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martes, 11 de diciembre de 2018

Novedad Literaria de Fin de Año


EL CARÁCTER CARNAVALESCO
DE LA POESÍA DE LUIS CARLOS LÓPEZ
(ENSAYO)

La obra de Luis Carlos López, ese gran bardo cartagenero de la primera mitad del siglo XX, ha sido estudiada y analizada por numerosos autores y desde diferentes puntos de vista, a pesar de haber sido prácticamente ignorado por sus contemporáneos y de haber liderado, sin proponérselo, un movimiento literario que enfrentó al modernismo de su época  a partir de la realidad inmediata de  los países hispanoamericanos. 
Este hecho ha llevado a que «El Tuerto» López, como era llamado cariñosamente por familiares y amigos, haya sido considerado un poeta “revolucionario”, “iconoclasta”, “realista” “nacionalista”, “regionalista” y hasta “mágico-realista”, en atención  a su  gran sentido crítico expresado, casi siempre, por medio del humor y la ironía y a la ridiculización de la sociedad pacata y provinciana de su época. 
Esa visión de la vida, amarga y festiva, revela el extraordinario talento de Luis Carlos López y su extrema sensibilidad ante la vida cotidiana, ante los hechos  comunes  y  corrientes  que  él  elevó  a  la  categoría  de “sobresalientes”. Porque no otra cosa hizo el “Tuerto” al retratar la vida provinciana de Cartagena de ese entonces y universalizarla, de tal modo, que hoy en día resulta inconcebible realizar un estudio de la poesía colombiana o hispanoamericana, sin tenerlo  especialmente en cuenta. 
Para Guillermo Alberto Arévalo, el crítico colombiano que quizás mejor ha analizado la poética de López, éste es un “gran desmitificador, gran humorista y gran ‘terrorista’ de la poesía”, lo que lleva a calificarlo de “revolucionario”, gracias a su gran sentido crítico, como ya se dijo, y a su escepticismo frente a las realidades inmediatas de nuestra sociedad. Según Arévalo, la obra de Luis Carlos López es toda una “poética de la ironía”, ya que, para él mismo, sus libros son “librejos sin literatura” y más de unos de sus poemas los tituló  “Despilfarros”. 
Luis Suardíaz  sostiene que: “El gran fresco que estructura el conjunto de su obra nos brinda la más cabal imagen del provincialismo, esa cara accidental del feudalismo colombiano, y también de la conducta burguesa, explícitamente vapuleada en sus versos. Lo que no nos permite, sin embargo, calificar de revolucionario su trabajo.  Hay  que  situar  a López en el centro de la gloria”. 
Nicolás Guillén, al referirse a la obra de López, la define como “Una carcajada dolorosa” pues “La musa de López no ríe, sino que llora. Donde muchas veces creemos escuchar una carcajada, hay un lamento, un terrible lamento, casi un aullido”. 
         
Luis Carlos López, Un Poeta Iconoclasta          
Otro gran estudioso de la poética “luiscarloslopezca”, el crítico y profesor norteamericano James Alstrum, sitúa la poesía de López en el marco de la tradición de la antiliteratura en las letras hispanoamericanas y la compara con la del chileno Nicanor Parra, el más destacado antipoeta del país austral. 
Señala Alstrum  que “La ironía y el humor…. abundan en la poesía de López y son otros dos fundamentos de la antiliteratura. El humor y la ironía están en juego en toda la antipoesía. Se puede discernir en López y Parra el motivo literario de risa-llanto”. Este punto de vista coincide con el de Arévalo y Guillén y con algunos aspectos del enfoque que vamos a utilizar en el presente trabajo, en el cual indicaremos también las diferencias que se observan entre ellos. 
A pesar de que el estudio de Bajtín se fundamente en la obra narrativa de Dostoievski, esto no impide ni invalida que el nuestro se base en la obra poética de Luis Carlos López, ya que, así como él señala que la característica principal de las novelas de Dostoievski es la auténtica polifonía de voces autónomas, en nuestro caso, también reconocemos esa particularidad en la poética del Tuerto López, en vista de la presencia de la percepción carnavalesca del mundo en todos y cada uno de sus poemas. 
         
         Rafael Yepes Blanquicett, Autor
Si para Bajtín, Dostoievski es el creador de la novela polifónica y llegó a formar un género novelesco completamente nuevo, para nosotros, Luis Carlos López es el creador de la poesía carnavalesca y le dio vida a un estilo nuevo, totalmente diferente al de la poesía que en su tiempo se cultivaba en Colombia e Hispanoamérica al romper con la tradición modernista de Guillermo Valencia y Rubén Darío. Por eso, su obra no se enmarca en ninguno de los esquemas histórico-literarios  tradicionales que se le aplican a los fenómenos de la poesía colombiana e hispanoamericana, pues el “cincel” de López destruye la “obra cincelada” y “perfectamente” construida de Valencia y Rubén Darío.  
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 
1. AREVALO,  Guillermo Alberto,  Luis Carlos López: Obra Poética,  Bogotá, Banco de La República, 1976.
2. SUARDIAZ,  Luis,    “El  ojo  mágico-realista  de  Luis  Carlos  López”,   El   Universal Dominical, Cartagena, 5 de noviembre de 1995. 3. GUILLEN,  Nicolás,  “La carcajada dolorosa de Luis Carlos López”, Bogotá, Revista de América, Vol. XXII, No. 72, junio de 1951, p. p. 433-440.
4. ALSTRUM, James, La sátira y la antipoesía de Luis Carlos López, Bogotá,
 

Banco de la República, 1988, p. 23.

