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sábado, 9 de enero de 2016


Radiografía de lo que somos 
El Caribe es un estado de conciencia
Por Ramiro de la Espriella

Me han propuesto un tema escandalosamente comprometedor:el espíritu del hombre caribeño, y sus antecedentes históricos y políticos. ¿Qué se le va a hacer?, los hombres del Caribe somos así, presuntuosos, he dicho presuntuosos y no presumidos. 
Demasiado vasto el tema, y complicado, como para que yo pueda desenredarlo. Me voy a quedar en el momento actual, y un poco atrás: a partir de la independencia, o de aquellos episodios de nuestra historia que por conocidos afloran de modo espontáneo.  
La conducta política del Caribe, cómo es el Caribe y ha venido siendo en cuanto va corrido de su historia registrada.  
¿Por qué el Caribe ha encontrado por simple evolución sociológica su síntesis espiritual en la música y la pintura, por ejemplo, y no acierta a encontrar, en cambio, su síntesis política?  
Lo primero que habría que decir es que no hay un solo Caribe, que los pueblos de este mar nuestro, Mare Nostrum, dijeron del Mediterráneo los latinos, no son uno solo. Inclusive no lo son en el aspecto musical, aunque la síntesis se vaya produciendo en el sincretismo del común denominador africano, que recoge y expande los acordes del blanco español y la nostalgia indígena. Y así como África se impone en nuestra música, y produce esa síntesis auditiva, y corporal, porque en este caso la música es también euritmia corporal, es la luz, ante todo la luz, lo que define nuestra pintura. Lo mismo en los primitivistas haitianos, verbigracia, que en las acuarelas de Cartagena. Es bien fácil comprobarlo de una vez: no hay una sola de nuestras acuarelas que nos revele la noche: tan solo la luz, el mar, los mil colores cambiantes del cielo: allí está nuestra alegría de vivir.  
Pero la política no. Porque la política no es nuestra, sino importada. Vamos un poco hacia atrás, en la historia, en el pasado. En tanto los ingleses arrebatan a Juan sin Tierra la Carta Magna, después de haber pasado por una tenebrosa historia de crímenes horrendos, muchos más horrendos que los secuestros de ahora: ahí siguen deambulando en la Torre de Londres los espíritus cercenados de los príncipes infantiles; y los franceses después de haber oído exclamar a Luis XIV: «L’ Etat e’ est moi» han incendiado la Bastilla; lo cierto es que España no lega a sus colonias un derecho público. El imperio español está centrado en la autoridad incontrastable del monarca, y su sola apertura hacia el mundo externo se sintetiza en los cabildos, ocasionalmente en los cabildos abiertos, y de esos centros de resonancia emergen, para no ir muy lejos, la declaración de independencia de Cartagena y el 20 de julio de Bogotá. Ustedes verán, así, que nuestra independencia no es un acto razonado, sino pasional, no es una filosofía del espíritu, sino una necesidad del cuerpo, o privativamente eso. Nuestra libertad viene de la asonada, es una libertad intrépida, una manera de desbordarse e invadirlo todo, casi que un fenómeno de la naturaleza, como la tempestad, por ejemplo. Por eso no hay que extrañar ahora cuanto sucede en el Caribe, en Centroamérica, por eso y por otras razones históricopolíticas a las que aludirse después.  
Pues bien. Si se retrotrae un poco la historia se verá que desde los comienzos de la conquista el nuestro, el mundo Caribe, es un mundo en combustión, y que su signo humano es la resistencia a la opresión. Basta un ejemplo: el indio caribe desaparece virtualmente en su tierra, es aniquilado, no se deja someter. Por eso no creo yo mucho en la seudo leyenda de la India Catalina acostándose con un español, o vendiendo sus secretos. La verdad es que quedan para contarnos su historia muy pocos rastros del indio caribe, en tanto que el indio, el azteca, el inca sobreviven a su sometimiento. Esto da la medida del ambiente creador de la naturaleza, y su influjo sobre el espíritu humano. El mar es una lección de rebeldía, una invitación hacia delante. No olvidemos eso, nosotros los hombres del mar Caribe, y no olvidemos tampoco que en un momento dado Bolívar nos ha dejado dicho que estos países serán caribes y no andinos. Lo digo más que como una advertencia como un vaticinio.  
