para convertir en momento lúdico, una enseñanza en las relaciones humanas
al tratar a los demás como queremos ser tratados.
Continuábamos
encadenando las letras sobre la piel blanca del cuaderno y quedaba plasmada la
plana de El Árbol Vaca que hacía del silencio un hito para dejar correr su
extracto cremoso por las diferentes Estaciones en la «Alegría de Leer», todo
aquello acompañado de las oraciones del Hermano Lobo con San Francisco de Asis
, conmovido por la sensibilidad del animal, que no era ajena a la de las
plantas del jardín del texto.
Todo se transformaba en una visión edénica
ante la presencia de El Pavo Real y el Ruiseñor, frente a la majestuosidad del
Río Amazonas, que detenía su corriente, para permitirnos plasmar sobre su
superficie con letra aldina la Historia del Perro con su Plegaria de Manuel
José Othón:
No
temas, mi señor; estoy alerta
mientras
tú de la tierra te desligas
y con
el sueño tu dolor mitigas,
dejando
el alma a la esperanza abierta.
Vendrá
la aurora y te diré: «Despierta;
huyeron
ya las sombras enemigas».
Soy
compañero fiel en tus fatigas
y
celoso guardián junto a tu puerta..
Al finalizar la lectura dejamos como testimonio la
muestra caligráfica de oraciones manuscritas:
Policarpa Salavarieta, «mujer granadina, madre y
fundadora de nuestra independencia».
«El Tequendama,
abismo donde el río Funza o Bogotá, manso en la llanura, vivo e impetuoso azota
tus breñas. Encrespado y rugiente, dando tumbos y estrellándose contra los
peñascos de la orilla desciende».
Resaltamos el Paralelo entre Wáshington y Bolívar,
para fundir con indelebles letras la Ultima Proclama de Bolívar: «Colombianos:
Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye
para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al
sepulcro».
Se intensifica más nuestra nostalgia por la letra
itálica, aldina o cursiva, cuando percibimos que a través de las lecciones de «Alegría
de Leer», nos proyectaban los fundamentos de una educación que iba a construir
al noble, honrado y buen ciudadano.