Esta Obra la Puedes Adquirir en:
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El Carácter Carnavalesco de la Poesía de Luis Carlos López
Ensayo De Rafael Eduardo Yepes Blanquicett
Número de páginas: 50
Costo impresión: $ 16.100,00
Precio final: $ 19.200,00 (Impuestos incluidos)
Precio final + Envío: $ 27.800,00 (Un ejemplar)
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domingo, 9 de diciembre de 2018

Voces En Chambacú


Y Al Final Todo Era Música Con El Tren
Que Entraba Por Puerto Duro A La Ciudad

 Juan V Gutiérrez Magallanes

Todavía podíamos escuchar el eco grabado en las oquedades de los últimos caracoles de las orillas de la Ciénaga, ecos dejados por la voz del tenor Antonio Carlos Del Valle, quien con pasillos y arrullos de pescadores, pudo conquistar a Alejandrina en la Punta de la Tenaza.

Cuando habitaban en el Boquetillo, con el paso de las auroras, llevó su melodía a los rincones de Chambacú, donde todas las mañanas, brindaba una canción a su Alejandrina. 

Se fueron tejiendo voces, que guardaban la nostalgia de los caseríos adheridos a las murallas.

«El Papa Caino» cantaba los tangos más sentidos de Gardel y algunas veces tarareaba los boleros del «Guapo de la Canción».

Y cuando lo invadía la tristeza acudía a la parte nostálgica del «jefe» Daniel, con su canción la «Despedida», y alcanzaba un sueño profundo en los rastros de un tabaco no aspirado: Quedaba recostado sobre los muros del viejo puente, en la figura del último ángel caído, en las madrugadas, con el silencio de las rezanderas del último difunto de la isla Elba, sin que por esto, en las noches venideras, dejáramos de escuchar el tamborcito de Juan Pacheco, con sus porros trasnochados en las calles de Chambacú. Dejaba que lo invadieran los momentos de Viejo Juglar en los pueblos de las sabanas de Córdoba. 
En aquel barrio, había zona auditiva para toda la cancioncistica del mundo, y nos permitíamos escuchar la guitarra acoplada a su dulzaina del gran Julián Machado, acompañado de Lucho Pérez, «Argaín», en las notas inolvidables de «Goya», que entraban alternando con la voz de los hermanos Marrugo, con la canción del Grupo «Vasquezón», en «Chambacú con carretera».
Petrona Martínez, Cantadora, Reina del Bullerengue
Gilberto Marrugo, cantaba los mejores boleros al pie del monumento de Los Pegasos. Y, con el tiempo, cuando su voz se fuera apagando, retornaría a la zapatería en el Parque Centenario, donde suavizaba las suelas con el bolero, «Eso que llaman Amor». 
Lucho Pérez «Argaín», era un barítono que lograba convertirse en un tenor en las notas musicales de un tango de tristeza para la audición de María Carreazo. Podía endulzar las noches de Chambacú, con los boleros de otras voces, su versatilidad lo llevaba a los compases de una cumbia o de un porro, como lo demostró cuando hizo parte de Los Corraleros de Majagual, y más tarde mostrarle al mundo desde México, sus cumbias en las composiciones de su Sonora Dinamita, sin que esto nos hiciera olvidar los ensayos del Maestro Pianeta Pitalúa, con su orquesta «La A Número Uno», en la periferia de Chambacú, con los silencios del tren que entraba por Puerto Duro a la ciudad.

Se daba una sincronización con las ondas musicales difundidas por las calles zigzagueantes, que retenían los sones más querendones y que podían repercutir en la tumbadora del «Múcura», en las noches de jolgorios en los salones bailadores del Hotel Caribe, en paralelo, con la percusión hecha por «Estrellita», el marido de «Lola Pea», quien amenizaba con su tumbadora las tómbolas bailables en un club nocturno de Bocagrande. 
Todas estas personas, compartían aquel mundo chambaculero, donde la tristeza se amenizaba con música, tal vez, con los sones venidos de las Islas Antillanas, como era la hermosa Cuba o la Quisqueyana.

Emeterio Torres, El Tenor Mayor de Chambacú
Pero también allí estaba ese bolerista, que se entronizaba en los pretiles de la calle del Lago, «Boyeyo» , él si sabía imitar al «Jefe» Daniel Santos, dejando sembrada la esperanza al terminar un bolero. Cantaba en la noche del sábado los inicios de las canciones, y aquello era muy divertido, pues lo hacía con mucha afinación, con lo cual logró que se estableciera una «espera» de una linda admiradora de sus canciones, lo que «Boyeyo» nunca supo, porque cantaba cuando los efectos de alicoramiento, alcanzaban en su organismo el nivel más alto. «Boyeyo» solo cantaba boleros de Daniel Santos.

En la Calle del Lago, Cándida Castro, con su voz de contralto, volvía a recordar sus momentos de aficionada en Radio Miramar, dejaba que los recuerdos evocasen los boleros de «Toña La Negra», y en un silencio musical dejaba que las notas de una canción secaran las lágrimas de su nostalgia.

