Prólogo a La Luz de La Lámpara en la Tiranta
JOAQUÍN POLO ANDRADE:
ARMA UN MUNDO EN UN POEMA
Por
Joce G Daniels

He ahí uno de los grandes
problemas que enfrentamos quienes trajinamos entre los vericuetos de la palabra
y por la senda de las musas, pues a veces andamos tan desprevenidos que no
llegamos a comprender la valía de quienes nos rodean y sobre todo de quienes
tienen innato el sentido el estro de la imaginación.
Con el profesor Polo Andrade, a
quien conozco desde hace muchos años y a quien he visto hablar mil y una vez,
me he llevado una grata sorpresa, pues sus cuentos, a veces apocalípticos y
otras veces tradicionales, revisten todos los elementos que son dables para la
buena y amena literatura, lo mismo que sus poemas, llenos de música y de
imágenes y por donde discurren las influencias de los simbolistas, pero sobre
todo del gran Julio Flórez, no obstante; conserva su propio estilo, el estilo
de quien conoce el oficio, de quien arma un mundo en un poema, de quien
entrelaza las palabras y vierte lentamente frases sonoras que son agradables al
oído, es como si fuéramos nosotros mismos quienes estuviésemos hablando con lo
desconocido.
Polo Andrade se ha salido con
la suya, ha escrito dos cuentos impecables: «La Permisión» y «Willdo», en donde
presenta dos argumentos totalmente diferentes, pero salidos ambos de la magia
caribeña, de lo real maravilloso que todos los días nos atropella con sus
enigmas. «Don Lesmes», «Petrona Regalada», «Gratiniana Antonia Arroyo», «Udosia
Herrera», «Telmo Padilla», «Altajerjes Soto Arroyo», son otros muchos de los
onomásticos que dan una idea de ese acervo literario que se esconde en cada uno
de los renglones del cuento «La Permisión».
Un cuento medio filosófico, el
principio medio tradicional, medio costumbrista, que habla de un pueblo cuya
vida transcurre en torno a la personalidad de un patriarca: Don Lesmes León
Almanza, a quien, cuando andaba con Rafael Antonio Cárdenas y Altajerjes Soto
Arroyo, la lluvia nunca los mojaba y tampoco el sol los sofocaba, además «convertían
la sal en azúcar» y «hacían billetes de banco con hojas de totumo».
Santa Rosa para esa época era
un pueblo desconfiado, hasta el punto de que la gente se había acostumbrado
siempre a ver «las mismas caras, el mismo sol, el mismo día, la misma noche y
el mismo amanecer», era como si el tiempo se hubiera detenido en esa población
cuya vida transcurría entre el chisme, las intrigas, las costumbres y todo
cuanto puede acontecer en un pueblo del Caribe colombiano.
En «Willdo», el otro largo
cuento del libro, nos topamos con un escritor que depura y es cuidadoso con lo
que escribe.
Aquí también discurren los
nombres cargados de un profundo sentido semántico «Célimo Cicerón Julio
Juliao», «Doña Débora», «Dídimo», «Willdo Rafael Urueta Torres» que todo en la
vida lo había aprendido por su agudísima observación, la buena memoria, la
perseverancia y la acción empírica», en fin, una narración llena de frases
grandilocuentes, campesinos filósofos, obreros que recitan de memoria párrafos
de escritores famosos, personajes que le maman gallo a la vida, que se burlan
de sus amigos, que «se hace el muerto» para resucitar veinticuatro horas
después, todo eso es el elemento que circuye a lo largo de las páginas del
cuento que tiene todos los ingredientes para ser una novela.
«Willdo», el personaje, se
convierte en epicentro de la vida de aquel pueblo caribeño, pero es famoso es
por su perfecta fealdad, la que a veces comparan con los feos personajes de las
películas que de tiempo en tiempo presentaban en la sala de cine de Augusto del
Río.
