La metamorfosis de la Urbe: De parroquia a Ciudad Iguanada...
¿QUÉ HA
PASADO CON CARTAGENA?
Juan Vicente Gutiérrez
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En 1970 o mejor sería decir en la
década de los 60s, del almacén Fabio
Mora y de las demás joyerías de esta noble ciudad, salían los vendedores con
sus maletines repletos de prendas de todos los valores, caminaban las calles
sin guardaespaldas, ni arma alguna, sólo con la intención de dejársela al
primero que aceptara hacerse a un crédito, que lo podía sacar de apuros, cuando
llegaran los días difíciles, como era el caso del atraso del pago de los
maestros.
Lograban llegar a la casa de empeño
con la prenda que habían adquirido con pagos mensuales. No conocíamos a «los
fleteros»,caminaban las señoras con los brazos cubiertos de pulseras
simbolizando los días de la semana por las diferentes circunferencias auríferas,
en sus dedos portaban esferas que representaban el mundo cubierto de esmeraldas
o de diamantes, que enceguecían con los destellos de los rayos solares.
Los señores dejaban descubiertos
sus antebrazos, para competir contra las señoras con los quilates de sus
esclavas y manillas de reloj, con efigies de chibchas tostados por el sol del
trópico...
Nada pasaba, sólo dejaban el suspiro
por buscar un trabajo que permitiera tener un crédito, para adquirir la pulsera
de oro, en el afán nostálgico por las cadenas perdidas…
Qué vaina, caminábamos las calles de
Cartagena, con el único temor de encontrarnos con una equivocación de «La
Carioca» y, entonces ella nos
confundiera con uno de sus acreedores, o de pronto encontrarnos con los
improperios insultantes de Arturo «El Loco», pero todo esto era merengue de
fácil digestión, que no «quebraba» ningún hueso...
Creo yo que éramos más felices,
porque cualquier gracia de nuestros locos cotidianos nos permitía ser invadidos
por la risa. No temíamos transportarnos en el bus con el sueldo del mes, ni
tampoco brindarle la hora al transeúnte que nos la solicitaba: «¿Será que por eso, ahora las cosas son tan
desechables, debido a que las podemos perder y
poco ha pasado?».
¡Pero no!, es que ahora la vida se
puede perder con mucha facilidad, y esta no es reciclable… A los Concejales no se
les remuneraba, todo era por Honor, y éste valía mucho, nos bastaba el Honor,
con este podíamos vivir, sin necesidad de empeñarlo ni venderlo.
Ahora el temor ha invadido el
espíritu del hombre honesto: éste reconocido por la comunidad, por el
conocimiento que tiene de la historia, por su vida de inmarcesible transitar,
por su honestidad puesta a toda prueba, por su buen equilibrio para sopesar las
acciones de su hacer diario y de sus congéneres, por su palabra puesta a toda
prueba, donde no anida la mentira, por saber bien el oficio que desempeña y,
por ese gran don de los sabios que es la humildad, condición propia de quienes pueden
gobernar el mundo.
«Ese hombre existe en Cartagena, pero
teme verse encerrado en las redes de «las
pandillas», (cita del periodista Juan Gossain), que merodean el erario de
Cartagena, Ciudad Iguanada».
Se debe elegir para gobernar a esta
ciudad—mía y tuya—a un hombre que tenga las cualidades antes anotadas.
Juan V Gutiérrez Magallanes. Columnista LC
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