Allí, en Chambacú, en esos momentos, se gestaba la voz de la hija de Otilia e hijastra de Aquilino, Petrona Martínez, que aún era una niña, pero seguro que a sus oídos llegaban los palmoteos de los bullerengues de Estefanía Caicedo.

Los pocos radios en las casas de Chambacú, emitieron la voz de Lucho Pérez «Argaín», cuando se iniciaba por Radio Miramar, con sus tangos de tristeza para alegría de los chambaculeros. 
Toda aquella musicalidad, quedaba geometrizada en los pases del «Negro» Maldonado con su pareja Isna, en competencia con Saul Maza y su pareja Lilia, en la sala de baile los parejos con vestidos enteros de blanco se convertían en cúmulos de nieve perlados por brotes de ébano. En aquel instante de festejo, las oraciones de Lilia, como rezandera de difuntos, se convertían en gestualidades de ritmos en un goce sensual.

Toña La Negra, Cantante
Todo era fiesta, se olvidaba el trabajo plañidero de algunas de las que allí estaban, para bailar y reírle a la vida, se olvidaban los golpes del mazo sobre la ropa en el lavado de compromiso, que hacía Juana Cabrera a los internos del Colegio de la Esperanza. Ahora era momento de bailar, cesaban los palmoteos de Gregoria sobre la masa de maíz, para moldear las empanadas de la «Bajada del Puente de Chambacú», solo se apreciaba el ritmo de sus caderas que llevaban los compases de sus pies ante la guaracha que estaba sonando en el picot «La Flor del Mango». 
Todo aquel álbum de cantantes y pregoneros, se compilaron en el tenor mayor que ha tenido Chambacú, Emeterio Torres, «El Educador del Bolero», desde las tablas del teatro dirigido por Carlos Alíes, hasta los atrios de las iglesias para cantar un Ave María de Schubert, lo que no le impedía cantar sus boleros y hacerle el dúo a Cándida Castro en sus momentos de melodías nostálgicas. 
La voz de Emeterio tenía la bendición de miles de manos que se mutaban en flores negras para una nueva canción de alegrías y penas de las lavanderas del barrio, reflejadas en el florecimiento de la mata de sábila, colgada detrás de la puerta de Carmen «La Chocoana». 
Los chambaculeros, en su diáspora hacia la periferia, llevaron consigo una mata de sábila con los ecos de las canciones entonadas por los tenores del barrio.
Juan V Gutiérrez Magallanes



  

sábado, 17 de noviembre de 2018

El Bochornoso Caso Odebrech


Un Fiscal En La Cuerda Floja

Por Rafael Eduardo Yepes Blanquicett

En cuestión de 72 horas, padre e hijo fueron aparentemente asesinados por «envenenamiento por ingesta de cianuro», según lo dictaminado en un informe entregado por el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, luego de que Jorge Enrique Pizano, testigo clave en el escándalo de los sobornos de la multinacional brasileña de la construcción, Odebrecht, fuese encontrado muerto en su escritorio, supuestamente, a causa de un infarto. 
Alexander Pizano, su hijo, que había venido de España a Colombia para asistir al funeral de su padre, falleció en idénticas circunstancias en el mismo lugar, tres días después, al ingerir el contenido de una botella de agua que estaba en el escritorio de su progenitor, posiblemente contaminada con cianuro. 
El hecho, que ha llamado poderosamente la atención, es materia de investigación porque, en una entrevista que dejó grabada Pizano y emitida por Noticias Uno, este revela que el Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez, antes de ocupar el cargo, cuando era su «amigo personal y confidente», además de su abogado, conocía desde 2013, la trama de corrupción orquestada por Odebrecht y no hizo nada al respecto. 
El fiscal Martínez se ha defendido, aduciendo que Pizano «no tenía certeza de que se tratara de pago de coimas», lo cual explica la razón por la que «no presentó denuncia alguna ante las autoridades» y que por eso no actuó. Ahora, «ante la certeza de lo hallado por Jorge Enrique, se ha abstenido de actuar como fiscal en la investigación por estar impedido». 
        
Rafael E Yepes Blanquicett         
¿Por qué el Fiscal General no procedió en su momento, siendo que había indicios de que algo raro estaba sucediendo, así su cliente y amigo no tuviera la certeza del asunto? ¿Será que las autoridades correspondientes tomarán las riendas del caso, nombrando un fiscal ad-hoc, ante el impedimento presentado por Néstor Humberto Martínez?   
Amanecerá y veremos.     



