EL
LICEO DE BOLÍVAR
Y LA PROMOCIÓN DE 1973
Juan V Gutiérrez Magallanes Hay algo de lo cual estoy muy bien convencido, que: los egresados de la promoción de bachilleres 1973 del Liceo de Bolívar, hacen parte de la Edad de Oro de esa Institución Educativa. Hoy venida a menos, caída en el Limbo, ese «lugar mítico donde están detenidas las almas de patriarcas y sabios, esperando la redención de los hombres». Así está nuestra querida Institución, en espera de la voluntad de sus egresados de ayer. Al Liceo de Bolívar le ha pasado como la Grecia, útero coadyuvante en el desarrollo de la Cultura del mundo de Occidente, de esa nación hoy sólo se le recuerda por los hombres gestados en su vientre: Sócrates, Platón, Aristóteles, Homero, Euclides y tantos y tantos que dieron luces a la Humanidad.
Pero por Grecia, ninguno de la Comunidad Europea, «quiere dar un pirulí por ella».No podemos cansarnos de decir, reiteradamente, que ustedes vencieron dificultades para formarse como hombres útiles de la sociedad y, hoy hemos venido por saudades o recuerdos que alegran el espíritu y colman de la risa, gracias a los encuentros de viejos condiscípulos, tales como: La sana y dura terquedad de Juancho por mostrar la bondad de la valencia del carbono en un estado de oxirreducción; el énfasis en la explicación dialéctica de Valdelamar para hacer comprender la terquedad de Hitler en la dura tercera Guerra Mundial; la constante repetición del Chiqui Caballeros para enseñar los múltiples usos del verbo To Be, sin alejarse de los parámetros bondadosos, enseñados por el maestro Córdoba y las drásticas lecciones, entre comillas de Mister Davy.
Nada parece ser igual a este momento de sano encuentro, porque también será menester recordar el tintineo del «pi pi pi» del maestro Martínez, cariñosamente apodado «Pomponio», en sana competencia con el codeo en la búsqueda de una redonda caligrafía por las manos del maestro Pava, y volver a mirarse en la serie de espejos mostrados por el profesor Reyes, tratando de cuadrar una ley que fuera consecuente con la refracción de la luz, sin tocar las dulces ecuaciones matemáticas de Moncho o las soluciones bondadosas de las identidades matemáticas planteadas por el silencio de Dionisio.
Nada ha transcurrido sin los buenos recuerdos de ese grandioso Liceo, donde tenía cabida la explicación cosmológica del canario Tarsicio, sin el choque del seseo y la pausada explicación de un gerundio en la ambigua condición de sustantivo y verbo a la vez, por Celso.
No había contradicción alguna entre una frase en francés del Guillo y las oraciones afrancesadas, puntillosas y marcadas de Elpidio. Todo era por el bien de los que hoy están aquí. Podía Marcos Pérez plantear su teoría del creacionismo al lado del evolucionismo del Campeón de la claridad de la tarde sin que esto quebrara ningún hueso.
Allá se veía al profesor Chang, tratando de demostrar la pendiente de cualquier curvatura, sin permitirse levantar la voz para hacerle competencia a los consejos de Doña Aura; todo era por el bien de encontrar una razón en la buena dirección de un partido de beisbol por Álvaro Paz, sin importar el mitin de las nueve de la mañana. Después de los fritos de Cande, se anunciaban las clases con el gong del viejito Buelvas.
Estos estudiantes sabían aplicarle el número de Avogadro a las empanadas de Cande y buscarle la raíz cuadrada a los pudines de la tienda del profesor Agualimpia, se explayaba la risa en la voz del sobrino de Roberto Burgos, Jaime Burgos Patiño. Pero ya se había consumado el triunfo de unos jóvenes que proyectarían luces para alumbrar con sabiduría los hogares de familias cartageneras.Juan V Gutiérrez Magallanes
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