Pero todavía la historia nos cuenta algo más. Toussaint Louverture enciende la rebelión de todos los esclavos de Haití allá por 1791 y ese eco se prolonga hasta Petión, en cuya Carta Constitucional, con el correr de los días, va a abrevar Bolívar cuando intenta dar a Bolivia la armazón jurídica de un estado nuevo. Betances ha dejado oír su grito en Lares para proponer la confederación de las Antillas con Cuba, la República Dominicana y Haití, tal como más tarde el mismo Bolívar, que también es un hombre del Caribe, se agota en el sueño inconcluso de la Gran Colombia. Pero como lo afirmara el ensayista inglés Carr en New Left Review, «la historia raramente produce soluciones teóricas pulcras». Y todo aquello se va perdiendo en el polvo del pasado.  
He dicho antes que no hay un solo Caribe, sino varios. Y esto reza, principalmente, para el plano político. Mientras Colombia y Venezuela realizan su independencia hace más de 200 años, los pueblos de las islas caribes sometidos a Inglaterra, Francia, los Estados Unidos, Holanda, apenas comenzaron a andar ese camino después de la segunda gran guerra mundial. Cabe aquí, además, otra observación: Esos dos pueblos, Colombia y Venezuela, que han hecho su propia independencia partiendo del hombre hacia la sociedad, echan sobre sus hombros la inmensa tarea de independizar, casi que contra su voluntad, al Perú y Ecuador, cuyas costas se encuentran en el mar Pacífico, y ese no es en modo alguno un dato aislado, sino una confrontación geopolítica de la historia.  
Me iba desviando del tema, y bien, ahora es imprescindible decir que la nuestra, la independencia de Venezuela y Colombia, sobre las costas del mar Caribe, ha sido hecha y se resuelve en la alegría, en tanto las reciente independencia de las islas caribes pertenecientes a los imperios europeos y norteamericanos es una independencia hecha, principalmente, en el papel, por escrito, como si se tratara de un otorgamiento notarial. Por eso, si se mira de cerca el fenómeno, bien fácil es notar que se trata de una independencia temerosa, casi que nostálgica, amedrentada por la inconsciencia de su debilidad, como cuando Bolívar, valga la similitud, temía la presencia de la Santa Alianza y los hijos de San Luis en la reconquista de las antiguas colonias. Pero la historia sigue dando sus pasos y no descansa. Esos mismos pueblos de las islas perdidas en el mar Caribe van integrándose, aquí se está viendo a través de la música, el temperamento y la amistad con nuestros pueblos, y parece necesario decir que esa integración en el lento devenir de los tiempos se produce a través del crisol de las razas, y que el aporte fundamental de esa síntesis es el aporte africano, sin que esto quiera servir para negar que el blanco y los restos indígenas tienen allí también su cuota invaluable.  