miércoles, 14 de noviembre de 2018

Una Buena Impresión Antes Que Todo


LA AUTORREPRESENTACIÓN DE LOS  AFRO EN CARTAGENA


Por Dora Berdugo Iriarte

La autorrepresentación, hace referencia a la propia imagen, esta se construye: como un proceso de reconocimiento de quién soy a partir de la imagen que tengo del Yo que creo que soy o del que deseo ser. Cabe destacar, que según el psicólogo David Myers: las formas de comportarse y actuar de las personas buscan  proyectar una buena imagen de ellas. Por eso, la constante necesidad de ir dejando en los otros,  una buena impresión, ya que  ella tiene un contenido social y se da en medio del intercambio cultural que supone la relación con los otros desde el nacimiento. 
De otra parte, la internalización, se presenta, según Vigosky «a partir del nacimiento del sujeto»,  es decir, desde el momento mismo que el niño nace y comienza a interactuar  con el grupo humano donde queda ubicado llamado familia.  Él la entiende, como una serie de transformaciones progresivas internas, originadas en operaciones o actividades de orden externo, mediadas por convenciones socialmente establecidas, que finalmente se convierten en parte del sujeto y este lo manifiesta como su propio pensamiento. Así como afro profesional me veo, soy y me muestro ante los otros, con la marca que define  la institución de dónde vengo, pero reconociendo mi condición étnica anterior. 
Por su parte,  la a cultura tiene que ver con creencias y prácticas concretas que una sociedad asume con distintos grados de consenso, aceptación, reconocimiento y compromiso. Así las cosas, el análisis cultural de ese entorno concentra su interés en los significados, discursos, valores, referentes, formas narrativas, esquemas cognitivos, los cuales permiten comprender procesos evolutivos y las interacciones que se dan en esas instituciones sociales. 
La Universidad en su condición de espacio educativo, propicia el cultivo de nuevas relaciones interpersonales donde el diálogo de saberes se mezcla con las representaciones simbólicas que cada quien trae  desde su casa,  escuela y  cultura. De esta forma, a la vez que el educando recibe nuevos conocimientos académicos, también comprende desde la vivencia que existen otras formas de hacer sociedad  diferente a la suya y no por eso son menos válidas. En este sentido, la Universidad no solo le aporta el escenario para mirar al otro con respeto, sino la ocasión propicia para mirarse con respeto y mostrar con orgullo los valores simbólicos que entrañan los significados de su cultura. 
De este modo, la Universidad propicia relaciones de alteridad entre los educandos, abriendo un diálogo cultural y conjuntamente con la malla académica dejan una impronta en los profesionales que saliendo con el sello particular de la institución no deben perder su identidad étnica, porque es la marca particular que vino con ellos y fue validada en su vida con acciones propositivas que en el caso de los afro profesionales de Cartagena debe servir como motivo de empoderamiento de quienes habiendo sido invisibilizados, hoy tienen la opción de mostrar que como ciudadanos aportan en la construcción de sociedad desde su discurso profesional etnorreferencial.
Dora Berdugo Iriarte, Poetisa



    

viernes, 9 de noviembre de 2018

La obra de Ubaldo Elles Quintana


«El Castillo San Felipe de Barajas
A Través de la Historia Universal»
     Una síntesis del proceso histórico de Cartagena...
        
Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

Ubaldo Elles Quintana presenta a Cartagena de Indias y al mundo, otra de sus obras: El Castillo San Felipe de Baraja a Través de la Historia Universal, donde de manera pedagógica va demostrando cómo se llega a la construcción del Castillo San Felipe de Barajas y por qué se inició como Castillo de San Lázaro (1657), debido al Cerro del mismo nombre, donde Elles aprovecha para dar una explicación del origen geológico de los promontorios que hacen parte de la urbe, como La Popa, aprovechados para las edificaciones que preservarían a la ciudad. Donde se muestran planes de fortificación por el ingeniero Bautista Antonelli, Juan de Tejada, el gobernador Pedro de Acuña, el general Luis Fajardo,JuandeHerrera y Sotomayor y Antonio Arévalo.

Ubaldo, un docente historiador acostumbrado a mostrarle a sus estudiantes la trascendencia que tiene la ciudad de Cartagena, enfatiza el papel histórico de los Baluartes, Castillos, Reductos y en general, la cortina de muralla, en el papel trascendental que jugaron en la defensa de la urbe y es allí cuando él aprovecha para fomentar el sentido de pertenencia. Hace de las ciencias sociales el catalizador necesario para conocer la historia y no olvidar a los que han participado en su desarrollo.  
Ubaldo Elles Quintana 
Este libro presenta una síntesis fundamental del proceso histórico de la ciudad Karamairi, desde su conquista por don Pedro de Heredia, con la claridad planteada por el doctor Miguel Camacho Sánchez (f); los 14 baluartes identificados con sus nombres, da una explicación de las escolleras o especie de muros en el interior del mar, para impedir la entrada a la bahía, va citando las diferentes fortificaciones construidas en varias islas del archipiélago de Cartagena de Indias y Tierrabomba. Con el libro de Elles, aprendemos a estimar y considerar la importancia de las almenas en los variados fuertes y las baterías con sus vetustos cañones que nos señalan las huellas de contiendas pasadas, la significación de la cortina de murallas con sus baluartes en pro de la defensa de aquella Cartagena azotada por Piratas, corsarios, filibusteros y bucaneros. Donde el profesor pensante de las Ciencias Sociales, metaforiza para dar a entender la necesidad de crear mentalmente una muralla de moralidad para proteger a la ciudad de tanta corrupción.

