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viernes, 7 de febrero de 2020

La Dulzaina y la Artesanía de Rafael Antonio


Una Gran Contribución a la Inmortalidad de Landero 

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes 

Andrés Landero, Gran Juglar de San Jacinto

Eran los años de 1955, al colegio de La Esperanza, recomendado por el profesor Jaime Castellar llegó de la población de San Jacinto, Rafael Antonio. Matriculado para cursar el sexto grado de bachillerato, era un muchacho de baja estatura, de tez pálida, con ojos grandes que dejaban ver la avidez por las cosas que pasaban a su alrededor, fue encomendado a la señora Petrona, dueña de una casa de huéspedes de la calle del Porvenir, quedó entonces sometido a la autoridad de la mujer, quien le sirvió de acudiente, ya que era paisana de sus padres y de reconocida estima por los sanjacinteros. 

Rafael Antonio poseía una cualidad especial, a través de su dulzaina podía interpretar las canciones de Landero, lo hacía con especial afinamiento causando admiración entre sus compañeros, muy a pesar de cierta crítica que le hacían por sólo interpretar las canciones de Adolfo Pacheco Anillo, y, en especial, por Andrés Landero, con este último se embelesaba con «La Pava Congona», siendo capaz de repetirla durante toda una noche de sábado en que se quedaba a dormir donde la tía. 

Cuando la nostalgia lo envolvía acudía a la interpretación de las notas de «Marta Cecilia», evocando momentos de la belleza de una niña que había conocido en el pueblo cuando tenía diez años, terminaba como a las tres de la mañana con el trino de «La Pava Congona», después de haber provocado la presencia de algunos vecinos con la interpretación de la cumbia «Las Miradas de Magaly». 

Adolfo Pacheco Anillo, Compositor
Cuando Rafael Antonio volvía al pueblo en las vacaciones, combinaba el toque de la dulzaina con la ayudantía en el tejido de las hamacas que elaboraba su padre, en esos momentos con admirable destreza, al tiempo que hilaba tocaba su dulzaina interpretando «el Mochuelo de Adolfo Pacheco», llegando en algunas ocasiones a realizar un popurrí entre las canciones de Andrés Landero y Adolfo Pacheco, aquello era algo maravilloso, cómo se iban entretejiendo las canciones como los diversos colores de los hilos de la hamaca que se tejía, eran momentos que no cambiaba por ningún otro. Todo esto daba razón para entender la tristeza que embargaba al estudiante cuando tenía que abandonar el pueblo rumbo a Cartagena. 

Rafael Antonio, era conocido como el sanjacintero que a través de la dulzaina interpretaba las canciones de Landero y, una de las canciones preferida era «La Pava Congona», lo que no impidió para hacerse a un premio en un concurso en Emisoras Fuentes, interpretó la cumbia «Martha Cecilia», aquella canción cumbiambera la repitió por seis veces, finalizando con «La Pava Congona». 

Cuando iba por el noveno grado, se embargó de nostalgia por los sones y olores de su pueblo, no le bastó la admiración de sus compañeros, ni los elogios que hacía Lucho Argaín, el director de la Sonora Dinamita, que lo buscaba para escucharlo, por lo dulce como interpretaba las cumbias de Andrés Landero, era tanta la admiración que una vez la orquesta ofreció llevárselo para Méjico. 

Nada valió, Rafael Antonio tenía enterradas las fibras de su corazón en las tierras de San Jacinto, lo que materializaba en el amor de aquella niña que conoció a los diez años, ahora tenía diecisiete, con su delicado cuerpo tallado en noble madera, cubriéndose con las serenatas que él le brindaba con las cumbias de Landero. 

Folclor de San Jacinto
En las vacaciones intermedias, Rafael Antonio se despidió del colegio para no volver y quedarse tejiendo las hamacas con la melodía de las Cumbias de Landero. Se perfeccionó en el tejido, adquirió gran habilidad en la forma como escribía con los hilos las letras de las canciones del juglar, sus hamacas adquirieron gran renombre y eran solicitadas por el Ministerio de Cultura para ser distribuidas por algunos países del mundo. 

Se daban tres variedades de hamacas, las que tenían la letra de «La Pava Congona», las de «Martha Cecilia» y, la de «Las Miradas de Magaly». 

Las de «El Mochuelo» las hacía por encargos especiales. 

Toda esa labor de música con artesanía contribuyó a la inmortalidad de Landero, la música de este gran juglar se constituye en un Patrimonio Inmaterial de la música colombiana.  

      
        Juan Gutiérrez Magallanes, Escritor




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