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viernes, 3 de mayo de 2013

ENTREVISTA, EN EXCLUSIVA, CON LUIS EDUARDO GARZÓN


EL VIAJERO DEL TIEMPO
Luis Eduardo Garzón




«YO ME PINTO CON UN LIDERAZGO MUY POCO COMÚN EN NOSOTROS, POR ESO MI SUEÑO ES LLEGAR A SER PRESIDENTE»: LUCHO GARZÓN












      Alex Visor                                                                         
La máquina se detuvo con su singular resoplido. Por entre el humo denso y encendido comenzó a verse la ciudad. «¡Oh, pero qué sorpresa!», exclamé al observar el tablero de control. Allí, entre botones encendidos color naranja, rojo, violeta y azul, la flecha que indicaba el año de mi viaje se hallaba en 1.96... Ciudad de Bogotá.
Pero entonces cuando el humo se disipó, y lo que quedó fue la máquina y yo solos contra el mundo, todo asomo de sorpresa y duda se borró. La máquina invisible en el tiempo se había estacionado, ya sin el temblor y el resuello del viaje, en algún recóndito lugar, pues yo la había programado para eso. Sin embargo, algo había fallado en el último instante: «¿Me habré quedado dormido?», pensé. Yo programaba la máquina con una precisión infalible que la hipótesis del sueño me pareció valedera. Viajero en el tiempo, me hallaba en el año 2006, el Presente para ese mundo en donde me hallaba sentado en una cafetería de la Avenida El Dorado degustando una hamburguesa en un McDonals que acababan de inaugurar.
Creo que llevaba dos días en la capital de un país de conflictos, de desequilibrios en el poder, de una corrupción cabalgante en los organismos del Estado, que sin quererlo, mis ojos, curiosos, se posaron en un titular de periódico en el tiempo: «Lucho Garzón, primer alcalde de izquierda, electo en Bogotá». Y fue tan impactante la noticia que quise conocer quién sería Lucho Garzón dentro  de quince años, pues los profetas de la política lo pintaban como el Presidente del país para esa época...
Quise despejar la duda, pero al programar la máquina debí quedarme de nuevo dormido, que en vez de viajar hacia el futuro, lo que había hecho era aterrizar en una mañana húmeda en que caían gotitas de lluvia, en el mismo año de 1.96... 
Me hallaba en la Bogotá de hacía cuarenta y cinco años con respecto al Presente. 
Después de adaptarse el cuerpo al ambiente húmedo—traté—al vagar por un espacioso jardín, flanqueado por árboles frondosos, pinos y eucaliptos, en síntesis, una vegetación exuberante, de establecer en qué sitio de Bogotá, la «Atenas Suramericana», me hallaba. 
No tuve que esforzarme mucho para saberlo, pues el murmullo lejano de un grupo de estudiantes que cumplían una actividad al aire libre, cuando se acercaron, respondieron la pregunta. Evidentemente me hallaba en un colegio: El Camilo Torres. Por los salones deambulaba entre una atmósfera fresca, clara y, dominadora, una luz que revestía al colegio con su aura. 
Acostumbrado con una precisión infalible, a tropezarme en el tiempo con cualquier personaje que me interesaba, no me asombré cuando un grupo de muchachos— en donde sobresalía un chico por su timidez, ni alto ni pequeño pero vestido con gran esmero, aunque su ropa era humilde no dejaba traslucir la pobreza— se abalanzó contra mí, y de inmediato, el chico tímido se fue de bruces contra el suelo. 
Quedando el muchacho asombrado por el atuendo de viajero en el tiempo. 
— ¿Usted es Lucho?—pregunté. 
— ¿Cómo sabe mi nombre?—respondió el chico sorprendido. 
—Eso no importa, pero quiero saludarlo, Señor Alcalde... 
Pude ver entonces cómo aquel muchacho viajaba con la mente hacia el sitio de su sueño, mientras yo le agarraba por una mano y lo llevaba a aquel lugar del colegio—un remanso en medio del jardín, eso creí apreciar—con las palabras precisas que siempre empleaba para la ocasión: 
—Quiero entrevistarlo para el 2006, soy un viajero del tiempo... 
Él rió divertido, dejando ver la frescura de los años. Pero cuando le pregunté sobre sus padres, descubrí en sus facciones un cierto hermetismo, una sombra de pesadumbre oscureció su rostro cuando se refirió a su padre. «Él sólo me tuvo a mí, pero....» Calló, inexplicablemente, pero no insistí. Lucho podía tener unos dieciséis o dieciocho años. 
— ¿Cómo que usted es un reportero del tiempo?—me dijo. 
—Sí, claro. Una de esas revistas locas que quieren interpretar el futuro—añadí. —Pero no me pare bolas, es un truco, nosotros jugamos con los lectores...
El joven lucho demostró su elocuencia: 
«Tengo dieciocho años. Mi madre es humilde y yo soy la luz de sus ojos. Desde que mi padre se marchó—dejándola embarazada—se la ha arreglado para darme los estudios. La pobre. Ha sido abnegada, pero sin blasfemar contra nadie toda la vida. ¿Cómo puedo recompensarla? Pues está en mi naturaleza, llegar a ser alguien en la vida... Siempre he querido aportar algo a mi país, a mis amigos. Pero uno tiene que trazarse metas, si soy «Caddie» de un club prestigioso de la ciudad, ¿usted cree que ahí deben finalizar mis aspiraciones? El próximo año ingresaré a la Universidad y veremos qué pasa. Sin embargo, creo que si la clase pobre o trabajadora se organiza, puede conseguir la reivindicación sin las armas. Si fracasa,   habrá que explorar otras alternativas. Mire  lo que ha ocurrido en Cuba con el triunfo de Fidel Castro, del comportamiento de Rusia y sus camaradas, dependerá que el socialismo se siga extendiendo por el mundo....»

