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domingo, 31 de mayo de 2015

EL ERMITAÑO
Un Cuento de Gilberto García Mercado 
Otra vez despierto. Las ruinas de Flor del Valle están untadas de mí. O puede ser lo contrario. Pero aquí estoy de nuevo. Allá, donde las hierbas han invadido las casas en ruinas, ahí estoy yo. He perdido la noción del tiempo. El día y la noche pasan con una sucesión inalterable. No sé qué día es hoy. Ni en qué mes estamos. Han pasado tantos años que el cabello, la barba, y el bigote se arrastra por el suelo. Mi piel está pálida y débil. Y camino paso a paso, como los ancianos.  
No sé por qué no me he marchado de aquí. Mi alma se ha acostumbrado a la soledad y a las ruinas. Soy un bicho que vive en la oscuridad. Y que le tiene miedo al sol y al  frío que bajan de la sierra.  
Cuando los guerrilleros llegaron al pueblo, yo venía de Valparaíso. Así que alcancé a ver la explosión en la oscuridad. Y mil veces le di las gracias a Dios porque yo no alcanzara al sordomudo que iba en bicicleta, raudo, para Flor del Valle.  
Yo le grité y hasta le lancé una piedra cuando veía que él ya iba por la curva y sabía que no lo iba a alcanzar jamás.  
“Jacinto”, le grité.  
Anduve a pie toda la noche. Y aunque me envolvía la oscuridad, por momentos la luna iluminaba todo el camino. Me sentía feliz recibiendo las brisas estivales.  Y desafié a todos los demonios.  
Cuando sentí las explosiones y las ráfagas de la metralla, algo bruscamente se desprendió de mí. Pensé en Rosalba a quien le había prometido fidelidad horas antes de que me marchara en bicicleta para Valparaíso. Y un presentimiento, agudo como la noche, poco a poco se fue refugiando en mí. Entonces cada ráfaga o explosión que escuchaba le ponía alas a mis pies. En mi loca carrera tropezaba con arbustos y hierbas—a veces caía y me golpeaba terriblemente—pero me levantaba con nuevos bríos, como un condenado a muerte busca su salvación.  
No sé cómo llegué a contemplar, con una impotencia tal, el dantesco espectáculo.  
Aquellos como el teniente de la policía, que pedía a gritos—en unas escenas desgarradoras—que “Dios mío, ayúdenme”, eran rematados sin clemencia alguna por parte de la guerrilla.  
Así vi cómo don Euclides Miranda—a quien le debíamos tanto, y que en la agonía de la muerte había corrido desesperado en un intento por sofocar el incendio, que consumía sus propiedades, y aquel camión y aquella planta obsoleta que eran su orgullo, y que tanto había servido a Flor del Valle—vino a morir acribillado por uno de los tantos desalmados de la subversión.  
Son imágenes que se repiten. Lentas, borrosas pero que atormentan el espíritu. Fue como una magia de Navidad. Como quemar juegos pirotécnicos. Así ardió Flor del Valle.  
He luchado todos estos años por sacar esos recuerdos de la mente. Pero cuando digo que voy a marchar—y me miro en el espejo de la acequia—cuando digo que iré de ruina en ruina, de casa en casa, de este pueblo fantasma, sólo para buscar unas tijeras oxidadas, y cortar toda esta pelambre, entonces aparece Rosalba con su carita angelical diciéndome—con un hilillo de sangre en las comisuras de sus labios— “por favor, amor. No me abandones”. Entonces agarro la vieja bicicleta que se averió la noche infernal en Valparaíso, monto en ella, pedaleo con más fuerza, y recorro el pueblo fantasma dándole mis saludos a don Euclides Miranda, y uno que otro beso para Rosalba Tres Palacios.  
Ha sido una tortura todos estos años. He visto cómo se termina de caer toda Flor del Valle. Despacito. Piedra a piedra. Como si un Dios colérico odiara las ruinas. Y estuviera confabulado contra la permanencia de estas en el tiempo. Hoy la maleza, el polvo y el olvido, se han adueñado del pueblo. ¿Qué pueblo? Divago, porque Flor del Valle ha muerto.  
Al principio la Flor se mantuvo altiva. Y mantuve las esperanzas de hallar a Rosalba Tres Palacios viva. Me dije: “hay que perpetuar la especie. Flor del Valle no puede morir así”. Entonces apartaba los escombros de su casa. Y como no la encontrara me alegré. “Se la llevaron los guerrilleros”, pensé. No todo estaba perdido, porque Rosalba Tres Palacios engendraría nuevos hijos. No importaba que los concibiera con un guerrillero, o con un hombre bueno. Lo importante sería eso: que preservara la especie. Algún día su hijo vendría a rescatarnos del olvido. Vendría montado en un caballo blanco. Azotaría los cuatro puntos cardinales. Y soplaría fuerte… Y ¡zas¡ el pueblo emergería de entre sus ruinas. Altivo, buen pueblo. Buena gente.  
Yo quise mucho a Rosalba Tres Palacios. La quise para tener hijos. Para que los hijos de nuestros hijos y de todas las gentes que vivían aquí, continuaran con el legado: Ser una raza nueva y pura dentro de esta violencia que socava el país. Y de la cual fuimos unas víctimas inocentes. Porque nosotros no tuvimos la culpa. Nosotros jamás alzamos la voz para denigrar las actuaciones de la guerrilla. Y si ellos se habían instalado en El Guayabo, pues eso nos tenía sin cuidado. ¿Por qué una población distanciada del mundo—que no albergaba resentimientos ni envidias, ni pretendía exigir la mayor atención de un Gobierno que nunca conocimos, fatuo, mentiroso—podía terminar así?  
Era  una pregunta que quedaba sin respuesta.  
Y pasaban los años —o los días, pues había perdido la noción del tiempo—esperando ese hijo de Rosalba Tres Palacios y el guerrillero. 
