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domingo, 9 de diciembre de 2018

Voces En Chambacú


Y Al Final Todo Era Música Con El Tren
Que Entraba Por Puerto Duro A La Ciudad

 Juan V Gutiérrez Magallanes

Todavía podíamos escuchar el eco grabado en las oquedades de los últimos caracoles de las orillas de la Ciénaga, ecos dejados por la voz del tenor Antonio Carlos Del Valle, quien con pasillos y arrullos de pescadores, pudo conquistar a Alejandrina en la Punta de la Tenaza.

Cuando habitaban en el Boquetillo, con el paso de las auroras, llevó su melodía a los rincones de Chambacú, donde todas las mañanas, brindaba una canción a su Alejandrina. 

Se fueron tejiendo voces, que guardaban la nostalgia de los caseríos adheridos a las murallas.

«El Papa Caino» cantaba los tangos más sentidos de Gardel y algunas veces tarareaba los boleros del «Guapo de la Canción».

Y cuando lo invadía la tristeza acudía a la parte nostálgica del «jefe» Daniel, con su canción la «Despedida», y alcanzaba un sueño profundo en los rastros de un tabaco no aspirado: Quedaba recostado sobre los muros del viejo puente, en la figura del último ángel caído, en las madrugadas, con el silencio de las rezanderas del último difunto de la isla Elba, sin que por esto, en las noches venideras, dejáramos de escuchar el tamborcito de Juan Pacheco, con sus porros trasnochados en las calles de Chambacú. Dejaba que lo invadieran los momentos de Viejo Juglar en los pueblos de las sabanas de Córdoba. 
En aquel barrio, había zona auditiva para toda la cancioncistica del mundo, y nos permitíamos escuchar la guitarra acoplada a su dulzaina del gran Julián Machado, acompañado de Lucho Pérez, «Argaín», en las notas inolvidables de «Goya», que entraban alternando con la voz de los hermanos Marrugo, con la canción del Grupo «Vasquezón», en «Chambacú con carretera».
Petrona Martínez, Cantadora, Reina del Bullerengue
Gilberto Marrugo, cantaba los mejores boleros al pie del monumento de Los Pegasos. Y, con el tiempo, cuando su voz se fuera apagando, retornaría a la zapatería en el Parque Centenario, donde suavizaba las suelas con el bolero, «Eso que llaman Amor». 
Lucho Pérez «Argaín», era un barítono que lograba convertirse en un tenor en las notas musicales de un tango de tristeza para la audición de María Carreazo. Podía endulzar las noches de Chambacú, con los boleros de otras voces, su versatilidad lo llevaba a los compases de una cumbia o de un porro, como lo demostró cuando hizo parte de Los Corraleros de Majagual, y más tarde mostrarle al mundo desde México, sus cumbias en las composiciones de su Sonora Dinamita, sin que esto nos hiciera olvidar los ensayos del Maestro Pianeta Pitalúa, con su orquesta «La A Número Uno», en la periferia de Chambacú, con los silencios del tren que entraba por Puerto Duro a la ciudad.

Se daba una sincronización con las ondas musicales difundidas por las calles zigzagueantes, que retenían los sones más querendones y que podían repercutir en la tumbadora del «Múcura», en las noches de jolgorios en los salones bailadores del Hotel Caribe, en paralelo, con la percusión hecha por «Estrellita», el marido de «Lola Pea», quien amenizaba con su tumbadora las tómbolas bailables en un club nocturno de Bocagrande. 
Todas estas personas, compartían aquel mundo chambaculero, donde la tristeza se amenizaba con música, tal vez, con los sones venidos de las Islas Antillanas, como era la hermosa Cuba o la Quisqueyana.

Emeterio Torres, El Tenor Mayor de Chambacú
Pero también allí estaba ese bolerista, que se entronizaba en los pretiles de la calle del Lago, «Boyeyo» , él si sabía imitar al «Jefe» Daniel Santos, dejando sembrada la esperanza al terminar un bolero. Cantaba en la noche del sábado los inicios de las canciones, y aquello era muy divertido, pues lo hacía con mucha afinación, con lo cual logró que se estableciera una «espera» de una linda admiradora de sus canciones, lo que «Boyeyo» nunca supo, porque cantaba cuando los efectos de alicoramiento, alcanzaban en su organismo el nivel más alto. «Boyeyo» solo cantaba boleros de Daniel Santos.

En la Calle del Lago, Cándida Castro, con su voz de contralto, volvía a recordar sus momentos de aficionada en Radio Miramar, dejaba que los recuerdos evocasen los boleros de «Toña La Negra», y en un silencio musical dejaba que las notas de una canción secaran las lágrimas de su nostalgia.

Allí, en Chambacú, en esos momentos, se gestaba la voz de la hija de Otilia e hijastra de Aquilino, Petrona Martínez, que aún era una niña, pero seguro que a sus oídos llegaban los palmoteos de los bullerengues de Estefanía Caicedo.

Los pocos radios en las casas de Chambacú, emitieron la voz de Lucho Pérez «Argaín», cuando se iniciaba por Radio Miramar, con sus tangos de tristeza para alegría de los chambaculeros. 
Toda aquella musicalidad, quedaba geometrizada en los pases del «Negro» Maldonado con su pareja Isna, en competencia con Saul Maza y su pareja Lilia, en la sala de baile los parejos con vestidos enteros de blanco se convertían en cúmulos de nieve perlados por brotes de ébano. En aquel instante de festejo, las oraciones de Lilia, como rezandera de difuntos, se convertían en gestualidades de ritmos en un goce sensual.

Toña La Negra, Cantante
Todo era fiesta, se olvidaba el trabajo plañidero de algunas de las que allí estaban, para bailar y reírle a la vida, se olvidaban los golpes del mazo sobre la ropa en el lavado de compromiso, que hacía Juana Cabrera a los internos del Colegio de la Esperanza. Ahora era momento de bailar, cesaban los palmoteos de Gregoria sobre la masa de maíz, para moldear las empanadas de la «Bajada del Puente de Chambacú», solo se apreciaba el ritmo de sus caderas que llevaban los compases de sus pies ante la guaracha que estaba sonando en el picot «La Flor del Mango». 
Todo aquel álbum de cantantes y pregoneros, se compilaron en el tenor mayor que ha tenido Chambacú, Emeterio Torres, «El Educador del Bolero», desde las tablas del teatro dirigido por Carlos Alíes, hasta los atrios de las iglesias para cantar un Ave María de Schubert, lo que no le impedía cantar sus boleros y hacerle el dúo a Cándida Castro en sus momentos de melodías nostálgicas. 
La voz de Emeterio tenía la bendición de miles de manos que se mutaban en flores negras para una nueva canción de alegrías y penas de las lavanderas del barrio, reflejadas en el florecimiento de la mata de sábila, colgada detrás de la puerta de Carmen «La Chocoana». 
Los chambaculeros, en su diáspora hacia la periferia, llevaron consigo una mata de sábila con los ecos de las canciones entonadas por los tenores del barrio.
Juan V Gutiérrez Magallanes



  

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