«Mi visión del mundo es la "alternatividad" en el poder. No necesariamente los poderosos tienen que estar inclinando la balanza a su favor. El día que nosotros alcancemos no una sino varias veces que la balanza se incline a nuestro favor, entonces ese día soplarán vientos mejores sobre Colombia. Yo me pinto con un liderazgo muy poco común en nosotros, por eso mi sueño es llegar a ser Presidente. ¿Un iluso? Tal vez, pero esa es mi meta, dígaselo al mundo ese del que viene y si acaso estoy de Alcalde en el 2006—como me dice usted—démele mis saludos al Lucho Garzón Alcalde, que se cuide, a propósito: ¿cuál es su nombre?, perdone, no importa, total usted no puede estar en distintos tiempos a la vez...».
Mientras el joven Garzón habla me acuerdo que en el 2004, una carta enviada por un lector desconocido a cierto periódico capitalino, protestaba porque, quien ahora es el Alcalde de Bogotá se pensionó a los 51 años y, que su mesada era de 1 millón 800 mil pesos. 
«Entonces Garzón no ha estado en contacto con el sufrimiento del pueblo. Es más, nunca ha sido marginado, pues los cargos dentro del sindicato son los más privilegiados del mundo. Entonces, ¿con qué moral viene este señor a decir que defiende los intereses del pueblo? Él siempre ha sido un privilegiado», reiteró el exaltado lector. 
En seguida el Lucho del 2006 así se defiende:
«Todo eso lo acepto. Pero ahí hay una demostración de por qué los pobres no surgimos. Sabemos que la clase pobre es la mayoría pero la minoría en la plasmación de ideas. Nosotros tenemos que crecer con el poder. Pero sin abandonar nuestros propósitos reivindicatorios. Crezcamos con él, participemos con él y, entonces, cuando sintamos que tenemos las herramientas para acceder a él, hagámoslo. Hay que ser inteligentes. Yo me pregunto: ¿Acaso los pobres no podemos utilizar nuestros ejércitos civiles, en donde la mayoría en la educación son indocumentados  contra un poder estatal unido, y que interactúa pensando siempre en repartirse, ellos, todo el ponqué? Un ejemplo lo hallamos en la Biblia. El mismo Jesús lo pregona: Dejemos que la hierba mala crezca entre la buena, llegada la separación entonces nos diferenciaremos...»


...Ya me tengo que ir, pues la máquina del tiempo ha iniciado la cuenta regresiva hacia el 2006. Me voy nostálgico por los sueños del joven Lucho, pero a la vez contento, porque cuando solicite la entrevista con él en este 2006. Y sé que la voy a lograr, el líder del Polo Democrático jamás pensará que hablé con su Pasado. Lo que si me llena de alegría, es que Lucho ahora es el Alcalde de Bogotá, pero quién quita que dentro de quince años sea el Presidente de Colombia.

El viajero del tiempo lo puede averiguar, pero será otro tema qué escribir para el próximo viaje. LC
Bogotá, Diciembre de 2006



  


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