Pero los días llegaban parsimoniosos, entre el tedio ocasionado por la soledad del pueblo, y el cuchillo del no saber el  por qué su esperado hijo no llegaba. Entonces el corazón se fue secando. Se volvió de piedra, y me convertí en un ser extraño. A veces despertaba de madrugada, y me iba hasta la casa de la muchacha, y me extasiaba contemplando su fantasma. Allí estaba ella demacrada, lívida, pero tremendamente enojada.  
“No quiero saber nada de ti”, me decía exaltada, “Tu dolor no me deja descansar en paz”.  
Entonces fue cuando comprendí, después de reflexionar y darle vueltas en la cabeza al problema, que ella tenía razón. Tenía que luchar por olvidarla. Por eso cuando irrumpí en su casa en ruinas, y le dije que, “me marcho definitivamente de aquí”, no atendí a sus súplicas. “Por favor, amor. No me abandones”, me dijo. Pude quedarme en ese sitio todo este tiempo. Y vivir lleno de sus recuerdos. Pero entonces más lívida y demacrada la vi, y fue entonces cuando comprendí que ella estaba triste, y verdaderamente muerta. 
Jamás volví a las ruinas de su casa. Jamás volví a tropezarme con su fantasma. Y me olvidé de Rosalba Tres Palacios.  
¿Qué me queda por hacer ahora? ¿Marcharme a la ciudad y buscar una mujer con quién perpetuar la raza? ¿Me quedan energías todavía?  
No sé. Vivir esta vida silenciosa y oscura es como andarse peleando con Dios. 
Entonces parece que alguien en el instante me dijera que “no corras, que ese es tu destino”. Y en seguida, enojado, monto en la bicicleta, y me voy para el colegio. Quiero ver a la profesora Luisa, y yo y sus alumnos, siempre agarrados de su mano. 
Quiero ver las piernas bien torneadas de la profesora Nena Díaz. Observar al profesor Lucho Cuadro perseguir al loco Carlitos. Y a sus alumnas correr, espantadas, porque el loco les ha mostrado el sexo grande y erecto. 
Ah, qué tiempos aquellos. Si hasta veo a don Próspero Ballesteros cuando abría la tienda. Lo retrato soñoliento en el taburete recostado contra la pared. Pleno medio día y con un sol canicular. Y yo, comandando la pandilla de barrio Abajo, destapando despacito los frascos de los dulces, para entonces vaciarlos lentamente en nuestros bolsillos.  
Las nostalgias, creo yo, no cesan nunca. El pueblo perdió los encantos de los alrededores. Ya ni la Manguita—con la bonanza de mangos en otros tiempos—presenta sus paisajes y riachuelos. (Nosotros no esperábamos el Apocalipsis humano que sería la guerrilla en Flor del Valle). Todo ahora luce triste, estéril. Hoy ya no veo el gesto noble de Kalimán, un perrito que alzando su patita se orinó los volantes en los que venía impresa la fotografía del Presidente llamando a los guerrilleros a la reconciliación.  
“Perro pendejo”, dijo don Camilo Ahumada, “Ahora no sabremos cómo se llama el Presidente”.  
Y golpeando la tierra con los pies, espantó el animal, mientras los volantes se deshacían por la humedad en sus manos. Fue entonces cuando vimos por primera vez los helicópteros artillados. (Desde ellos habían lanzado los volantes sobre el inexpugnable cielo de vegetación de Flor del Valle). El ruido despertó por completo a la población. Y al instante llegó un muchacho alarmando al pueblo, porque los guerrilleros se habían instalado en el Guayabo.  
Mi casa está aquí, o en cualquier parte de este pueblo fantasma. Me alimento de los pocos frutos de la Manguita, o de algún animal que cae en las trampas que les tiendo. La vegetación se ha vuelto abrupta. Y ya las pocas vías de entrada que tenía Flor del Valle, están bloqueadas por las ruinas, las piedras y la vegetación que los años y el río y la acequia, han volcado sobre ellas.  
Camino con un tedio enorme. Acaso pienso que debo de tener ochenta años o acaso un siglo. No sé. Vivir así, aislado de todo el mundo, es como volver al principio de la civilización. A su estado natural. A veces, cuando los músculos no responden, por la permanencia de estos, en una sola posición, creo que ahora sí, “lentamente, me está llegando la muerte”. Pero entonces si me levanto, me piso la barba o el cabello, y me voy de bruces contra el suelo. De pronto he visto sombras. Imágenes. Me dicen que escape de aquí. Pero simulo ser un ciego entre esta mole de escombros y ruinas que taponan las salidas de Flor del Valle. Finjo, porque no quiero dejar los recuerdos. Son mi vida. Porque el día que salga de aquí estaré, irremediablemente, ahora sí, tristemente, totalmente y definitivamente, muerto ya, el último hijo de Flor del Valle.  
Gilberto Garcia M, Escritor
Sé que oscilo entre el péndulo de la razón y la locura. Divago. La soledad me aterra. Quiero correr hacia otro mundo. Olvidarme de Flor del Valle. Ya me parece que traspaso las barreras, las ruinas. Voy a saltar los enormes fardos. No debo mirar hacia atrás. Aunque las hierbas y las espinas me hieran. Aunque las hormigas y las avispas me azoten en el camino. Ya estoy brincando el último fardo. No, no debo mirar hacia atrás. Pero miro, y desfallezco, y dejo de fingir. Amo mis recuerdos y regreso a Flor del Valle. Moriré con él. (Soy una estatua de sal)”.
¿Para qué la memoria?
Por Rubén Darío Flórez* 
Esta mañana de mayo miraba al río Moscú desde la baranda de granito, y ahora que evocaré un verbo poco usado - te advierto amigo lector - serás mi cómplice de la memoria: se cernieron tres pájaros fantásticos sobre el agua.

