«UN NAUTA DE LAS PROFUNDIDADES DEL CARIBE,
ESE ERA ROBERTO BURGOS CANTOR»
Juan V Gutiérrez Magallanes
Un escritor cartagenero que hacía de la vivencia cartagenera un poema vertido en la prosa, ya de un cuento o novela. A pesar de estar por mucho tiempo en Bogotá, llevaba presente en su imaginario el andar gozoso y desordenado de la ciudad, sentía la melodía de una canción a través del personaje que había conocido en tiempo ya vivido, y era capaz de describirlo en una crónica que se convertía en un poema.
Roberto, era el escritor costeño que conocía los interiores y los márgenes periféricos de su urbe natal, captaba los olores que se cocían en los anafes olvidados de las últimas viviendas de los barrios envejecidos, podía describir los efugios del hombre que hacía de todero en la consecución del «diario vivir».
Guardaba en su alma la mixtura de Cartagena de Indias, ese lienzo de figuras, semejantes a la obra de Grau en el cielo del teatro Adolfo Mejía, era una vivencia del escritor que utilizaba en su narrativa, donde era fácil mirar la prostituta desde el mismo ángulo en que se observaba a la dama emperifollada. Tenía la facultad de presentar el trajinar del cartagenero que elevaba un barrilete o cometa, con la esperanza de escuchar las voces de las estrellas.
Roberto Burgo conservaba las tradiciones de la ciudad, cargaba en sus hombros, anécdotas, chistes, cuentos, pasajes y vivencias de todos aquellos que fueron sus vecinos en la vieja y descascarillada Cartagena. Él los convertía en prosas que expresaban el sabor de una cumbia o de una «guaracha» del ayer.
Era un abogado de trato fraternal y justo que hacía honor a la nobleza espiritual de su padre, Roberto Burgos Ojeda (f). Muere a los setenta años, cuando era Director del Departamento de Creación Literaria de la Universidad Central. Según Federico Díaz-Granados, poeta, escritor, director de Agenda Cultural del Gimnasio Moderno: «Burgos, era un hombre de absoluta generosidad que siempre inspiró fraternidad, afecto, cercanía y calidez. Como si todo el Caribe se sintetizara, en su abrazo verdadero, en su abrazo sincero».
Este cartagenero, hace sus estudios de primaria y secundaria en el colegio de La Salle de su ciudad natal, donde es frecuente la relación con el gran Griot Manuel Zapata Olivella, quien le publica su primer cuento en la revista, Letras Nacionales, de la cual Zapata era su director, hoy estas ediciones son textos de investigación.
Roberto poseía el don del buen palabrar, pausado y diáfano. En una de las ediciones de El Espectador, se puede leer: «Su obra es un decantado empeño en alegorizar, con un singular y personalísimo matiz, la vastedad de una región colombiana, poseedora de dimensiones distintas a las ya instauradas como manidos clichés».
Su camino hacia la literatura se inició con las «lecturas inconvenientes» que prohibía la Iglesia y en una guarida literaria que habitó para convivir con Camus, Sartre y Moravia, le dio vida a «La lechuza dijo el réquiem», su primer cuento.
Llegó a Bogotá el 15 de febrero de 1966 para comenzar a estudiar Derecho en la Universidad Nacional, profesión que eligió por sugerencia de su padre, pero sobre todo porque era una de las pocas alternativas viables. Hacia el éxito se llegaba con la medicina, la ingeniera o las leyes, y aunque su fin no fue trepar hacia la cima de los escalones sociales, desde su juventud tuvo muy claro que «vivir de la literatura no era lo mismo que comer de la literatura», y que no quería que su pulsión inevitable por narrar historias dependiera de las «servidumbres de la necesidad», como le dijo a María Antonia León varios años atrás.
Se graduó en 1971 y comenzó a trabajar como profesor, lo que no duró mucho porque la labor le absorbía la vida y el tiempo que necesitaba para escribir. De ahí pasó a trabajar como abogado de tiempo completo: salía de su oficina a las 5:00 p.m. y escribía hasta las 10:00 p.m., le contó a Francisco Barrios en medio de una entrevista para la revista Arcadia. Del Derecho se incorporó a la disciplina y humanidad. Desechó el café, porque decía que era la bebida de los abogados y que cuando se la tomaban empezaban a hablar «paja».
