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sábado, 28 de marzo de 2015

LAS COSAS DEL DESTINO SON INCORRUPTIBLES
CANTOS Y TRISTEZAS DE UN  MARQUÉS

Por Juan V Gutiérrez Magallanes

Fue en un 15 de febrero, en el que algunas veces se presagian los días de la Semana Santa en las regiones de presentes y pretéritos, fundamentados en la vida, pasión y muerte de Jesús,  y en el que se respira el olor de los dulces en una gastronomía de vecinos y familiares, aires y sabores, trayendo horas de amaneceres muertos... 
El Marqués de la Taruya, luego de alimentar a los siete perros mansos como a las gallinas de Tomasa, «la bonachona», y cantarle la última canción de José Benito Barros, al caimán de seis metros que sobrenada en la poza de su patio, acción para calmar la nostalgia del último saurio cruzado con babillas de la ciénaga Dulce. 
El Marqués pues llegó a  Servientrega y depositó la encomienda con los últimos capítulos de su novela «Los Cantos y Tristezas del Río Yuma» y al mismo tiempo una invitación al Parlamento de Escritores, esta última de importancia trascendental para aquel esperado encuentro de enebradores de la palabra, debía  llegar sin tardanza a su amigo Manzur, de Montería, un sobre verde bijao llevando el sello de la estirpe Chimila, con una frase aborigen que sólo el Marqués traducía. 
Las cosas del destino son incorruptibles y pueden demorar eternidades, siempre conservan la frescura de la noticia esperada, se acunan en el tiempo dejando entender que son conocedoras de su importancia, por eso deben ser esperadas con la paciencia y el sueño del hombre justo. 
La misiva enviada por el Marqués no llegó a su punto esperado, desvió la trayectoria y terminó en las manos del hombre más renombrado de la región del Casanare, no interesa ubicar el sitio preciso, aquel Señor de los Llanos era el Argos de los cien ojos, de las miles de manos que atendían sus órdenes, en él se recreaba la leyenda del primer hombre de Calcuta que arribó por aquellas tierras, daba una explicación con un sincretismo entre la vivencia de la Anaconda en el río Amazonas y la diosa Shiva de la India, lo que dio fundamento para llamar al hombre más poderoso del Llano «El Chiva», lo cual aceptaba con sabiduría campechana. 
Quedó pues asombrado al abrir el sobre, aquello no era lo esperado, pensó de inmediato en los engaños acostumbrados y reiterativos de su compadre, luego advirtió que aquello era una acusación seria sobre la tristeza del Río Yuma, lo cual, para él tenía gran significación, pues «El Chiva» había conocido a un cacique de nombre Yuma, que adquiría grandes poderes de las aguas del río que baja por las montañas de los Andes. Esos escritos debían guardar muchas advertencias para el futuro de las andanzas del hombre. Y si a él le llegaba aquello que no había solicitado…entonces, ¿debería de preocuparse? 
El Caimán Domesticado de El Marqués de la Taruya
Entre tanto el Marqués, enterado de que la carta había llegado a una dirección equivocada, fue a la oficina de correos para conocer la suerte que había corrido  la camisa blanca adornada con el símbolo que lo caracterizaba y botones de esmeralda de una de las minas de su amigo Carranza, el pantalón, era de lino blanco con pretina tejida con hilos de oro; muda de ropa que debía lucir su  compadre en el matrimonio de su hija Ariana del Carmen. 
Por otro lado, «El Chiva» daba órdenes para que le averiguaran la dirección del señor que había enviado el sobre de color bijao. 
Cien voces repitieron: «Marqués de la Taruya, Cartagena de Indias». 
Así que no esperó explicación alguna, ordenó preparar viaje para la ciudad soñada por los cuentos de su abuelo, quien había prestado el servicio militar en las Bóvedas de la Ciudad Heroica, y narraba cómo los negros bailaban en volteretas o hacían un redondel alrededor de tres hombres tocando diferentes instrumentos, entre ellos la flauta larga, parecida a una serpiente con silbido de pájaro encantando. 
Al llegar a la ciudad preguntó por las residencias de los diferentes marqueses de  Cartagena, llegaba y preguntaba por el Marqués De Valdehoyos y su pregunta quedaba en el silencio, igual pasó cuando llegó a preguntar por el Marqués del Premio Real, hasta cuando se acordó que debía preguntar por el Marqués de la Taruya, y fue cuando su pregunta tuvo una respuesta de algarabía, pues la había hecho con una bocina en el interior del «Café Juan Valdez» de la esquina de la calle de  San Agustín Chiquita con Universidad, de inmediato un escritor de barba tupida respondió: 
«Ese marquesado queda en la calle Jorge Isaacs, en Torices». 
Los Perros a la expectativa en el Marquesado
Estaba embravecido y secaba el sudor con una toalla verde, «emblemada»  con un toro blanco en el centro, la cargaba en el hombro derecho y hacía juego con el sombrero de mestizo llanero, lo acompañaban tres hombres que hacían las veces de guardaespaldas, abordaron el primer taxi que pasó y se dirigieron a la dirección del Marqués. 
El Chiva, con sus tres acompañantes, gritaron al unísono: «¡Marqués de la Taruya!», éste lanzó un grito de mohán perdido en medio de la noche y agregó: 
«Antes de recibirte quiero que escuches esto en el equipo de sonido: 
«El Vaquero va cantando una tonada /

y en la tarde va muriéndose de frío…/» 
No terminaba entonces una canción, cuando colocaba otra: 
«Mi vida está pendiente de una rosa /

porque es hermosa/
y aunque tenga espina…./» 
«Era la piragua de Guillermo Cubillo/

Era  la piragua de Guillermo Cubillo…/» 
Las Gallinas de Tomasa
Y así pasaron la noche escuchando y narrando la vida de José Benito Barros, quien en sus andanzas había estado en la Hacienda de «El Chiva». Continuaron entonces las canciones interminables del trovador banqueño y en el olvido el saber qué había pasado con la muda de ropa de botones de esmeralda e hilos de oro que inquietó al Marqués de la Taruya y desveló al poderoso y sempiterno «Chiva»

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