Eran deslumbrantes, venían de lejos, planeaban frágiles y obstinados. Fue como recuperar un evento de la memoria. Me vino a la mente la palabra gaviota, que nombra al pájaro que estaba viendo. El recuerdo me transformó. ¿Para qué la memoria? ¿Cuál es la memoria de los pájaros y de los seres humanos?

Esta gaviota de los pantanos de Eurasia tenía recuerdos, la imagen nítida del lugar en el río donde encontrará a sus congéneres para aparearse, el sitio del río en que están las viviendas de bípedos ruidosos que - como yo - las ven cernirse, y la ruta precisa de miles de kilómetros desde las estepas del Asia Central para migrar a la primavera. 
Panorámica del Rio Moscú
La gaviota, como los halcones y las palomas, tiene un cerebro diminuto con una zona de experiencias inolvidables. Allí sedimentan sonidos, imágenes y rutas. La gaviota recuerda dónde estará un filólogo colombiano que la alimenta a la orilla del río. Tiene el recuerdo de las mañanas que llego a una cita con ella. Y el recuerdo del momento necesario cuando abre la cola como un abanico instantáneo, antes de posarse sobre el muro de granito.

La naturaleza de un pájaro está en sus recuerdos del sonido del agua del río y de las voces humanas. Para volar, recorrer y sobrevivir está obligada a recordar. Recordar es proteger la memoria familiar de su nido oculto. Para ella volar es su política de la memoria. Su aterrizaje depende del recuerdo justo de cálculo para batir con belleza las alas antes de posarse sobre el borde del granito. La serie de actos previos a poner las patas sobre el granito dura unos segundos y su memoria es exacta repitiendo esta acción. Sin recuerdos no existe un pájaro.

Y los recuerdos humanos pueden parecer frágiles como el vuelo de una paloma. Aunque a diferencia de los pájaros que tienen solo memoria visual, los humanos tenemos memoria verbal. Con una acción, los pájaros cultivan su capacidad de recordar. Volar para ellas es un medio de recordar y ser.

Rubén Darío Flórez 
A cuatro mil metros sobre el nivel del mar en los páramos del Quindío, un pájaro llega desde Canadá, pasa el verano y regresa a sus lagos desde Los Andes, llevando en la memoria la ruta del vuelo. La memoria humana es más vasta y enciclopédica que la de los pájaros. Hay un arte político y artístico de la memoria. Cultivamos la memoria para saber quién es uno, quiénes somos, en qué país vivimos.

La acción de recordar es un evento de identidad. Cuando nos despertamos ponemos en acción los mecanismos de la memoria del yo y de la acción. Hoy las memorias están en manos de transnacionales de comunicaciones. ¿Son más dueños de sí mismos los pájaros? ¿Dónde están nuestras políticas de la memoria?



*Ensayista y traductor colombiano residenciado en Moscú
          Tomado de Con-Fabulación

sábado, 23 de mayo de 2015

DE LAS DULCES Y AMARGAS DEFINICIONES DEL AMOR….
 Por Juan V Gutiérrez Magallanes

Es una inclinación o tendencia íntima y recóndita que puede constituirse en el núcleo de un triángulo donde para el caso que tratamos, sus vértices, están constituidos por María (madre de Jesucristo), Madre y Maestra.
 
El Amor como inclinación guarda en su esencia el bien que se quiere  para lo amado, «cuando se ama se da  todo  de sí, sin restricción de ninguna clase».
 
El Amor como manifestación de bien, el que debe llegar a otro ser, se aprende, como las manifestaciones requeridas para la convivencia en una  comunidad. 
Así como aprendemos amar de igual manera odiamos.
 
En este aprendizaje, está inmersa la acción de María hacia su hijo Jesús, desborda todo su amor por el bien de su primogénito, amor que le da fortaleza para soportar su ausencia y sobrellevar una vida de tolerancia. Ante la misión de Jesús, por ese amor, adquiere la fuerza para no desgarrar su corazón ante la crucifixión de su hijo.
 
Se va entonces colmando un libro del amor que se escribe a través de las vivencias e interrelación entre la Maestra y sus discípulos, su hacer se hace liberador de palabras, deshojándolos de la tiranía, para dejarlos libres de todo prejuicio en que la sociedad los envuelve.
 