«EL QUE QUIERE ESCRIBIR, ESCRIBE»
Durante el tiempo que transcurrió entre el olor a tinto que destilaba de las oficinas, las leyes y la literatura, publicó varios cuentos. Por esos días en los que tuvo que dividir sus horas, entre escribir, los horarios y las demoras del tráfico bogotano, decidió renunciar y mudarse a la casa de su hermana en Barranquilla, lugar en el que escribió Lo amador, un compilado de relatos protagonizados por personajes de un barrio pobre y olvidado.
El cartagenero hizo parte de la generación de escritores como Luis Fayad, R.H. Moreno Durán y Germán Espinosa, que se oscurecieron por el fenómeno garciamarquiano, hecho que no paralizó a Burgos. Tampoco lo convenció de venderle el alma al diablo para intentar complacer a las editoriales que esperaban «novedades». Burgos dedicó su vida a darles un espacio a los solitarios, excluidos y reprimidos. A los sin nombre que no pudieron contar sus historias. A los afros, los esclavos y los locos. A los que rasgaron las paredes y agonizaron, aturdidos por la soledad y el relego. A los miserables y decaídos que tuvieron que elegir entre morir o volver a comenzar. A los diferentes, pobres e ingenuos que murieron con los anhelos inconclusos.
En Lo Amador, los personajes que vivían en un barrio marginal de Cartagena aprendieron a comer, dormir y amar entre la tragedia. La Ceiba de la Memoria fue la obra que dedicó sus páginas a los esclavos, Pedro Claver, Alonso de Sandoval y Dominica de Orellana. Estos dos libros dan cuenta de la exploración de un escritor que acogió diferentes cosmovisiones para narrar los hechos. Se decidió por los atropellos que una parte del mundo tuvo que naturalizar y se inscribió en las revoluciones lanzando dardos con su prosa. Entre estas lecturas encontramos: Las letras costeras de Burgos Cantor.
Ganó premios, pero no perdió el norte ni permitió que se le escapara la estabilidad que genera tener los pies sobre la tierra. No le interesaba figurar, lo consideraba irrelevante; esa energía la invirtió en describir el amor que sentía por Cartagena, que casi que rescataba porque siempre consideró que se trataba de una tierra que iba más allá del clima cálido y la condena al reposo por la humedad. Las angustias que otros usaron para conseguir fama las usó en producir obras que le exigieran al lector esfuerzos mayores e inquietudes constantes.
Burgos murió el pasado 16 de octubre a causa de un paro cardíaco. Duró 70 años aplazando lo inevitable. Murió convencido de que hizo todo para salvarse, de que, a pesar de las contradicciones y los destellos ajenos, logró aunar las voluntades de los lectores que aceptaron el desafío de leerlo. De que su obra fue pensada para los que no habían sido narrados en ningún libro, que habían permanecido lejos de las distinciones y que no lograron contar el ardor de sus heridas abiertas».
OBRA LITERARIA
Entre sus obras figuran las novelas: El Patio de los vientos perdidos. (1984). El Vuelo de la Paloma. (1992). Pavana del ángel (1995). La Ceiba de la Memoria (2007). Ese silencio (2010). Ver lo que Veo (2018). Y los libros de cuentos: Lo Amador (1980) De Gozos y Desvelos (1987). Quiero es Cantar (1998). Una Siempre es la Misma (2009). El Secreto de Alicia (2013).
PREMIOS Y RECONOCIMIENTOS
Ganó el Premio Jorge Gaitán Durán, otorgado por el Instituto de Bellas Artes de Cúcuta. El José María Arguedas de Casa de las Américas. Y recientemente el Premio Nacional de Novela (Colombia) -2018, concedido por el Ministerio de Cultura de Colombia a su obra Ver lo que veo. Finalista del Premio Rómulo Gallegos, con la novela LaCeiba de la Memoria.
Fue un escritor que a través de su narrativa pintaba de múltiples colores la cotidianidad de Cartagena de Indias, sobre ese amplio telón del Caribe plasmaba los pases del boxeador, los efugios del hombre de la calle, las melodías del músico serenatero de las calles de la ciudad Iguanada, las proclamas del candidato pregonero de ilusiones voceadas por los universitarios, saludos de mariposas, de las candidatas que lanzan ósculos a los dioses marinos.
Las escuelas del Caribe, tienen el compromiso de establecer talleres, en los que se analice la vida y obra de este escritor cartagenero. Roberto Burgos Cantor.
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