En este texto, el lector encuentra los elementos que erigirían a la ciudad de Cartagena de Indias como Patrimonio Cultural de la Humanidad, es decir, en sus monumentos, como el Castillo San Felipe de Barajas, La Popa, y la Cortina de Murallas con Fuertes y Baluartes y es por esto que causa escozor y demasiado dolor cuando entidades gubernamentales, encargadas de vigilar la preservación de estos sitios emblemáticos, hacen omisión de su obligación y permiten los deterioros de este Patrimonio Material e Inmaterial de la Humanidad.
En el Libro «El Castillo San Felipe de Barajas a través de la Historia Universal», se puede apreciar la formación «ecologista -social» del Maestro Ubaldo Elles Quintana, hace de manera permanente lecciones dirigidas a los cartageneros y autoridades en general, con el objetivo de la preservación del entorno, característica mostrada desde muchos años atrás, cuando señaló la contaminación de la bahía, por efecto del mercurio que vierten a ésta, las empresas de Mamonal.

Ubaldo Elles Quintana, maestro normalista, licenciado y máster en historia, es miembro de la Sociedad Colombiana de Historiadores, de la Asociación de Escritores de la Costa y del Centro de Historia Cartagena de Indias. Ha sido rector de varias Instituciones Educativas del Distrito.  
En su calidad de docente investigador, ha publicado: Cartagena Indígena (1985), La Inquisición en Cartagena de Indias (1988), Cartagena de Indias, una historia para los niños de Colombia (1991), Esbozo de Historia Social y Económica de Cartagena (1991), y Cátedra de Historia de Cartagena (2004).

Como creador del proyecto Cátedra de Historia de Cartagena de Indias, a través de la Fundación de investigación Pedagógica de Bolívar FINPEB logró la institucionalización de la Cátedra mediante el decreto 596 de octubre 12 de 1990, expedido por la adminis­tración distrital de ese año.

A Ubaldo hay que leerlo, porque es uno de los Maestros, en el sentido sabio de esta acepción, Maestro, que dedica gran parte de su vida a la defensa de la naturaleza y de esta heroica Cartagena de Indias, «La Iguanada», término que hace referencia al saurio que lo esculcan en su entrañas y después lo abandonan.

Leyendo las obras de este Maestro-Investigador se desarrolla el amor por la ciudad y su sentido de pertenencia. Los niños que se forman en la lectura de los textos del Maestro Elles serán los llamados a amar la ciudad y defenderla.
Juan V Gutiérrez Magallanes
  

martes, 6 de noviembre de 2018

Memorias de Chambacú


 UN HOGAR PREPARADO PARA GAMBI

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes


Lo llevó un domingo a las dos de la tarde, era muy pequeño, lo había atrapado con su atarraya grande como la luna, lo puso a nadar en las mismas aguas de la ciénaga de Chambacú, contenidas en una lata pequeña. 
Le llamaba  Gambicito, porque a los Sábalos pequeños les llaman  Gambí, cada dos días le cambiaba el agua, después le echaba granos de arroz cocido y pequeñas porciones de carne molida, porque estos peces son omnívoros, comen de todo. 
Pasado determinado tiempo lo llevó a una  poza grandísima que tenía cien metros de largo por cincuenta de ancho, esta especie de piscina, en tiempos anteriores había sido el lugar donde teñían grandes tejidos de algodón, para la fabricación de telas en la ciudad. 
El abuelo vivía allí, cuidando las máquinas destruidas, que habían quedado después del incendio de la fábrica de los Espriella. 
Era una estancia grande que tenía el frente principal, mirando hacia el Campo de la Matuna, donde el abuelo podía extender sus cordeles y atarrayas, desde lo alto de aquella edificación podía vigilar sus dos botes que mantenía en la orilla de la ciénaga en el sector de Puerto Duro. 
El abuelo era aficionado a muchas manifestaciones deportivas y lúdicas, conocía al buen beisbolista, en la forma de pararse en el campo de beisbol y en la manera de ponerse la manilla, lo mismo hacía con el boxeador, al mirarlo en el centro del ring, cuando tiraba su primer golpe, y de igual forma cuando iba a las corridas de toros en la Plaza de la Serrezuela del barrio de Sandiego, bastaba mirar el torero al hacer el paseíllo para deducir lo bueno que podría ser la corrida. 
El abuelo no dejaba de vigilar a Gambí en el estanque, lo medía a simple vista, y calculaba los centímetros que había aumentado para ver si podía considerarlo un «Sábalo Mayero». 
Uno de los nietos del abuelo, desde las primeras horas de la mañana se sentaba en el borde del estanque para contemplar el pez, ciertos movimientos que hacía con su cola, todo aquello, el niño lo tomaba como una muestra  amigable y juguetona de Gambí,  hasta que un día el abuelo  dijo a su nieto, «te voy a ayudar para que aprendas a nadar», y entonces se metió a las aguas con Ignacio, que así se llamaba su nieto, y lo ayudó a tratar de mantenerse a flote para que braceara, el pez se hizo a uno de los ángulos del estanque y contemplaba con ojos vivarachos el chapoleo del niño, esto lo hizo por dos días, al tercero, ya Ignacio nadaba solo y era capaz de acompañar el recorrido que hacía Gambí a lo largo de la poza. 
Se había establecido una amistad entre Ignacio y el pez, éste todas las mañanas lo esperaba en un mismo lugar, acordado por ambos, nadaban y hacían competencias de natación, en las cuales participaba el abuelo con su animación y regalo de pequeñas porciones de repollo picado con carne molida para el pez y una galleta para Ignacio, desde la orilla. 
Con el paso de los meses, el pequeño Gambí se fue convirtiendo en un hermoso sábalo que nadaba acompañado de Ignacio con la supervisión del abuelo y los cantos de las mariamulatas que llegaban para tomar las migajas de comidas que quedaban en el estanque, algunas veces el niño lograba montarse en el lomo del Sábalo y dejaba que éste lo llevara por todo el espacio de aquella «piscina improvisada», las risas del niño se confundían con los golpes de las aletas del pez y sus movimientos de cabeza, con lo cual muchas veces, lograba pedir un descanso en los juegos organizados por el niño y el abuelo. 
Muchas veces en los momentos de quietud, en que el pez se detenía, se escuchaban las canciones del coro formado por pequeños peces que el abuelo había traído del mar de la Punta de la Tenaza. 
El Sábalo crecía con la alegría de todos los que vivían en aquella vieja casona, que un día ya casi olvidada, había sido una gran fábrica de franelas y tejidos de algodón de múltiples colores, algunas  veces el abuelo permitía la entrada de los niños, que iban al Campo de la Matuna a jugar beisbol, los infantes contemplaban al pez y sus movimientos sincronizados con Ignacio entrando al estanque. Ya por la reiteración de aquel encuentro con los niños, la historia del Gambí con el abuelo, era conocida en los barrios más próximos a Getsemaní, tales como San Diego, Chambacú y Torices. 
El Sábalo había alcanzado una longitud de cinco metros y pesaba mil kilogramos, sus movimientos se hacían difíciles en aquel espacio, que ahora era reducido por su peso y tamaño. El abuelo, pensó, que debía buscar una piscina de mayor cobertura para el pez, al que veían siempre como una mascota amiga, y nunca como el animal que se ceba para algún día comerlo. 
Gambi se constituyó en un amigo de la comunidad, y en especial de los niños, por tanto, no debía morir a manos de ningún ser humano, sino morir de viejo, cuando los años finalizaran los días de su existencia. 
         
