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miércoles, 28 de septiembre de 2016

Noticias del Último Combate


Los Círculos de La Guerra en Mitú


Por Fabio Jurado Valencia* 


Eran las cinco de la mañana. Desperté con el sonido de la metralla. En otras ocasiones la balacera se oía por unos minutos y luego, poco a poco, se iba diluyendo. Pero esta vez se quedó, con detonaciones más intensas. La explosión de los cilindros (las bombas caseras) estrujaba la casa-hotel y las láminas de zinc del techo se movían a la manera de un fuelle. Me metí debajo de la cama, pegado a la pared, pues ya el movimiento de las paredes advertían el riesgo. Dos tarántulas rubias se desprendieron del techo y caminaron hacia el refugio de la cama. Venían hacia mí. Opté por tirarles los zapatos, uno por uno, para espantarlas, pero no atiné. 
Los bombazos continuaban. Entonces me arrastré hacia la puerta. Abrí, y al frente, esperándome, estaba un hombre alto, con botas militares y cananas de combatiente. Lo estoy esperando profesor, me dijo. Qué pasa, le pregunto. Debe protegerse, me replica. ¿Y en dónde, qué hago?, interrogo. En las playas del río o en el baño del hotel, único lugar con plancha de cemento, dijo con una tranquilidad pasmosa. Pues me quedo ahí, le respondí, porque al río no voy. Es usted quien decide, acotó, mientras salía del hotel hablando por el teléfono móvil: tarea cumplida, todo normal, ya voy…  
Desde las cinco de la mañana hasta las 4 de la tarde, con el receso de dos horas para el almuerzo–la guerra es también un trabajo con horarios-, la balacera y las detonaciones continuaron. 
Un policía defendía la garita con una ametralladora y una bazuca, comentaban los del segundo círculo. 
A las diez de la mañana llegó el avión fantasma. Primero se veían los fogonazos en la altura y luego se oía el sonido del disparo. Disparaba hacia los bordes del pueblo, sin focalizar el casco urbano. Pero en el tercer y cuarto círculo los combatientes, en las fronteras del pueblo, se ocultaban parados dentro de un hoyo, con el fusil hacia arriba; así pude entender por qué además del fusil cada guerrillero cargaba una pala. Solo tierra y árboles removían los cañonazos del avión fantasma.  
En el tercer y cuarto círculo estaban los más jóvenes: muchachos de 15 y 16 años, con cuerpos de adultos, hijos de la guerra, educados para la guerra. Algunos pedían por teléfono que les permitieran pasar al segundo y primer círculo. No había miedo sino ganas de disparar, pero las reglas se respetaban: cada quien con sus tareas y sus roles en el círculo respectivo; el miedo lo teníamos nosotros, dos hombres y una mujer, en el baño sanitario con techo de cemento; ese miedo se fue disipando a medida que progresaba el evento beligerante; la conciencia le dice a uno que hay que esperar, que un combate nunca es eterno. 
A las cuatro de la tarde pararon los fogonazos, de parte y parte, pues un disparo de mortero logró acallar al policía de la garita. El avión fantasma se iba. Ahora había silencio. Entonces nos asomamos a la calle y caminamos a husmear. Los del primero y segundo círculo se juntaron. Rodearon a los 60 policías que sobrevivieron; los pusieron en fila, con las manos en la nuca; la escena era dantesca; pudimos ver que las balas también decapitan. Mientras tanto, los helicópteros del ejército aterrizaban a 10 kilómetros de allí e iniciaban el acercamiento al pueblo, como lo supimos después. Había un trato tácito entre los victoriosos y el ejército: enfrentarse en la selva, para no afectar más a los pobladores.  
A las seis de la tarde, salieron de la población con los rehenes. Nadie lloraba a los policías muertos; ninguno era de allí.  
En ese lapso de silencio otros guerrilleros habían localizado a tres hombres que buscaban para la ejecución; políticos corruptos, decían, que huían desde San José y Miraflores: sus cuerpos fueron lanzados al río. Los vimos pasar zarandeados por las aguas, en ese río majestuoso, el Vaupés, testigo de la historia del abandono del estado en estas por entonces vírgenes geografías. Alguien, en una canoa, intentaba vanamente rescatarlos.

Sobrevino la oscuridad con una noche tenebrosa: desde las siete hasta el amanecer aviones de combate pasaban rasantes y luego descargaban sus bombas en lo profundo de la selva. 
No quedará nadie vivo, pensé, mientras intentaba dormir. Sin embargo, solo ellos, unos y otros, saben lo que ocurrió en esa noche; lo cierto es que a las seis de la mañana del día siguiente ingresaron al poblado los soldados, con los mismos uniformes, las mismas armas, los mismos rostros de la guerra, sin miedo, saludando; ninguna diferencia con los otros; y días después vimos en los periódicos y por televisión a los comandantes guerrilleros y a los rehenes, como si aquella noche hubiese sido una mascarada.  
Yo había llegado el día 31 de octubre a orientar un taller sobre la lectura crítica con un grupo de maestros de Vaupés, según un convenio entre la Universidad Nacional y el ministerio de educación. 
Un halo de misterio y de zozobra cubría el ambiente de la primera sesión. Todos sabían lo que ocurriría, porque todo se sabe en estos pueblos del mestizaje y de la multiculturalidad. Era notorio el entusiasmo de los docentes por el tema; querían saber sobre cómo hacer para promover la lectura crítica con cartillas de Escuela Nueva, lo único que reconocían como libros en los colegios. Pero estaban nerviosos por lo que habían oído que ocurriría esa noche previa al día de los difuntos. 
      
Fabio Jurado Valencia     
Hemos persistido en el trabajo con los maestros en los territorios de la amazonia, la Orinoquia y el Pacífico, porque la universidad de la nación -¿existe la nación?- ha de estar en donde la necesitan y creen en ella. 
La educación es la ruta más poderosa para avanzar hacia un país con más equidad: un país moderno; mientras persistan los conflictos armados, la corrupción y los negocios con la guerra, Colombia será un país pre-moderno. 
No es posible que la inversión en la guerra sea un pretexto de los gobiernos para no invertir en la educación y en la salud. Entonces, neutralizada la guerra ya no habrá pretextos para no invertir en el sistema educativo y para su recomposición, porque la educación hoy es un edificio con grandes fisuras.
*Narrador y ensayista. Licenciado en Literatura Universidad Santiago de Cali; Maestría en Letras Iberoamericanas (UNAM, México), Doctor en Literatura (UNAM, México). Profesor de Literatura en la Universidad Nacional de Colombia. ExDirector del Instituto de Investigación en Educación: UNAL. Fundador del Programa y Colección Viernes de Poesía: Dpto. de Literatura: UNAL. Doctorado en Literatura: UNAM, México. Ha sido consultor para la UNESCO y los ministerios de educación de México y Colombia. Contacto: fdjuradov@unal.edu.co 
        Tomado de Con-Fabulación. No. 432. 

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