La  Maestra afirmada en su esencia liberadora, es integra, por esa tendencia amorosa hacia los seres a los que entrega su enseñanza.
 
Comparto la firme posición de aquellos que declaran que el amor se aprende, que tiene íntima relación con el trato, con el  calor humano que cataliza nobles acciones. 
 
A través del amor se van desarrollando fibras que inhiben el odio y facilita la comprensión humana, situación que trasciende a los demás seres de la naturaleza.
 
Fundamentado en esta vivencia, podemos acoger lo expuesto por *Leo Buscaglia: «La única palabra lo suficientemente amplia que abarca la palabra amor es vida. El amor es vida en todos sus aspectos  y, si os olvidáis del amor, os olvidáis de la vida». Lo que no debe hacerse nunca.
 
El buen maestro enseña a través del amor, y esa Clase de  Amor algunas veces se llama Intelectual, búsqueda  que hace el profesor para enriquecer el intelecto, o el interés por volcarse de manera íntegra en su trabajo.
 
La inclinación del maestro por conmover a sus alumnos a través de las clases, implica, amor, porque no solamente da un conocimiento, sino que va más allá para calar en la formación de sus discípulos, la historia  muestra ejemplos de maestros que labraron el alma de sus alumnos: Sócrates hacia Platón, y éste hacia Aristóteles, y Aristóteles hacia Alejandro Magno, igual fue Andrés Rodríguez con respecto a Bolívar, algo muy parecido pasó con los estudiantes del gran Liceo de Bolívar: Quedamos cincelados por la pedagogía empleada por aquellos maestros.
 
Con respecto a las Madres, el amor materno tiene correspondencia con el de María, la madre de Cristo. El amor maternal es sublime. Fundamentado en las relaciones de afecto entre madre e hijo.
 
Me atrevo a decir que no  tanto es el engendrar, sino  el establecer las relaciones de tipo espiritual y material entre hijo y  madre.
 
El amor maternal es un sentimiento con características  «teo fílicas», es decir, relacionado con el amor de Dios, su explicación queda en no encontrar una razón que satisfaga por qué se quiere a las madres, pues por más que se argumente,  quedamos cortos en la búsqueda de razones, pues ese amor es infinito.
 
Definitivamente el eslabón que une a María- Madre y Maestra es el Amor.  Es en ese nódulo, donde se brindan grandes afectos, no se  mira sino con los ojos del alma, con  la estructura más íntima del ser.
 
Sartre habla del amor Físico, Maternal  e Intelectual.
 
Al hablar del amor Físico, tocamos lo referente a la satisfacción física,  la inclinación que sentimos por otra persona y tiene como finalidad el acto sexual.
 
A este amor cantan los poetas de muchas maneras:
 
«Para los poetas de la canción el amor tiene definiciones que fluctúan entre lo dulce y lo amargo con un intermedio inevitable de agridulce».
 
Para Agustín Lara, una definición agridulce: «...llorar con amargo llanto, que es grito y es canto, así es el amor» (Qué es Amor). Y en esta misma canción lo llama «tormento divino, dolor y placer».
 
Miguel Matamoros, lo define como: «Fiel surtidor de místicos pesares» (Juramento). Otras veces se llega a definiciones tortuosas del Amor, tal como lo hace Farrés, en la canción «Toda una vida» donde expresa que el amor es  ansiedad, angustia , desesperación;  Y se llega a particularizar el amor: «su amor es como un grito que llevo aquí en mi  sangre y aquí en mi corazón, que produce dulces inquietudes  y amargos desencantos». (José Antonio Zorrilla).
 
Otros desgarran el amor y dicen como Dalmar: «Amor se escribe con llanto».
 
El Amor también se compara con la fuerza de la naturaleza. Rubén Fuentes en su canción Incontenible dice que, «Es como la tempestad, como el fuego del sol, es como un huracán». Y en esa fuerza el amor también es «Ave pasajera que se anida y entorpece el pensamiento».
 
Como lo describe Alfonso Esparza  en «No vuelvo Amar».
 
Y ese amor se tira al azar, como Pedro Flores en su canción Amor Perdido: «Fue un juego y yo perdí, ésa es mi suerte / Y pago porque soy buen jugador…».
 
Y se llega a la sublimidad en el mismo Flores, cuando deja escapar en su poema Obsesión: «Amor es un algo sin nombre, amor es la copa divina» …«Amor es el milagro de la vida, la única magnífica ilusión…»
 
Flores trasciende en su descripción sobre el amor: «Cuando tú sientes amor verás  de color rosa  los colores, habrá miel en todos los sabores».
 
El Amor también se eterniza. «Hasta la eternidad te seguirá mi amor». Darío Jaramillo Agudelo.
 