Juan Vicente Gutiérrez Magallanes. Escritor          
El abuelo mandó a construir una cuba de grueso zinc, la llevó a la casa y la llenó hasta la mitad con agua de la ciénaga de Chambacú, con la ayuda de diez hombres logró introducir el sábalo en la cuba y jalarla por carretas, que la condujeron a la Punta de la Tenaza, donde después de escuchar un coro de niños con canciones de despedidas, soltaron el sábalo en las aguas del Mar Grande, el pez miró a los niños y les dijo adiós con su inmensa cola. 
Los niños del Boquetillo crearon una ronda que hace alusión al Sábalo del viejo Magalla:
              «Hay un sábalo grande
              que nos visita en las noches
              Nos regala los cuentos de las sirenas
              que viven en las profundidades
              ¡Tráenos una para que nos narre
              el trote de los caballitos marinos».
 

 

lunes, 29 de octubre de 2018

Al Borde De La Nostalgia


CONFLUENCIA Y UNA CANCIÓN, 
DE LOS HÉROES EN EL PARQUE

Por Juan Vicente Gutiérrez Magallanes

Al parque llevan los recuerdos, quienes no han olvidado los momentos reunidos en el corazón y, allí cantan las canciones más hermosas de la niñez, se alegran con los colores de las mariposas que liban el néctar de las flores, se habla con los árboles más legendarios y se escuchan sus alegrías de savia abundante, cuando la luna permite que las venas se dilaten para irrigar el cuerpo del árbol.
El verde de las hojas matiza de felicidad la sonrisa de los niños que tocan con temor el frío de las hojas del árbol de uvita de playa. 
Los recuerdos se van acumulando en la entrada de las neuronas para salir y compartir las voces de las ninfas que leen los últimos poemas del poeta Núñez, aún quedan grabadas en los estípites de las palmeras los encuentros del poeta con Soledad. 
Vamos al parque a escuchar las voces de nostalgia de las aguas de la Ciénaga del Cabrero-Chambacú, voces que perdieron la humedad y quedaron impregnadas en la resequedad de las partículas de tierra de las grandes moles que quebraron la virginidad de sus riberas. 
En el parque escuchamos las oraciones de los amantes de la libertad, en la que narran con recogimiento y sabiduría sus anécdotas vividas: El Cacique Carex, describe con palabras amorosas los amaneceres en la isla Codego-Tierrabomba, deja escuchar canciones de nostalgia por sus vivencias antes de haber conocido a don Pedro de Heredia; Benkos Biohó, narra con valentía el dolor de haber sido arrancado de su madre África. 
Pero vuelve a un estado apacible cuando describe la salida de la ciudad amurallada para emprender caminos libertarios, para fundar los palenques; Sebastián de Eslava, no enmudece ante el conversar de los anteriores, esgrime las palabras para argumentar sobre la defensa de la ciudad ante el invasor Edward Vernon. La algarabía de las mariamulatas y el palabreo de los pericos, conforman el paisaje del parque más natural, donde se dejan escuchar ninfas que anuncian, como premonición, la llegada de Núñez. 
Juan José Nieto narra un poema en prosa de su vivencia como escritor, político, militar y los efugios sufridos como mestizo, para llegar a la presidencia de la Confederación Granadina (1819). 
La sombra que proyecta el busto de Núñez esconde los sigilos de iguanas y ardillas que toman el néctar de las flores de los mangos sembrados por Soledad, para preparar las infusiones que tomaba Núñez a las tres de la tarde, combinadas con el jarabe que le preparaba la negra Manuela. 
Vicente Celedonio y Gabriel Gutiérrez de Piñeres, como si fuera un canto heroico, narran los avances de los Lanceros de Getsemaní en el Grito de Independencia de Cartagena, el 11 de noviembre de 1811, dejan caer sus manos flores de trinitaria para adornar las huellas dejadas por Soledad. 
El parque queda en silencio por un instante y recupera el murmullo de los pobres peces de la ciénaga, quieren participar del «converseo» de los héroes que reposan y cuidan los jardines de los cabreranos. 
         
