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lunes, 27 de mayo de 2013

La Novela

EN EL PAÍS DE LOS LISIADOS


Por Gilberto García Mercado

 

Alguien se preguntaba por qué en el exterior cuando se menciona la procedencia de nuestros conciudadanos, el interlocutor al escuchar «soy colombiano» en seguida se predispusiera como si el ser oriundo de Colombia fuera una maldición, epidemia, o barbaridad.
Ese alguien halló la respuesta en cada rostro sombrío, en la cotidianidad de nuestra geografía, en los límites de nuestras fronteras, en las selvas abruptas e impenetrables en donde la mano del hombre cultiva la ilegalidad. 
Desde hace años el país se viene construyendo sobre unas bases mentirosas, se celebran conciliábulos, se hacen pactos por debajo de la mesa y, el que uno pensaba que era un senador honorable y respetado, que se daba golpes de pecho en el Congreso, defendiendo a los débiles y oprimidos, de la noche a la mañana esa imagen de hombre probo, incorruptible cual discípulo o apóstol de Dios, se desmorona como una estantería produciendo, estupor, descontento e incredulidad. 
«Hay en Colombia una cultura de la trampa», es el comentario generalizado en plazas y parques, «hay una mina a punto de explotar en la Administración Pública, el estallido dejará sin servicios a los hospitales, se desangrarán sus finanzas y nos veremos abocados a las mal llamadas reformas, recorte de personal, políticas austeras para reducir los gastos. Y la consabida resignación y mediocridad de un pueblo que vuelve a las urnas a reelegir políticos en las cárceles, personajes que se roban el erario público y, como premio lo reciben con pancartas y pasacalles postulándolo como candidato a otro cargo público...» 
Pero lo peor es que parece que a nadie le importa. 
No se vislumbra una luz al final del túnel, nuestros dirigentes declaran que la nación va bien aunque la embarcación haga agua a babor a punto de naufragar. 
Lo único rescatable de esta debacle—a pesar de las cifras alentadoras del Presidente Juan Manuel Santos que la economía va bien, que las relaciones con los países vecinos marchan mejor, que recuperamos un liderazgo en política internacional perdido con el ex presidente Uribe—es que lo que ocurre aquí lo utilizan los escritores y fabuladores para alimentar sus ámbitos y atmósferas para crear sus cuentos y novelas. No más. 
Porque es, «pura carreta que se hayan creado nuevos puestos de trabajo», manifiesta un curioso en el Parque de Bolívar, «pues a la Locomotora de la Prosperidad sólo se suben los trabajadores informales, los que venden minutos a celular, los que transcriben documentos resignados a sobrevivir porque Colombia le quedó grande a Colombia». 
En Cartagena, los jóvenes se agolpan en las esquinas, sin un trabajo digno, sin un algo qué hacer no les queda otra que deambular por las calles, propensos a caer en la droga, el pandillismo o las garras de la delincuencia común. 
Hay hambre, las universidades siguen graduando profesionales para engrosar la larga lista de desempleados. 
Los parques se atiborran de ciudadanos que en los escaños toman un segundo aire —un café—para continuar repartiendo hojas de vida que finalmente reposan en los botes de basura. 
El escritor entonces narrará lo que ocurre nada más en Colombia.
En donde algún dirigente deportivo alguna vez le pagó a un chamán para que se asegurara que tal día que fuera a jugar un seleccionado de Futbol, no lloviera. 
En un país en donde las EPS disfrazan las cifras con mercaderes de la indolencia, en donde los funcionarios de alguna oficina de estupefacientes algún día sacaron partido de su condición de funcionarios públicos, no es asombro. 
Hemos descendido tan bajo, que el fenómeno del miti-miti y el cómo voy yo ahí forma parte del argot cotidiano. 
«Secretaría» en donde un funcionario no observe «ventajas», es decir que pueda sacar beneficios económicos, en seguida dirá, «no me interesa». 
Las peleas por dirigir algún departamento u oficina con un jugoso presupuesto se dan como aves de rapiña sobre la presa. 
No es necesario entonces ser muy suspicaz para comprender el miedo de revelar nuestra identidad en el extranjero, las plagas de la humanidad han descendido sobre esta región rica pero pobre. 
Los colombianos debemos exorcizarnos, limpiar esa ignominia y discriminación universal que asocian al coterráneo, con drogas, violencia, terrorismo, «chanchullos y corrupción».

Además, por las minas antipersonales, el hombre se enfrenta a la posibilidad de vivir en una nación de lisiados por la violencia, y si no hacemos algo pronto, este mal se trasladará al pensamiento y no habrá manera de cambiar ese miedo cuando en un aeropuerto extranjero tú declares que eres de por acá.

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