Por  eso trasciende, y muy a pesar de esta connotación jamás llegará a superar al amor establecido como núcleo triangular de Madre-María y Maestra. 
Bibliografía: «La Poesía en la Canción Popular Latinoamericana: Darío Jaramillo Agudelo»
                                                             






lunes, 18 de mayo de 2015

La clave para una sana convivencia
LA AUTORREGULACIÓN DE LA CONDUCTA: PRINCIPIO RECTOR
Por Rafael E Yepes Blanquicett

En las sociedades democráticas liberales, el principio de la autorregulación de la conducta es la clave ideal para lograr una sana convivencia pacífica en todos los niveles de la colectividad. Por el contrario, en las sociedades totalitarias, de derecha o de izquierda, la clave es el control y la regulación de todas las actividades individuales y grupales por parte del Estado. Ejemplo de ello, lo encontramos en todos los países del mundo, desde la Antigüedad Clásica Grecorromana hasta nuestros días.   
La autorregulación, bien entendida y practicada, permite que el Estado invierta menos recursos en control y seguridad y mucho más en el desarrollo individual y colectivo de los asociados, sobre todo, en los servicios de salud, educación, empleo y vivienda, entre otros. El ideal de la teoría económica clásica es reducir el papel del Estado a su más mínima expresión, de manera que éste se convierta en una especie de «árbitro» de las relaciones sociales entre los individuos, guiados por el principio de la autorregulación de la conducta.  
Lo mismo se plantea en la teoría marxista revolucionaria, pero de manera más radical, instaurando primero la «dictadura del proletariado» en la etapa socialista, para, luego, al pasar a la fase comunista, disminuir gradualmente el poder del Estado hasta su extinción total, una vez desaparezcan las barreras sociales y económicas «heredadas» del capitalismo, autorregulándose los individuos sin la intervención del Estado protector.  
En ninguno de los dos casos, se ha cumplido a cabalidad este «principio rector», pues, por un lado, la mayoría de los Estados socialistas se han derrumbado estrepitosamente y, por el otro, los países capitalistas democráticos que más se han acercado al ideal de la autorregulación son los Estados de los países nórdicos de Europa, tales como Holanda, Suiza, Bélgica, Suecia, Noruega y Finlandia, de quien, éste último, el Gobierno Nacional pretende ahora copiar su modelo educativo.

sábado, 16 de mayo de 2015

Dos Poemas Inéditos de José Ramón Mercado*

                         


ODA A JORGE GARCIA USTA

                                            «También se muere el mar»
                                                                            Federico García Lorca

I

No nos veíamos en la ciudad antigua
De pura jaiba nos encontrábamos
A veces
Sabía que andaba ganándose el pan
Duro
Con la gota de tinta clara
Y la hoja de papel en blanco
Haber sabido la sentencia a tiempo
-De su muerte-
Hubiera sido mejor el tono y la luz
El hilo de la voz que respiraba la herida

II

La ciudad de aire envejecido y señas
Mustias
Y de soles insepultos
Se prestaba para algunos sueños
Y otros vinos
Ambos andábamos por otros caminos
-La vida es así-
Él debe andar ahora por otras regiones
Inasibles
No he vuelto a verlo con su talega de lona
Llena de poesía y sana prudencia
De humos claros como sueños
Doblando las esquinas de la ciudad
Que amaba

III

De él nos queda su alma clara y la poesía
Así como la luz amada y el Rocío perenne
Su voz anclada iluminada en el tiempo

Cartagena, 25 de diciembre de 2010
        


ELEGÍA A DON JORGE GARCÍA USTA

«Jorge García Usta, era de Ciénaga de Oro.
 Ahora es del mundo y de todos»
                                                                            J. R. M



                                        


I

La ciudad quedó muda de su palabra viajera
Las calles antiguas  el horizonte de pájaros
Siempre iba de prisa  su palabra nueva
La barba elocuente y la sonrisa leve
Los espejuelos dementes  quemados
Y su bolsa de tela cruda
Sus pasos en la acera de piedra cortada
Y los pertrechos diarios
El sudor de la frente atardecida
La hoja de papel en blanco
Y el poema en vilo

II

No sabía la sentencia del tiempo
El hilo de la voz  la tarde farragosa
La respiración del mar de fondo
Nada se pudo entre la utilería
De los hospitales de tierra y mar
Entre enfermos moribundos
Y praderas de algodón y lluvias
De remedios de última gama

III

La ciudad cosecha aún su aire envejecido
Los sueños ahorcados
Los vinos nocturnos  las palabras muertas
La poesía en los légamos del mundo errante
La fatiga de los días presurosos  inseguros
Las talanqueras de los sueños truncados
El poema impreciso  el humo de las tardes
Las ciénagas de oro  el monte adentro
Otras orillas  el humor cruzando los semáforos
El rumor de la poesía el rocío de otros  labios
Los ojales de las camisas a cuadros informales
La voz anclada en los cinematógrafos
Y el caudal iluminado del tiempo que huye


*Uno de los poetas más consagrados del Caribe
 colombiano y ampliamente reconocido del país.


martes, 12 de mayo de 2015

LA GÉNESIS DE LA CHAMPETA: AFRICANA Y CRIOLLA
Versión local, sin trascendencia nacional o internacional 
«La música es la oración muda del alma, muda porque no tiene palabras; hay más alma en el sonido que en el pensamiento».  León Tolstoi
 Por Rafael E Yepes Blanquicett