           Rafael Núñez, Presidente de Colombia
Miguel Antonio Caro, rolo amanuense de Núñez y encargado de la presidencia para vigilar la Constitución que duró cien años, añora la frialdad de los Andes y los bambucos desprendidos del Salto de Monserrate, que permiten entrelazar el canto vallenato de José María Campo Serrano, en el que toca como legendario juglar sus andanzas por la nación, cuando ocupó la presidencia y sancionó la Constitución del 86. Su canción permite escuchar las notas del Himno Nacional, con solo la melodía de Oreste Sindici. 
Se inicia le retreta en el teatrín del Parque, donde las plantas permiten que sus voces hagan el coro del Himno Nacional. 
Al Parque debemos ir para escuchar los recuerdos de la niñez y olvidar los errores de los humanos. 
Juan Vicente Gutiérrez Magallanes


viernes, 19 de octubre de 2018

«Lo Amador», Está de Luto

«UN NAUTA DE LAS PROFUNDIDADES DEL CARIBE,
ESE ERA ROBERTO BURGOS CANTOR»

                                  Juan V Gutiérrez Magallanes                                 
Un escritor cartagenero que hacía de la vivencia cartagenera un poema vertido en la prosa, ya de un cuento o novela. A pesar de estar por mucho tiempo en Bogotá, llevaba presente en su imaginario el andar gozoso y desordenado de la ciudad, sentía la melodía de una canción a través del personaje que había conocido en tiempo ya vivido, y era capaz de describirlo en una crónica que se convertía en un poema. 
Roberto, era el escritor costeño que conocía los interiores y los márgenes periféricos de su urbe natal, captaba los olores que se cocían en los anafes olvidados de las últimas viviendas de los barrios envejecidos, podía describir los efugios del hombre que hacía de todero en la consecución del «diario vivir». 
Guardaba en su alma la mixtura de Cartagena de Indias, ese lienzo de figuras, semejantes a la obra de Grau en el cielo del teatro Adolfo Mejía, era una vivencia del escritor que utilizaba en su narrativa, donde era fácil mirar la prostituta desde el mismo ángulo en que se observaba a la dama emperifollada. Tenía la facultad de presentar el trajinar del cartagenero que elevaba un barrilete o cometa, con la esperanza de escuchar las voces de las estrellas. 
Roberto Burgo conservaba las tradiciones de la ciudad, cargaba en sus hombros, anécdotas, chistes, cuentos, pasajes y vivencias de todos aquellos que fueron sus vecinos en la vieja y descascarillada Cartagena. Él los convertía en prosas que expresaban el sabor de una cumbia o de una «guaracha» del ayer. 
Era un abogado de trato fraternal y justo que hacía honor a la nobleza espiritual de su padre, Roberto Burgos Ojeda (f). Muere a los setenta años, cuando era Director del Departamento de Creación Literaria de la Universidad Central. Según Federico Díaz-Granados, poeta, escritor, director de Agenda Cultural del Gimnasio Moderno: «Burgos, era un hombre de absoluta generosidad que siempre inspiró  fraternidad, afecto, cercanía y calidez. Como si todo el Caribe se sintetizara, en su abrazo verdadero, en su abrazo sincero». 
Este cartagenero, hace sus estudios de primaria y secundaria en el colegio de La Salle de su ciudad natal, donde es frecuente la relación con el gran Griot Manuel Zapata Olivella, quien le publica su primer cuento en la revista, Letras Nacionales, de la cual Zapata era su director, hoy estas ediciones son textos de investigación. 
Roberto poseía el don del buen palabrar, pausado y diáfano. En una de las ediciones de El Espectador, se puede leer: «Su obra es un decantado empeño en alegorizar, con un singular y personalísimo matiz, la vastedad de una región colombiana, poseedora de dimensiones distintas a las ya instauradas como manidos clichés». 
Su camino hacia la literatura se inició con las «lecturas inconvenientes» que prohibía la Iglesia y en una guarida literaria que habitó para convivir con Camus, Sartre y Moravia, le dio vida a «La lechuza dijo el réquiem», su primer cuento.
Llegó a Bogotá el 15 de febrero de 1966 para comenzar a estudiar Derecho en la Universidad Nacional, profesión que eligió por sugerencia de su padre, pero sobre todo porque era una de las pocas alternativas viables. Hacia el éxito se llegaba con la medicina, la ingeniera o las leyes, y aunque su fin no fue trepar hacia la cima de los escalones sociales, desde su juventud tuvo muy claro que «vivir de la literatura no era lo mismo que comer de la literatura», y que no quería que su pulsión inevitable por narrar historias dependiera de las «servidumbres de la necesidad», como le dijo a María Antonia León varios años atrás. 
Se graduó en 1971 y comenzó a trabajar como profesor, lo que no duró mucho porque la labor le absorbía la vida y el tiempo que necesitaba para escribir. De ahí pasó a trabajar como abogado de tiempo completo: salía de su oficina a las 5:00 p.m. y escribía hasta las 10:00 p.m., le contó a Francisco Barrios en medio de una entrevista para la revista Arcadia. Del Derecho se incorporó a la disciplina y humanidad. Desechó el café, porque decía que era la bebida de los abogados y que cuando se la tomaban empezaban a hablar «paja». 
«EL QUE QUIERE ESCRIBIR, ESCRIBE» 
Durante el tiempo que transcurrió entre el olor a tinto que destilaba de las oficinas, las leyes y la literatura, publicó varios cuentos. Por esos días en los que tuvo que dividir sus horas, entre escribir, los horarios y las demoras del tráfico bogotano, decidió renunciar y mudarse a la casa de su hermana en Barranquilla, lugar en el que escribió Lo amador, un compilado de relatos protagonizados por personajes de un barrio pobre y olvidado. 

