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sábado, 31 de agosto de 2013

LA COLUMNA DE VALERIANO


AQUILINO, EL OTRO MOHAMED ALÍ
                                                   «No jugaba a la “Libertad”, porque  la sentía  
                                                                        en el pretil de la Seño Carmen»
El profesor Juan V Gutiérrez Magallanes
Aquilino Onofre Palomino, llegó a la isla con una jaula en la mano izquierda y en la derecha una honda, en la búsqueda del pájaro que le traía mala suerte, según le había contado su abuelo.
En el interior de la jaula cantaba un canario que había cogido en la Loma del Sinsonte, con la trampa que le había enseñado a armar el abuelo Ruperto.
Era un joven de palabras escondidas por los pliegos de pensamientos que saturaban sus sueños, él siempre había querido venir a Cartagena, quedaba estático bajo el dintel de la puerta principal del rancho, la que se abría a las cuatro de la mañana para que entrara la gracia de Dios.
La abuela de Aquilino, decía que los vientos que entraban por la puerta que daba hacia la calle, eran mensajeros de las bendiciones de Dios.
Aquilino pasaba horas contemplando el afiche que habían pegado en la pared de la casa de enfrente, una ilustración sobre el turismo de la ciudad amurallada:
                        «Visite a Cartagena de Indias, el Corralito de Piedra.
                        Encontrará la felicidad en la visita a sus monumentos
                        en los paseos que podrá dar por la bahía…»
Al llegar a Cartagena por los años de 1960, quedó embelesado por los pregones que iba encontrando en el trayecto que debía recorrer para llegar al Mercado de Getsemaní, pregones que querían vender o dejarle fortuna a quienes comprasen el número que los pregoneros anunciaban.
Aquilino se asombraba al mirar que los anunciadores de la suerte, eran los seres más desprendidos de riqueza, al ofrecerla de esa forma, y entonces él se preguntaba: «¿Por qué no se quedan ellos con los números de la suerte?» .
Luego de transcurrir determinado tiempo en que iba al mercado a ayudar en las ventas a su madrina Zoila, y se había olvidado de la honda pero no de su canario al que miraba y poseía como una especie de tótem de la buena suerte, fue creando en su imaginario la inquietud por el boxeo, gracias a las insinuaciones que le hacía «Kid Hielo», vieja figura dedicada al entrenamiento de jóvenes que aspiraban coronarse campeones y ganar mucho dinero, para gastarlo luego en el salón de «La Postesolo», con «La Quitasueño» o «La Casquivana».
Aquilino se convirtió en un asiduo practicante del boxeo, los sueños de sus antecesores de gastar grandes fortunas en las luces de «La Postesolo», eran páginas olvidadas y destellos de pura fantasía, no era ese el camino que debía recorrer el nieto de Ruperto.
Para muchos de sus amigos, el apego por el boxeo era algo extraño por la poca movilidad que mostraba, en el juego de La Libertad y la Bolita de Caucho. Gustaba más que todo, permanecer sentado en el pretil de la Señorita Carmen. Pero allí estaba él practicando y observando los recortes de prensa, que le mostraba el hijo de La Diosa, figuras enmohecidas como «Dinamita Pum», «Kid Lemus», «El Paye Atómico», «Centenito», «El Tiburón de Marbella», «La Pantera Negra» («Fortunato Grey), Kid Zabaleta» (El Ángel Negro), «Galo Ramos» y «King Kong» (El Marino).
Poseía cualidades que en el boxeo, para un hombre de su envergadura, que se mostraba como un peso pesado, resultaban atípicas, no contextualizadas para la pegada que se esperaba de él, brincaba sobre la punta de los pies, bailoteaba y reía, pocas veces afirmaba los talones y mantenía baja la guardia. Situación que preocupaba a sus entrenadores, más cuando argumentaba que era su estilo, y que de esa forma se sentía seguro. Se podría asegurar que era esa la única vez en que Aquilino hablaba, porque el resto del tiempo permanecía callado y respetuoso.
En aquel medio de boxeadores, el muchacho resultaba extraño, sus compañeros aseguraban que nunca lo vieron bailar, tomar trago o enamorar. Pero sí con la sonrisa de hombre sano, le habían cincelado en el cerebro que con el boxeo ganaría el dinero que nunca su padre iba a ganar como trabajador en los camiones recolectores de basura.
Tenía una estatura de un metro con ochenta, sus brazos parecían aspas de un molino de viento y, las manos extendidas semejantes a grandes pulpos, era por esto que sus guantes debían ser especialmente confeccionados. Ese era Aquilino. Un pugilista que muy a pesar de no tener el brillo de figuras como «Caraballito», «Mochila» Herrera, Rodrigo Valdez, Angulito, «Pinky Boy», Elías Lián, «Kid» Pérez, Rosito, «El Lolo Pitalúa», «El Pelúo» Arnedo, «La Cobra» Valdez y «Pambelé», era un hombre atrayente por la bondad que reflejaba en el rostro, cualidad que no obnubiló los triunfos alcanzados en el cuadrilátero.
Sus amigos reiteraban que el boxeo le permitió conocer más a sus semejantes a través del dolor, no sólo a sus semejantes sino también a los animales, porque llegó el momento en que libró de la jaula el canario, que no fue capaz de alzar el vuelo para perderse en la libertad recobrada, y permaneció al lado del amigo fiel.
Los que tuvieron la oportunidad de ver boxear a Aquilino en el antiguo Circo Teatro de la Serrezuela, vieron a ese hombre espigado frente al «Jab» Hernández mostrando soltura en las manos y bailoteando sobre la punta de los pies, agarrándose con una mano de las cuerdas y hacer el pase de la bicicleta, sin dificultad alguna, mostrando su dentadura sin que se le saliese el protector, dejando a su adversario pegado a las cuerdas entre una lluvia de aplausos de sus seguidores.
Fue mayor el asombro, cuando tuvimos la oportunidad de ver boxear a Cassius Clay, (Muhammad Alí), brincando sobre la punta de los pies y bailoteando frente al contendor que no era capaz de verlo en su rapidez de hombre mariposa.
Con Aquilino y Cassius Clay, sentíamos una simbiosis de dos hombres que supieron caminar sobre el borde filoso del boxeo, al último hay que abrirle una enciclopedia especial para enmarcar su vida, al primero mostrarlo como un hombre a quien el boxeo le permitió perfilar su vida como el eje de una familia que hoy se mira precedida de una noble esperanza.
          LC Juan V Gutiérrez Magallanes  



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