Viviano Torres y Anne Zwing, Precursores de la Champeta
Al contrario de lo que sucedió con la salsa, el origen, el desarrollo y la evolución de la champeta criolla tiene características muy diferentes a las del ritmo antillano que se difundió por el mundo a comienzos de los años sesenta, pues, dadas sus particularidades, todavía no ha alcanzado la fama ni el esplendor de la «salsa brava» que nació en el seno de la comunidad latina residentes en Nueva York y que hoy llamamos «salsa brava o picotera».   
En el caso de la champeta, ésta se formó a partir de la música negra africana subsahariana que llegó de manera clandestina a nuestra ciudad a mediados de los años setenta, mercancía que era traída de contrabando en buques extranjeros que atracaban en el puerto de Cartagena, la cual fue «bautizada» popularmente como champeta africana o «la propia champeta» para diferenciarla de la champeta criolla originada posteriormente en nuestro suelo. 
La «mercancía», que consistía en discos de acetato «Long Plays» (L. P.) o de «Larga Duración» (L. D.), era para los dueños de los «picós» que amenizaban los bailes populares de la época, cuando todavía no eran las monstruosas máquinas de ruido, sino unos pequeños equipos de sonido domésticos que servían tanto para los bailes familiares y de «cuotas» como para los de «casetas». 
Una vez arraigado en Cartagena, este ritmo africano se diseminó por toda la Costa Atlántica, de preferencia en los barrios de estratos bajos, en donde las riñas y trifulcas entre las primeras pandillas de la época ya no eran «a mano limpia» como antaño, sino con grandes cuchillos de cocina o «machetillas» llamados «champetas». 
Imagen del desaparecido Festival de Música del Caribe
A partir de allí, se les dio el calificativo de champetúos a los protagonistas de esas peleas y a los asistentes a los bailes de casetas, denominándose champeta africana a ese pegajoso ritmo procedente de varios países de África Central y del Sur, tales como El Congo, Zaire, Zimbabue, Mozambique y Suráfrica. 
Con el tiempo, la palabra champetúo adquirió los significados de «plebe», «vulgar», «inculto» o «de malos modales», con  los que discriminaron y aún siguen discriminando, a quienes cultivan la sabrosa champeta que se disfruta en bailes de casetas populares o «verbenas» de pueblos y ciudades de la Costa. 
A diferencia de la champeta criolla, nacida en la  otra Cartagena, la de los pobres, la letra de las canciones de la champeta africana se caracteriza por tener un profundo contenido místico y social, reflejando creencias religiosas, problemas sociales, políticos y económicos del diario vivir, además de que sus intérpretes son músicos con estudios académicos, provenientes, muchos de ellos de barriadas pobres y segregadas de los países africanos. 
Para mencionar, he aquí algunos nombres de los intérpretes más representativos de este género musical nacido en las entrañas del África Negra, que puso a gozar a cartageneros y costeños, en general, durante los maravillosos años 70’s y 80’s del siglo pasado: Diblo Dibala, Sam Mangwana, Kanda Bongo Man, Mbilia Bel y Miriam Makeba, entre otros. 
Cantada en inglés o francés, o en sus propios idiomas, y
El Mono Escobar, Organizador del Festival de Musica del Caribe
en forma combinada, la champeta africana es un producto cultural bien elaborado, cuya expresividad artística y elegancia estética es innegable y nada tiene que envidiarle a otros ritmos del mundo, a tal punto que ha sido bien recibida en Europa, Estados Unidos, parte de Asia y, por supuesto, en América Latina. 
 
Uno de los eventos musicales que le dio «estatus social» a la champeta en nuestro medio, fue el inolvidable «Festival de Música del Caribe», que desde su primera versión en 1982 hasta la última en 1996, enalteció la música de «Mamma África», elevándola a la categoría de «música culta» al ser aceptada en los clubes sociales más exclusivos del país caribe y andino, todo, por el esnobismo de escuchar y bailar la popular champeta africana.  
Por su parte, la champeta criolla, no obstante haber salido de las entrañas mismas de la champeta africana, no tuvo ni ha tenido el desenlace de su predecesora, pues, para empezar, ha sido cultivada por un grupo de músicos, cantantes y productores de estratos bajos y medios con escasa educación formal, pero con gran talento para la música y los negocios. 
Esta circunstancia ha hecho que las letras de las canciones no tengan el profundo contenido místico-religioso-social de protesta que se manifiesta en la salsa y la champeta africana, sino que se limita a retratar situaciones superfluas de la vida cotidiana que, a pesar de rayar en la vulgaridad, son apreciadas por el público de los bailes champetúos y, por supuesto, se venden como arroz o pan caliente. 
Otra característica de este cadencioso ritmo es que la mayoría de sus intérpretes graban y cantan en vivo sobre pistas musicales de las canciones africanas más exitosas, produciéndose un resultado monótono que le quita brillo y originalidad a muchas de las melodías. Aún no se sabe de ningún grupo profesional o aficionado dedicado a grabar, de manera exclusiva, champeta criolla como los de la champeta africana. 
Con excepción de Viviano Torres y su Grupo Anne Swing, Charles King y Louis Towers, que han internacionalizado su producción artística, los demás intérpretes de la «champeta criolla» se han quedado en el estrecho círculo de su entorno local sin proyección nacional e internacional y sin preocuparse por mejorar su talento, perfeccionar la voz y estilo musical. 
Otro tanto ha ocurrido a los compositores, que no se han interesado por estudiar e investigar su entorno, limitándose a componer canciones superficiales monorrítmicas, de contenido trivial, que, aunque gustan mucho en el medio popular, son alienantes y enajenadoras, generando serias dudas sobre su expresividad artística y estética. 
Yepes Blanquicett, Escritor
A esta situación, hay que agregarle la manipulación por parte de algunos medios que han pretendido «sacarle el jugo» a la champeta criolla a través de series amañadas y la promoción de grupos descontextualizados que han alterado el sentido y alcance de este nuevo ritmo nacido en las entrañas populares de «La ciudad de los Zapatos Viejos», como la mal denominada champeta «urbana» de la serie «Bazurto» o la autodenominada «champeta mix» de Kevin Flórez y Mr. Black, a las que han querido hacer aparecer como un hito musical sin serlo. 
A pesar de todo, la champeta criolla tiene un enorme potencial artístico, estético y económico que no ha sabido ser explotado ni valorado por sus artistas y productores, lo cual podría significar el despegue de uno de los mejores ritmos que ha dado nuestra región en los últimos treinta años si los interesados se empeñan en que así sea. 
«Todo lo bello es bueno, pero no todo lo bueno es bello; la belleza y no la moral, es la norma eterna del arte». José María Vargas Vila.