El cartagenero hizo parte de la generación de escritores como Luis Fayad, R.H. Moreno Durán y Germán Espinosa, que se oscurecieron por el fenómeno garciamarquiano, hecho que no paralizó a Burgos. Tampoco lo convenció de venderle el alma al diablo para intentar complacer a las editoriales que esperaban «novedades». Burgos dedicó su vida a darles un espacio a los solitarios, excluidos y reprimidos. A los sin nombre que no pudieron contar sus historias. A los afros, los esclavos y los locos. A los que rasgaron las paredes y agonizaron, aturdidos por la soledad y el relego. A los miserables y decaídos que tuvieron que elegir entre morir o volver a comenzar. A los diferentes, pobres e ingenuos que murieron con los anhelos inconclusos. 
En Lo Amador, los personajes que vivían en un barrio marginal de Cartagena aprendieron a comer, dormir y amar entre la tragedia. La Ceiba de la Memoria fue la obra que dedicó sus páginas a los esclavos, Pedro Claver, Alonso de Sandoval y Dominica de Orellana. Estos dos libros dan cuenta de la exploración de un escritor que acogió diferentes cosmovisiones para narrar los hechos. Se decidió por los atropellos que una parte del mundo tuvo que naturalizar y se inscribió en las revoluciones lanzando dardos con su prosa. Entre estas lecturas encontramos: Las letras costeras de Burgos Cantor.
Ganó premios, pero no perdió el norte ni permitió que se le escapara la estabilidad que genera tener los pies sobre la tierra. No le interesaba figurar, lo consideraba irrelevante; esa energía la invirtió en describir el amor que sentía por Cartagena, que casi que rescataba porque siempre consideró que se trataba de una tierra que iba más allá del clima cálido y la condena al reposo por la humedad. Las angustias que otros usaron para conseguir fama las usó en producir obras que le exigieran al lector esfuerzos mayores e inquietudes constantes. 
Burgos murió el pasado 16 de octubre a causa de un paro cardíaco. Duró 70 años aplazando lo inevitable. Murió convencido de que hizo todo para salvarse, de que, a pesar de las contradicciones y los destellos ajenos, logró aunar las voluntades de los lectores que aceptaron el desafío de leerlo. De que su obra fue pensada para los que no habían sido narrados en ningún libro, que habían permanecido lejos de las distinciones y que no lograron contar el ardor de sus heridas abiertas». 
OBRA LITERARIA 
Entre sus obras figuran las novelas: El Patio de los vientos perdidos. (1984). El Vuelo de la Paloma. (1992). Pavana del ángel (1995). La Ceiba de la Memoria (2007). Ese silencio (2010). Ver lo que Veo (2018). Y los libros de cuentos: Lo Amador (1980) De Gozos y Desvelos (1987). Quiero es Cantar (1998). Una Siempre es la Misma (2009). El Secreto de Alicia (2013). 
PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS 
Ganó el Premio Jorge Gaitán Durán, otorgado por el Instituto de Bellas Artes de Cúcuta. El  José María Arguedas de Casa de las Américas. Y recientemente el Premio Nacional de Novela (Colombia) -2018, concedido por el Ministerio de Cultura de Colombia  a su obra Ver lo que veo. Finalista del Premio Rómulo Gallegos, con la novela LaCeiba de la Memoria. 
Fue un escritor que a través de su narrativa pintaba de múltiples colores la cotidianidad de Cartagena de Indias, sobre ese amplio telón del Caribe plasmaba los pases del boxeador, los efugios del hombre de la calle, las melodías del músico serenatero de las calles de la ciudad Iguanada, las proclamas del candidato pregonero de ilusiones voceadas por los universitarios, saludos de mariposas, de las candidatas que lanzan ósculos a los dioses marinos. 
Las escuelas del Caribe, tienen el compromiso de establecer talleres, en los que se analice la vida y obra de este escritor cartagenero. Roberto Burgos Cantor. 

Juan Vicente Gutiérrez Magallanes, Escritor




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