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Joce Daniels G, Escritor |
El mundo del cuento parece
sacado de la realidad, pues sus personajes, tales como Aristófanes de Arnedo,
César Fayat, Luis Ricaurte Garrido, las dedicatorias, las canciones, las
serenatas, Ilusión Castro Moscote, la desdichada que se mete a monja pero no
logra superar las pasiones sentidas por Célimo Cicerón y se ve en la necesidad
de desnudarse de sus hábitos, todo cuanto acontece no es sino producto de una
realidad que se alimenta de la magia que deambula en cada rincón de nuestros
pueblos.
No obstante, Joaquín Polo
Andrade, demuestra que conoce el oficio, muy a pesar de la urdimbre que teje y
teje hasta formar una madeja inextricable, al fusionar nombres y más nombres de
familias y de personajes, muchas veces ajenos a la propia realidad y a la
ficción y donde rescata parte de la riqueza idiomática convertida hoy día en
fósiles de nuestra propia literatura. El lenguaje sencillo y ameno, los
diálogos y los pensamientos, todos se sumergen en un baño de intelectualidad y
de filosofía.
Es como si en el pueblo todos
hubiesen leído a los grandes clásicos de las letras universales.
Con respecto a «La Luz de la Lámpara en la Tiranta», nombre
poético y llamativo que nos remonta a la vida de los ancestros, a medida que
nos adentramos a ese cúmulo de versos y más versos, de imágenes y más imágenes,
de música y más música, llenos de metáforas y de símiles, descubrimos un poeta
en ciernes, vivo y moderno.
El propio juego de ideas en las
paradojas:
«Te percibo
más cerca
cuando estás
ausente»
O en las
metáforas:
«Mis
lágrimas en tus senos
tu silueta
fundida en su cristal»
«¿Es que
acaso tu aposento
ya no es
lugar apropiado
para pensar
en mi ausencia?»
O este
bello símil:
«En la
elocuencia de tu silencio
con claridad
meridiana
está inmersa
la respuesta»
O la
propia epanadiplosis:
«La noche
que la noche me habló
porque era
diáfana la noche»
Colgado de
las influencias de nuestros poetas simbolistas y modernistas. Polo Andrade
conjuga sus versos de una manera viril, amena y sin la rimbombancia de otros
poetas de nuestro tiempo.
Es una
poesía ilustrada en donde el poeta sabe qué busca y qué quiere expresar, no son
versos sueltos y tirados a la vera del camino, son versos con un sentido
social, comprometidos con nuestra realidad histórica, pero sin salirse del
marco trazado para todo poeta: «Escribir cosas que deleiten el espíritu del
hombre y eso es lo que ha hecho nuestro ilustre amigo: escribir cuentos y
poesías que llegan al alma, al corazón y que tienen un profundo sentido
social».
Pienso que
el profesor Polo Andrade, a quien he visto desde hace muchos años, es más poeta
que cuentista, aunque sus cuentos se pueden leer en cualquier momento y a
cualquier hora, los poemas son de una contextura perfecta, sin tripas y sin
estopas que llevan inmersos el ritmo de las olas del mar Caribe, que llegan y
se van lenta y paulatinamente, versos de música agradable, de frases sonoras y
de medida perfecta.
Con este
libro creo que ha dado el primer paso para escalar a la cúspide de los poetas
colombianos, de los poetas bolivarenses y sobre todo que se han apartado del
facilismo que muchas veces invade a los poetas que transitan por la senda de la
nueva y moderna poesía.
En Polo,
gracias a Dios y a Erato, no se ha dado este caso: dos cuentos largos, pero no
cansones y muchos poemas llenos de delicada musicalidad que a medida en que nos
adentramos a esa fantasía pródiga en imágenes nos vamos compenetrando con el
autor. He aquí pues un nuevo escritor que entra a formar parte de la pléyade de
escritores colombianos.
Quieran las
musas y el numen de su creatividad que algún día lo encontremos en algún lugar
del inalcanzable Parnaso de Escritores Colombianos.
San Sebastián de Calamarí, 23 de diciembre de
1997.
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