   Cartagena de Indias, D. T. y C., abril de 2015.

           REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
  1. CONTRERAS HERNÁNDEZ, Nicolás Ramón, “Champeta/Terapia: más que música y moda, folclor urbano del Caribe colombiano”, en Huellas, Revista de la Universidad del Norte, Barranquilla, 2008.
  1. DICCIONARIO ENCICLOPEDICO LAROUSSE, Printer Colombiana, Bogotá, 2009.
  1. ESPAÑA VERA, Rogelio, “Miriam Makeba, la unidad africana y la liberación de los pueblos”, y “El Congo de Mbilia Bel”, Edición particular, Cartagena, 2009.
  1. MUÑOZ VÉLEZ, Enrique Luis, “La música popular: Bailes y estigmas sociales. La champeta, la verdad del cuerpo”, en Huellas, Revista de la Universidad del Norte, Barranquilla 2008.
  1. VARGAS ROJAS, Pedro Ignacio, “Diccionario de máximas. Frases y citas del mundo entero”, Círculo de Lectores, Editorial Printer Colombiana Ltda., Bogotá, 1992. 
 


lunes, 11 de mayo de 2015

Jorge García Usta:
Un Alma de permanente recordación

Por Juan V Gutiérrez Magallanes

Era un  hombre con una mente de tea encendida, con la lumbre tasada por un código genético reconocido por su inconsciente, lo cual lo llevaba a no aplazar actividades, siempre estaba gestando una acción en bien de la cultura. Me atrevo a decir de la presunción de su intimidad: tenía que hacer de los hechos la simultaneidad de la ocasión, en medio de esta Cartagena abúlica, momentánea y olvidadiza, era el maestro  encargado de subsanar las necesidades que adolecían a la ciudad. 
Él ignoraba que con su tesón de trabajo, estaba dejando una escuela de seres destinados a seguirlo. Con su desprendimiento, casi absoluto por el brillo de lo que se consumía y no culturizaba al hombre, siempre estaba dispuesto a trazar los primeros reconocimientos al hombre que siendo hacedor de cultura, la sociedad lo invisibilizaba. Jorge lo invitaba  y lo conducía  con su hacer de pedagogo  por origen y formación, al claustro de los hombres que se regocijaban en la alegría de la cultura. 
Jorge era muy bueno en la expresión del arte, tenía la facilidad de utilizar la simpleza, la sencillez y la humildad para engrandecer con las palabras y acciones los hechos del hombre de buen sendero, siempre estuvo presente en el estrado de la justicia  de los humildes en el elenco del teatro humano.  
Sus palabras caían con igual «magnitud», ya fuera para la fritanguera  de la plaza ornamentando sus fritos en bien de una cultura gastronómica o para el enclaustrado académico de  cantos perdidos. Allí estaba él  observando el tejido imbricado de los actos del hombre en el teatro de la vida. Dispuesto a tasar con las mejores  frases de esa prosa de diafanidad de linfa  y fuerza de sangre, con que sabía teñir las expresiones de afecto, para no dejar espacio a la duda en los hechos que contribuían a la cultura  del hombre Caribe. Sabía abrir caminos.  
García Usta, Poeta
La primera vez que lo vi fue sentado en una de las sillas de una de las aulas del Liceo de Bolívar de la Avenida Pedro de Heredia, allá por 1976, en la clase deshumanizada de Biología que se dictaba ajena a lo que se gestaba en su mente de adolescente, de grandes compromisos por los desfavorecidos de los elementos primarios de la vida; desde aquel momento, muy a pesar de haber sido expulsado con algunos compañeros y profesores que respondían con altivez  ante las  injusticias  de un Sistema.  
Continué mirando la trayectoria de Jorge, supe que era un descendiente de la familia Schortborgh, ilustres pedagogos bolivarenses que brindaron su hacer en el bien de la educación de niños y jóvenes. Seguí su proyección de «graficante de la palabra para el arte y por el arte». Jorge se embelesaba  con las crónicas del hombre del cieno profundo, con los cantares alegres de Estefanía Caicedo, tal vez en ella recordaba a la Celia de su amigo Héctor Rojas Herazo.  
Jorge García Usta, su vida, un libro de pocas páginas, donde escribió lo incontenible en el texto de la Eternidad: Un hombre para el Festival de Música del Caribe. Un hombre para el Festival de Cine. Un hombre para la poesía: Noticias desde otra Orilla. Un hombre junto a Salcedo, para: Diez Juglares en su patio. Un hombre para la prosa en tantos y tantos documentos. Un hombre para El Observatorio del Caribe, y un hombre para enrumbar la cultura  del Caribe por senderos de autenticidad, como se mostró en su afán y tesón por las manifestaciones de los Cabildos de Negros y otros festivales de Cartagena de Indias.  
Una paradoja triste nos brindó la vida, pero también podríamos pensar que la casualidad y el azar supieron detener las voces de  los pregoneros de prensa, para señalar la parálisis del escribidor. La Muerte lo encontró el día en que se callan los periódicos del Caribe colombiano: un 25 de diciembre. Los cantadores de números de azares,  los expectantes de tragedias, los buscadores de mejores augurios en el horóscopo, los cazadores de gazapos, los seleccionadores de los artículos de los magazines, donde escribía Jorge, quedamos esperando, aguardando una próxima edición. La prensa escrita se había detenido en la ingravidez de la lección escrita… 
Gutiérrez Magallanes, Escritor
Personalmente, después de haber sido su profesor por breve tiempo, fui su discípulo en un taller que realizaba los sábados a las tres dela tarde, siempre sus orientaciones eran en el mejor de los tonos, buscando engrandecer el trabajo  que allí se realizaba. Pude comprobar su desprendimiento por el apantallamiento  y la vanidosa aparición, a cada quien daba lo que merecía. Jorge es un alma de permanente recordación, quien tuvo mucho que ver en la formación cultural del hombre del Caribe.

