LAS COSAS DEL DESTINO SON INCORRUPTIBLES
CANTOS Y TRISTEZAS DE UN MARQUÉS
Por Juan V Gutiérrez Magallanes
Fue en un 15 de febrero, en el que algunas veces se
presagian los días de la Semana Santa en las regiones de presentes y pretéritos,
fundamentados en la vida, pasión y muerte de Jesús, y en el que se respira el olor de los dulces
en una gastronomía de vecinos y familiares, aires y sabores, trayendo horas de
amaneceres muertos...
El Marqués de la Taruya, luego de alimentar a los
siete perros mansos como a las gallinas de Tomasa, «la bonachona», y cantarle
la última canción de José Benito Barros, al caimán de seis metros que sobrenada
en la poza de su patio, acción para calmar la nostalgia del último saurio
cruzado con babillas de la ciénaga Dulce.
El Marqués pues llegó a Servientrega
y depositó la encomienda con los últimos capítulos de su novela «Los Cantos
y Tristezas del Río Yuma» y al mismo tiempo una invitación al Parlamento de
Escritores, esta última de importancia trascendental para aquel esperado
encuentro de enebradores de la palabra, debía
llegar sin tardanza a su amigo
Manzur, de Montería, un sobre verde bijao llevando el sello de la estirpe
Chimila, con una frase aborigen que sólo el Marqués traducía.
Las cosas del
destino son incorruptibles y pueden demorar eternidades, siempre conservan la
frescura de la noticia esperada, se acunan en el tiempo dejando entender que
son conocedoras de su importancia, por eso deben ser esperadas con la paciencia
y el sueño del hombre justo.
La misiva enviada por el Marqués no llegó a su punto
esperado, desvió la trayectoria y terminó en las manos del hombre más renombrado
de la región del Casanare, no interesa ubicar el sitio preciso, aquel Señor de
los Llanos era el Argos de los cien ojos, de las miles de manos que atendían
sus órdenes, en él se recreaba la leyenda del primer hombre de Calcuta que
arribó por aquellas tierras, daba una explicación con un sincretismo entre la
vivencia de la Anaconda en el río Amazonas y la diosa Shiva de la India, lo que
dio fundamento para llamar al hombre más poderoso del Llano «El Chiva», lo cual
aceptaba con sabiduría campechana.
Quedó pues asombrado al abrir el sobre, aquello no era
lo esperado, pensó de inmediato en los engaños acostumbrados y reiterativos de
su compadre, luego advirtió que aquello era una acusación seria sobre la
tristeza del Río Yuma, lo cual, para él tenía gran significación, pues «El
Chiva» había conocido a un cacique de nombre Yuma, que adquiría grandes poderes
de las aguas del río que baja por las montañas de los Andes. Esos escritos debían
guardar muchas advertencias para el futuro de las andanzas del hombre. Y si a
él le llegaba aquello que no había solicitado…entonces, ¿debería de
preocuparse?
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El Caimán Domesticado de El Marqués de la Taruya |
Entre tanto el Marqués, enterado de que la carta había
llegado a una dirección equivocada, fue a la oficina de correos para conocer la
suerte que había corrido la camisa
blanca adornada con el símbolo que lo caracterizaba y botones de esmeralda de
una de las minas de su amigo Carranza, el pantalón, era de lino blanco con
pretina tejida con hilos de oro; muda de ropa que debía lucir su compadre en el matrimonio de su hija Ariana
del Carmen.
Por otro lado, «El Chiva» daba órdenes para que le
averiguaran la dirección del señor que había enviado el sobre de color bijao.
Cien voces repitieron: «Marqués de la Taruya,
Cartagena de Indias».
Así que no esperó explicación alguna, ordenó preparar
viaje para la ciudad soñada por los cuentos de su abuelo, quien había prestado
el servicio militar en las Bóvedas de la Ciudad Heroica, y narraba cómo los
negros bailaban en volteretas o hacían un redondel alrededor de tres hombres
tocando diferentes instrumentos, entre ellos la flauta larga, parecida a una
serpiente con silbido de pájaro encantando.
Al llegar a la ciudad preguntó por las residencias de
los diferentes marqueses de Cartagena,
llegaba y preguntaba por el Marqués De Valdehoyos y su pregunta quedaba en el
silencio, igual pasó cuando llegó a preguntar por el Marqués del Premio Real,
hasta cuando se acordó que debía preguntar por el Marqués de la Taruya, y fue
cuando su pregunta tuvo una respuesta de algarabía, pues la había hecho con una
bocina en el interior del «Café Juan Valdez» de la esquina de la calle de San Agustín Chiquita con Universidad, de inmediato
un escritor de barba tupida respondió:
«Ese marquesado queda en la calle Jorge Isaacs, en
Torices».
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Los Perros a la expectativa en el Marquesado |
Estaba embravecido y secaba el sudor con una toalla
verde, «emblemada» con un toro blanco en
el centro, la cargaba en el hombro derecho y hacía juego con el sombrero de
mestizo llanero, lo acompañaban tres hombres que hacían las veces de guardaespaldas,
abordaron el primer taxi que pasó y se dirigieron a la dirección del Marqués.
El Chiva, con sus tres acompañantes, gritaron al
unísono: «¡Marqués de la Taruya!», éste lanzó un grito de mohán perdido en
medio de la noche y agregó:
«Antes de recibirte quiero que escuches esto en el equipo
de sonido:
«El Vaquero va cantando una tonada /
y en la tarde va muriéndose de frío…/»
No terminaba entonces una canción, cuando colocaba
otra:
«Mi vida está pendiente de una rosa /
porque es hermosa/
y aunque tenga espina…./»
«Era la piragua de Guillermo Cubillo/
Era la piragua de Guillermo Cubillo…/»
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Las Gallinas de Tomasa |
Y así pasaron la noche escuchando y narrando la vida
de José Benito Barros, quien en sus andanzas había estado en la Hacienda de «El
Chiva». Continuaron entonces las canciones interminables del trovador banqueño
y en el olvido el saber qué había pasado con la muda de ropa de botones de esmeralda e hilos de oro que
inquietó al Marqués de la Taruya y desveló al poderoso y sempiterno «Chiva»