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miércoles, 8 de enero de 2020

De Lo Cotidiano

   LA EXTRAÑA RELACIÓN ENTRE EL 
AMOR Y EL CALENTAMIENTO GLOBAL


Por Gilberto García M


Si pudiera regresar en el tiempo y poderme quedar para siempre anclado a mi época de estudiante lo haría. 
Creo que el mejor regalo que Dios podría otorgarle al ser humano es que esas épocas de estudiante jamás desaparecieran de nuestras vidas, que fueran eternas así como lo es ese cielo que el hombre tanto hiere con sus cargas de humo y gases invernaderos que tienen a este planeta tierra pendiendo de un hilo a punto de desprenderse rumbo a la última hecatombe de los siglos. 
Hay profundas diferencias entre los años de juventud con los de este Siglo que nos ha impuesto entrar en la onda del Calentamiento Global, porque no hay de otra. 
Ya es imposible disfrutar un octubre con las delicias que implicaba quedarse todo el tiempo en cama. En verdad uno se gozaba el invierno porque era una lluvia real, sutil, que debajo de las cobijas se hacía más rica y placentera mientras de fondo sonaba «Detalles», una melodía de Roberto Carlos. 
Jamás entonces sospechábamos que el uso indiscriminado de algunos recursos naturales como el petróleo y otros elementos químicos desencadenara en esta era apocalíptica, un desastre ambiental de proporciones inimaginables afectando en su camino a la propia criatura que los descubrió y les ha dado un uso continuo: el Hombre. 
Con el alma sospechosa de los escritores siempre hice alarde de mi juventud. Llegué a Cartagena de Indias con esa vanidad que se me salía por los poros, fingida y algo presumida, cuando el interlocutor que me hablaba se dirigía a mí como, «el joven de Aracataca…» 
Estas palabras producían el efecto de las brisas de enero, y yo reía indiferente, suspirando por la vecina de enfrente sin imaginar siquiera que en 1995 en esta urbe que jamás pensé conocer se desarrollara en mi cuerpo unos ataques de calor que a más de un Doctor consulté. 
Algo estaba sucediendo a mí alrededor. Unas olas de calor me envolvían a cada rato, era algo tan inexplicable que pensé en ideas pesimistas como que la ciudad se hallaba sobre un enorme volcán a punto de entrar en erupción y que cualquier mañana despertaríamos sobre un mar de lava. 
Diez años atrás, por 1980 las campañas publicitarias que hablaban sobre la conservación del planeta estableciendo algunas normas para que nuestro entorno siguiera el camino normal de un ambiente sano y compatible con el hombre, eran tomadas como una forma absurda de botar el dinero cuando debían emplearse para aliviar el hambre de los niños de África o de la India. 
No sé en qué momento transcurrieron treinta años, la vecina de enfrente se fue con un tipo que negociaba con narcóticos. Por las calles por donde transito a menudo ya no me dicen el joven de Aracataca, unos me tratan de Señor y los más atrevidos que desconocen la ira acumulada que me brota al escuchar hablar del paso vertiginoso del tiempo me llaman viejo o abuelo de mierda. 
Hoy he aprendido que el significado de la frase «uno no valora las cosas hasta que las pierde» es literalmente cierta. 
Con los años te vuelves un poco prudente, los tropezones te hacen levantar la frente, pero ya el daño está hecho y, es imposible volver a construir un edificio limpio, sin las energías contaminantes por entre las que hemos aprendido a deambular. 
Gilberto Garcia M, Editor
Cuando no hay nada que hacer el ser humano se acostumbra a vivir entre sus miserias. Tengo que agradecer al médico que vio mi extraño caso de calor y me desestimó para que no estuviera a punto de consultar un psiquiatra. 
—¿Has oído hablar del calentamiento global?—me interrogó el facultativo—Es lo que pasa contigo. Adonde vayas no podrás escapar de la calor. Hay que adaptarse. 
Con los días me hice a una pequeña toalla y ella fue la solución para esa temperatura exacerbante. También entre aquellas oleadas de calor descubrí un día por casualidad a la vecina que en mis años de juventud había sido una criatura bella y fascinante. El cambio climático había dejado sus profusas huellas en ella. ¡No podía ser verdad!    
Imagen de engin akyurt en Pixabay  arriba primera imagen

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