  NIETO         

UN CUENTO DE ROBERTO MONTES MATHIEU*

Juan José Nieto, Presidente Confederación  Granadina
El muchacho de escasos veinte años, prognato, pelo duro, vestido con bluyín gastado de lo viejo, camisa de flores y tenis rotos, en uno se asomaba un dedo, entró al Palacio de la Inquisición y preguntó al vigilante por la oficina de la Academia de Historia. Subió al segundo piso y se anunció.
Detrás del escritorio el hombre de setenta años, blanco, orgulloso de su ascendencia francesa, guayabera azul marino, corbatín y pantalón gris, zapatos capricho, dejó el libro que leía y miró por encima de las gafas al recién llegado. Éste, sin hablar, sacó de la mochila wayú que colgaba de su hombro un folleto café oscuro, evidentemente viejo, comido por uno de los bordes por el comején, olor a guardado y se lo alargó. 
Se caló las gafas y recorrió sus páginas, escasas veinte páginas, sin pie de imprenta. Una edición doméstica, pensó. Pero el texto estaba completo: una obra de teatro escrita por Juan José Nieto. Volvió a mirarla por el principio, leyó en voz alta algunos parlamentos. Sin dar muestras de interés dijo que era un texto sin importancia y despectivamente lo dejó caer sobre el escritorio. 
—¿Sin importancia?—dijo el muchacho, que permanecía de pie frente al historiador. 
—Sí, ese nieto no era nadie. No es importante. 
—¿Usted cree? 
—Sí, lo creo. Mis conocimientos así lo señalan. 
Tomó nuevamente el folleto en sus manos y con un gesto en los labios hizo un comentario sobre algunas frases que leyó. Miró al muchacho y dijo: 
—$2000 es suficiente, al fin, es un folleto del siglo XIX, eso es lo único por lo que vale. 
—¿$2000?—El muchacho rió. También tenía gafas y se las cuadró—$2000. 
—Sí, ¿te parece gracioso? 
—¿No es importante Nieto? 
—Sí, así te lo dije. 
Sin que se lo pidiera se sentó en una de las sillas frente al escritorio. 
—Permítame que me siente porque puedo caerme y hacerme daño. 
—$3000 entonces y finiquitemos esto. Estoy siendo muy generoso. 
El muchacho lo miró, detallándolo. El historiador bajó los ojos y siguió escudriñando el folleto. 
—Mire, doctor. Yo sé quién fue Nieto. 
—¿Qué sabes?—dijo el historiador, sin sorpresa. 
—La casa que está aquí a la vuelta, al lado de la biblioteca, era de él. 
—¿Y qué? Eso no lo hace importante como para que tú quieras más plata por este folleto. Todos han tenido casas aquí, por eso construyeron la ciudad. 
El muchacho se rió nuevamente. Era una risa sin ganas, pura ironía para contrarrestar los embates del historiador. 
—Nieto no sólo tuvo esa casa. 
—Sí—reconoció el historiador—pudo tener otras. El Perro tiene varias casas de negocio de chance y locales y eso no le concede mayor importancia. ¿Tú pagarías por un libro escrito por él? 
Roberto Montes Mathieu, escritor
Otra vez rió el muchacho. El historiador hablaba sin que se le arrugara el rostro y mirando ocasionalmente al muchacho, parecía interesado en buscar algo en el libro que no soltaba. 
El muchacho se puso de pie, adoptó una pose solemne y dijo: 
—Vea doctor, Juan José Nieto escribió una geografía del distrito de Cartagena. La primera en su género. 
El historiador lo miró ahora con atención y dejó el folleto. 
—…y dos novelas y un relato que apareció por entregas en La Democracia, periódico que dirigía Rafael Núñez, sobre el año que estuvo preso en la prisión del castillo de Chagres, en Panamá. 
—¿Cuánto quieres por el folleto? 
          *Tomado de Magazín del Caribe. Bogotá, febrero de 2015 

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