Fidel Castro, Expresidente de Cuba
El otro aspecto fundamental del fenómeno socio político surge de Centroamérica. Desde Panamá hasta a Honduras y Guatemala, incluyendo las Antillas: Cuba, Santo Domingo, Haití, su apariencia de libertad apenas comienza a materializarse en los tiempos que corren, y eso: esquilmada por orientaciones ajenas. Son las llamadas, despectivamente, «banana republics». Allí asentó su bota el imperio estadinense. Y sobra rememorar los hechos, que por otra parte constan narrados más que en la historia política en la novela, desde «Tirano Banderas» y «El Señor Presidente» en adelante. Hay una tortuosa depredación humana en este vasto proceso de degradación política, y una gran similitud en cuanto allá ha sucedido y lo que acontece ahora aquí, en el Caribe nuestro, en nuestra costa atlántica. No daré más que un ejemplo. La Cuba anterior a Castro se asemejaba mucho a la Cartagena, o a la Barranquilla, o a la Santa Marta de hoy, para no hablar más que de tres grandes ciudades notorias. Nuestro derecho es un derecho escrito que ni siquiera alcanza a rasgar el papel que lo contiene. De la Enmienda Platt en adelante: Gerardo Machado, Batista, Prío Socarrás, Summer Wells, Jefferson Caffery, Cuba lo mismo que Santo Domingo, Nicaragua y Honduras, es un intenso campo de inmoralidad y destrucción anímica. No hay delito que no se cometa ni prostitución corruptora que no se conozca. Los contratos, las «botellas», que es lo aquí llamamos «corbatas», la mano dadivosa de la mafia, los enredos presupuestales, las ganancias ocasionales, están al orden del día, como aquí: como en Barranquilla, como en Cartagena, como en Santa Marta, para no hablar más que de tres grandes ciudades notorias. Eduardo Chibás ha propuesto el lema «vergüenza contra dinero», desoído, termina suicidándose de un pistoletazo frente a un micrófono de la radio. El madrugón de Batista encuentra a Prío Socarrás bailando con unas coristas italianas, y cualquier similitud es simple coincidencia. Detrás de todo eso viene Castro, y ahí está Castro en el poder…  
¿Para qué volver a repetir, entonces, que nuestra costa caribe es también así? 
Vuelvo a mi punto de partida. Inglaterra hizo su revolución a través del derecho consuetudinario y bajo la presión de los barones que reclamaban el buen uso de sus dineros más que la libertad. Francia se encomendó al espíritu luminoso de los enciclopedistas. España no tuvo jamás derecho constitucional ninguno, y el himno de Riego se quedó olvidado en las radas de sus puertos. No nos legó el indígena ninguna organización jurídica del estado, porque fue abatido, sojuzgado, hecho prisionero de su propia alma adolorida. Los negros llegaron aquí encadenados, y venían de tribus y sociedades que debían parecerse mucho al talante y caminado de Idi Amín. Las Leyes de Indias se quedaron escritas, aunque sedicentes profesores de derecho constitucional nuestro entonen otra cantaleta. La verdad es que el criterio predominante fue el contenido en aquella síntesis verbal que dice «las leyes se obedecen pero no se cumplen».  
Es precisamente por eso: porque nuestro derecho no es nuestro, y nuestras ideas no son nuestras, por lo que los pueblos del Caribe no hemos encontrado aún nuestra síntesis política. En cambio, repito, existe y va decantándose en el sincretismo musical y en la luz de la pintura. La independencia se hizo como una aventura pasional importando textos ajenos. De nada valió en nuestros lares el empeño de Bolívar en busca de unas instituciones que reflejaran nuestra conducta social. Ahora mismo la independencia de los pueblos del Caribe y Centroamérica se está haciendo con banderas y rótulos extraños. Es natural que así sea, porque el imperio que pesa sobre su orfandad es el imperio estadinense. Sí. Es natural que así sea. Pero eso no justifica históricamente nuestra conducta como pueblo, porque el vacío que se está produciendo a través de la política es el peligroso vacío del despojo de nuestra auténtica personalidad.  
A pesar de todo, es aquí en el Caribe donde se está produciendo la síntesis geopolítica que nuestros pueblos reclaman. No voy a tomar aquí más que un ejemplo degradante, que se nos enrostra casi que hasta la humillación. El de la compra venta de los votos. Mirado, así, al trasluz, no constituye manifestación distinta a la del repudio de la falsa democracia demo burguesa. Sabe bien nuestra gente que en términos electorales las palabras, las promesas, les han sido dadas a los aspirantes para esconder sus pensamientos. Y es así como la astucia colectiva convierte un acto de la voluntad individual en una retribución inmediata que se adelanta al engaño. Así va cavando su tumba el viejo y estrepitoso sistema, y la lucha por la libertad se precipita a lo largo de los caminos de la violencia.  
Nuestra esperanza es un acto histórico de integración o síntesis, y tiene que ver, naturalmente, como la música o la pintura, con nuestra integración racial. Será de allí de donde nazca nuestro derecho, el derecho que se parezca a nosotros mismos, producto del nuevo hombre hispanoamericano, troquetado en sus tres razas.

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